Por Julio Nudler
A fuego lento siguió
cociéndose ayer en una tórrida Washington el nuevo paquete
de auxilio con que el Fondo Monetario permitiría a la Argentina
evitar la cesación de pagos, al menos por un tiempo. La nutrida
misión despachada por Domingo Cavallo quien, según
suponen muchos, no viajó porque en el FMI le tienen tirria (¡también
allí!) permaneció ayer diez horas y media en la sede
del organismo multilateral, marcando así todo un record histórico,
si se tiene en cuenta además que se trataba de un sábado,
y para colmo de agosto, el mes en que normalmente no queda nadie atendiendo
ningún mostrador. Al cabo de la jornada, Daniel Marx, con su habitual
estilo reticente y elíptico, afirmó que las negociaciones
habían descripto un veloz avance, pero rehusándose
a cuantificar la asistencia adicional que obtendrá el país
y a mencionar plazos. Dijo que no hablaría de números porque
no es el momento, mientras sigue circulando como cifra probable
la de unos 8000 millones de dólares, equivalentes a tres cuotas
de la Argentina en el organismo. A este guarismo habría que añadir
no menos de 2000 millones de dólares del seguro antifuga que Pedro
Pou, entonces presidente del BCRA, contrató en 1997 con bancos
internacionales. Es notorio que el siniestro ha ocurrido (desde el 4 de
julio se fueron 8600 millones de los bancos), pero la cobertura no se
efectivizó. El Fondo también quiere incorporar un compromiso
de la banca privada a mantener (o rehabilitar) las líneas de crédito
comercial para las entidades que operan en la Argentina, sean filiales
o bancos ajenos como el Nación, el Provincia y el Galicia. Como
para enfriar las expectativas, Marx advirtió que esta negociación
podría extenderse durante varias semanas.
En concreto, la Argentina está elaborando con el Fondo un nuevo
programa, diferente de aquél que sirvió de base para la
obtención, por parte de José Luis Machinea, del blindaje
en enero de este año. El secretario de Finanzas, que lo era entonces
y lo sigue siendo, e incluso lo fue durante el interregno de Ricardo López
Murphy, aclaró ayer que ese programa, todavía vigente, será
profundizado, con metas algo más ambiciosas,
todo lo cual sólo significa que el ajuste será más
duro, como resulta obvio tras la sanción de la ley de Déficit
Cero. Un indicio del progreso de las gestiones fue el ingreso de Stanley
Fischer, subdirector ejecutivo del FMI y supuestamente amistoso hacia
la Argentina, quien a las 17.30 se sumó a las tratativas. El hecho
llevó a inferir que a nivel de los técnicos, incluyendo
a Tomás Raichmann y Claudio Loser, se habían logrado ya
consensos importantes.
Ahora la incógnita se traslada a mañana, cuando reabran
los mercados sin que haya habido fumata blanca en Washington. Sin embargo,
es para todos evidente que existe un salvataje en camino, in the pipeline,
como dicen en inglés. Esto hace creer a los analistas que, salvo
que hoy sobrevenga algún hecho desagradable, la buena tendencia
de la semana pasada, que culminó con una baja del riesgo país
a 1392 puntos, no debería revertirse, o por lo menos no significativamente.
En realidad, la demora argentina en confirmar los presagios de impago
de su deuda y colapso conspira contra el negocio de los especuladores
que se jugaron al escenario catástrofe.
Los apostadores que, como se dice en la jerga financiera, están
cortos o vendidos, atraviesan momentos de histeria al ver cómo
se recuperan las cotizaciones de los bonos argentinos. Desde el
jueves empezaron a cerrar posiciones y recoger el barrilete, describió
un operador local. Quienes tomaron títulos en alquiler para venderlos,
cuando tengan que devolver los papeles que esperaban recomprar abajo
sufrirán una pérdida equivalente al vertiginoso devengamiento
de intereses de estos papeles. El comprador, en cambio, embolsará
la jugosa renta que va destilando el cupón. Sin embargo, la falta
de anuncios concretos, indicio elocuente de una negociación pesada,
es una amenaza pendiente sobre el valor de la deuda nacional. La desconfianza
puede reaparecer en cualquier momento. El Fondo, no obstante, mantiene
el pie en el freno porque no puede arriesgarse a socorrer a la Argentina
con una nueva inyección de dinero, esta vez como una transfusión
para el anémico sistema bancario, enervado por la fuga de depósitos,
y encontrarse dentro de pocos meses quizás antes de fin de
año con que el país igual sucumbe. Esto tampoco sería
potable para la administración republicana, cuyo guiño está
detrás de la predisposición del FMI. Luego de haber hecho
campaña contra los paquetes de rescate, halcones como Paul ONeill,
secretario del Tesoro, y John Taylor, su segundo para los asuntos internacionales,
no pueden permitirse apartarse de su discurso para involucrarse en una
chapuza.
La bolilla más difícil del examen que están rindiendo
Marx y sus acompañantes en la capital imperial con el agregado
ayer de Horacio Liendo, en su impreciso carácter de asesor externo
y cerebro de Economía es la del programa fiscal, que incluye
los números para este segundo semestre y el proyecto presupuestario
para el 2002, que debería ingresar al Parlamento dentro de apenas
un mes. Impuesta la regla del Déficit Cero, para presupuestar el
gasto del Estado hay que estar en condiciones de predecir con fundamentación
técnica la recaudación impositiva futura. En este
sentido, la desastrosa cifra de julio complica el trazado de un dibujo
creíble. La recaudación depende básicamente de dos
variables de incierto recorrido: las tasas de interés y el (de)crecimiento
de la economía. El punto de partida son tasas enloquecidas y depresión
en la actividad. El gasto, una vez establecido el principio de caja, es
tan sólo una variable dependiente.
El gran temor de todos es que, aun con un relativo veranillo financiero
tras el anuncio de la eventual ayuda, la economía no se desatasque
y los mercados sigan lacrados para la Argentina hacia fines de año.
Esto significaría la imposibilidad de afrontar los vencimientos
de capital que se operen a partir del 2002, y obligaría a reestructurar
la deuda. Esta incertidumbre no dejará de pesar aunque venga el
nuevo balón de oxígeno del FMI, y constituirá a su
vez una fuerte traba para la reactivación y para la reapertura
del crédito público. Para convencerse de que no habrá
default ni otros infortunios asociados, los agentes económicos
querrán ver algo más que un contenedor lleno de dólares
a préstamo.
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