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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

LA DULCE ESPERA

“Esta política (de sobrevaluación de la moneda) está destruyendo la capacidad industrial y la competitividad de este país.” ¿Quién dice esto? La cita no pertenece a un empresario argentino sino a John Divine, máximo ejecutivo financiero de General Motors, exasperado por los estragos del superdólar. Frank Vargo, vicepresidente de la Asociación Nacional (estadounidense) de Industriales, cuantificó el drama: “El dólar subió 30% en los últimos cuatro años contra las mayores divisas extranjeras. Ello equivale a ponerle un impuesto del 30% a las exportaciones y a una rebaja del mismo porcentaje en el costo de las importaciones. Esto está teniendo efectos devastadores”. Si éstas son las consecuencias para la industria estadounidense, pese a su inmenso poderío, su tecnología y su ilimitado acceso a financiación extremadamente barata, está de más preguntar por los efectos sobre los sectores productivos argentinos, ya que el peso está atado al dólar desde 1991. Viendo la economía al borde de la parálisis y los estallidos sociales ante la escalada del desempleo, parece un extraño delirio que desde el Ministerio de Economía mismo se siga afirmando, como reiteró ayer Domingo Cavallo precisamente ante los dignatarios de las multinacionales norteamericanas, que la Argentina no abandonará su (im)política cambiaria: convertibilidad y tipo de cambio fijo.
Siempre hay buenas razones financieras para no dejar flotar la moneda, porque la paridad congelada es un seguro de cambio gratuito para los especuladores, que pueden ganar las altas tasas de interés internas sin temer que una devaluación se las licue antes de repatriar sus fondos. Además, siempre hay transnacionales –como las que capturaron los servicios públicos– que prefieren una moneda local sobrevaluada porque de ese modo remesan utilidades más gordas en dólares hacia sus cuarteles centrales. Este lobby pro tipo de cambio fijo se impone fácilmente en la Argentina porque está integrado por los ganadores del modelo y porque frente a él hay gobiernos que, o representan los mismos intereses o son muy débiles o no tienen vocación de afrontar el desafío. Las víctimas del dólar, por su propia fragilidad actual, sólo pueden ejercer una oposición testimonial.
Salvando las enormes distancias económicas, también en Estados Unidos hay argumentos financieros para respaldar la política de dólar alto. Fundamentalmente, agitando el temor a que la perspectiva de una depreciación del dólar frene el enorme flujo de capitales que ingresa anualmente y convalida el sideral déficit en la cuenta corriente del balance de pagos. En cambio, si la sensación es que el dólar podrá incluso seguir apreciándose, ni las sucesivas reducciones en las tasas de interés que dispone la Reserva Federal ahuyentan al capital externo. Pero esta posibilidad de sostener indefinidamente, a través de la cuenta de capital, el rojo de la cuenta corriente (intercambio de mercancías y servicios con el resto del mundo) es una prerrogativa de EE.UU., cuyo riesgo soberano es por definición cero, pero no de la Argentina, cuyo riesgo país, incluso después de esta semana de dulce espera, previa al parto del nuevo salvataje del FMI, es de 1392 puntos.
De hecho, la razón esgrimida para imponerle a la sociedad el déficit cero –con tala de sueldos estatales, asignaciones familiares, jubilaciones y todo el gasto público, con la excepción de la deuda– fue el corte del crédito para el país, una restricción inimaginable en el caso estadounidense. Durante el gobierno de Bill Clinton, Estados Unidos convirtió su déficit fiscal en superávit, y sin embargo se mantiene su dependencia del ingreso de capitales. Obviamente, por su holgura fiscal pueden aplicar planes de competitividad mucho más rotundos que los argentinos, pero a nadie se le ocurre que la inexistencia de impuestos distorsivos baste para contrarrestar los efectos desastrosos de un dólar financieramente inflado. Si Estados Unidos preserva el equilibrio es porque el agujero que abre el superdólar en la cuenta corriente lo cierrael mismo superdólar en la cuenta de capital. Pero en la Argentina el superpeso sobrevaluado lo abre pero no lo cierra. Ni siquiera las tasas de interés descomunales que los bancos locales han venido pagando por un depósito en dólares –y mucho más aún en pesos– consiguieron atraer fondos del exterior, porque el miedo a perder el capital en el naufragio disuade hasta al más codicioso.
Desde el 4 de julio se fueron de los bancos depósitos por 8600 millones, el 10% del saldo existente al comienzo. Pero se evaporaron 8600 porque las entidades financieras ofrecieron tasas explosivas para retener los fondos. A tasas normales, y por tanto sostenibles, a diferencia de las actuales, la sangría hubiese sido mucho mayor y seguramente inaguantable para el sistema bancario. A todo esto, y a pesar de la depresión económica, la cuenta corriente externa argentina no dejará de ser deficitaria este año (aun con el superávit de la cuenta mercancías), sosteniéndose en una inyección artifical de capitales: los que el equipo económico busca una y otra vez en Washington, golpeando a las puertas del Fondo y del Tesoro. Pero también ésos son capitales cuyo ingreso genera deuda como contrapartida, aunque sus remitentes sean Horst Köhler (FMI), James Wolfensohn (Banco Mundial) o Paul O’Neill (Tesoro).
Como pudo verse, no fue la sanción de la ley de Déficit Cero la que consiguió bajar el riesgo país, sino el efecto (John) Taylor, cuando tras la visita del enviado de George Walker Bush empezó a creerse en que habría un nuevo balón de oxígeno para las provincias unidas del sud. Pero la transfusión puede traer sólo un alivio transitorio. Mientras tanto, Cavallo sigue defendiendo la sobrevaluación cambiaria –que el factor de empalme apenas atenua–, como hizo ayer en la AmCham, la cámara que nuclea los extensos intereses norteamericanos en el país. Y lo hace con falacias, cual la del dinámico comportamiento de las exportaciones argentinas durante (la parte inicial de) la década pasada, obviando factores clave como Mercosur-Brasil, el petróleo (recurso no renovable) y otros, notoriamente agotados. Para salir de esta crisis sin mercado interno ni dinámica exportadora, con esta deuda y este peso, Cavallo tendrá que inventar alguna política desconocida y milagrosa.


 

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