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“GRAN CUÑADO”, UN EXITO DENTRO DEL EXITO
El gaste político

De la mano de una imitación asombrosa del Presidente, el sketch del programa de Tinelli combina humor pasatista con observación crítica de la realidad. Millones de espectadores lo disfrutan.

Las mejores caricaturas �De la Rúa, Cavallo, Chacho, Emir Yoma y Erman González� sobrevivieron.

Por Julián Gorodischer

Para describir a su imitado, no elige el trazo grueso sino la observación minuciosa: es casi literal, extremadamente cercano de aquel a quien reproduce. Si se eligiera una figura, podría observárselo como un clon, un sosia: la semejanza, por momentos, descoloca. ¿Es aquel que deambula torpe, desliza las consonantes y bosteza un falso o verdadero Fernando de la Rúa? Si el criterio no es la cédula de identidad, se dirá que es verdadero, porque hace presentes con exactitud mínimos gestos, tartamudeos, dudas. En “Gran Cuñado” (lunes y jueves a las 21, dentro de “El show de Videomatch”, el programa más exitoso de la televisión argentina), Freddy Villarreal reivindica su pasado como Figuretti (el saludador pesado) y asume una de las representaciones más vívidas que se hayan hecho de un personaje de la política argentina.
Lo cierto es que en la casa del fraude, aquella pensada para parodiar al “Gran Hermano”, sobrevivieron no los políticos con mejor imagen (lo que se suponía) sino las caricaturas más precisas. Cada lunes, se fueron del living las imágenes peor bordadas: Cecilia Bolocco de acento cubano, Elisa Carrió hecha travesti en rapto místico, Carlos Ruckauf con única mueca sonriente. Los favoritos, en cambio, alternan la precisión de sus caricaturas (De la Rúa, Erman) con el recuerdo de algún gag entrador (Chacho y sus intentos de huir de la casa, Emir Yoma y su romance con Lilita Carrió). Todos crecen cuando suman al parecido con los políticos una escena delirante: el travestismo de Domingo Cavallo, la coreografía de una música disco, la emoción ante las nominaciones.
Entre los cinco que quedan, hasta hoy, sobresale De la Rúa, y es porque no fuerza el tono: nunca se lo ve en chiste fácil o guiño exagerado dedicado a Marcelo Tinelli, conductor del envío desde el piso. Cavallo, Erman, Emir y Chacho juegan a complacer al jefe: le repiten o exageran el gesto que le causa gracia, lo miran fijo, congelan una muletilla (sonrisa, cara de asustado). En cambio, De la Rúa luce siempre reconcentrado, como si no existiera más que su extravío deambulatorio, esa especie de ensimismamiento que lo lleva a confundir el marco, estar siempre con sueño y ganas de dormir, cambiar los nombres de sus interlocutores y defenderse antes de que llegue el palo. “Estoy bien; el Presidente está muy bien”, repite, y el lapsus o el error o el silencio ante una invocación llegan poco después, como para desmentirlo.
Tal vez lo que inquiete de esta caricatura, la más eficaz que se recuerde, sea su vocación realista. En el clon no hay voluntad de tomar el pelo, de enfatizar o ejercer un subrayado. Por el contrario, se trata de practicar el arte de la reproducción: que sea tan verídico que se confunda. Eso sí, de pronto los guionistas le reservan el momento del absurdo. Entonces, se disfraza de John Travolta para recibir en sus brazos a un Cavallo travestido, o se convierte en un superhéroe enérgico que contradice la lentitud y el aburrimiento que se le atribuyen o enfrenta un piquete (armado en la casa por Moyano, que impide el ingreso a los cuartos) sin éxito, pero con palabras graves.
Tal vez, lo mejor del “Gran Cuñado” sean sus situaciones de nominación; allí, el sketch adquiere una cualidad que se manifiesta en pocas ocasiones: el canal que se parodia a sí mismo. Fruto de ¿internas feroces? o de una madurez que habilita la crítica interna, Telefé acepta esta vez que desde un programa de su grilla se cuestione a otro. Lejos de ser un guiño amigable, el golpe es duro y duele: desde el mis valientes de Solita hasta el perfil homogéneo y carilindo de los nuevos en “Gran Hermano 2” se ponen en duda. También, la solemnidad del estás nominado y las dudosas reacciones angustiadas en cadena, esos silencios de velatorio que se hicieron una marca característica de la primera parte de la saga.
En las nominaciones del “Gran Cuñado” están presentes los mismos elementos, resignificados en función de que los que sufren son políticos, convertidos en famosos repentinos. El sketch cuestiona a toda una clase brutalmente cuando la retira de la arena y la encierra en la casa televisada para no hacer nada. “¿Alguna vez hicieron otra cosa?”, dijo Tinelli, hace poco, en su nueva veta contestataria. Ellos reproducen los mismos ritos del participante ingenuo: el silencio incómodo, el manoseo cariñoso, el llanto y el temblor cuando Marcelo–Solita posterga injustificadamente la revelación. A medias entre la TV que habla de sí misma y la que no elude el compromiso social, “Gran Cuñado” toma nueva fuerza junto a la pobre performance del “Gran Hermano 2”. Casi pegadas, sus emisiones nocturnas son dos caras de una moneda: el gaste consumado, una tomada de pelo que, por ahora, se viene tolerando sin que alguien se haya declarado ofendido.

 

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