Por Karina Micheletto
Desde
Santa Fe
¿Cómo transcurriría
una mesa de café, cuyo tema principal es la literatura, compuesta
por Andrés Rivera, Eduardo Belgrano Rawson, Guillermo Saccomanno,
Sylvia Iparaguirre y Juan Forn? Quienes asistieron a la segunda jornada
del Encuentro Nacional de Narradores El cruce de géneros, el jueves
pasado en la ciudad de Santa Fe, tuvieron la oportunidad de mirar por
un privilegiado ojo de cerradura. Allí estaban los autores de los
libros que más tarde serían firmados, discutiendo enfervorizadamente
por momentos, cruzando alguna que otra chicana, explicando cómo
escribir una buena mala novela, puntualizando las dificultades y placeres
del oficio de escritor. Más tarde, se acercarían a definiciones
de la novela y los géneros que la cruzan, la relación entre
el autor y la crítica, las peligrosas operaciones de encasillamiento
de la academia, frente a un público compuesto mayoritariamente
por estudiantes y profesores de Letras.
El encuentro, organizado por la Universidad Nacional del Litoral y el
Centro de Estudiantes de Humanidades y Ciencias, comenzó el miércoles
con la presencia de María Esther de Miguel y Leopoldo Brizuela,
y fue coordinado por el periodista y escritor Miguel Russo. Sylvia Iparaguirre
comenzó refiriéndose a la novela como el género
más democrático, por ser el único capaz de
incorporar a otros géneros, literaturizándolos. En
este subcontinente del Sur en el que vivimos queda muchísimo por
contar, y el género más maleable para hacerlo es la novela,
afirmó la escritora. Saccomanno apuntó que, a medida que
pasa el tiempo, le interesa definirse más como lector que como
autor. En todo caso, me acercaría más a una definición
de autor sospechoso, como decía en los 60 Masotta de sí
mismo. No puedo desprenderme de todas las lecturas no canónicas
que me marcaron. Si bien es cierto que hay géneros, los autores
más interesantes son los que están al borde de los géneros,
expresó luego, refiriéndose a Héctor Oesterheld y
Rodolfo Walsh.
Juan Forn, que acaba de publicar Puras mentiras, recordó el momento
en que llegó a la literatura, de adolescente. Me encontré
con que tenía un costado horrible, que ya estaba todo hecho. Pero
había otro costado que con el tiempo descubrí sumamente
nutritivo para mí: que pude tomar con absoluta naturalidad todo
aquello que se consideraba en otro tiempo cruce o mestizaje. La novela
se sigue quebrando en mil pedazos para conseguir que cada libro sea un
arquetipo en sí mismo, subrayó. Entre chiste y chiste,
Eduardo Belgrano Rawson hizo gala de su habilidad para construirse como
personaje: Cuando Miguel Russo me llamó para dar esta charla
yo le pregunté qué carajo podía saber yo del cruce
de géneros. Pero parece que en mi escritura hay cruce de géneros,
arrancó. Si hay algo que he tratado de cruzar de manera constante
es la poesía y la política. He tratado de llevar la actualidad
a la narrativa en libros que hablan sobre el pasado, explicó
el autor de Fuegia, una novela en lae, hablando sobre la vida de una comunidad
ona en la Tierra del Fuego del siglo , estaba hablando también
de los años de plomo en la Argentina.
Por último, al referirse a su próxima novela, Guido, que
contendrá cinco cruzados, Rivera acertó con una definición
impecable: Yo sólo creo en las novelas, dijo. No
creo en los historiadores, que siempre dicen sólo una parte de
la verdad. Y creo que de las buenas novelas se pueden aprender muchas
más cosas que leyendo a un historiador.
La Academia y el barro
de la historia
El Encuentro también sirvió para pasar revista al
estado de la academia argentina, y a la relación de los autores
con la crítica. Cuando estudiaba en el Instituto del
Cine me impresionaba el hecho de que nunca veíamos cine.
Y en una charla que fue a dar Leonardo Favio, él dijo que
lo único que hacía era ver cine, recordó
Eduardo Belgrano Rawson. Se me ocurre que algo parecido ocurre
con la literatura, creo que los ignorantes de la teoría como
yo deberíamos hacer un esfuerzo por leer crítica,
y los que hacen crítica deberían hacer un esfuerzo
por leer literatura, agregó. Guillermo Saccomanno se
refirió al hecho de que en la Universidad de Buenos Aires
no se lea a Osvaldo Soriano o a Roberto Fontanarrosa, o que no se
haya hablado de Julio Cortázar hasta hace unos años:
Si una carrera de Letras no mete las manos en el barro de
la historia, como planteaba Sartre, se están estudiando textos
anquilosados. La teoría, como está funcionando hoy
en la academia, es regresiva, afirmó. La lacra
que tiene el egresado de Letras es que nunca entra en contacto con
la fuente, tal como está armada la catedral de la teoría
y la crítica. Recomendaría a los estudiantes que se
saquen de encima la marca de la carrera, que los obliga a ir primero
a lo que dijo otro sobre el autor. No reniego de la teoría,
que tiene aspectos creativos extraordinarios, pero la realidad es
que nadie va a poder reemplazar el sabor la lectura directa de un
texto, agregó Sylvia Iparaguirre. Para Juan Forn, la
academia opera fijando los autores a formas, obligando a una lectura
demasiado dirigida. .o disfruto mucho los ensayos de Piglia,
pero lamento su diálogo fecundo con la teoría, que
creo que lo encorsetó. En ese sentido, tengo nostalgia del
Piglia más novelista y ficcional.
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