Por Diego Fischerman
Hespèrion XXI dio dos
conciertos en Buenos Aires. En ambos, las ovaciones mostraron el deslumbramiento
del público frente a esa especie de fresco acerca de la España
Medieval en el que Oriente y Occidente se mezclan sin que quede muy claro
dónde termina uno y dónde empieza el otro. Y en ambos, la
primera canción fue una saeta. Lo que en su época se llamaba
una canción de imposición. Jordi Savall, violagambista,
fundador y director de ese grupo, explica que esas eran canciones
que los conversos estaban obligados a cantar; cuando las procesiones pasaban
por la casa de un moro o un judío cristianizado, este debía
salir a su ventana y cantar. Porque la iglesia de la España medieval
tenía algo muy claro: las palabras pueden engañar pero con
la música es imposible mentir. Esa idea, junto a la de que
la función de los músicos es dejar que la música,
que aquello esencial que la música transmite, circule a través
nuestro, es el origen. A partir de allí, este músico
que cambió para siempre la idea acerca de la interpretación
de músicas medievales, construye su credo.
Había que dar un giro, recuerda que pensaba. Admiraba
a Thomas Binkley, un laudista que dirigía el grupo Studio der Frühen
Musik, y le parecía un modelo de musicalidad y de espontaneidad.
Pero le llamaba la atención que hicieran de la misma manera el
repertorio medieval italiano que el francés, el inglés o
el español. Junto con la cantante Montserrat Figueras, el laudista
Hopkinson Smith y el clavecinista Ton Koopman inventó un grupo
que en ese entonces (comienzos de los 70) se llamó Hespèrion
XX. Allí, en ese nombre, ya estaba implícito mucho de lo
que caracterizaría su carrera futura. La primera palabra remitía
a una unidad cultural pasada (y recuperable). El número, que luego
se convirtió en XXI, ponía en claro que se trataba de un
grupo actual y que sus lecturas del pasado (de ese paraíso
perdido, como titularon el espectáculo que trajeron a Buenos
Aires) estarían hechas siempre desde el presente. El músico
que había empezado cantando y que luego estudió el cello
(para recuperar la voz perdida) tuvo su primer modelo en Pablo
Casals: Esa característica de traer a la vida un repertorio
olvidado y juzgado incorrectamente, de estudiarlo durante un largo tiempo
y luego exponerlo a la luz, como él hizo con las Suites de Bach,
es una de las condiciones esenciales del intérprete de música
antigua.
Después vino, claro, el descubrimiento de la viola da gamba. Con
ese instrumento tuvo, hace diez años, el primer gran éxito
comercial cuando asesoró musicalmente e interpretó al banda
sonora de Todas las mañanas del mundo, un film en el que Gérard
Depardieu hacía de uno de los grandes virtuosos de ese instrumento,
Marin Marais. En las relaciones entre este músico y su maestro,
Monsieur de Saint Colombe, y de ambos con la corte de Luis XIV y con los
cambios en la forma de circulación del arte en esa época,
se podían entrever algunas de las obsesiones de Savall. En particular,
la de la interpretación entendida como una conducta ética.
Un intérprete debe saber que nunca hay una sola verdad,
asegura. Y menos cuando se trata de música de épocas
en las que las condiciones eran muy cambiantes y los músicos estaban
acostumbrados a adaptarse. Tuvimos, por supuesto, mucha oposición
por parte de algunos puristas. Pero incluso en el nombre del purismo las
reacciones eran absurdas. A mí no me interesa la verdad sino la
verosimilitud. En una misa un día de semana, en que se habían
enfermado dos cantantes y otros dos estaban con permiso, no se cantaba
igual que un domingo en que estaban los príncipes y los condes
y se juntaban cuarenta cantantes y todos los instrumentistas posibles.
La otra noción clave para entender la manera de trabajar de Savall
es la relacionada con el disco como objeto en sí mismo. Fue
la gran revolución democrática de la música. Un concierto,
por más público que tenga, es siempre elitista. ¿Qué
son dos mil personas en relación con la población de una
ciudad? En cambio, el disco llega a cualquiera. Y sigue estando allí
mañana, para ser accesible a otros y a otros más.
EMPIEZA
UN CICLO DE HOMENAJE AL CUCHI LEGUIZAMON
En recuerdo del surrealista criollo
Surrealista criollo.
Así lo define la cantante Liliana Herrero. Gustavo Cuchi
Leguizamón, poeta y músico que transformó para siempre
la manera de pensar el folklore rural argentino, será el objeto
(o el bienvenido pretexto) para la reunión de varios de los músicos
más creativos e interesantes entre los que están enrolados
en las músicas de tradición folklórica. A partir
de este domingo a las 20, en el Centro Cultural Borges (Viamonte y San
Martín) se sucederán tres conciertos que cuentan con la
producción artística y la coordinación general de
la pianista Lilian Saba y con la conducción de Manolo Juárez.
Herrero, que había grabado un CD notable junto al guitarrista Juan
Falú dedicado a las canciones del Cuchi, ampliaba: Es un
filósofo de los sonidos, del mito y del humor. Se situó
entre las leyendas de las viejas culturas y la más moderna poesía
de la soledad. Algunos lo comparan, tal vez por cierto salvajismo
a la hora de pensar acordes o de entender al piano como instrumento de
percusión, con Thelonious Monk. Lo cierto es que este salteño
que compuso muchas de las canciones inevitables de la Argentina, sólo
se pareció a sí mismo.
En la primera jornada del homenaje participarán el cantante, guitarrista
y compositor Raúl Carnota, la cantante Lorena Astudillo, el pianista
Carlos Aguirre y la cantante Negra Chagra. Como invitados actuarán
Sara Mamani en charango y Marcelo Serena en guitarra.
El domingo 19 actuarán dos pianistas y dos cantantes. Manolo Juárez
y Oscar Alem estarán junto a Chany Suárez y Silvia Iriondo,
actuando también Marcelo Chiodi en quena y el guitarrista Mariano
Delgado. El cierre, el 26 de este mes, será con el dúo que
conforman Eduardo Spinassi en piano y Rodolfo Sánchez en percusión,
Laura Albarracín en voz, Nora Sarmoria en piano y voz y Liliana
Herrero en voz. Con ellos participarán Roberto Calvo en guitarra,
Sara Mamani en charango y Débora Barbuto en piano.
OPINION
Por Manolo Juárez
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Leguizamón,
el poeta
Los argentinos atravesamos una época en la que abundan
los homenajes post-mortem. Muchos de los homenajeados fueron en
su momento cuestionados por colegas y por la crítica
especializada, como por ejemplo Astor Piazzolla, y se llegó
a extremos como los de algunos militantes políticos, en los
70, que caracterizaban a Borges como "escritor reaccionario"
. Gustavo Cuchi Leguizamón, extrañamente,
nunca fue discutido por sus contemporáneos. Es más,
fue un símbolo para gran parte de los músicos del
género folklórico. El aporte que realizó para
la música del interior fue un punto de partida de vital importancia
para las nuevas maneras de hacer folklore (todo nuevo
creador lo toma como modelo). Pero en los valores que se exaltan
del Cuchi, como pianista y/o como compositor, rara vez se tiene
en cuenta, sin embargo, al poeta. La prueba: Zamba soltera
o La Unitaria, donde confluyen admirablemente texto
y música. Por eso, por la importancia de este creador inmortal
mucho más que por nosotros, los participantes, es que quiero
que este pequeño ciclo sea un éxito.
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