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“Combato a la ignorancia”

El director argentino�israelí lideró en Chicago un taller en que reunió a jóvenes músicos judíos y árabes. Afirma que así se acercan los pueblos.

Daniel Barenboim, director de
las orquestas de Berlín y Chicago.
“Es magnífico poder trabajar juntos, sin reproches”, dice sobre el taller.

Por Ricardo M. de Rituerto
Desde Madrid

El director Daniel Barenboim, judío argentino de nacionalidad israelí, está convencido de que la música es el instrumento ideal para tender puentes entre posiciones irreconciliables. Hace un mes sacudió a Israel con la interpretación en Jerusalén de una obra de Wagner, el antisemita admirado por Adolph Hitler cuyas notas sonaban en los campos de concentración. Ahora, unió en Chicago a 73 jóvenes, judíos, árabes y palestinos, en un curso de tres semanas y dos conciertos para combatir la ignorancia y la desconfianza mutua. El director de la Filarmónica de Israel, el indio Zubin Mehta, que acaba de pasar por Buenos Aires, recalcó el carácter de luchador por la integración de Barenboim cuando lo defendió a capa y a espada, en medio de la polémica que dividió a Israel por su actitud de tocar Wagner, como bis de un concierto en el Festival de Jerusalén, pese a que los organizadores le habían pedido que no lo incluyese en el programa. Para el director, que trabaja buena parte del año en Alemania como titular de la Filarmónica de Berlín, es hora de “limpiar” la música de Wagner del estigma de nazi que la acompaña desde los años del esplendor de Hitler.
“Veo y siento la enorme ignorancia de ambos lados. Es estremecedor. Esa será la barrera más difícil de superar si algún día llega a haber paz. Mucho más difícil que dejar de dispararse”, aseguró Barenboim poco antes de dirigir sobre el escenario de Orchestra Hall, en Chicago, al Taller West–Eastern Divan, un proyecto suyo concebido para acercar a árabes y palestinos a través de la música. El plan toma su nombre del diálogo imaginario creado por Goethe con el poeta persa del siglo XIV Hafiz y nació hace tres años en Weimar, donde tuvo sus dos primeras ediciones antes de llegar este verano a Chicago. “Es revolucionario cuando te das cuenta de que muchos de estos chicos es la primera vez que pueden pensar en hacer algo positivo juntos.”
Los 73 músicos, con edades comprendidas entre los 15 y los 25 años, debían ser casi un centenar, pero a última hora El Cairo no autorizó la participación de 23 egipcios seleccionados. No hubo explicación al veto, en un ensangrentado Medio Oriente que no está para cortesías.
Israelíes, palestinos, jordanos y libaneses conviven durante tres semanas en Chicago, algunos sin querer que trascendiera su identidad por temor a represalias cuando volvieran a sus países. Barenboim colocó a árabes e israelíes por parejas en la orquesta, cuyos dos primeros concertistas eran una israelí, Carmel Raz, reservista en el ejército de su país, y el libanés Claude Chaloub, veteranos de las tres ediciones del taller de Barenboim.
El estudiar y practicar música al máximo nivel, con agotadoras jornadas de ensayos para ensamblar un conjunto de artistas que no se conocían, es la vertiente técnica del más ambicioso plan político. “Es magnífico poder trabajar juntos sin estar reprochándose todo el tiempo de quién es la tierra que cada uno ocupa”, decía un israelí. Otro israelí comentó cómo al principio había recelo y cómo se fue disolviendo con el paso del tiempo. Algunos participantes prefirieron no hablar de política para centrarse en Mozart, Strauss o Beethoven. Para el músico, lo esencial de su carrera, como israelí por elección y judío por nacimiento, sigue siendo tender puentes culturales a través del arte. “Mientras haya un estudiante israelí y un árabe que quieran hacerlo, lo seguiré haciendo”, subraya.

 

Volver, con la frente alta

Daniel Barenboim redobló la apuesta: dijo que le gustaría volver a actuar en Israel, cuyo Parlamento analizó incluso la posibilidad de declararlo persona no grata. “Yo no tengo ningún problema con volver a dirigir en Israel”, remarcó en una entrevista que publica la revista alemana Bunte. Y añadió: “Si se prohíbe a Wagner porque Hitler lo declaró su compositor favorito, es como si se le otorgara a Hitler una victoria póstuma”. El director musical de la Opera de Berlín puntualizó que, por otra parte, no quería decir a los sobrevivientes del Holocausto qué era lo que tenían que escuchar. “Pero –concluyó–, tampoco deberían prohibir Wagner a otros, que no tienen ningún problema con ello.” El 7 de julio pasado, durante una actuación de la “Staatskapelle” de Berlín en Jerusalén, Barenboim ofreció como bis un fragmento de Tristán e Isolda de Wagner, lo que desencadenó una serie de protestas públicas que atravesaron la vida política y cultural del país.

 

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