Por Horacio Cecchi
Viñetas de una vida
en saltos: en la tira Poliladron, Diego Peretti actuaba como
el Tarta. El rol no estuvo mal. El error, o desliz, pasaba a su alrededor.
Cuando el Tarta hablaba ocurría lo que en la realidad nunca pasa:
tartamudeaba y sin embargo lo miraban a los ojos, cosa recomendable pero
jamás cumplida. Más viñetas. Durante las entrevistas
que mantuvo este diario, sostener la mirada y no completar frases interrumpidas
fue un ímprobo ejercicio para el cronista. No fue el único.
El primero fue lograr concertarlas. Los contactos se fueron frustrando
por un solo motivo: la tartamudez es un padecimiento privado que se sufre
en público. Pero de los 700 mil tartamudos del país según
cifras de la Asociación Argentina de Tartamudez, no más
de dos deben estar dispuestos a hablar de sus problemas al hablar, y menos
para un medio periodístico. La AAT abrió una inmejorable
oportunidad para despacharse de problemas, prejuicios y técnicas:
en mayo próximo realizará el primer congreso latinoamericano
dedicado al tema. Minucias de color: un tartamudo demora diez veces más
en expresar una idea. En las facturas de teléfono se nota. En Europa,
las telefónicas redujeron las tarifas de los tartamudos. Acá,
cuando desde la AAT les piden el mismo descuento, los que tartamudean
son los funcionarios.
Hasta la última década del milenio pasado, cuando una madre
preocupada llevaba a su hijo de tres o cuatro años al pediatra
y le decía me parece que tartamudea. A veces no termina de
decir algo y se traba, y hace fuerza para hablar, el médico
le respondía: Es común, señora, no se preocupe.
Ya se le va a pasar. Hoy, alrededor de 700 mil tartamudos según
la Asociación Argentina de Tartamudez, el 2 por ciento de la población
sufre el problema son mudos testigos del consejo. Y lo de mudos
no es gratuito: en el 95 por ciento de los casos, la tendencia es a ocultar
el problema, que reside nada menos que en el habla.
En realidad, la tartamudez tiene un origen aún difuso. Hay cierto
debate de los especialistas. Hay quienes sostienen que la cuestión
es localizable físicamente y otros que afirman que en el cuerpo
es donde se ponen trabas de otra índole. En la AAT, hegemoniza
la primera posición. En los años 90, en Francia, se
cambió la perspectiva con un estudio muy profundo sobre el sistema
motor del habla, sostiene Claudia Díaz, fonoaudióloga
especializada en el tema e integrante de la AAT en el área de prevención
y difusión. Se realizaron cientos de tomografías cerebrales
en pacientes con disfluencia (nombre técnico del tartamudeo) y
pacientes sin ella. Se determinó que en los casos de disfluencia
había una disminución en el bombeo de sangre al área
motora del habla, en el hemisferio izquierdo. Y que el hemisferio derecho
es el que reemplaza la función, con un sobreesfuerzo.
En la actualidad agrega Graciela Fiocca, también fonoaudióloga
especializada e integrante de la misma área, la detección
temprana, hasta los 6 años, es solucionable. Después, no.
De todas formas, con diferentes ejercicios se puede sobrellevar el problema.
Lo que más importa es que la vida no se detenga.
¿Cómo se descubre, o mejor, cómo lo descubren los
padres? Signos de tensión, el chico empuja las palabras, repite
más de tres veces una misma palabra. Hay chicos que no repiten,
pero lo manifiestan de mil formas describe Díaz: golpean
el puño en la mesa, otros se dejan blancas las rodillas de tanto
pegar contra la pared, se enfurecen, se les tensa el cuello.
Darse tiempo
Miriam se llama Lobato, no oculta su apellido. Tampoco se esconde de su
tartamudeo. Lo expone, lo impone al otro. Hablar bien pregunta.
¿Qué es hablar bien? ¿Quién habla bien?
Y es notable lo que ocurre entonces: ella y su tartamudeo desaparecen
y ahora es su interlocutor quien se escucha en sus propias imperfecciones.
Miriam ingresó a los grupos de autoayuda de la AAT como una más,
empeñada en curar de una buena vez sus trabas. Ahí dentro
supo que la cura no es la cura sino aprender a convivir con su tartamudeo.
Después fue propuesta como coordinadora está al frente
de tres grupos. Y es vicepresidenta de la asociación.
No fue fácil acceder a la entrevista. En Miriam se concentran dos
particularidades resumidas en una: es vicepresidenta de la Asociación
Argentina de Tartamudez. Y es tartamuda. Prefiero no hacer un show
de todo esto, confesó primero. Finalmente, aceptó
el riesgo aclarando: Antes no hubiera hablado para una entrevista
con alguien que no conociera. Antes en la vida de Miriam
significa toda su vida hasta su ingreso a los cursos de autoayuda de la
AAT, hace un par de años.
