Por Martín
Piqué
Libertad a los luchadores
sociales, repiten los piqueteros en cada una de sus protestas, ya
sean marchas, actos o cortes de ruta. El reclamo, que aparece invariablemente
en todas las consignas, revela una situación problemática
para las organizaciones de desocupados: desde que los piquetes se difundieron
como forma de lucha, muchos manifestantes fueron detenidos, otros cuantos
fueron procesados, y las causas penales se convirtieron en una amenaza
cotidiana para los que aún están libres.
El caso de Emilio Alí preso en la cárcel de Batán
es uno de los más conocidos, aunque los incidentes de General Mosconi,
y la represión de Gendarmería del 17 de junio, trasladaron
la atención al norte de Salta, donde el juez federal Abel Cornejo
abrió una causa penal contra los desocupados que cortaban la ruta
34. Una semana antes del enfrentamiento entre piqueteros y gendarmes que
causó dos muertes, Cornejo ordenó varias detenciones bajo
los cargos de apología del delito, sedición, interrupción
de los medios de comunicación y de transporte terrestre.
Entre los detenidos se encontraba José Barraza, empleado de la
empresa de energía eléctrica Trasnoa, afiliado al sindicato
de Luz y Fuerza de Córdoba y dirigente del Partido Obrero.
Según el juez Cornejo, Barraza formaba parte de un grupo que
quiso ir a tomar las vías alternativas para impedir el paso
de los transportes que no podían utilizar la ruta, y por eso fue
arrestado junto a otros dos militantes, Carlos Gil y César Raineri.
Actualmente, los tres siguen presos en las cárceles de Salta. Sin
embargo, el controvertido proceso que los llevó a prisión
fue muy criticado por el Colegio de Abogados de la provincia, que reclamó
al juez Cornejo la revisión inmediata de lo actuado:
Manifestamos nuestra más profunda preocupación ante
la decisión tomada en ese fuero de denegar la excarcelación
de los nombrados, a pesar de encontrarse reunidos los requisitos legales
para ello; generando con el mero voluntarismo de los jueces actuantes
una situación de verdadera inseguridad jurídica, cercenando
la garantía de libertad individual protegida por nuestra Constitución
Nacional, dice textualmente el comunicado del 26 de julio último.
Dos meses después de aquellos acontecimientos, Página/12
pudo entrevistar a Barraza luego de sortear varios obstáculos burocráticos
impuestos por el Servicio Penitenciario Federal.
El 5 de agosto cumplo dos meses de detención. Primero estuve
en un escuadrón de Gendarmería y a los 15 días me
trasladaron al Penal de Villa Las Rosas contó a modo de presentación.
¿Por qué lo detuvieron?
Por pertenecer a una organización de desocupados que sólo
pide trabajo y mejoras salariales, me detuvieron cuando iba a una reunión
con obreros de la construcción.
¿Cómo son las condiciones de su detención en
la Penitenciaría?
Tenemos un régimen similar al de un preso común, salvo
que solicitamos aislamiento por razones de seguridad, porque nos consideramos
presos políticos. A las 7 de la mañana nos dan mate cocido.
De 9.30 a 11 tenemos recreo en un patio, donde vamos con Raineri y dos
presos, Marcelo y Pablo, sólo los cuatro porque estamos en un pabellón
de aislamiento. El almuerzo es a las 12.30, el recreo a las 13.30, y a
la 19 tenemos la cena. En medio de eso, nos informamos sobre lo que pasa
afuera, y yo escribo y respondo correspondencia.
Su abogada denunció que la Gendarmería torturó
a varios detenidos.
Yo no fui torturado físicamente, pero los compañeros
apresados durante el conflicto fueron brutalmente torturados. El caso
más aberrante es el de un chico discapacitado (Contreras) que no
podía dormir en las noches. Se la pasaba gritando: nos comentó
que en el Escuadrón de Tartagal le dieron ropa nueva y zapatillas
porque estaba bañado en sangre.
El miércoles pasado, en la Plaza de Mayo, se reclamó
el desprocesamiento de los luchadores populares. ¿Qué
le pareció?
El reclamo de todos los piqueteros del país, de las diferentes
organizaciones nacionales y extranjeras que van desde las políticas,
de derechos humanos, y entidades que nuclean a abogados y juristas, por
nuestra libertad, y además denunciando las arbitrariedades de la
Justicia salteña, no sólo que nos dan fuerzas sino que ponen
al desnudo que la nuestra es una lucha justa. No somos presos, sino rehenes
del Gobierno. En todo el país piden por Emilio Alí, por
Castells y por nosotros.
