Por Horacio Verbitsky
El discurso de la mano dura
del gobernador de Buenos Aires Carlos Rückauf ha ido acompañado
por un incremento vertical de los casos de torturas por parte de la policía
y del servicio penitenciario en comisarías y cárceles provinciales.
La picana eléctrica ha reaparecido e incluso se utiliza para dirimir
pugnas internas, como puede apreciarse en el caso de cabo Mariano Lewicki,
cuya fotografía con la herramienta maldita ilustra esta edición.
El banco de datos de casos de tortura y otros tratos o penas crueles,
inhumanos o degradantes que desde el año pasado lleva la Defensoría
de Casación registró 602 casos de torturas en veinte departamentos
judiciales que cubren todo el territorio bonaerense. Sólo 340 de
ellos fueron denunciados por las víctimas ante los fiscales para
que iniciaran acciones legales. Los otros 262 fueron puestos en conocimiento
de los defensores oficiales bajo secreto profesional, con pedido de no
formular denuncia, por temor a represalias. El informe fue entregado el
10 de julio por el Defensor de Casación Mario Coriolano a los tres
poderes del Estado provincial. La masividad y extensión de las
graves violaciones a derechos esenciales desmiente las explicaciones de
los ministros Jorge Casanovas y Ramón Verón, quienes han
minimizado el escándalo atribuyendo las denuncias al asesor de
menores Carlos Eduardo Bigalli y a los camaristas de apelación
y garantías Fernando Maroto y Raúl Borrino, todos ellos
de San Isidro. El cuadro estadístico que acompaña la presentación
de Coriolano indica que San Isidro ni siquiera es uno de los departamentos
con mayor número de casos producidos, aunque sí ostenta
una de las menores brechas entre casos sucedidos y denunciados. La interpretación
es obvia: allí donde hay funcionarios judiciales que cumplen con
su deber, los detenidos tienen menos temor de hacer valer sus derechos
atropellados.
La cesación de pagos de Buenos Aires sigue curiosos criterios de
selectividad. El viernes habían cobrado en pesos todos los funcionarios
judiciales del departamento de San Isidro, menos los que se desempeñan
en la sala de Maroto, quien fue el primero en presentar un recurso de
amparo contra la reducción salarial y el intento de pagar en bonos
basura, que luego se generalizó a toda la justicia provincial y
derivó en la presentación del fiscal general Luis Chichizola
para que se investigue el destino de los fondos públicos
por cuya inexistencia se ha legislado un estado de emergencia que suprime
servicios esenciales. Maroto, quien fue intimado por el Banco de
Boston a saldar la cuota de un crédito bajo amenaza de embargo
de su casa, viajó a La Plata donde presentó una denuncia
penal contra el gobernador por retenerle en forma indebida su sueldo y
por desobedecer la orden del juez que concedió el amparo. Como
administrador del departamento judicial, Maroto también enfrenta
la amenaza de la compañía eléctrica de cortar el
suministro por falta de pago. Quienes velen por las garantías constitucionales
quedan advertidos.
Un aparato negro
El informe de Coriolano incluye unos pocos ejemplos. Un preso en la Unidad
Nº 2 de Sierra Chica declinó dos propuestas de sus carceleros:
fugarse, a cambio de pagar 20.000 pesos, y arrojarle petróleo y
quemar vivo a otro preso. Luego de una semana de maltratos por negarse,
intentaron quemarlo a él, arrojándole un colchón
encendido. Varios detenidos fueron torturados con picana eléctrica
en el Comando de Patrullas de Bahía Blanca. Un detenido en la Unidad
29 de Melchor Romero fue torturado con golpes de palo, patadas y trompadas
por una decena de guardianes. A cambio de interrumpir la paliza le ordenaron
que apuñalara a otro interno. Un detenido asmático fue golpeado
hasta que cayó al suelo con un ataque. .Ahora vas a ver lo que
es la maldita policía. le advirtieron antes de pasarle una navaja
por la cara. Un detenido en la comisaría 1ª de San Nicolás
fue pateado en los genitales y la cabeza y sus dedos colocados en un aparato
negro que transmitía electricidad. El jefe de la seccional
era el comisario Rubén Claudio Gatti, quien seguía en funciones
pese a haber sido condenado a dos años de prisión en suspenso
e inhabilitación especial por cuatro, en noviembre de 1993, por
golpear con un palo a un detenido esposado.
