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OPINION
Por Mario Wainfeld

ELISA CARRIÓ Y LOS PIQUETEROS EN EL CENTRO DE LA ESCENA
Nuevos protagonistas desafiando a lo viejo

El déficit cero se inventó hace rato. Por qué no cuajó, cuando la Alianza gobernaba. La moratoria: una manito más a los bancos. La extroversión de Cavallo. La movilización de desocupados, una historia con historia. Carrió: la emergencia del carisma. Su lógica. Sus límites. Sus desafíos. Su jugada del viernes, según sus propias premisas.

Fue en un programa periodístico de Canal 7. Su conductor entrevistaba a un importante funcionario aliancista, del riñón de Fernando de la Rúa. Le preguntó qué le parecería si el Presidente anunciaba la decisión de llegar a déficit cero antes de fin de año. El funcionario respondió: “Me parecería magnífico”. Y se armó la de San Quintín. El ministro de Economía se puso furioso. Los mercados sufrieron una sacudida sísmica. El funcionario debió correr al Palacio de Hacienda a dar explicaciones, bajar el tono, fotografiarse junto al ministro.
Lector amigo, no crea que esta columna está equivocada: apenas atrasa. La anécdota es real, la protagonizaron Fernando de Santibañes y José Luis Machinea y transcurrió en la prehistoria, para ser más precisos en mayo de 2000.
La utopía reaccionaria del amigo presidencial que por entonces regenteaba la SIDE fue reiterada poco después en el encuentro anual de la Asociación de Bancos Argentinos. En ese cónclave usualmente tan ilustrativo, un asesor financiero, Julio Piekarz, propuso como único camino posible para recuperar el círculo virtuoso de la economía “la eliminación inmediata del déficit fiscal”. Su propuesta no conmovió a casi nadie, pasó como música ambiental por los oídos de un auditorio que se embelesaba con la reformas estructurales de Ricardo López Murphy.
Los relatos, amén de refrescar una memoria saturada por la abundancia de datos, buscan iluminar una hipótesis: la normativa del déficit cero no es una novedad de pensamiento, ni una bandera de un gobierno popular. Es una vieja fantasía de los sectores más rancios del establishment económico y su concreción actual no debería explicarse sólo en función de variables económicas. También las hay políticas.
En el primer semestre del 2000 sus mentores no podían imponerlo porque, bien o mal, había política. La Alianza estaba en el Gobierno, y mantenía la aspiración (hoy archivada) de revalidar su desempeños electorales de 1997 y 1999. El Frepaso, a trancas y barrancas, con Carlos Alvarez a la cabeza aspiraba a conservar una pátina popular y progresista en el Gobierno, objetivo que compartían algunos radicales que revistaban en el Ejecutivo con Federico Storani a la cabeza.
Que Santibañes haya impuesto sus ideas sin necesidad de tener un pied à terre en el Gobierno ratifica la certidumbre de la creciente decadencia argentina: un país que no tiene política monetaria desde hace una década, que avanza a paso redoblado hacia no tener moneda y hace un rato que no tiene política, a secas.

La soga en la casa del ahorcado

Dicen que es de mal gusto mentar la soga en la casa del ahorcado. La imagen viene a cuento si se transitan la Rosada, el Congreso o Hacienda y se señala la endeblez de la política económica oficial. Todo el mundo sabe que Domingo Cavallo está desnudo, pero guay de decirlo. El diario que, cuenta la leyenda, le escribían a Hipólito Yrigoyen era una tarea de preescolar, comparado con la versión edulcorada de la realidad que urden algunos funcionarios y numerosos medios. La fuga de depósitos bancarios no se menciona, salvo cuando aminora. Las incongruencias del equipo económico, sus errores, son ocultados tras un manto de neblina. La metáfora no es fortuita: seguramente desde Malvinas no hubo un funcionamiento mediático en cadena tan uniforme como falaz.
Fiel a sí mismo, aún groggy, Cavallo despliega su creatividad para el lado que mejor le sale. Esta semana urdió una moratoria a pagar con títulos. La “vendió” como una forma de reposicionar el valor de los bonos argentinos, pero el menos avisado sabe que no habrá –hoy y aquí– sujetos económicos de carne y hueso que salgan a comprar papeles para pagar deudas fiscales. La medida solo favorecerá a los actuales tenedores de títulos, a quienes tengan muchos e inmovilizados, esto es, cuándo no, a las entidadesfinancieras. Una prueba de la precariedad con que se gobierna: el borrador, luego aprobado, de esa norma fue escrito por un grupo de técnicos de FIEL que no integran el equipo económico, “espontáneos” que le acercaron la idea a Mingo y concretaron el viejo adagio “yo la escribo y yo la vendo”.
Las apariciones públicas del ministro saturan y emiten más ruido del aconsejable. Cavallo –lo asumen miembros de su ministerio, de su tropa política y del gabinete– se entusiasmó de más con el viaje de Daniel Marx al norte. Habló demasiado de cuánto dinero necesita, de cuán pronto llegará el colchón financiero a la Argentina. “La puso muy arriba -reconoce un Mingo Boy–, eso no le gustará nada a Marx... ni a los norteamericanos que detestan que se los condicione.”
“No tenemos plan B”, porfían en Balcarce 50 y en Hacienda. Más allá del dislate que significa no pensar en los botes cuando el iceberg está a tiro de piedra, lo terrorífico es que el Plan A es apenas recuperar la posición de hace dos o tres meses. Repasemos: un país sumido en depresión económica desde hace más de tres años, con una desocupación galopante, una paridad cambiaria irreal y asfixiante, un desánimo general, nulo proyecto estratégico. Con un oficialismo que va camino a ser pulverizado en las elecciones y una oposición que tiene incendios propios que atender.

