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ENTREVISTA CON WOODY ALLEN, MAS PROLIFICO QUE NUNCA
“Siempre consideré que mis films están sobreestimados”

Mientras es inminente el estreno local de �Ladrones de medio pelo�, en EE.UU. Allen presenta su película recién terminada, �The Curse of the Jade Scorpion�. Y como para no perder el tiempo, Woody ya le da
los últimos toques a �Hollywood endings�, el film con el cual el cineasta neoyorquino completa una alegre trilogía de comedias ligeras.

Por Rocío Ayuso
Desde Los Angeles

Escuchar las primeras notas musicales en cualquiera de las películas de Woody Allen devuelve siempre al espectador al mismo lugar común que esos anteojos de pasta negra que marcan el rostro de este actor, director y guionista: es uno de los pocos que, dentro del cine estadounidense contemporáneo, puede utilizar con razón el término de “autor”. El prefiere tirarse a menos, dejar para otros los halagos –“mis películas están sobreestimadas”– y concentrarse en los errores porque, como dice, “son más interesantes y divertidos los personajes que tienen debilidades, los que tienen problemas. Esos son los que hacen saltar la chispa”.
A los 65 años, la vida y la carrera de Allen están llenas de estos fuegos de artificio. Con 34 largometrajes en 35 años, Woody es hoy el guionista más candidateado al Oscar en la historia de la Academia de Hollywood, un premio que en la recta final casi siempre le fue esquivo. Además, están los escándalos, en especial su separación de Mia Farrow después de haberse enamorado de la hija adoptiva de la actriz, Soon-Yi Previn, ahora su esposa y madre de sus dos hijos.
Para Allen todo esto es historia y sólo hay un interés en su vida. “Hacer una buena película. Es lo único que realmente me interesa”, afirma en vísperas del estreno en Estados Unidos de su nuevo film, The Curse of the Jade Scorpion (“La maldición del escorpión de jade”), parte de lo que concibió como una trilogía de comedias formada por Ladrones de medio pelo (ver recuadro) y la que acaba de rodar, Hollywood endings. Tres películas nacidas de tres ideas divertidas que un día rescató del cajón de notas que utiliza como fuente de información. “El resto es sentarse en una habitación y trabajar los chistes”, explica sobre una comedia que devuelve a la pantalla el mundo de Woody Allen, acompañado por esas notas de su música preferida.
“Creo que las tres canciones que más me gustan y que probablemente son las favoritas de todo el mundo son ‘Begin the Beguine’, ‘Night and day’ y ‘Easy to love’, de Cole Porter. Además, están unas cuantas de Gershwin, por supuesto, ‘Our love is here to stay’, ‘Someone to watch over me’ y ‘Embraceable you’, grandes canciones lo mismo que ‘Stardust’, de Hoagie Carmichael. Son melodías tan poco convencionales y con una rima tan bella y complicada que las adoro.”
–Su adoración por esa época también es patente, un tiempo que visita una vez más con The Curse of the Jade Scorpion...
–Hay ciertas décadas en Estados Unidos, en Nueva York en especial, no sólo los años 40 sino los 20 y los 30, que fueron mágicas. La ciudad nunca tuvo tanto colorido como para llevar a la pantalla. Llena de jugadores y timadores de poca monta, tipos con estuches de violín con una metralleta dentro. Un período muy rico desde un punto de vista dramático y visual, perfecto para que una película sea ágil y rápida, al estilo de las que solía ver en mi barrio, dos o tres veces a la semana, de Ernst Lubitsch o Billy Wilder, con Rosalind Russell, William Powell, Claudette Colbert, Tracy y Hepburn. Películas en las que se pasaban el tiempo peleando, pero que uno sabía que iban a terminar juntos.
–¿Es ése el tipo de películas que le interesan?
–Supongo que es una preferencia personal, pero esas comedias me dejaron una mayor impresión que las de los Tres Chiflados, por ejemplo. Comedias donde lo que es divertido son esos personajes con tantos problemas. Si un personaje no tiene problemas está bien, pero son más interesantes y divertidos los personajes que tienen debilidades, los que tienen problemas. Eso es lo que cualquiera ve en todas las películas de IngmarBergman, o en las de Fellini o Antonioni. Toda esa gente con debilidades, que son lo que los hace interesantes en la pantalla.
