Por Bosco Esteruelas
*
Junichiro Koizumi cumplió
el lunes con la promesa que hizo la pasada primavera tras asumir la jefatura
de gobierno y rindió homenaje a los nipones caídos en guerra
en el templo de Yasukuni, en el centro de Tokio. La visita del líder
conservador despertó inmediatamente protestas dentro y sobre todo
fuera del país, especialmente en Corea del Sur y China. En Seúl,
una veintena de hombres se cortaron el meñique en repulsa por un
gesto considerado como una agresión hacia las naciones de Asia
que fueron víctimas de la agresión japonesa durante el siglo
pasado.
Se trata de la primera visita oficial de un primer ministro nipón
a Yasukuni desde la que hizo en 1985 Yasuhiro Nakasone. Japón
no quiere verse envuelto nunca más en otra guerra, dijo el
presidente del Partido Liberal Democrático (PLD), quien quiso adelantar
en dos días la visita para apaciguar algo los ánimos de
los países vecinos y evitar la coincidencia con la fecha del aniversario
de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial y de la liberación
de Corea.
¿Resurge el nacionalismo o nunca ha desaparecido en Japón?
Es la recurrente pregunta que se hacen observadores locales y extranjeros
cuando se producen manifestaciones como la del lunes, cargada de simbolismo.
El pasado mayo se encendieron de nuevo las alarmas después de que
las autoridades locales dieran el visto bueno a un controvertido libro
de texto que justifica el pasado colonialista nipón en Asia. Tanto
en Corea del Sur como en China el manual puso en pie de guerra diplomática
a sus gobiernos, que pidieron a Tokio archivar el manual o al menos revisarlo.
Japón ayudó durante el período de guerra a
los pueblos de Asia a cultivar el ideal y el sueño de la independencia,
se lee en el libro de texto que el Ministerio de Educación autorizó
para que sea impartido como manual de Historia para alumnos de 12 a 15
años a partir de 2002. Los autores, dos profesores universitarios,
matizan u omiten prácticamente todos los abusos que en nombre del
emperador Hirohito cometió el ejército durante la primera
mitad del siglo XX durante la invasión y ocupación hasta
el fin de la última guerra mundial de China, Taiwan, Corea, Filipinas
e Indonesia.
El libro fue gestado por la Sociedad para la Reforma de los Libros de
Texto (SRLT), una institución no oficial a la que pertenecen académicos
conservadores nacionalistas como son los autores del mismo: Nobukatsu
Fujioka, profesor de la Universidad de Tokio, y Tadae Takubo, de la Universidad
de Kyorin.
Los autores no califican de agresión el período de expansión
nipona ni estiman que hubo crueldad durante la colonización, que
en el caso de Corea duró de 1910 a 1945. Subrayan que la actuación
de Japón representó el primer paso hacia las guerras de
independencia y posterior descolonización de esas naciones. Nada
se dice sobre la tristemente célebre matanza de Nanjing (China)
en 1937 ni tampoco se censura la esclavitud sexual a la que muchas asiáticas
se vieron forzadas para satisfacer a las tropas imperiales. Para los dos
profesores no hay pruebas claras de que esas mujeres fueran obligadas
a prostituirse.
Por primera vez, en 1993, un grupo de ellas (18 filipinas) se atrevió
a interponer una demanda ante los tribunales de justicia japoneses reclamando
al Estado una indemnización. Otra treintena de víctimas
se sumaría meses después a la querella aceptada en principio
cinco años después por el tribunal de la sureña ciudad
de Yamaguchi. Algunas de ellas murieron antes de conocerse esa decisión.
Casi fue mejor porque el pasado marzo el Tribunal Superior de Hiroshima
revocó la sentencia alegando que la vigente Constitución,
redactada en 1947 por los norteamericanos, no exige al Estado pedir perdón
ni tampoco pagar compensaciones.
Exigido o no, el 15 de agosto de 1995 el entonces primer ministro de Japón,
el socialista Tomiichi Muruyama, pidió por primera vez públicamente
disculpas por la conducta del Ejército Imperial durante la Segunda
Guerra Mundial y calificó como irrefutables hechos
históricos las atrocidades cometidas por su país.
Los autores consideran que la irritación que el libro ha causado
sobre todo en Corea del Sur, pero también en China, es una injerencia
en los asuntos internos que las autoridades no deben aceptar. Creen que
las atrocidades formaron parte de una propaganda de guerra fabricada
por los vencedores, que en la actualidad no se justifica. Japón
nunca trató de masacrar pueblos en nombre de una ideología,
a diferencia del nazismo, ha manifestado el profesor Takubo. El
Ministerio de Educación hizo más de un centenar de revisiones
al texto, lo cual no ha satisfecho a nadie y menos a los surcoreanos.
Japón sigue sin lograr desembarazarse de los demonios del pasado
y menos aún disipar los recelos entre los países asiáticos,
todo ello pese a que desde 1969 ha destinado alrededor de 80.000 millones
de dólares en ayuda regional. Sin embargo, los detractores argumentan
que mucha de esta asistencia está ligada a la aprobación
de inversiones niponas en los territorios beneficiados. Cada vez que Japón
hace una señal por tímida que sea de querer desarrollar
una política exterior propia o de revisar la Constitución,
como insinuó Koizumi antes de llegar al poder, para modificar el
status del ejército, que sólo puede tener funciones de autodefensa,
es inmediata la reacción de inquietud entre los vecinos.
Esta última fase de patriotismo moderado que respira la sociedad,
especialmente entre la población más mayor, puede ser consecuencia
de la sensación de inseguridad que ha causado la década
de crisis económica que vive la nación, según señalan
los observadores. Sin embargo, algunos analistas opinan que el problema
Japón es el resultado de dos déficit históricos.
El primero es que, a diferencia de Alemania, no ha habido desnazificación
japonesa porque EE.UU. decidió abandonar muy pronto la política
de purgas de criminales de guerra tras la llegada al poder de los comunistas
en China. Y el segundo es que debido al oscuro proceso de decisión
y de preservación del sistema imperial, Japón no hizo ningún
intento por arrojar luz sobre los culpables.
* De El País de Madrid, especial para Página/12.
Claves
Anteayer, Junichiro
Koizumi realizó la primera visita oficial de un primer ministro
japonés desde 1985 al templo Yasukuni, que conmemora a los
caídos en la Segunda Guerra Mundial, entre ellos a notorios
criminales.
La movida se inscribe
dentro de una política de remilitarización de Japón
espoleada en parte por la nueva política norteamericana de
reducir los contingentes militares en el extranjero. La base militar
de Okinawa, célebre por los escándalos que causan
periódicamente los soldados norteamericanos y odiada
por la población japonesa, es una de las principales
candidatas al cierre, o a la reducción de sus fuerzas.
La remilitarización
causa pánico en el área y especialmente en los países
que vivieron en carne propia el yugo japonés, como China,
Corea del Sur, Filipinas e Indonesia.
|
|