Derecho a tener derechos

“Los miedos contemporáneos, típicamente “urbanos” a diferencia de aquellos que antaño condujeron a la construcción de las ciudades, se concentran en el “enemigo interior”. Quien sufre este miedo se preocupa menos por la fortaleza de su ciudad en su totalidad –como seguridad y garantía colectivas de la seguridad individual– que por el aislamiento y la fortificación de su hogar dentro de aquélla. (...) Vecindarios cercados, espacios públicos rigurosamente vigilados son recursos empleados contra el ciudadano indeseado más que contra los ejércitos extranjeros.” Zygmunt Bauman es un sociólogo europeo, pero su descripción cala bien la realidad de este sur. La fragmentación social, aparte de ser una tragedia de la nación, constituye una estrategia del poder, que realimenta la desigualdad.
El ideal democrático se asienta en la igualdad de oportunidades, pero la realidad de la Argentina global condena a una alta porción de habitantes a desigualdades que le vienen de la cuna. Los que nacen pobres o marginales están signados a un futuro peor que el de otros. Vivirán peor y usualmente menos, vedado tendrán el acceso a los bienes de la cultura, al trabajo, a las vacunas, a conservar más o menos sus dientes. Son mujeres pobres las que mueren en abortos sépticos, son chicos pobres los que sucumben por causas evitables.
La sociedad de clases cede lugar a la de castas. Como en ellas, el nacimiento les signa el futuro. Condenados a la carencia desde la cuna, se procura condenarlos a la invisibilidad. La miseria los aleja de los centros urbanos, la política de sus escenarios públicos.
Así las cosas, en una sociedad mediática de masas, recuperar visibilidad es un imperativo para los débiles. La estrategia piquetera (por ponerle algún mote) es pragmática a fuerza de proponer demandas criteriosas y mínimas pero no se priva de ser ideológica, en el sentido de promover algunos cambios de escenarios. De instalar nuevos protagonistas.
Esos protagonistas recrean una luenga tradición argentina, la de una ciudadanía social convencida de que donde hay una necesidad hay un derecho. Ser ciudadano, interpretaron el radicalismo, el peronismo, las surtidas izquierdas no es un mero acceso a rituales electorales. Comporta el derecho de reclamar con algún éxito ante el Estado una serie de standards mínimos. Los piqueteros –tiene explicado María del Carmen Feijóo– se autodesignan “sujetos de derecho, capital democráticamentedistribuido en nuestra ciudadanía sobre el que usualmente no se repara y que es, aún hoy, el anclaje contra un orden excluyente”. Como diría Hannah Arendt, “el discurso del derecho a tener derechos. Es como un milagro: aún con ese nivel de pobreza luchan por estar adentro”. De la economía y también de la política. Antes que el acto en la Plaza de Mayo, compartido con representaciones sindicales que le dieron consistencia numérica, fue la marcha de los piqueteros de Liniers hasta la Pirámide de Mayo el hecho social potente de la crónica de esta semana. Los ciudadanos, pobres de solemnidad pero dignos en su reclamación, que transitaron Rivadavia hacia abajo, todo un tour entre barrios de clase media porteña, lograron hacerse visibles. Cara a cara, sus pares de mejor fortuna (sí que no mucha) los trataron con respeto y tolerancia. La crónica y las encuestas, por una vez, coincidieron: el rechazo a los diferentes bajó drásticamente. Organizados, no violentos e incluso, por esas vueltas de la historia, menos altivos y desafiantes que los protagonistas sociales de la Argentina pretérita le dieron pelea a la invisibilidad que propone un modelo injusto y al odio, hijo de la inseguridad que acosa a todos los ciudadanos y que -por falta de una ideología que ordene su visión del mundo– los encona con sus iguales y sus aliados virtuales antes que contra los (remotos) responsables de sus desdichas.
Gandhiana fue la protesta, sensata la pasividad gubernamental. A Patricia Bullrich le cupo un rol de halcón diluido: envió una pléyade de inspectores a conseguir desmadejar algunas organizaciones sociales. Esa, no por irrisoria menos lamentable, persecución de perejiles fuerza inevitables comparaciones. Preguntarse qué logros habrán alcanzado dichos inspectores puestos a corroborar la evasión patronal. O las metas conseguidas por Bullrich en materia de previsión de accidentes laborales. O por qué la libido de la gestión De la Rúa no se excita más en la AFIP. Este diario informó que Economía maquina cebarse con los deudores de medio pelo dejando a un lado, como viene haciendo con todo éxito desde que asumió, cualquier acción contra los grandes evasores.

