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�Escribo pensando que no hay mejor lugar que la memoria de los otros�

Marcelo Birmajer explica cómo un film de Sergio Leone está en la génesis de �Tres mosqueteros�, su novela sobre la lucha armada en la Argentina.


Marcelo Birmajer tiene 35 años y más de veinte libros publicados.
La idea de �Tres Mosqueteros� surgió de �Erase una vez en América�.

Por Verónica Abdala

Cuando invoca el recuerdo del día en que, de muy chico, por primera vez le sacaron sangre, vuelve a su memoria el sabor de unas masitas compradas en una confitería judía del barrio de Once. Su madre las eligió especialmente tentadoras, con la esperanza de que le ayudaran a recomponer sus fuerzas. Acaso por eso, porque la dulzura de aquellas masas quedó asociada a una virtual pérdida, a un inofensivo pero íntimo quebranto, al enterarse del atentado de la AMIA, aquel trágico lunes de julio de 1994, Marcelo Birmajer volvió a aquella confitería. Para paladear en soledad, como en una ceremonia secreta, el gusto de esos mismos dulces judíos, horneados en el barrio al que reconoce como su lugar natural en el mundo.
�Era mi pequeño homenaje a los muertos. Yo sentía que tenía que intentar reponerme, como si otra vez me hubieran sacado sangre�, dirá con pesar en la mirada, en el marco de la entrevista con Página/12. La anécdota sirve a la vez como prueba de que las situaciones cotidianas, por más trágicas que puedan ser, le sirven a menudo como reaseguro de su identidad, de esa identidad �tan judía como argentina� que no le interesa ocultar, ni en la vida ni en los libros. En ninguno de los más de 20 libros que publicó en sus 35 años. 
El último, es la novela Tres mosqueteros, que acaba de publicarse por editorial Debate. Y que gira en torno a los incidentes con que tropieza un periodista judío llamado Mossen a partir del encargo de un artículo, que lo llevará a profundizar en una búsqueda aparentemente muy peligrosa. La de la verdad que unió, en los años �70, a tres personajes: los tres mosqueteros, militantes de la agrupación Montoneros, también judíos. Y una mujer, con la que éstos se cruzarán en una sórdida aventura amorosa y sexual. Dos de los tres amigos morirán en manos de los verdugos de la dictadura militar. El tercero, sobrevivirá para contar la historia.
�La idea surgió hace veinte años, cuando fui a ver la película Erase una vez en América, de Sergio Leone. Una película sobre la mafia de Nueva York, sobre cuatro muchachos judíos de la época de la Ley Seca, en los años 20�, explica el autor de El alma del diablo, Historias de hombres casados y No tan distinto. �Uno de ellos traiciona a los otros tres: a dos los mata, y al tercero, que encarna Robert De Niro, lo deja escapar. Desde que vi esa película tuve la ilusión de adaptar esa trama a la historia argentina. Y creo que el gran éxito de mi novela es que hasta ahora nadie haya descubierto que me inspiré en la película, que vi por primera vez con mi padre, y por segunda vez cuando el murió, a mis 16 años. Desde entonces, di con la ella incontables veces, y en todos los formatos posibles: en televisión, en video, en CD.� 
�¿Y qué obsesiones reconoce en su fascinación por esa historia?
�En principio, supongo, una que se remonta a los años de mi paso por la militancia de izquierda. O al momento en que ésta se me reveló como un mundo de ilusiones, de artificios. Me parece que la idea de la militancia es en más de un sentido, una idea mesiánica: �Nosotros venimos a salvarlos, a hacer la revolución, a darles voz a los que no tienen voz�, que sí tienen voz. Una ilusión que plantea que incluso el alma humana podrá cambiar, dando paso al hombre nuevo. Y que es falsa, ilusoria. Diría entonces que la voluntad de revelar las contradicciones de ese discurso es la gran obsesión que motivó la escritura de esta novela. Aparecen también otras obsesiones que ya son tópicos de mi literatura, como la muerte y el amor sexual, dos componentes sobre los que inevitablemente avanzo.
�En esta novela aparece el amor del protagonista por una mujer a la que engañó torpemente, y el de los tres mosqueteros, entre ellos, y con otra mujer, Cristina, con la que compartirán una aventura sexual...
�Sí, como dice el escritor Juan Sasturain, yo creo que uno escribe para conocerse, aunque ni siquiera eso alcance para revelar del todo las razones por las que uno cuenta cosas. La relación que ellos tuvieron con Cristina, por ejemplo, no la termino de entender.
�El narrador de la novela es un muchacho que avanza torpemente, en una búsqueda temerosa pero decidida por la verdad. ¿En qué medida se identifica con este personaje?
�Me identifico desde el momento en que me asumo como un hombre que busca los posibles accesos al conocimiento, y que también se topa con una serie se obstáculos personales: las ambiciones, la vanidad, los instintos, mi absoluta cobardía física, mi espantoso miedo a la muerte. Afortunadamente, creo que a veces logro imaginar personajes que pese a mis temores viven experiencias contables: muertes, robos, grandes batallas, grandes amores. Supongo que el miedo a la muerte es lo que hace que siempre me hayan fascinado quienes encontraron una causa a la que sus vidas quedaron supeditadas, y que a la vez eso me despierta un violento rechazo. Me refiero a los militantes de los �60 y �70, básicamente. A mí la sola idea de esfumarme del mundo, de morir, me haría difícil vivir. El otro día, caminando por la calle Anchorena, caí en la cuenta de que algún día voy a morir, y me supe incapaz de soportar la idea. Eso también te impulsa a escribir, aunque no sé por qué, todavía.
