Por José
Vales
El encuentro con Amado se retrasa
un poco más de 24 horas a causa de una pequeña recaída.
Aun así la espera se presenta como una excelente oportunidad para
comprobar cuáles fueron las razones del fenómeno Amado desde
que en 1931, con sólo 19 años de edad, publicó su
primer libro, El país del Carnaval (en el que vaticinó cuál
sería la idiosincrasia y la estética brasileñas de
la segunda mitad de siglo), para comenzar a convertirse en un escritor
de masas. El secreto de Amado reside en las calles y en cada uno de los
bahianos. En los pobres y en las mujeres que ejercen el más viejo
de los oficios (entre las que se encontraba, según el autor, el
más grande amor de mi vida, María Paz). En el autoritarismo
remanente de los coroneles y en el hambre de los mendigos. En cada borracho
buscando la última gota y en sus políticos de corte populista
como lo fue Mundinho Falcao en Illeus, la patria chica de Gabriela y Nacib.
El secreto es su pueblo.
La entrevista tiene lugar, finalmente, en su atalaya de Río Vermelho,
donde vive desde hace 35 años y desde donde observa todo lo que
pasa en esa ciudad, útero cultural de Brasil. El mismo aroma a
acajaré y a aceite de dende (palma) que impregna todo en Bahía
llega de la cocina. La sala está colmada de estatuillas africanas
y asiáticas y de imágenes de los dioses del candomblé,
religión a la que ayudó a oficializar en su corto período
como diputado en los años del Estado Novo varguista y por la que
recibió el beneplácito de ser erigido como Oxa de Xangó,
la máximo a lo que se puede llegar en esa religión de origen
africano. Está en cueros, de entrecasa, conversando con esfuerzo,
recordando con sacrificio. Pasa el tiempo paseando por el jardín
cubierto junto a su inseparable esposa, Zelia Gatai, y a Fadul, su perro
pug al que bautizó con el nombre del personaje de Tocaia Grande,
o haciendo planes.
Hay muchos personajes todavía y miles de historias por contar.
Pero ahora estoy parado. No estoy escribiendo, pero lo haré en
breve.
Con medio centenar de libros y traducido a 48 idiomas sólo
en Rusia llegó a vender más de 12 millones de ejemplares,
considerado uno de los máximos exponentes de la Generación
del 30 o el Realismo Socialista junto a escritores como
Jorge Lins Rego, Alcides Juramdir o Enrico Veríssimo, Amado se
convirtió en el escritor brasileño más famoso y premiado
en todo el mundo. En Brasil parece ser víctima de haber alternado
literatura y política: la elite no le aceptó jamás
la conjunción de ser best seller y comunista. Uno de los críticos
más respetados de Brasil, Wilson Martins (autor de Historia de
la inteligencia brasileña), lo acusó de exportar al mundo
la idea exótica de que Brasil es una isla de los mares del
sur, donde la gente va en tanga con arcos y flechas cazando por la avenida
Río Branco.
¿Qué opina de los conceptos sobre su trabajo planteados
por Martins?
Es la opinión de él y por cierto muy respetable. Yo
siempre escribí lo que quise sin limitaciones de ningún
tipo. Durante muchos años debí luchar contra los preconceptos
del PC, por ejemplo en el Congreso cuando debí defender la libertad
de cultos en una bancada atea. Nuestras elites son extremadamente preconceptuosas
y a esta altura de mi vida no les presto atención. Yo nunca me
consideré un literato, sino un novelista profesional sin abandonar
mi posición al lado del pueblo, de los que sufren. Creo haber reafirmado
mi posición y mi compromiso en todas las circunstancias.
¿El hecho de ser popular, de que algunas de sus obras fueran
convertidas en telenovelas, lo enfrentó aún más con
la crítica?
Cuando un libro es malo, una crítica mala lo termina destruyendo.
Pero cuando es bueno, una crítica igualmente mala no lo afecta.
Además, nadie mejor que yo conoce mis limitaciones como escritor.
¿Qué espacio ocupa su obra en el marco del denominado
boom de la literatura latinoamericana?