Un carisma en acto

Le puso su cruz en el pecho a la diputada Graciela Ocaña. Habló en primera persona del singular, poniendo el cuerpo a cada una de sus denuncias. Se rió de sus límites personales, evocó a sus parientes, lloró ante las cámaras. Fue profética en la denuncia, en la designación de sus aliados, en la de sus amigos, en la diatriba contra quienes no le creyeron ni la acompañaron. Seguramente es la política argentina que mejor ha leído a Max Weber y sabe que –como nunca– representó en vivo y en directo a un líder carismático en acción.
Puestos a formular una síntesis –que seguramente la propia Elisa Carrió haría mejor– digamos que Weber, padre de la sociología moderna, estudió y tipificó las formas de legitimidad, entendiendo por tales los modos en que una persona puede obtener obediencia de otras sin hacer uso de la fuerza. Tipificó tres: la surgida de la ley, la que nace de la costumbre y la carismática. Las dos primeras suponen un orden preexistente y aceptado. La tercera brota cuando hay una crisis, cuando ni la ley ni la tradición concitan obediencia. Emergen entonces los líderes surgidos no del pasado, ni de las estructuras dominantes, sino ungidos por sus propias dotes.
El líder carismático es, en buena medida, una creación permanente. Sin anclaje en lo establecido, está sujeto a una continua evaluación, necesitado de revalorizarse a través de sus gestos, puesto a prueba continuamente. Como Cristo en los Evangelios, el profeta o el Mesías no solo enuncia un mensaje, le añade pruebas constantes.
Cronistas distraídos, perezosos o ignorantes suelen asociar “carisma” a “irracionalidad”, en puridad es la respuesta a los cambios de orden, a los baches de lo dado. Figuras de ruptura, empero, los carismas perduran siimponen su lógica al conjunto. En tal caso, más pronto que tarde, proponen su propia tradición y su propia ley.
Carrió está persuadida –y lo viene fundando elocuentemente– que la Argentina vive una etapa de fin de régimen, algo mucho más denso que un cambio de partido en el poder o de programa económico. Su denuncia de la “matriz mafiosa del Estado” pretende ser algo cualitativamente diverso a la denuncia de corrupción estatal. No se impone probar chanchullos más o menos perversos sino el fin de un paradigma, la inviabilidad futura de un estadio histórico.
Aunque la legisladora chaqueña tuviera en su magín una lectura de la realidad más convencional, cabe reconocer que el giro que impuso a la investigación sobre lavado de dinero transgredía largamente los objetivos de cualquier comisión parlamentaria. La sola idea de cruzar todos los datos sobre la operatoria privada-estatal en la década del ‘90 trasunta una ambición fenomenal. Ambición que, desde el vamos, era imposible plasmar in totum con las limitaciones propias (logísticas, de tiempos, de alianzas políticas) y en el estricto marco de una comisión de Diputados. Si se la mide con ese vara, no parece que haya cumplido del todo con su cometido. Como poco, le quedan datos por incorporar, pruebas por cruzar, estigmas que corroborar. Es difícil aceptar que no haya concedido a sus compañeros de comisión tiempo material para leer el informe antes de firmarlo. Tampoco es tan sencillo dar por probadas todas las vinculaciones que mencionó, las culpas que repartió. Pero, como poco, arrojó un misil respecto de cómo funcionaron política y economía en estos parajes, puso en la mira la real diferenciación de los partidos políticos. Y habló como hace un rato que no se habla de la historia, de los dolores, de las luchas populares, de (y para) las aguerridas mujeres argentinas.
Para comprender a un protagonista en política es preciso tener en cuenta sus propias premisas. Las de Lilita describen un escenario que evoca la clásica definición de Antonio Gramsci sobre lo viejo que no termina de morir y lo nuevo que no termina de nacer. Según su cuadro de situación la denuncia es parte de un programa porque previene la inminencia de un terremoto. Se ganó un sinfín de enemigos poderosos. Desdeñó la lógica de la suma parlamentaria porque, carismática de libro, se juega a su diálogo directo con la gente del común. No es poco lo que arriesgó, no son menudas las peleas que emprendió, máxime si se las compara con la mezquindad posibilista con que se hacen política y economía en la Argentina.
Qué saldo dejará en el futuro en los tribunales la asombrosa conferencia de prensa de anteayer es todo un enigma.
Tampoco puede predecirse si podrá Carrió vertebrar una real alternativa política. Un dato en su contra: hasta ahora viene cosechando en el terreno más fértil de la política. Viene siendo mucho más fácil prosperar como opositor, puesto en fiscal de los otros, que proponer coaliciones de gobierno y programas acordes.
Uno a su favor: su diagnóstico se apega –desde hace rato y cada día más– mucho más a la realidad que las lecturas de quienes (oficialistas y opositores) gobiernan estas asoladas pampas

 

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