Por Carlos Rodríguez
En el viejo edificio de Rodríguez
Peña al 200, donde en tiempos de la dictadura se redactaron los
primeros escritos en reclamo por la aparición con vida
de los desaparecidos, se vive una escena reiterada que, sin embargo, tiene
un aspecto inédito: dos familias víctimas de la violencia
relatan juntas, como tantas otras veces, sus dolores y la forma en que
tratan de superarlos, sin importar que uno de los dos chicos recordados
por sus padres haya sido, durante unos pocos, pero definitivos minutos,
el rehén del otro. Yo no podía salir de mi casa, llorar
en público por mi hijo, me sentía responsable por la muerte
de Mariano Wittis, de 23 años, el maestro de música
asesinado por la policía el 21 de setiembre del año pasado.
Sin contener las lágrimas, sin dejar de sentirse responsable de
lo sucedido, Ana María Liotto, la mamá de Darío Riquelme,
de 16 años, admite que el primer pésame por
la muerte de su hijo se lo dio Jorge Wittis, el papá de Mariano.
Ahora, las familias del ladrón que robó el Banco
Itaú de San Isidro y de la víctima inocente
tomada de rehén por aquél pasaron a ser particulares
damnificados en una causa común contra la policía,
representadas ambas por el mismo organismo de derechos humanos.
Mi hijo era rebelde, estaba insatisfecho, siempre disconforme y
su perdición fue juntarse con una barra de chicos que vivía
del robo, de la droga. Ana María, quien está acompañada
por su hijo mayor, Jesús, de 22 años, parece vivir poniendo
excusas, desde argumentar que Darío estaba muy mal porque
con su padre estamos divorciados, hasta insistir en que Mariano
Wittis era la víctima y su chico el ladrón
que lo tomó como rehén. A su lado, Jorge y Raquel Wittis
le ponen el hombro y parecen reconfortados en medio del dolor común,
como en una sesión pública de grupos de autoayuda: Darío
llevaba un arma inservible y se había entregado sin hacer ningún
disparo. No quería matar ni morir. Ese día no tenía
que haber habido ninguna muerte, la consuelan.
De esa comunión, extraña en tiempos de inseguridad
y discursos que aconsejan meterle bala a los delincuentes,
se nutre la postura del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) de
impulsar una causa única y de presentar en sociedad un encuentro
inusual, con Página/12 como uno de los testigos. Para el CELS (ver
aparte), el caso representa un ejemplo ostensivo, paradigmático,
pero no excepcional, de los efectos que provoca la promoción de
la violencia institucional como eje de las políticas criminales,
argumentan los abogados Gustavo Palmieri y Rodrigo Borda. En la causa
está preso e imputado, por el doble homicidio, el cabo de la policía
bonaerense Emir Champonois.
Para los padres de Mariano y para la mamá de Darío, el acercamiento
se parece mucho a una luz que orienta a salir del pozo. Ana María
sigue viviendo en Boulogne, partido de San Isidro, a dos cuadras de la
villa Santa Rita, en cuyas noches de cerveza y algo más solía
perderse Darío, con sus impulsivos 16 años. Se iba
por ahí, había baile, mujeres, era su despertar sexual y
no supo manejar las cosas, explica Jesús, el hermano mayor,
que tampoco pudo servir de dique de contención. Antes de asaltar
el Banco Itaú con un amigo, que sería Walter Terry
Ruiz, según la policía, Darío había pasado
unas cuantas noches en institutos de menores. Se lo llevaban detenido
por supuestos robos, en algunos de los cuales participó y en otros
no, pero como sus amigos de la villa tenían antecedentes, se lo
llevaban igual y al poco tiempo lo soltaban.
Ana María lo visitó en un instituto cerca de La Plata cuyo
nombre no recuerda. Los que estaban cuidándolo eran adultos
que tenían actitudes extrañas y en el aire había
un olor raro, a un cigarrillo raro. La mujer dice no entender
cómo pueden dejar a los chicos al cuidado de personas que
no parecen ser las más indicadas. Cuando llegó el
21 de setiembre de 2000, Ana María se enteró de todo por
la tele y después siguió pendiente de los diarios, pendiente
de la historia de Mariano. Un impulso la llevó a participar de
las reuniones que suelen organizar los Wittis para recordar, con música,
al hijo asesinado.