Otro capítulo analiza el agravamiento de las condiciones de detención,
que la nueva regulación que hace más difíciles las
excarcelaciones tornó legalmente insostenible. La cantidad
de presos alojados en comisarías trepó de 2100 a 5797. Las
situaciones extremas se dan en el conurbano. En La Matanza, los presos
alojados triplican la capacidad de las comisarías y en Lomas de
Mirador un preso duerme sentado en una silla en el baño. En González
Catán hay un baño para 45 personas. De noche hacen sus necesidades
en bolsas. Los detenidos conviven con chinches, cucarachas y piojos y
sus familiares los visitan dentro de los propios calabozos.
El informe cuestiona la abierta obstrucción a las tareas de los
defensores por parte del Servicio Penitenciario provincial, la falta
de impulso de la gran mayoría de los fiscales intervinientes
ante las denuncias y la ausencia o escasez de control por parte de los
jueces Ningún tratamiento procura la reinserción social
de los presos en comisarías. Por el contrario, se está
generando o profundizando en ellos un sentimiento de odio o resentimiento.
Coriolano reclama que jueces y fiscales visiten comisarías y cárceles
y eleven informes mensuales obligatorios. También solicita que
comisiones departamentales integradas por un juez, un fiscal, un defensor
oficial, un abogado, un legislador y un representante del Poder Ejecutivo
efectúen visitas regulares pero también no programadas a
los lugares de detención. A los ministros Casanovas y Verón
les pide que no permitan el alojamientode detenidos por encima del cupo
legal de cada sitio y no obstaculicen la tarea de los defensores.
¡Mátenlos!
Así como Coriolano ha elaborado un panorama general sobre la situación
de los presos en Buenos Aires, el Asesor de Menores Bigalli trazó
un cuadro desolador de las torturas y tratos crueles, inhumanos o degradantes
denunciadas por niños. El año pasado la Suprema Corte de
Justicia creó un registro informatizado de denuncias, de consulta
publica. El incremento de la cantidad de denuncias es indisimulable. De
los 576 casos registrados por Bigalli en tres años en San Isidro,
129 ocurrieron en el primero año y medio y 447 en el segundo, es
decir que casi se triplicaron.
Algo similar sucede con las muertes de niños en supuestos enfrentamientos
con la policía. Según los informes que la Suprema Corte
de Justicia solicitó a todos los Jueces de Menores de la provincia
en 1999 cuarenta niños murieron de ese modo. El relevamiento de
2000 no ha concluido, pero según los datos extraoficiales de la
Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI)
el promedio mensual se incrementó un 140 por ciento respecto de
los diecisiete años anteriores. Las medidas de control que periódicamente
dispone la Corte no han producido un cambio decisivo. En parte porque
la actitud general de los jueces deja mucho que desear. Pero sobre todo
porque el discurso violento del poder político ampara la picana
y el gatillo alegre, cuyas prácticas también han ido ganando
consenso en algunos sectores de la sociedad. En noviembre del año
pasado un Foro Vecinal de La Plata organizó en el Centro de Oficiales
Retirados del Ejército un encuentro de vecinos con autoridades
policiales y fiscales. Un comerciante dijo que como la policía,
los fiscales y los jueces no tienen medios para contener a los delincuentes,
lo único que hace falta acá es que los legisladores cambien
las leyes y, en el caso puntual de los menores, que los metan presos,
los maten o, no sé, que no entren por una puerta y salgan por la
otra.