La literatura latinoamericana como tal para mí no existe.
Esa afirmación es falsa. Existen literaturas nacionales que no
forman un bloque. Son muy diferentes entre sí, unas más
próximas, otras más distantes de los problemas de la gente.
Ha figurado en la nómina de candidatos al Nobel. ¿Cree
que de llegar a obtenerlo los críticos locales modificarían
su posición?
No veo por qué tengan que cambiar. Vea, una vez un crítico
con ánimo de ofenderme dijo que yo era un escritor de putas y vagabundos.
Nunca escuché una verdad tan grande. Soy un novelista de putas
y vagabundos y de los que sufren cualquier tipo de discriminación
y de las causas dignas del hombre. De eso me siento orgulloso.
Llega el desayuno y aprovecha para apoyarse en la memoria de Zelia, también
escritora. Se muestra radiante por el próximo debut televisivo
del otro miembro de la familia, Fadul, quien participará en la
telenovela más popular de la red Globo haciendo pareja con la mascota
de la protagonista. También confiesa su amor repartido entre el
Ipiranga (club de la Liga Bahiana) y el Botafogo de Mané Garrincha
y habla de los cambios políticos que vivió el mundo en los
últimos tres lustros. Se niega a opinar sobre el travestismo ideológico
de algunos escritores latinoamericanos amigos suyos como Mario Vargas
Llosa: Cada uno tiene su manera de ser y de ver las cosas y el derecho
a reaccionar como mejor le parece. Las personas somos muy diferentes las
unas de las otras. Se queja de la edad, de la vejez, pero si algo
tiene de bueno es la oportunidad de hacer un balance. Desde adolescente,
cuando amanecía en los bares de la ciudad Baixa amamantándose
de las tertulias literarias, se le reconoce un gran poder de lectura.
Devorador de clásicos, admite su preferencia por Cervantes, Gogol,
Zola, Dostoievsky, Tolstoi, Joyce y Dickens, deja afuera a Flaubert o
Balzac y confiesa que quienes más influyeron en su trabajo fueron
Gorki y el propio autor de El hijo de la parroquia. A Dickens le
debo la influencia del humor que volqué en buena parte de mi obra
y su sensibilidad para contar historias de marginados, asegura,
y manifiesta su fidelidad a Steinbeck, cuya obra me ayudó
enormemente como Las uvas de la ira o Tortilla Flat.
¿Y de los latinoamericanos?
¿Cómo responder a eso? Cometería una injusticia
si cito a unos y me olvido de otros.
Usted fue testigo de muchos de los momentos cruciales de la historia
de este siglo y frecuentó a muchos de las actores preponderantes
en sus respectivos países. ¿Avala la tesis de, que a pesar
del nuevo orden mundial, el pasado fue mucho más positivo?
No, no creo en esa historia de que el pasado fue mejor. Comience
a explorar el pasado y también descubrirá cosas terribles.
Hoy me siento feliz de ver que la sociedad tiene mucho menos preconceptos
contra los cuales luché en mi época de militante. Eso es
un avance enorme, aunque hoy tengamos cada vez más miseria y exclusión.
Si los problemas sociales son hoy tan o aún más acuciantes
que en su época de militante, ¿cree que todavía la
militancia tiene sentido, volvería a hacerlo si, digamos, tuviese
20 años?
Claro que sí. En su momento yo entré en una lucha
interior entre el escritor y el militante. Cuando fui diputado, no podía
casi escribir. Debí optar y acá estoy.
En sus libros se observa que usted resaltó diversos aspectos
de la problemática social aún hoy vigentes. Pienso en Capitanes
de arena y la situación de la infancia en Brasil y en otras partes
del mundo es aún peor que entonces.
Evidentemente el problema de la niñez empeoró. En
su momento yo me proponía denunciar las penurias de los niños
de las calles, pero 60 años después vemos que el problema
se agudizó. Y se agudizó sobre todo por el incremento del
consumo de drogas que en aquel tiempo no tenía influencia sobre
los menores.
Aun así, ¿sigue siendo optimista sobre el futuro de
Brasil?
Mucho... y cada vez más.
|