Por Martín
Piqué
Hay aulas vacías, bolsillos
vacíos, y desde hace dos semanas, comedores vacíos. En la
provincia de Buenos Aires, el ajuste no sólo afecta a los docentes,
que en estos días cobraron por primera vez con descuento; también
está perjudicando a miles de chicos que comen una sola vez por
día y a muchísimas familias que sobreviven exclusivamente
por la asistencia del Estado. La situación es más conflictiva
en los municipios del Conurbano, donde aún perdura el recuerdo
de los saqueos de 1989, y donde las deudas a proveedores obligaron a suspender
el funcionamiento de muchos comedores escolares, y hacen peligrar a hogares
para niños, jardines maternales y comedores infantiles de Cáritas.
El propio director general de Escuelas, José Octavio Bordón,
reconoció ayer que un niño que no está bien
alimentado no puede aprender ni estudiar y admitió que puede
haber algún caso de comidas suspendidas por falta de pago.
Pero también prometió que esta semana se estaba normalizando
el envío de recursos por parte de la provincia. Sin embargo, Página/12
comprobó que son muchísimas las escuelas que suspendieron
los almuerzos hasta nuevo aviso.
Por ejemplo, en Moreno, uno de los partidos más pobres del Gran
Buenos Aires, dejaron de funcionar todos los comedores del distrito. Cuando
se cierra el comedor de la escuela, o se cierran los comedores alternativos,
los chicos no comen. Esta es la única comida del día, después
no cenan. Nosotros tenemos 500 chicos con nombre y apellido que no están
comiendo. Al principio, intentamos mantener el comedor variando el menú:
en vez de polenta con tuco, hacíamos polenta con queso, pero ahora
ya no podemos sostenerlo, contó a este diario Leonor Rodríguez,
vicedirectora de la escuela 56 del barrio Satélite.
La situación es aún más dramática porque,
al mismo tiempo que se paralizaron los comedores escolares, las guarderías
y los comedores ligados a la Iglesia dejaron de recibir los fondos del
Consejo Provincial de la Familia y Desarrollo Humano. No se puede
permitir que el ajuste llegue a los programas sociales, no se puede negociar
la vida de los chicos que reciben un plato de comida, remarcó
ayer la directora de Cáritas de Merlo-Moreno, Sonia Spasiuk, quien
además contó que el Gobierno provincial aún adeuda
julio, por lo que muchos comedores dejaron de pagar los servicios y tuvieron
que cambiar los menúes: Estamos recibiendo muchísima
demanda de la gente. Hay una sensación de resignación y
quiebre, pero nos propusimos no cerrar las puertas, afirmó.
Esa combinación está haciendo inflamable el territorio de
algunos barrios pobrísimos de Moreno, Merlo, San Miguel y José
C. Paz. Así, en algunos lugares empiezan a surgir rumores de dudosa
procedencia que alertan a la población sobre la inminencia de los
saqueos, una realidad que bien conoce Leonor Rodríguez. La
semana pasada nos enteramos de que dos mercados habían tenido intentos
de saqueos. Cuando al día siguiente llegué a la escuela,
me encontré a unos policías que buscaban a la gente que
había saqueado. Pero no se trató de un saqueo, fue un robo
organizado. Evidentemente, hay personas que quieren instar a que esto
ocurra: la gente está sin comida, sin trabajo; en ese marco, hacer
bulla como que estamos en saqueo es agregar alcohol al fuego, relató
la docente.
En Moreno sucede algo que se repite en otros distritos. La presidenta
del Consejo Escolar dijo que ya se recibió el dinero para los comedores,
sin embargo, la mercadería no llega a las escuelas. Algo parecido
sucede en Ituzaingó, donde se saldó sólo el 30 por
ciento de la deuda con los proveedores, y los maestros inventan medidas
alternativas como usar para la copa de leche una rifa destinada a la compra
de una videocasetera. Eso fue lo que hicieron los docentes de la escuela
11, que no se olvidan de la Provincia: Por cada chico que toma la
leche, la Dirección General de Escuelas paga 10 centavos,
se quejó la maestra Marcela Collado.
Si los chicos tienen hambre y problemas de nutrición no van
a poder aprender. La advertencia que hizo ayer la secretaria adjunta
de SutebaMerlo, Mónica Magdalena, se escucha en todas las escuelas.
Comentó que los comedores de su distrito siguen funcionando pero
con un notorio deterioro en la calidad: Los chicos comen más
harinas y menos carne.
Todos estamos
sufriendo
Angélica Magri maneja una pequeña fábrica
de muebles ubicada sobre la Ruta 3, justo en el lugar donde se hacen
los piquetes. La semana pasada, cuando el corte estaba terminando,
pidió permiso para subir al escenario. La primera vez
que vinieron tuve miedo, les dijo a los piqueteros mientras
se acomodaba un mechón rubio detrás de la oreja; ahora
pienso que el día de mañana la gente que trabaja en
mi fábrica puede terminar en el piquete. Angélica
y su marido abrieron la empresa Romapack hace 38 años; nunca
estuvimos tan mal como ahora, relató la empresaria
a Página/12. Su Pyme da trabajo a 20 personas aunque
hoy acota más que vender acumulamos stock.
Magri contó que se decidió a hablar con los piqueteros
llevada por la impotencia, por no ver una salida a la crisis.
Su relato va y viene: dice que le sigue molestando la presencia
de la gente instalada en la vereda, dice también que entiende
la situación y que siente tristeza. Estoy en el medio:
comprendo a los que no tienen trabajo y comprendo a los comerciantes.
Opino que todos sufrimos un mismo problema.
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