Antes, en mi casa si sonaba el teléfono, miraba a todos lados
buscando si había otro, mi mamá, mis hermanos. Quería
que atendieran ellos. Si no había nadie, no había remedio.
Pero tardaba mucho en levantar el teléfono. Para evitar el
engorroso trámite, sin darse cuenta, fue poniendo en práctica
un giro que suavizara su tartamudeo: Usaba el Sí, hola.
Empecé a atender así, me resultaba más fácil.
No es que estuviera recluida. De chica hice danzas, natación,
me mandaban a la colonia. En mi familia me apoyaban y mi mamá quería
que de alguna forma estuviera relacionada. En esos grupos a lo mejor no
hablaba, pero me relacionaba a través del juego. Ahora, con el
entrenamiento y los conocimientos que tengo, me parece mentira que a los
15 me hubiera animado a dar clases de catequesis. Hacía mucho esfuerzo
por hablar. Después, claro, terminaba en la lona.
Miriam está convencida de que para los tartamudos el tiempo y los
otros son un dilema. La actitud del otro influye. Si te pide que
hagas todo rápido, si te exige y te impone su velocidad, y quedás
pegado, no hay forma que puedas resolver nada. Pero yo pregunto: el otro,
¿por qué tendría que saber lo que es la tartamudez?
Mucho del problema tiene que ver con que los otros no están informados.
Y mientras nosotros no lo digamos, no pidamos cosas, no vamos a ser reconocidos.
Coordina tres de los siete grupos de autoayuda que existen en el país.
Es un lugar para compartir experiencias. Reconoce que la mayor
parte empieza como empezó ella: Creyendo que el grupo me
va a curar. Pero todo es de a poco. Hay que darse tiempo para pedir tiempo,
hasta para decir fuera del grupo que estás en el grupo. A mí
me pasaba que empecé sin decir nada a mis amigos de afuera, hasta
que empezaron a preguntar qué hacía a determinadas horas
que nunca estaba. En los grupos, aunque parezca mentira, una de las cosas
que más cuesta es hablar frente a frente con otros tartamudos:
a nadie le gusta verse reflejado en el otro. Después, terminás
escuchando que uno, pasado un tiempo, empieza a darse cuenta de los cambios
y un buen día se aparece eufórico, diciendo: Hoy me
animé a hablar por teléfono. Era el cumpleaños de
un amigo y lo llamé para saludarlo. Algo tan insignificante
para cualquiera, para nosotros es un éxito.
Un día después de la entrevista, sonó el teléfono
del cronista. Era ella. Hablaba por encima de sus miedos, en su papel
de vicepresidenta, para pedir encarecidamente si se podía mencionar
que el 7 de setiembre, en la sede de la AAT, se realizará el primer
encuentro de personas que tartamudean.
Sin apoyo
En el país, el abordaje especializado de la tartamudez es reciente:
la asociación tiene apenas cinco años. Fue creada por Beatriz
Touzet, una especialista muy reconocida en el exterior. Tanto que en el
último congreso internacional, realizado el mes pasado en Bélgica,
asistió invitada especialmente después de un pequeño
problemita: la AAT no encontró apoyo de ninguna clase desde el
Gobierno. Cuando los organizadores se enteraron de que no asistía
por problemas económicos,Touzet empezó a recibir mails de
todo el mundo, incluso desde China, sorprendidos por la falta de apoyo.
El apoyo interno no lo consiguió, pero Touzet recibió algunas
facilidades desde el exterior. Era la única representante argentina,
frente a delegaciones de entre 5 y 10 personas por país.
La falta de apoyo no sólo es oficial. También privado. Mientras
que en Europa las telefónicas reconocen un descuento en las tarifas
de los disfluentes, en Argentina las tratativas avanzan con interrupciones
y repeticiones: Llame de nuevo la semana que viene, o el
encargado salió del país y vuelve en 15 días,
son las respuestas más comunes, desde hace un año al menos.
Según las especialistas, quien tartamudea organiza interiormente
una estrategia para resolver el problema. Estrategia que no significa
solución sino intento: la verborragia que disimula la repetición;
el uso de determinados giros más solubles para el parlante. Algunos
hasta se cambian el nombre porque les sale más fácil, o
sencillamente se recluye y habla lo menos posible. El problema,
que para nosotros es de origen físico, después se interrelaciona
con el ambiente, la familia, asegura Fiocca. En general, cuando
son chicos, en sus familias hablan todos juntos, en voz alta, no lo respetan
para hablar, y cuando encuentra el espacio lo apuran. La respuesta es
que se traba, no puede poner su idea en palabras.
