Por Marta Dillon
Al amanecer, los taquitos hacían
resonar su eco sobre las baldosas de la calle Avellaneda. Erguidas, como
ensayando un paso de modelo aprendido en el comedor con dos libros en
la cabeza, Victoria y Patricia, de Caseros, iban en busca de su destino.
Alternativamente, una tomaba el brazo de la otra, mezclando la emoción
con la necesidad de equilibrio; en las palmas, las uñas dejaban
un rastro de medialunas rojas. Es que no aguanto, no aguanto, no
lo puedo creer, decían y se pegaban, se tropezaban y se apuraban.
La oportunidad estaba allí, a metros de su ansiedad. Hacía
más de una semana que las dos adolescentes se preparaban para ese
momento, el casting de Popstars, el nuevo reality show destinado
a fabricar estrellas. Lástima que los sueños no resistieron
el mediodía. Cuando ya se habían formado las siete cuadras
de cola, los atuendos que en Caseros habían deslumbrado al barrio
eran iguales a miles, y miles, de otros.
Me emocioné cuando llegaba, pero había un par de modelitos
que seguro quedan, siempre pasa lo mismo, todos quieren a las rubias 90-60-90,
¿no ves cómo las filman las cámaras? A ellas les
hacen todos los reportajes. Por eso Victoria agradece y agradece.
¿En serio me van a sacar una foto? A lo mejor se fijan en
eso también ¿vos qué opinás? Los ojos
le brillan detrás de los lentes azules, dice que sabe que no, que
no le va a tocar, pero por ahí, en una de esas, alguien entiende
de sus ganas de cantar, de esa como una necesidad de ser famosa
desde chiquita. Puede ser cantando, o bailando, o actuando, puede ser
incluso la fugacidad de un reportaje. No importa, lo necesario es que
sus deseos se expandan, sean conocidos por otra gente como ella, anónima,
pero mucha. Victoria y Patricia son dos de más de cuatro mil adolescentes
que depositaron sus ilusiones en una bolsa de plástico, dentro
de una urna, a cambio de un número. Un casete con su voz y una
foto que se tomaron una a la otra, con el pelo tapándoles media
cara y la boca entreabierta, invitando a placeres que todavía no
conocen.
Un murmullo salpicado de grititos agudos recorría como una corriente
eléctrica la cola frente al estadio de Ferro. Al paso de las cámaras
de los programas de chismes, las poses y los mohínes se abrían
y esponjaban como colas de pavo real. Alguna audaz se atrevía a
dar dos pasos de baile, otra quedaba en trance, cerraba los ojos y cantaba
a quien se lo pidiera la canción de Cristina Aguilera que había
elegido para concursar. De las mochilitas de plástico transparente
salían espejitos mudos a los que se interrogaba insistentemente:
¿se vería el grano en la frente? ¿es mejor con anteojos
o sin anteojos?
A mí no me importa si no gano, seguro que no gano, pero tenía
que venir, porque cuando te estás por morir te acordás,
no hice esto, no hice aquello. ¿Cómo es que Noelia,
a los 17, piensa en el momento de la muerte? Ya sé que tengo
la autoestima baja, pero no sé, lo pienso, porque el tiempo pasa
y es feo que te queden tantas cosas en el corazón que nadie más
va a conocer. Ella necesita darse a los demás, dice, y por
eso se juntó con tres amigas inseparables, divinas, que acaba de
conocer hace apenas una hora. Pero te juro que es como si hubiéramos
nacido juntas, ¡coincidimos en todo! Y además nos une Ricky.
Martin, obviamente, ni hace falta decir el apellido. Noelia y sus amigas
están pensando alternativas, si no las llaman van a formar su propia
banda, qué importa si cantan mal. Si lo hacés porque
te sale del alma, alguien te va a escuchar.
Para ella es un sueño, y para mí también, ya
está anotada en el sindicato de actores y a veces la llaman. Salió
en Chiquititas bailando y tomó la comunión en Amigovios,
le dieron el vestido, todo. Cristina Ponce, de Paso del Rey, mira
a su hija y le acomoda en la mochila sus propias ansiedades. La nena tiene
16 y en sus ojos celestes destella la esperanza para toda una familia.
Tías, primos, abuelas y hermanos le desearon suerte y prendieron
velas para hechizar las ondas de su pelo oxigenado. En la puerta del estadio
madre e hija se despiden: los familiares gozarán un rato de la
tribuna. Cuando el verdadero show empieceserán expulsados a la
calle, donde apretarán pañuelos hasta saber si ese fue un
día de suerte.
En una hora y media todas las candidatas están en la cancha. Ya
dejaron sus casetes, ya tienen su número. Ese es su distintivo
en la multitud, por esas cifras los productores las van a reconocer y
las chicas tienen que exhibirlo con la esperanza de que alguien lo anote
en una planilla. Eso querría decir que algo les vieron, que hay
otra chance, que el teléfono va a sonar. En el escenario una vocalista
Magalí Bachor hace covers de Britney Spears, Natalia
Oreiro o Cristina Aguilera y un coreógrafo -Marcelo, de los Susanos
guía los pasos. la idea es que las chicas los sigan desde el llano
y ellas superan las expectativas, se desgañitan porque su voz se
escuche entre miles, le piden atención a las cámaras moviéndose
como medusas en un mar de hebillitas de colores.