¿Cree usted que el gobernador Romero y el gobierno nacional
tuvieron algo que ver con su detención?
Las responsabilidades de ambos gobiernos pasan no sólo por
mantenernos injustamente presos sino por la falta de atención a
una tierra tan rica que sólo lucha por condiciones de vida digna.
Esta responsabilidad que apunta a escarmentar al movimiento piquetero
cueste lo que cueste.
¿Qué piensa de las acusaciones de violentos
que parten del Gobierno?
La mayor violencia la ejerce el gobierno que reduce salarios, ajusta
a los trabajadores y permite que se mueran 55 chicos por día.
Por Jorge Giacobbe *
Entre razones y métodos
Los piqueteros argentinos son una fenomenología cultural
tan novedosa e impactante que han logrado desconcertar y confundir
a los analistas más lúcidos de la política,
del periodismo y de la lógica empresarial, quienes evidencian
dificultades manifiestas para ubicarse respecto de ellos.
Son invitados a los programas de televisión en carácter
de rara avis, para ser amablemente reprendidos por personas
bien entrazadas y leídas, que les indican hasta dónde
debería llegar la travesura. En algunas radios
se intenta asociarlos a experiencias violentas del pasado, a líderes
internacionales de izquierda, a manejos económicos espurios,
etc.
En los diarios sus movimientos son reflejados con un temor que muchas
veces se viste de miedo. Sin embargo, hasta hoy no se ha demostrado
su participación en agresiones a bienes particulares o en
hechos con armas de fuego. Algunos especialistas de la ley y también
los representantes del Gobierno explican con razón
que su metodología, cortar rutas, es un delito penado por
la Constitución. Más cierto, imposible. Tan cierto
como que cuando se redactó la Constitución no había
14 millones de personas viviendo por debajo de la línea de
pobreza, con una tercera parte de ellos en situación de indigencia,
y que en aquel tiempo se creía que el Estado debía
asegurar trabajo, salud y educación a todos los habitantes
del país.
También es cierto que hasta pocos años atrás
las demandas sociales se canalizaban mayoritariamente por vía
de partidos políticos y sindicatos. Pero ya no es así.
Actuaciones infelices de unos y otros han provocado que algunos
núcleos de reclamantes ya no confíen en sus eficacias.
En medio del desconcierto de los más notorios opinantes,
la opinión pública piensa que sus reclamos son más
que justificados, pero no aprueban sus métodos. No obstante
entre una comprensión y otra (razones y métodos),
la población no los agrede, ni los mandaría presos,
así como tampoco les provee concurrencia. Creo que buena
parte del desconcierto que nos abarca se debe al brutal cachetazo
que su exhibición nos provoca. No han producido violencia
física ni armada, no se visten como nosotros, comen de ollas
comunes, viven con monedas y aguantan. No es lo que esperábamos,
no es lo que pasó antes. Me parece que lo único que
no debemos hacer es negarlos, ni tratarlos como a bichos raros ajenos
a nosotros. Ellos son la foto de la cara ineficaz, corrupta, evasora
e injusta de la Argentina que fuimos capaces de construir y que
aún toleramos. Hay que sacarlos de las rutas, pero en dirección
de fábricas y empleos. Cuanto menos hay que incluirlos. El
tiempo no sobra.
* Presidente de Jorge Giacobbe & Asociados. Consultores.
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Por Alfredo Bravo *
Cosas de Crottos
El vagabundo es un andariego al que, por una caprichosa asimilación,
los argentinos llamamos croto. Originariamente, este término
designó al cosechero que se desplazaba gratuitamente por
la inmensa geografía nacional a bordo de vagones ferroviarios
de carga en busca de conchabos estacionales. Tal prebenda
se la confería la Ley Crotto impulsada en su momento por
el radical, estanciero y prominente dirigente ruralista José
Camilo Crotto, quien seguramente a su pesar aportó
su apellido para enriquecer el argot popular. Aunque existía
una diferencia sustancial entre el vagabundo (persona vacía
de quehaceres) y el cosechero (proletario rural), ambos necesitaban
transitar libremente: el primero para mantener su identidad nómade,
el segundo para asegurarse la subsistencia.