La burla indiscriminada, el estigma fijado en el apodo de Tarta son los
ejemplos de respuestas más crueles de una sociedad donde la repetición
es un hábito, y no sólo en el habla. Tartamudeos políticos
y ajustes reiterados son una pequeña muestra. Buena parte
del problema es que la sociedad no sabe de qué se trata,
dicen Fiocca y Díaz. El Primer Congreso Latinoamericano de Tartamudeo
y Encuentro de Personas que Tartamudean, a realizarse entre 12 y 16 de
mayo próximo, es un intento de la AAT por hacer público
aquello que se ve, pero se oculta.
Viñeta verídica de cierre: Una mujer llamó
a un veterinario para que viera a su gato enfermo relata Díaz.
El especialista era disfluente y cuando quiso explicar qué pasaba,
empezó a tartamudear. Terminada la consulta, la síntesis
lograda por la mujer consistió en seis palabras a su hija: El
tipo este no sabe nada.
Experiencia en un
hospital
Un tratamiento intensivo que se practica en pocos países
y que tiende a lograr resultados a corto plazo para personas tartamudas
empezó a implementarse esta semana en el Hospital de Rehabilitación
Manuel Rocca, del barrio de Floresta, por un equipo que encabezan
Lucía Martínez Echenique y Laura Busto Marol. El plan,
que se desarrolla también en EE.UU., Canadá y Australia,
plantea un esquema intensivo: los pacientes asisten cuatro horas
diarias durante dos semanas a actividades individuales y grupales.
Nuestra tarea dijo Martínez Echenique es
que la persona disfluente aprenda a controlarlo y que eso no le
interfiera en su vida cotidiana, ya que hasta ahora las investigaciones
en fármacos arrojaron resultados poco prometedores. El tratamiento
lo que hace es brindarle técnicas al disfluente
que le permitan controlar su tartamudez, es decir, hablar
en forma más fluida. La idea es ayudar a producir
el sonido más suave y a tener fonación continuada.
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ALBERTO
Y SU PELEA CONTRA EL TARTAMUDEO
Un nudo en el cuello
Por H.C.
La condición de la entrevista
era aparecer con su nombre cambiado. Entonces, Alberto no se llama Alberto,
pero tiene la traba, como llama él al argumento de
sus preocupaciones. Querés decir algo y se te aparece un
nudo en el cuello, un nudo que sube desde abajo y que cuando querés
decir esa palabra que pensabas decir, no podés... no podés,
y empezás a dar rodeos, se te viene la traba y terminás
diciendo otra cosa que la que querías. Se reconoce como un
tímido, un marginal en el sentido real de quedar
al margen. Y marginal, porque como repercusión de su traba
pasó su adolescencia recluido en la calle, robando y huyendo, sin
necesidad de palabras. Estuvo preso en Caseros. Poco tiempo, pero el suficiente.
Al salir, la misma traba que lo marginó fue el argumento
que modificó su vida. Sigue con su misma voz, pero aprendió
a convivir con su renguera fónica: desde hace unos años
comenzó a abrirse al mundo. Dirige una revista y estudia psicología
social.
Yo no sé si soy tímido porque tengo la traba, o tengo
la traba porque si soy tímido me viene como anillo al dedo,
dice Alberto. Habla pausado, sin levantar la voz. Cada tanto con sus dedos
pellizca sus cejas. Se pregunta por qué la voz y no un problema
en el tobillo, ahí donde no se vea. Emparienta el tartamudeo
con el asma. Para Alberto, en ambas hay algún trasfondo psicológico.
Es como si tuviera dos palabras que quieren salir al mismo tiempo
por el mismo agujero.
Para él, el espacio y el tiempo son dos coordenadas que se tocan
en su tartamudeo. Espacio, porque defender el propio era imposible.
Tiempo, porque a partir de que tomé conciencia de que tengo
un tiempo distinto, empecé a ver las cosas de otro modo. Todo pasa
por tenerse respeto a sí mismo, a respetar el tiempo propio. El
problema es cuando quedás atado a los tiempos del otro, que se
supone que te exige que digas tus cosas rápido y bien y al mismo
tiempo estás escuchando una voz que te dice que sos un tarado que
cómo que no podés hablar y cada vez es peor.
La preocupación de Alberto por el espacio propio tiene sus bemoles:
En la escuela primaria tenía una maestra que sabía
que yo tartamudeaba. Cómo no iba a saberlo. Y la hija de puta siempre
me elegía para pasar al frente a dar oral. Yo, por supuesto, me
trababa y delante de todos ella me decía pe... pe... pero
por qué no terminás de una vez. Los chicos son crueles,
inventaban cantitos, y en mi casa las únicas alternativas que daban
eran pegales o ya va a pasar. Buenos recuerdos.
¿Habrá que preguntar por qué empezó a escapar
de la escuela?.