En abril de este año el comisario de San Nicolás José
Aurelio Ferrari hizo una explícita defensa de la tortura como la
madre de todas las investigaciones. En España [al sospechoso]
lo cuelgan de un caño y le tiran de las bolas hasta que diga dónde
puso el cuchillo, dónde el cuerpo. Tener a un tipo sentado acá,
sin comer durante 24 horas, y pegarle un par de cachetadas no es tortura.
La policía científica es un invento, que no resulta eficaz.
La impunidad de expresiones aberrantes de este tipo preanuncia males mayores.
El sábado último, durante el Encuentro Internacional sobre
la Construcción de la Memoria Colectiva celebrado en La Plata,
el fiscal general de Bahía Blanca, Hugo Cañón recordó
un episodio de su juventud. El juez con quien trabajaba llevó a
un grupo de funcionarios y estudiantes a la Escuela de Policía.
Un oficial les exhibió entre los instrumentos del oficio una picana
eléctrica. El juez escuchó en silencio y luego desoyó
el reclamo de sus colaboradores de procesarlo por apología del
delito. El oficial se llamaba Miguel Osvaldo Etchecolatz.
Del dicho al hecho
En el mismo Encuentro, varios jueces federales firmaron una alarmada
denuncia sobre la generalizada práctica de la tortura.
Entre ellos, Rodolfo Canicoba Corral, quien menos de una semana después
condenó a ex miembros de la Policía Federal Juan Carlos
Bayarri, Miguel Angel Ramírez y Carlos Alberto Benito por su participación
en secuestros extorsivos, entre ellos el de Mauricio Macri. Ocurre que
los tres fueron torturados para que confesaran, por lo cual fueron procesados
una decena de comisarios, subcomisarios y suboficiales. En 1996 y 1998
fueron sobreseídos, pero la Cámara de Apelaciones revocó
esos fallos complacientes y ordenó profundizar la investigación.
Según la policía, Bayarri fue detenido en LaBoca. Pero cuatro
testigos confirmaron que el arresto se produjo un día antes, en
Avellaneda. Esas 24 horas fueron el lapso empleado para los apremios ilegales,
confirmados por los mismos peritos policiales. Hay además tres
testimonios y fotografías de Bayarri golpeado. El ex suboficial
denunció lo sucedido a la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos.
Bigalli afirma que las cárceles están pobladas de pobres
y los institutos de menores por los hijos de los pobres. La determinación
de las personas a criminalizar no la toma la justicia, sino la policía,
condicionada por el sistema político y los medios de comunicación.
Los seleccionados son presentados a la sociedad como los únicos
delincuentes y, los delitos que se les imputa, como los únicos
delitos, aunque es obvio que no lo son. Para explicar que el ejercicio
del poder punitivo no procura la solución de la criminalidad sino
el control de los sectores sociales subordinados, Bigalli reproduce
un relevamiento de todas sus defensas técnicas, según la
calificación legal. El 88,57 por ciento consiste en delitos contra
la propiedad y no llegan al 3 por ciento, en cada caso, las tenencias
de arma de guerra y los homicidios. Su conclusión es que el
Estado en actos de ostensible injusticia distributiva encarcela sólo
a aquellos a quienes constantemente ha desatendido, asigna males sólo
a quienes previamente les negó bienes.
Otro capítulo del informe se refiere al inconstitucional alojamiento
de niños en dependencias policiales. La persistente actividad de
Bigalli, acogida por la Cámara de Apelación y Garantías
llevó a la clausura de lo que el asesor califica de jaulas
pestilentes existentes en dependencias policiales y a la inhabilitación
de numerosas comisarías para el alojamiento de niños, de
modo que en el Departamento Judicial de San Isidro sólo permanecen
en comisarías habilitadas con exclusividad para esa finalidad y
sólo hasta el momento de prestar declaración indagatoria.