Para Crotto, como para sus cofrades terratenientes de la Argentina
agroexportadora, garantizar el libre tránsito de los crotos
auténticos era primordial: de ello dependía que llegaran
puntuales a sus campos para recoger los frutos de la tierra. En
el mismo ámbito corporativo que Crotto supo trajinar, el
sábado último y durante la inauguración oficial
de la muestra ganadera de Palermo, su descendiente Enrique, actual
presidente de la Sociedad Rural Argentina, revivió aquel
desvelo por el derecho a transitar cuando arengó a los presentes:
No podemos aceptar en silencio que grupos de piqueteros, más
allá de la posible validez de sus reclamos, corten impunemente
las rutas argentinas y nada se haga para impedirlo.
Los piqueteros, se sabe, no son vagabundos. Si como ellos son personas
vacías de quehaceres, se esperanzan en que esa condición
sea transitoria y en que un gobierno sensible la revierta. Tampoco
viajan hacia los campos sembrados, ya que hoy día la cosecha
casi prescinde de la mano del hombre. Son, en cambio, seres afincados
a la vera de rutas que no conducen al empleo anhelado. Por el contrario,
ven en ella al lugar del territorio nacional que eligieron para
permanecer y asociarse con sus iguales con el fin útil de
peticionar a las autoridades que se les reconozca el derecho de
trabajar y ejercer toda industria lícita. En fin, para hacer
uso de buena parte de los derechos que reconoce el artículo
14 de la Constitución a todos los habitantes de la Nación.
Derechos similares reclaman muchos hombres y mujeres del campo cuando
complican el tránsito con sus tractores y camionetas en reclamo
de reivindicaciones que, por sectoriales, no dejan de ser justas.
Derechos similares reclama el movimiento Mujeres en Lucha cuando
impide concretar las ejecuciones judiciales de sus campos en beneficio
de la usuraria banca acreedora. Derechos similares reclaman los
productores que malvenden sus establecimientos al capital concentrado
y se convierten en desocupados urbanos. Derechos similares reclaman
los propietarios de tierras anegadas en la Cuenca del Salado ante
la indiferencia de un gobierno que privilegia intereses menos urgentes.
Nada de esto puede ser ajeno al entendimiento de Crotto El Joven.
Sin embargo, en su arenga de la Rural parece añorar los tiempos
en que Crotto El Viejo gobernaba Buenos Aires y confería
al patrón y a un vecino ponderado de la localidad la facultad
de sellar el destino laboral del cosechero al certificar su buena
o mala conducta (Decreto Nº 3 del 7 de enero de 1920); los
tiempos en que a la oligarquía le bastaban cuatro gritos
para imponer su orden.
Desde esa añoranza y con tono de casta, Crotto El Joven reclama
a sus colegas rurales que no acepten en silencio la acción
de los piqueteros. La consigna recuerda a las que en tiempos de
Crotto El Viejo se lanzaba desde los coquetos salones patricios.
Por entonces, los piqueteros no existían, había en
cambio una chusma revoltosa que en los talleres de Vassena
o en los campos patagónicos de los Menéndez y de los
Braun amenazaban los privilegios de los que habían hecho
fortuna mirando pastar a las vacas. Había también
un presidente que nada hacía para impedirlo y al que los
patricios presionaron hasta que ordenó a la Policía
y al Ejército quecumplieran con su deber, enigmática
expresión que los uniformados develaron rápidamente
como mandato para reprimir salvajemente.
Hoy, las palabras y el sentir de Crotto El Joven resultan desactualizadas.
A la verdadera gente del campo, la producción de commodities
desvalorizados apenas le alcanza para sobrevivir tras pagar los
altos intereses de su inevitable endeudamiento. A la verdadera gente
del campo no le queda privilegio por preservar que los piqueteros
amenacen.
Mal orienta Crotto El Joven a quienes pretende representar si les
señala a los piqueteros como enemigos. El presidente de la
Sociedad Rural parece no comprender, que tanto los padeceres de
los hombres de campo como la desesperación de quienes cortan
las rutas en reclamo de trabajo, se originan en un modelo económico
donde la especulación no deja lugar a la producción.
Hoy se acusa a la dirigencia de no estar a la altura de las circunstancias.
Crotto El Joven parece darle la razón a los que así
piensan.
* Diputado Nacional. Partido Socialista Democrático.
ARI
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