El punto es ser original, no copiar a las artistas, digo yo, bah,
a lo mejor eligen a la que era igual a Cristina Aguilera. Tenías
que mostrarte toda, lucirte. Eso es lo que hizo Paola, pero sin
suerte según ella. Te das cuenta, las cámaras van
cuando ven una línea así finita, dice y se señala
las nalgas. ¿Qué quiere decir eso? Es la tanga, mami,
si te ven de cabaret, te filman. Tiene 16, es de Sarandí
y luce un peinado con diez mechones en la coronilla atados con florcitas
de plástico de colores. ¿Puedo mandar un saludo?
pregunta como si estuviera saliendo al aire en algún programa de
radio. Para mi mamá, que la amo.
Desde que la prensa y los familiares fueron expulsados del estadio, las
chicas quedaron solas, cada una con sus habilidades, con lo que aprendieron
en los actos del colegio, en las escuelas de canto y de danza que la mayoría
declara. Las que se sentían más aptas para la sobrevivencia
no hablaron con nadie, se contorsionaron, tiraron besos, se prestaron
para la campaña de un desodorante que auspicia el futuro programa
y que fotografiaba a las niñas con el producto en los lugares más
insólitos. Y salieron sudadas y felices, solas, porque así
se las ve mejor. Creo que hoy tuve suerte, no sabés: toda
la pantalla con mi imagen, yo y una morocha, es que mirá cómo
estaba. Soledad se levanta el buzo que la madre acaba de lograr
que se ponga y muestra un top de cuerina que apenas le tapa los pechos.
¡No me lo quiero poner! ma ¿me dejás?,
el buzo, finalmente, terminará atado en el cuello, pero el top
recupera su dimensión original tapándole hasta el ombligo.
La amistad surge como hongos después de la lluvia entre las que
se reconocen de la misma tribu urbana, entre las chicas y también
entre las madres que confiesan una intimidad que les da la expectativa
de ver a sus hijas rodeadas de fans. Paola y Paula, de 17, se amaron a
primera vista a pesar de ser una de Boulogne y otra de Belgrano. Yo
intento ser hard core tirando a alternativa, dice una. Yo
soy más alterna, dice la otra. Igual, el estilo es sólo
para la ropa, la música que les gusta es la misma que prefiere
el 90 por ciento de las candidatas, música pop, hecha por productores
que modelan a su gusto a los intérpretes, así como quieren
ser modeladas ellas por la magia de la televisión y una empresa
discográfica -BMG que promete un contrato para las felices
ganadoras. Paola y Paula dicen que eligen la ropa según cómo
estén de cuerpo. Si tienen que ponerse una remera cortita
toman sólo agua un día antes y hacen gimnasia. Trato
de comer muchos vegetales y pocos hidratos de carbono que son los que
te hinchan. Yo lo se porque me informo y también por influencia
de mi mamá, dice Paola, que confiesa desórdenes alimenticios
ya superados.
A mí me molesta que se fijen siempre en las rubias, no tendrían
que hacer eso. Yo no me considero espectacular pero en mi estilo, qué
se yo, no estoy mal. La cara redonda como una luna llena y una sonrisa
más blanca por el contraste, Erica se va caminando despacio. Ya
no soporta los tacos demasiado altos que eligió para el casting,
con una amiga que encontró en la cancha y con la que ya planea
una noche de disco, sueña que esos chicos que salen del club y
aplauden a todas las que pasan sean undía sus fans. Son sueños,
pero a mí me hacen feliz, dice y se sienta en la vereda para
descansar por un instante sus pies hinchados.
Ser una muñequita
Me fue bien, pero también lloré porque me
doy cuenta que para la industria discográfica hay que congelar
los sentimientos, sino a los productores les choca. Silvia
lo aprendió en una tarde. Llegó feliz al casting con
una canción que compuso para todas las chicas que están
enamoradas de cantantes. Ella lo estuvo: durante siete años
sin interrupciones amó a Christian Castro con locura.
Ahora lo abandonó por Pablo, un chico más al alcance
de su mano, que no sabe nada de ese amor que a Silvia la hace morder
la almohada por las noches. Yo quiero ser algo más
que una muñequita que canta y baila, pero acá no se
valora la creación. Me di cuenta por la forma en que me miraron
cuando les canté mi canción, no se dan cuenta que
todas nosotras somos ángeles de cristal y que tenemos un
tiempo corto para esto. Yo ahora tengo 23, pero voy a cumplir 24,
25, a los 28 ya no me van a querer. A pesar de que la productora
de Gustavo Yankelevich, responsable del programa que se emitirá
desde septiembre por Azul TV, aseguró que no buscaban chicas
perfectas, quienes salían del estadio de Ferro se quejaban
de haber sido ignoradas por no parecerse a la muñeca Barbie.
No se si van a reír de mí o me van a dejar en
un archivo, como quedan tantos talentos, porque en eso nadie se
fija. Yo vine con ilusiones, pero me voy con dolor. ¿Esto
va a salir? Porque a lo mejor es la primera nota de mi carrera.
Las ilusiones, para Silvia, es lo último que se pierde.
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