Por Pedro Lipcovich
Cuando el policía vuelve
a su casa con el arma de la repartición, los vecinos lo reciben
alborozados y le piden que, llegado el caso, la use con ellos: es que
el arma que los policías de Miami tienen en los patrulleros y llevan
a sus casas es un desfibrilador, que permite resucitar a los que caen
por muerte súbita cardíaca. Esta resurrección
sólo es posible cuando la persona es atendida minutos después
de sufrir el ataque al corazón; por cada minuto de demora se pierde
un 10 por ciento de posibilidades de vida. Por eso, en Estados Unidos
se puso en práctica un programa que incluye la disponibilidad de
desfibriladores y la educación comunitaria para que la gente conozca
las técnicas básicas de resucitación cardiopulmonar,
que se aprenden en una sola clase. Página/12 dialogó con
el creador de este programa, gracias al cual las muertes súbitas,
que en Estados Unidos llegan a 300.000 por año, bajaron un 30 por
ciento. En la Argentina se estiman en 30.000 y, según un especialista,
reducirlas no es tanto cuestión de dinero como de organización
y educación comunitaria.
La muerte súbita cardíaca es la que afecta inesperadamente,
sin previo aviso y en cualquier lugar, a una persona que puede no haber
tenido ninguna historia de enfermedad cardiovascular. La curva de riesgo
se eleva desde los 35 años: en una de cada cuatro de las personas
que fallecen antes de los 50, la causa ha sido ésa. Los que sobreviven,
a menudo quedan con lesión cerebral por falta de irrigación.
La maquinita de resucitar se llama desfibrilador, es portátil y
actúa mediante un choque eléctrico que rectifica la fibrilación
del corazón, es decir, la contracción desordenada e inútil
del músculo cardíaco. El problema es que la resucitación
sólo puede hacerse en los pocos minutos que siguen al cese de los
latidos.
Si se aplica el desfibrilador en los primeros dos o tres minutos,
uno de cada dos pacientes se recupera; si ya han pasado cinco o seis minutos,
la tasa de recuperación baja al 20 o al 15 por ciento; pasados
diez minutos, menos del diez por ciento logra salvarse: quien precisa
estas cifras es Robert Myerburg, jefe de cardiología del Jackson
Memorial Hospital, de la Universidad de Miami, fundador de uno de los
dos primeros programas comunitarios (el otro es el de la ciudad de Seattle)
que lograron bajar un 30 por ciento las muertes súbitas cardíacas;
el especialista visita Buenos Aires con motivo del Simposio Internacional
Toma de decisiones en muerte súbita, que se desarrolla
hoy y mañana.
Desde 1997, en Miami se implementó una estrategia que consistió,
primero, en proveer desfibriladores al alcance de todos: Conseguimos
que las autoridades de Miami pusieran un aparato en cada coche policial;
sucede que, en una emergencia, quien llega primero es la policía,
porque dispone de más vehículos distribuidos. Los
desfibriladores policiales permitieron duplicar la tasa de sobrevida,
porque el tiempo promedio de llegada del móvil bajó de 7
y medio a 4 minutos y medio; a grandes rasgos, cada minuto de diferencia
permite salvar un 10 por ciento de vidas, cuenta Myerburg. Por cierto,
todos temían que el personal policial no estuviera bien dispuesto
para esta nueva función: lo que hicimos fue propiciar que los policías
llevaran el aparato a sus propias casas: cuando empezaron a salvar vidas
de vecinos y conocidos, les gustó y, también, la imagen
de la policía mejoró en la comunidad. El gasto total
fue de 4 millones de dólares; cada aparato cuesta unos 2000 en
Estados Unidos, y hay varios fabricantes.
De igual importancia fue educar a la población. Primero, para que
todos supieran que, en cuanto alguien cae desmayado, sin perder un segundo
hay que llamar a la emergencia médica. También, para que
cada vez más personas aprendieran las técnicas de resucitación
cardiopulmonar, gracias a las cuales el tiempo hasta que llegue el desfibrilador
puede prolongarse unos minutos, preciosos.
Una vez que el resucitado se recuperó, deberá prevenir la
posibilidad de un nuevo ataque. Alberto Interian (Jr.), director de electrofisiología
enla Universidad de Miami, explica que para este paciente, como
para los que están en riesgo por antecedentes cardíacos,
hay desfibriladores implantables, que se insertan bajo la piel como un
marcapasos: si el corazón se detiene, el aparato le da un leve
shock eléctrico y el paciente, en vez de morir, siente un leve
golpe en el pecho.
Actualmente, se han instalado desfibriladores en diversos lugares públicos
de Estados Unidos: estadios deportivos, shoppings centers, aeropuertos.
Las líneas aéreas norteamericanas están obligadas
por ley a llevar un aparato en cada avión. Desde que se instalaron
en Las Vegas, para los jugadores a quienes, luego de acertar un pleno,
se les para el corazón, la sobrevida subió del 14 al 57
por ciento.
Más gente
entrenada
Por P.L.
En la Argentina las muertes súbitas cardíacas
son unas 30.000 al año: para que bajen un 20 o 30 por ciento
no hace falta mucho dinero sino organización y educación:
más desfibriladores, más gente entrenada y educación
de la comunidad destaca Horacio Ruffa, secretario de la Sociedad
Argentina de Estimulación Cardíaca (Sadec), organizadora
del Simposio Internacional sobre muerte súbita. También
ayudaría mucho que, como en Estados Unidos, hubiera un único
número telefónico.
En todo el país se dictan cursos de reanimación cardiopulmonar
para público en general. Consisten en una sola clase de tres
o cuatro horas, que debe repetirse un año después
para que la persona no olvide la técnica aprendida. Estos
cursos siguen criterios que, desde el año pasado, se establecieron
para todo el mundo. Se dictan es la Fundación Cardiológica
Argentina (4961-9388); y en la Cruz Roja (4952-7200).
Osvaldo Roys, secretario técnico del Consejo Nacional de
Resucitación y director del programa de la Cruz Roja, comentó
que también hay cursos de ocho horas destinados a profesores
de educación física y profesionales de la salud. Impulsamos
una ley de socorrismo que autorice a estas personas, en tanto hayan
hecho cursos en entidades acreditadas, a manejar los desfibriladores.
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