Este es un punto en el que la policía coincide con los defensores
de los derechos humanos. Hace dos meses, durante una reunión del
Consejo Provincial de Seguridad Pública el secretario general,
comisario inspector Raúl Marcelo Cheves, dijo que el alojamiento
de niños y adolescentes en comisarías era ilegal. Agregó
que los mismos agentes policiales que proceden a una detención,
muchas veces tras intercambios de disparos, peleas y/o golpes en
donde se pusiera en juego la vida de ambas partes, luego son los responsables
en la dependencia, de su custodia y seguridad. Esto vulnera
los derechos y expectativas del trabajador policial que no está
capacitado para esa tarea. La custodia de detenidos lo distrae de su
misión específica hacia la comunidad, que es de seguridad
y no de contención y/o penitenciaria, propicia violaciones a los
derechos humanos y corrupción y desprotege a la comunidad
frente a la delincuencia, afirma el alto jefe policial.
Lo mismo afirmaron, respecto de los mayores, los jueces del Tribunal en
lo Criminal nº 3 de Mar del Plata, Daniel Eduardo Adler, Eduardo
Oscar Alemano y Hugo Trogu. El tribunal dispuso que los presos no podrán
permanecer más de diez días en las comisarías e intimó
al Poder Ejecutivo a construir la alcaidía prevista en la ley en
un plazo de dos años, bajo apercibimiento de responsabilidad
civil y penal por los daños en las personas y en las cosas que
se pudieran producir en caso de incumplimiento del mandato judicial.
En el amparo declaró el entonces jefe de la policía de Mar
del Plata, comisario Carmelo Impari, quien dijo que 20 por ciento del
personal de comisarías estaba afectado a la custodia y traslado
de detenidos, lo que implica perjuicio serio a la seguridad urbana,
pues la policía hace algo que no debe hacer y no hace lo que sí
debe hacer.
El Estado de Malestar
La transición que Bigalli describe del Estado de Bienestar al
Estado de Malestar generó una crisis de legitimidad que condujo
al poder político a buscar una nueva fuente de legitimación
que justifique su existencia ante la comunidad y hallaron la seguridad
ciudadana. La denominada doctrina de la seguridad omite todo
lo atinente a la seguridad económica, a la seguridad social, quedando
el significado reducido a la seguridad física. También
ignora la afectación de la seguridad física proveniente
de la violencia institucional, de modo que la criminalidad
queda reducida a los delitos callejeros, preponderantemente contra la
propiedad. Por otra reducción similar, criminales serán
apenas aquellos que por su escaso entrenamiento sólo pueden apoderarse
de bienes ajenos a través de robos callejeros. La seguridad
se presenta como un tema bélico, lo cual genera fuerte apoyo político,
divide a la comunidad en bandos opuestos, obstaculiza la coalición
de los sectores sociales subordinados; permite el uso de medios violentos
excepcionales, desacredita los discursos de respeto a los Derechos Humanos,
agrega Bigalli. Sólo un discurso autoritario puede considerar
insuficiente, en términos de violencia, al ejercicio de poder mas
violento fuera de la hipótesis de guerra.
Zona
liberada
Por H. V.
El 30 de marzo de 2000, un ladrón
intentó asaltar la sede de la Banque Nationale de París
en Barrancas de San Isidro. El cabo primero Mariano Lewicki hizo sonar
la alarma desde su garita y lo persiguió. Cuando el ladrón
lo atropelló con su auto, Lewicki lo reconoció: lo había
visto en la comisaría 4ª, con el jefe de calle, oficial subinspector
Martín Alejandro Ferreira. Ferreira llegó al banco 15 minutos
después de la alarma y no tres como estaba tabulado, y anotó
en el cuaderno de control que había pasado por allí una
hora antes. Lewicki se lo reprochó, porque no era cierto. Para
cubrirme de la departamental, explicó Ferreira. Hacía
veinte años que no robaban un banco en la zona.