–Antes hablaba de historias con un final feliz. ¿De eso trata Hollywood endings?
–No puedo hablar mucho de esta película todavía, pero es acerca de un grupo de gente haciendo una película. Yo soy el primero en decir cuán descontento estoy con mis films. Nunca he pensado que haya hecho una gran película. De hecho, siempre consideré que mis películas están sobreestimadas, pero con Hollywood endings me sorprendí a mí mismo pensando que es una película muy divertida. Por supuesto con un final feliz, pero a mi estilo de final feliz.
–¿No cree que Hollywood peca de demasiados finales felices?
–Tengo claro que la vida tiene un final bastante miserable, así que cuando uno ve un final feliz en Hollywood sabe que no es real, pero que sirve a un propósito positivo porque ofrece un pequeño escape. Estos finales de Hollywood son una cosa necesaria en la vida, siempre que no estén forzados para que aumente la recaudación en la boletería. En mi caso, sólo quiero hacer una buena película. Es lo único que me importa. Que al menos salgan del cine diciendo “no me gustó, pero al menos no insultó mi inteligencia”.
–¿Qué películas lo dejaron con ese sentimiento?
–Soy muy exigente y son muy pocas las películas que últimamente me gustaron, la mayoría europeas. Está esa película española, La lengua de las mariposas, que me pareció maravillosa. También está la película mexicana Amores perros, una obra maestra. O la francesa El gusto de los otros, también maravillosa. Pero el resto de lo que veo, la mayoría estadounidenses, me dejan con amargura. Me parecen estúpidas.
–¿Piensa que el clima cultural empeoró en Estados Unidos con la llegada de George W. Bush?
–No es ningún secreto que no apoyo a este presidente, pero la mayor parte del país tampoco lo quiere, así que no creo que sea nunca un presidente lo suficientemente fuerte como para provocar un cambio cultural. Me temo que puede hacer daño en la arena cultural y política, pero confío en que no ocurra, que el Congreso estadounidense y la Unión Europea le hagan sentir su influencia, para que no sea tan necio como lo viene siendo en todos estos meses.
–¿Cómo afecta a su producción la fascinación de Hollywood por la boletería?
–Yo no me meto en los temas de financiación, de eso se encarga mi productora Letty Aronson, algo así como mi hermana después de todos estos años. Sólo sé que tengo que hacer las películas con poco dinero, no importa cómo lo mire. Ahora hablan de que la media por película es de 40 millones de dólares. Yo las sigo haciendo por 15 o 16 millones de dólares. Llegué a los 20 millones con la película de Sean Penn, pero sé que no puedo mantener la libertad que quiero con presupuestos que superen esas cantidades.
–A nivel personal, ¿cómo consigue escribir con niños pequeños en la casa?
–Afortunadamente, mi esposa se encarga de ellos. Yo soy un padre dedicado, que juega, los quiere, los lleva a pasear, los mete en la cama y les lee historias, pero nunca cambié un pañal en mi vida ni me levanto por las noches. Mi esposa se encarga de eso. No es que le encante, pero lo hace contenta como buena madre. Y, por otra parte, yo no soy el tipo de persona que necesite silencio absoluto para trabajar ni nada de eso. Siempre estoy dispuesto a montarlos a caballito a mi espalda y jugar con ellos. Claro que podría tener una embolia mañana y todo cambiaría, pero por el momento la vida es genial.

 

Con un fracaso, millonario

Ladrones de medio pelo (Small time crooks en el original) es el título de la película número 32 de Woody, que llegará a la cartelera local el 30 de agosto y que, según J. Hoberman, el legendario crítico de The Village Voice, “es el más gracioso y menos amargo de los estrenos de Allen en casi una década”. La premisa es simple y recuerda en parte aquel clásico de la comedia a la italiana que fue Los desconocidos de siempre: el ex convicto y lavaplatos Ray Winkler (Allen) concibe un plan para robar un banco, desde una galletitería que le sirve a él, a su esposa (Tracy Ullmann) y a sus cómplices de fachada. El robo no necesariamente será un éxito, pero el negocio de las galletitas amenaza con convertirse en una mina de oro.

 

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