Después llegó la calle, un mundo marginal, pero mundo al
fin, con sus propias leyes. Tenías una bandita en una esquina,
otra en la otra. No se tocaban las zonas porque si no había pelea.
Yo no estaba ni en una ni en la otra. Circulaba en los aledaños,
como un renegado. Era el perdedor de los perdedores. Es raro, pero eso
me salvó. Porque si sos de los perdedores no estás obligado
a llevar un arma. Igual, para robar no hacía falta hablar demasiado.
Alrededor de los veinte años cayó preso. Fue el infierno,
recuerda. De todos modos, en Caseros los espacios no se ganan con discursos.
El clic vino después. Fue un desafío terrible. La
misma traba fue el motor que me impulsó a mejorar. Empecé
a estudiar psicología social. Ahora, en los exámenes, me
tengo que sentar con un micrófono delante de 150 personas. Es verdad
que estudio mi libreto antes, pero igual es un enorme desafío.
ESTRATEGIAS
DE FAMOSOS PARA ENFRENTAR EL PROBLEMA
Los susurros de Marilyn
Por H. C.
Lo rodea un cardumen de micrófonos,
grabadores, cámaras de televisión. Todos expectantes por
la gran definición. Esperan su palabra, la posición oficial
sobre el grave conflicto fronterizo. El país está pendiente
del conflicto. Los movileros están pendientes de él. Echa
una mirada con aparente displicencia a su alrededor. Aparente, porque
lo que ve no son movileros, ni cámaras, ni grabadores, sino máquinas
atroces que lo apuntan, exigen su palabra de inmediato, encarnan a la
sociedad entera. Hace una pausa mientras toma aire, vuelve a mirar alrededor
y dice: De a uno. Recién entonces el ex ministro argentino
habla. No es el único. Churchill estudiaba sus discursos, Demóstenes
se cubría con oratoria. Marilyn, nada menos que ella, hablaba entre
susurros para no quedar al descubierto. La tartamudez no respeta fronteras,
también la sufren los famosos.
¿En serio? es la respuesta más usual y desnuda
dos suposiciones absurdas del imaginario colectivo: por un lado, la incólume
esencia del ser público. Robarán, serán corruptos,
millonarios. Pero tartamudos, imposible. La segunda revela la concepción
de la tartamudez como un estigma no aplicable a los famosos, bajo el concepto
silogista de que una de dos, o tienen problemas o son famosos.
Pero que los hay, los hay. Sufren el problema en diferente grado y cada
uno establece su estrategia para escurrir el defecto.
El premio anual de la AAT se llama Jorge Luis Borges. Está dirigido
a aquellos que se destacan en su actividad haciendo pública su
disfluencia. El primer premio fue adjudicado al filósofo Tomás
Abraham. La carrera de Filosofía era una meta a vencer: aprender
sobre el pensamiento y transferir sus conocimientos a los demás.
Crudo objetivo para alguien que se sabía tartamudo. Así
como la elección de la carrera de Abraham no fue casual, la del
nombre del premio tampoco. Borges no ocultaba su tartamudez. Estaba
por encima del problema, sostienen en la AAT.
El ex canciller mencionado más arriba sufría el mismo problema.
No estaba por encima, como Borges, pero había adquirido algunas
destrezas ante la presión de las cámaras: sólo elegir
un interlocutor, marcar su propio tiempo y cubrir con una espesa niebla
al resto. La estrategia de Winston Churchill, por la que habrá
derramado sangre, sudor y lágrimas, consistía en elegir
cuidadosa y metódicamente para sus discursos las palabras que no
lo comprometieran ante la multitud.
Marilyn Monroe, su imagen sólo tocada por intrigas y tragedia como
corresponde a una figura mítica, supo envolver con misterio
y sensualidad sus dificultades al hablar: susurraba para ocultar. El padre
Luis Farinello no susurra, pero en varias entrevistas reconoció
que se había incorporado al sacerdocio imaginando que allí
dentro podría pasar más desapercibida su tartamudez. Curiosamente,
las pulsiones llevaron al hombre a tener una voz pública.
Un locutor argentino, que ocupaba las pantallas hace más de dos
décadas, hubiera provocado la sorpresa. Sí. El también.
¿Locutor? ¿Cómo es posible? El desafío por
un lado y las estrategias por el otro lo hicieron. Su secreto: hablar
rápido, tan rápido como para que la trabazón pase
desapercibida. Se dice que también Demóstenes y Moisés
eran tartamudos, aunque la historia suele borrar rastros. Sobre Moisés
podrían interpretarse algunos pasajes de la Biblia como documento:
por él hablaba su hermano Aaron. Sobre Demóstenes, el vestigio
más actual es su homónimo, el minino tartamudo de Don
Gato y su Pandilla.
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