Lewicki le comunicó al comisario Jorge Pascual Avesani que sospechaba
que el banco había sido entregado por Ferreira y por el encargado
de calle, sargento Alejandro Castro. Yo te quisiera ver a vos en
mi lugar, tratando de conseguir todos los meses la plata para la departamental,
respondió Avesani. Dos semanas más tarde, Lewicki fue acusado
de circular en un auto robado y con patentes falsas. Lewicki no lo niega,
pero afirma que se lo había dado el propio Ferreira, con orden
de no sacarlo de la jurisdicción y de no dar su número de
celular si tenía algún problema. Ferreira y Castro le pegaron
hasta que firmó un acta admitiendo el robo. Le advirtieron que
si hablaba iban a matar a toda su familia y lo pasaron a disponibilidad.
Durante los dos meses de detención lo trasladaron varias veces
a los tribunales de San Isidro. Para cobrar su sueldo lo llevaron esposado
y con dos policías con ametralladoras a una sucursal del Banco
Provincia en Martínez donde todos lo conocían. Al día
siguiente la camarista Margarita Vázquez lo puso en libertad por
falta de pruebas.
Las amenazas comenzaron al tercer día de su detención, cuando
le apuntaron a la cabeza de su esposa. La última fue en febrero
de este año: un hombre le tiró una cupé Fuego encima,
le apuntó a la cabeza y le dijo que se callara. En una denuncia
presentada ante el camarista de Casación Federico Domínguez
Lewicki narró las torturas y las amenazas y la venta de seguridad
a los comerciantes de la zona.
Ferreira redactó y el comisario Avesani firmó el acta por
la cual la comisaría entregó a la familia de Lewicki una
bolsa con sus efectos personales. La lista incluye, literalmente:
Un peluche, herramientas, una baliza, la chaqueta con las insignias
y escudos, un criquet carrito color azul con una barreta, una tricolor
de color azul con escudo esta policía, una capa para la lluvia,
un matafuego, una navaja, un cuchillo y su gorra y una picana eléctrica.
Al recuperar la libertad, Lewicki abrió la bolsa y encontró
la picana, con una leyenda que dice: ZForce III. 100.000 v. Warning:
Extreme Danger. Keep Out of Reach of Children. Use Only as Directed.
Lewicki, que entregó la picana al fiscal Hernán Collantes,
afirma que no entiende cuál es el mensaje, pero que
sabe que varios policías la siguen usando.
¿Por qué lo dice?
Se la vi usar a Ferreira, a Castro y al sargento primero De los
Santos, que la lleva en la cintura como si nada. Ahí caía
gente pesada, como el hermano de Valor. Ahora hay vía libre para
el robo, pero cambió el jefe de calle y no deja usar picana. Ferreira
fue trasladado luego de un incidente con la hija de un diplomático
francés.
El 11 de octubre de 2000 Lewicki denunció haber visto a Ferreira
y al sargento Castro golpear en la comisaría a los detenidos Daniel
Becker y Cristian Libertini y a un tercero cuyo nombre ignora, en presencia
del comisario Avesani. Declaró que estando como ayudante de guardia
escuchó golpes en la oficina de Servicio Externo y al entrar vio
al jefe y alencargado de calle pegando trompazos en las costillas
al detenido Libertini. Avesani, que estaba en la oficina, le
pegó un trompazo al dicente y le dijo que saliera, que no tenía
que estar allí. Según Lewicki Ferreira y Avesani hicieron
trasladar a varios policías que no aceptaron formar parte de la
venta de seguridad a los comerciantes de la zona. Ferreira les decía
que eran unos negros cabezas de mierda. Tres de ellos, los suboficiales
Daniel Godoy, Jorge Rodríguez y Luis Quinteros lo confirmaron ante
el fiscal.
La protección a los cultores de la picana se origina en la más
alta jerarquía política de la provincia. El año pasado
Rückauf sostuvo como jefe de policía al comisario mayor Eduardo
Raúl Martínez durante cuatro meses, luego de que en esta
página se demostrara con resoluciones judiciales y peritajes médicos
que había estado preso por torturar con corriente eléctrica
a un ciudadano alemán detenido. Recién lo pasó a
retiro cuando Martínez declaró que si un policía
torturara a un detenido él mismo lo fusilaría, por
la espalda.
CASOS
DE TORTURAS, POR DEPARTAMENTO JUDICIAL
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