Fui a uno de los actos y me confundí entre la gente. Quería
estar y quería irme. No podía decir quién era porque
tenía miedo de la reacción de la gente. Me animé
a ir porque leía todas las notas sobre Mariano y me encontré
con la carta que escribieron ellos, en la que decían que los dos
chicos muertos habían sido víctimas. Eso me animó,
pero igual tenía mucho miedo. Aunque le duele decirlo, Ana
María sentía vergüenza. Sin embargo, llegó hasta
el final: Esperé a que él (por Jorge Wittis) estuviera
solo y me presenté, le dije que yo era la madre del chico que había
provocado la muerte de su hijo. El me abrazó. No me voy a olvidar
nunca de ese abrazo y me dijo que yo también era víctima.
El fue la primera persona en darme el pésame, fuera de mi familia.
Muchos que fueron amigos de Darío nunca se acercaron a mi casa,
les daba vergüenza venir a saludarme. Ana María llora
y Jorge, sentado a su lado, la consuela pasándole el brazo por
el hombro. Me dijo que los dos éramos víctimas,
repite la mamá de Darío, como repitiendo la fórmula
de un milagro.
Darío había tirado el arma en gesto de rendición.
Murió con la pierna extendida, porque estaba bajando del auto.
Se estaba entregando. Los vecinos de la Villa Uruguay (allí ocurrió
el enfrentamiento) nos contaron que le habían gritado a los policías
para que no los mataran, recuerda Jorge Wittis. Por qué
los vas a matar, no ves que se están entregando, es la frase
que deambula por la cabeza de todos, como un casete que debería
haberse detenido allí, antes de los disparos de 9 milímetros,
certeros, contundentes, que terminaron con el músico lleno de sueños
y con el pibe cercado de dudas.
No hubo disparos ni siquiera del chico que se escapó. ¡Qué
clase de justicia es la que ejecuta la policía! Hay responsabilidad
de los altos mandos, pero también hay gente que está dispuesta
a ejecutar esas políticas aunque eso signifique cometer injusticias.
Jorge Wittis parece enojado, por primera vez durante la charla, y no está
hablando sólo por su hijo Mariano. Raquel Wittis confiesa que ambos
están muy preocupados por Julieta Schappiro, la maestra
jardinera amiga de Mariano que iba al volante del Gol azul acribillado
a balazos por el cabo Champonois.
Ella sigue pensando que es culpable por haberse ofrecido a llevar
a Mariano en su auto, por pasar por la esquina de la villa. Nosotros tratamos
de ayudarla, pero ella está muy encerrada en su mundo, en su familia,
y está sufriendo mucho. Jorge respalda el relato de su esposa
y hasta considera que en cierto modo, aunque son el brazo ejecutor,
los propios suboficiales de la policía están siendo víctimas
de las políticas del Estado. En su crítica también
la apunta a los sectores de la sociedad que apoyan las políticas
de mano dura. Nadie se puede quedar cuidando su quintita. Nadie
está libre de ser una víctima.
Un día de la
muerte
El 21 de setiembre de 2000, a las 11.30, Darío Riquelme
y otro joven que logró escapar robaron el Banco Itaú
de San Isidro, en avenida Márquez al 700. Para tratar de
ponerse a salvo de la persecución policial, los dos jóvenes
tomaron como rehenes a Mariano Wittis y a su amiga Julieta Schappiro,
quien iba al volante de un Gol azul de su propiedad. Wittis estaba
dentro del auto porque Julieta se había ofrecido a llevarlo.
La policía puso fin a la fuga atacando a tiros al Gol. Julieta
se salvó de milagro y el ladrón que iba junto a ella,
en el asiento delantero, escapó sin sufrir heridas. Murieron
Wittis y Riquelme.