�¿Será la voluntad de trascendencia, alimentada por el hecho de no poder soportar la idea de la muerte?
�Es una posibilidad. La ilusión de quedar vivo en la memoria de los lectores, o de alguien. Escribo pensando que no hay mejor lugar que la memoria de los otros.
�La novela está dedicada, además de a su esposa, su madre y su abuela, precisamente, a la memoria de Fabián Polosecki, que fue su amigo, y con quien junto a Pablo De Santis trabajaron en la producción periodística del programa �El otro lado�. 
�Está dedicada a mi madre, y mi abuela, porque hicieron todo lo posible para que yo fuera un hombre, aunque nunca nadie puede hacer todo lo posible por nadie. Ni se puede, jamás, hacer de un niño nada. Lo único que se puede hacer por otro, por un hijo, es amarlo. Y ellas me amaron. A mi esposa, porque me permitió acceder al misterio, sin por ello arriesgar mi vida. A Polo, porque una vez me regaló la obra Las manos sucias, de Sartre (dedicada �Para mi amigo Marcelo de manos limpias�). Y ahora quise devolverle el favor. Nos quisimos mucho, y nos lo demostramos poco.
�¿Qué elementos narrativos y de estilo comparte con De Santis, que también es escritor?
�Creo que el estilo de Pablo es más cuidado que él mío, más preciso. Si a él se lo puede identificar con un estilo más borgeano, yo vendría a ser algo así como un Bioy Casares, con más afinidad por la �desprolijidad�, y los elementos emocionales. Lo que sí compartimos es la certeza de que la literatura, como la lectura o la elección de películas, deben nacer indefectiblemente del disfrute que nos producen. Nos atrae mucho la diversión como punto de partida de cualquier búsqueda.
�¿Y a qué escritores lo conduce esa búsqueda?
�Adolfo Bioy Casares, Singer, son mis grandes maestros. Después, Jim Thompson, el olvidado David Goodis, Raymond Chandler.
 �¿Qué importancia le da al humor, en el marco de la ficción?
�Una gran importancia. En mis libros el humor es siempre corrosivo, autodenigratorio. Está vinculado a algunos aspectos dramáticos. El humor de Woddy Allen me gusta como humor en sí mismo, el de Roberto Fontanarrosa, me gusta desde el punto de vista literario.
�Los críticos suelen encasillarlo en la categoría de �escritor judío�, y a menudo entienden su literatura como la excusa para intentar además la aproximación a ciertas respuestas asociadas a cuestiones teológicas o filosóficas. ¿Se siente cómodo o identificado con esas interpretaciones?
�Me siento un escritor judío como me siento un escritor argentino, y un escritor del barrio del Once. Escribo a partir de lo que soy. Aunque me parece que lo importante, en cualquier escritor, es que sepa contar historias. Con esto quiero decir: no escribo para perpetuar la memoria del pueblo judío, ni para quedar bien con nadie, ni para rendir pleitesía auna u a otra nacionalidad. Escribo para contar bien una buena historia, y en ese marco es que hay una invasión de mis identidades, judía y argentina, en mi literatura. La realidad siempre me invade, y me invita a escribir sobre ella. No le temo a que me clasifiquen como escritor judío porque no creo que eso dañe mi literatura ni espante lectores. Y en definitiva pinto mi aldea. No busco cuajar en una determinada identidad, pero tampoco le escapo. 
�¿Cuáles son las materias pendientes que le quedan en relación a la escritura?
�Encontrar una novela que me apasione como Tres mosqueteros, hasta ahora no lo conseguí. Sí con los cuentos, qué son más fáciles...
�¿Será porque se resuelven más rápidamente?
�Es posible: los cuentos son relaciones furtivas, y las relaciones furtivas son siempre más fáciles. La novela es un matrimonio, y uno no encuentra todos los días alguien para casarse. Aunque mi gran deuda pendiente es escribir la novela perfecta, deuda que sospecho, y celebro nunca voy a poder saldar. 

Creación y prejuicios

�Siendo un autor prolífico, pese a su relativa juventud... ¿cuáles son las motivaciones a la hora de ponerse a pensar qué escribir, y para qué hacerlo?

�A esta altura de mi vida puedo decir que escribo acudiendo a los prejuicios de nuestras almas y a la dificultad para lidiar con las diferencias del otro. Escribo sobre gente real, sobre personajes a los que las diferencias de los demás no les son fáciles de digerir o resolver. Pero que a la vez se sienten atraídos por las diferencias, y por las otras personas. Parto de la base de que la vida no es un club amable en el que todos nos entendemos. Por estos días, en que espero la publicación inminente de los cuentos reunidos en Nuevas historias de hombres casados, intento darle forma a El olvido, que será mi próxima novela: la historia de un hombre que fue totalmente olvidado por un amigo, la de un hombre que no comprende el hecho de poder ser olvidado por otro. De esos dos hombres, uno es homosexual. De manera que es también una novela sobre la amistad masculina. Se que lo único que se hacer en la vida es escribir, de manera que escribo para que, al margen de los afectos, mi vida tenga sentido.

 

 

 

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