El acuerdo
arrancado por el canciller laborista israelí Shimon Peres
al primer ministro derechista Ariel Sharon para que le permita negociar
la aplicación del cese del fuego con la Autoridad Palestina
no tiene la menor posibilidad de producir un resultado duradero.
Esto es así porque ninguna de las partes espera seriamente
llegar a un resultado con la otra, sino únicamente con EE.UU.,
y también porque los dos campos se encuentran demasiado fragmentados
para llegar a un acuerdo sostenible. En estas condiciones, lo más
esperable ya ha ocurrido: los palestinos han dicho que la negociación
no tiene sentido mientras Israel siga ocupando la Casa de Oriente;
seguidamente, Israel dirá que la Casa de Oriente no puede
devolverse mientras los palestinos no cesen sus acciones terroristas;
después los palestinos dirán que no pueden controlar
a los terroristas mientras Israel no aplique el congelamiento de
la colonización ordenado por el informe Mitchell y así
hasta retrotraer el regateo hasta la discusión sobre quién
empezó primero: si Abel o Caín. O más o menos.
El hecho es que el proceso de paz israelo-palestino ha agotado su
curso (al menos por el momento) y el único horizonte a la
vista es la continuación indefinida de la guerra de guerrillas
de baja intensidad entre ambos bandos. Los palestinos no tienen
la fuerza para derrotar a Israel, y los israelíes no tienen
el consenso internacional para aplicar una fuerza que de todos modos
es impotente ante atentados kamikaze. Tampoco es verosímil
una guerra árabe-israelí en regla, aunque más
no sea porque los países árabes también están
más interesados en el Tesoro norteamericano que en el viejo
irredentismo de los palestinos.
En esta encrucijada, la única aunque insegura
vía de salida de que puede disponer Israel es un acuerdo
con Siria que ponga la cuestión palestina en la congeladora
hasta que las condiciones para avanzar estén maduras. Lo
que puede significar años. Esta salida no sería ninguna
novedad: Israel ha usado largamente el mecanismo de las negociaciones
de paz por separado con sus distintos antagonistas árabes
como forma de equilibrar el estancamiento en un frente con un avance
en otro. El precio del acuerdo sería la devolución
íntegra de los altos del Golán y de la zona que sigue
en disputa con Líbano las granjas de Chebaa,
y la contraparte bélica tácita de esta paz sería
el establecimiento conjunto de un protectorado sobre Cisjordania
para impedir la acción de los extremistas. Que fue, después
de todo, lo que ocurrió en Líbano entre Israel y Siria
tras la invasión piloteada por Ariel Sharon en 1982.
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