Mientras el joven Wittis vivía en la zona residencial de
Martínez, el chico Riquelme tenía su casa a dos cuadras
de una villa miseria. El ministro de Seguridad bonaerense, Ramón
Verón, primero calificó a Wittis de delincuente
y después sostuvo que la bala que mató al joven
no fue de la policía. Los abogados Laura del Cerro
y Rodrigo Borda recordaron que las pericias demostraron que las
balas fueron disparadas por el cabo de la Bonaerense Emir Champonois
desde una distancia menor a los 50 centímetros. Nuestra
hipótesis es que fue un fusilamiento.
Del Cerro precisó que el arma que llevaba Riquelme no
estaba en condiciones de ser usada y en caso de poder usarla, respecto
de las armas que llevaba la policía, era como comparar un
auto Citröen 3VC con un BMW. La mamá de Riquelme
aseguró que durante el contacto que mantuvo con la secretaria
de un juzgado, la funcionaria le comentó que cuando
un joven tiene varias entradas en un instituto de menores, la policía
siente que tiene carta blanca para matarlo.
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EL
CELS Y LA REPRESENTACION DE LOS RIQUELME
Para rescatar su identidad
Al tomar la representación
de la familia de Darío Riquelme, el Centro de Estudios Legales
y Sociales (CELS) busca rescatar la identidad del chico de 16 años
que la policía mató junto con Mariano (Wittis) y que hasta
hoy sólo es nombrado como el delincuente. Al
analizar la historia de Darío, que según relató su
madre pasó por varios institutos de menores sin recibir ninguna
asistencia efectiva o al menos concreta, el organismo de derechos humanos
planteó como ejes del problema la ineficacia de la justicia
de menores y el violento accionar policial en comisarías e institutos.
En la construcción del andamiaje jurídico que será
planteado cuando llegue el juicio oral contra el cabo Emir Champonois,
el equipo del CELS, encabezado por Gustavo Palmieri y Rodrigo Borda, sumará
el aporte de Laura del Cerro, letrada de la familia de Mariano Wittis.
Borda interpretó que, en el marco actual de exaltación de
la mano dura policial, el dramático final de Wittis
y Riquelme es apenas la conclusión de historias anunciadas
que van sumando nombres de víctimas de la violencia institucional.
La mamá de Darío recordó las razzias policiales en
la villa y en su domicilio. Cualquier robo lo convertía en
sospechoso aunque no hubiera tenido nada que ver, recalcó.
Los padres de Wittis hicieron referencia a los hechos ocurridos durante
la dictadura militar y a sus secuelas. Creemos que todos tienen
que tomar conciencia de las cosas que pasaron y que siguen pasando. La
gente escucha el mensaje de la mano dura y busca soluciones fáciles
que no son solución. Nadie merece morir de la forma en que murieron
Mariano y Darío, recalcó Jorge Wittis. Para el padre
de la víctima inocente, la sociedad debería
replantear su visión sobre cómo actuar frente a los jóvenes
que delinquen: Darío era un chico de 16 años que tenía
problemas y merecía ser ayudado. La sociedad tiene que rever su
forma de enfrentar el problema de la violencia porque sino será
tan responsable como los violentos.
Los abogados del CELS y Laura del Cerro resaltaron la importancia de que
los Wittis digan lo que están diciendo, desde su lugar, desde
el lugar de la víctima. Raquel Wittis aportó al análisis
una reflexión sobre la actuación de un cuerpo policial que
con el pretexto de garantizar la seguridad intervino el 21
de setiembre de 2000 matando a dos jóvenes y poniendo en
riesgo la vida de otras personas, para recuperar 6000 pesos que habían
sido robados de un banco. ¿Es comparable esa suma con el valor
de dos vidas humanas?.
El CELS, al cuestionar por ineficaz a la justicia de menores
en la Argentina, resaltó que las instituciones omiten brindar
asistencia social y psicológica, ante cuadros familiares conflictivos
y como resultado de esa forma de actuar la persona en problemas termina
confirmando su incorporación en las redes de la ilegalidad y de
la violencia. En un plano más relacionado específicamente
con el caso, los abogados del organismo resaltaron la valentía
de Ana María (la mamá de Darío) al acercarse a la
familia Wittis y también la contención que la
propia familia Wittis le brinda a Ana María. Una respuesta
que ni una ni otra familia encontraron en las instituciones.
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