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López Rega y Cavallo
Por David Viñas

“El criollo, en cambio, tiene la opción de salvarse a sí mismo si lee correctamente.”
Gabriela Nouzeilles, Naturalismo, nacionalismo y políticas del cuerpo, Beatriz Viterbo, 2000

Pactos con el diablo se les atribuían a los brujos en sus celebraciones nocturnas y clandestinas, así como a los magos se les adjudicaban espectaculares destrezas en pleno día. Los antropólogos –según mis amigos del rubro– disputan alrededor de semejantes penumbras más o menos demoníacas y en torno de los ritmos y de sus cuantiosas virtudes. Polémicas que, vistas de más cerca, apenas si resultan tironeos de la academia entre distintas nomenclaturas.
Pasemos. Porque más allá de esas querellas nominalistas, las figuras del brujo y del mago en sus diversas inflexiones dibujan, a lo largo de la historia, un paralelo al estilo de Plutarco. Procedimiento que ha servido para iluminar, con un criterio didáctico, parentescos y diferencias y, a la vez, para proponer insignias que reseñen rápidamente el espesor de ciertos momentos críticos.
Abriendo el ángulo de toma de esos plutarquismos y proyectándolos como símbolos: Descartes y Pascal –me codean– sintetizan las coreografías principales del siglo XVII francés. Schiller y Goethe, en el mismo registro, cumplen funciones semejantes en relación a la etapa más clásica de los alemanes. Tolstoi y Dostoievsky –carraspeo– funcionan como divisas fundamentales de Rusia entre la conspiración dekabrista y la frustrada revolución de 1905.
–Las generalizaciones seducen tanto como nos arriesgan; y si la velocidad resulta fascinante, la acechan los énfasis y los derrapes.
En la franja literaria argentina –y ya lo saben hasta los popes y los sacristanes–, Facundo y Martín Fierro operan como emblemas del siglo victoriano argentino. Y abusando, eventualmente, de las referencias plutarquianas, Borges y Arlt ocupan un sitio análogo en la centuria veinte de nuestro presunto país.
Podría prolongarse este acelerado didactismo geométrico: con Alejandro y César, si nos resolvemos a zambullirnos antes de Cristo; mucho más módicamente con Ortega/Unamuno si queremos abuenarnos con los españoles apuntando al 1898; o con Belgrano y San Martín si optamos por un sistema métrico más aldeano. Y si nos desplazamos a la pasión de multitudes, es posible recalar en Boca/River o, si se prefieren los hipódromos nostálgicos, en Leguisamo y el genial Antúnez.
–Y así hasta que las velas ardan. Pero si esas señales positivas se invierten como divisas de la miseria, “el brujo” López Rega con su esoterismo de centro policial suburbano y las magias de Cavallo con sus prestigios “científicos” también confeccionan un frontispicio. Superministros ambos, si el primero se vincula intelectualmente, digamos, con la digital Escuela Vucetich, el militante mediterráneo se nexa con las opulentas medallas de Harvard. Ecuaciones. Y yunta de magnos funcionarios laderos y simétricos distribuidores de Poder: el férreo cabo prefería operar con violencias solapadas, mientras al Cavallo siempre lo enternecieron las pasarelas con más luminarias. Visir sombrío de una presidenta del patetismo López Rega/Cavallo, antiguo menemardo, dragonea de chambelán ansioso de un Rúa políticamente anoréxico. Eminencia gris, oleaginoso, el de 1974; resplandeciente, docto, dicharachero, el de nuestros días.
Con sus recíprocas cadencias en el orillo: Tres A y VIP.
Dupla abyecta, al presentirle el aliento, la que se teje entre ambos: envés y derecho del mismo sistema bifronte en las tácticas con sus desapariciones macabras o con sus exultantes reapariciones. Dos inflexiones siamesas, especulares y complementarias, en fin, de un solo dogma con pliegues y variaciones, que si se contemplan sin tocarse, recíprocamente se iluminan en sus marcas mediante el mismo bifurcado y siniestro ajuste de cuentas.
Suelen advertirme que las parejas de blasones implican una disposición dicotómica y que toda dicotomía (de civilización y barbarie hacia crudo/cocido, o mate dulce o amargo) alude a un dilema. En este género y en su forma más sórdida, el brujo o el mago, la represión despiadada o el milagro trucho.
Y va de zambra: que la alternativa más fecunda consiste, ahora mismo, en capotear a “los dos cuernos del dilema”. Como suele citar, pundonoroso, el doctor Grondona.
Bueyes, rinoceronte, unicornio.



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