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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

¿ALGO PEOR QUE LA ANSES? LAS AFJP

Quienes se escandalizan con el despilfarro de recursos tributarios por parte de la Anses no consignan que su presupuesto operativo, de $ 210 millones, es inferior a las ganancias, también operativas, que obtuvieron las AFJP en el último ejercicio, concluido el 30 de junio: unos 233 millones. La comparación corresponde porque también las jubiladoras privadas viven de un impuesto; en su caso, el aporte mensual obligatorio de los trabajadores, igual al 11 por ciento del salario. Pero mientras al contribuyente argentino la Anses le cuesta los mencionados 210 millones, el sistema de administradoras surgido con la reforma previsional de 1994 le sale muchísimo más, incluso en el cálculo más favorable a las AFJP.
Estas cobran una comisión promedio (deducidas las bonificaciones) del 3,26 por ciento, merced a la cual se quedan mensualmente con $ 107,3 millones, que provienen del bolsillo de los afiliados, pero nunca llegan a sus fondos individuales de capitalización. De manera que en sólo dos meses, las AFJP cuestan tanto como la Anses en un año.
Este número será sin embargo objetado, ya que la comisión incluye la prima del seguro de vida e invalidez, de modo que la comisión neta –excluido el precio de esa cobertura– desciende a 1,78 por ciento del salario, generándoles a las AFJP ingresos mensuales por 58,6 millones.
Partiendo incluso de esta cifra, el sistema privado se come en menos de cuatro meses los recursos tributarios que la Anses consume en todo un ejercicio. Como acotación habría que advertir que en 12 de las 13 administradoras del sistema (la única excepción es Profesión), la póliza es contratada con una aseguradora que pertenece al mismo conglomerado, para que todo el negocio quede en casa (de modo que las utilidades obtenidas de este filón paralelo también provienen del impuesto sobre el salario). Esto implica que las AFJP no buscan la compañía de seguros más conveniente para sus aportantes: directamente contratan con la vinculada, y nadie les impide hacerlo. Además, existe una generalizada sospecha de que el precio es abusivo. Por de pronto, en Chile la cobertura es 30 por ciento más barata. Pero hasta ahora ninguna de las dos superintendencias involucradas –ni la de AFJP, ni la de Seguros– se decidió a hacer algo en defensa de los asegurados cautivos.
Desde cualquier ángulo, la eficiencia del sistema previsional privado es muy baja, pero esto no desvela a las decenas de economistas dedicados a atacar el gasto público, a pesar de que el del sistema de capitalización no es un asunto realmente privado porque es alimentado por los recursos que produce un gravamen nacional. Las AFJP gastan casi un 4 por ciento de los fondos que administran (más de $ 22 mil millones, o un 8 por ciento del PBI), cuando el parámetro internacional para los Fondos Comunes de Inversión es de sólo 1 por ciento. Pero, por otro lado, alrededor de un 52 por ciento del gasto de las administradoras se vuelca en comercialización (incluyendo promoción y propaganda) y en ventas, nada de lo cual implica beneficio alguno para los futuros jubilados y, sin embargo, éstos deben costear. Por lo demás, el servicio que en definitiva les prestan las AFJP a sus adherentes consiste en invertir su dinero en títulos públicos y, residualmente, en plazos fijos y otros activos financieros, para lo cual no se necesita ninguna habilidad especial. Lo que tienen hoy por hoy para mostrarles a sus afiliados es una rentabilidad negativa (descapitalización) de 4,6 por ciento en los últimos doce meses.
De hecho, un trabajador que haya optado en 1994 por la capitalización en lugar del reparto tiene hoy a su nombre un fondo que sigue siendo inferior a la plata que aportó. En otras palabras, la renta que obtuvo su dinero fue inferior a las comisiones que le dedujo la administradora de sus aportes. Si a ese asalariado le hubiesen dejado elegir, optando por un simple plazo fijo, poseería hoy un capital mucho mayor, por lo cual es evidente que las administradoras, cualquiera sea la que escogió, le causaron una enorme pérdida, que sufrirá a partir del día en que sejubile. Visto el mismo fenómeno desde un ángulo diferente, desde su creación y hasta el 30 de junio último, el sistema de AFJP recaudó $ 25.083 millones, pero en el conjunto de los fondos individuales hay sólo $ 20.862 millones. Sería bueno saber, como mínimo, adónde fueron a parar los $ 4221 millones de diferencia entre esas dos magnitudes. Aunque la suma esfumada es considerablemente superior, dado que la rentabilidad histórica de los fondos jubilatorios (es decir, desde el primer día del nuevo régimen) fue del 11,2 por ciento anual. La respuesta al misterio deben de conocerla los bancos, que son dueños del 76 por ciento del sistema. Por añadidura, el 73 por ciento pertenece a capitales extranjeros.
Las AFJP pueden mostrar algunos atenuantes, en realidad apenas parciales. Uno es que la AFIP les cobra un 0,7 por ciento por la recaudación de los aportes salariales (no muy exitosa, dicho sea de paso, a juzgar porque ni siquiera 2 de cada 5 afiliados está aportando). Además, las administradoras contribuyen con Ingresos Brutos y el impuesto a las cuentas corrientes, de los cuales está exenta la Anses, que tampoco amortiza sus activos físicos. En cuanto a la eficiencia del gasto, hay consenso entre los expertos acerca de dos puntos: que Anses gasta poco, pero que gasta mal, a juzgar por su desastrosa calidad administrativa, que la lleva a tardar uno o dos años para conceder una jubilación. En este sentido, las AFJP se jactan de ser más eficientes, aunque lo cierto es que lo han sido fundamentalmente en beneficio propio. Hasta ahora, entre paréntesis, acumulan 26.424 jubilaciones ordinarias otorgadas, 13.320 retiros por invalidez y 52.996 pensiones por fallecimiento.
El balance provisorio de la reforma previsional es, sin embargo, bastante peor de lo hasta aquí visto si se incluye el déficit fiscal que originó, acelerando así el crecimiento de la deuda pública externa y la gradual aproximación del país a la quiebra. Pero esto no es culpa de las AFJP sino de quienes –Domingo Cavallo en primera fila– concibieron una reforma que ni siquiera sirvió para el propósito perseguido por Economía: juntar una masa crítica de fondos para desarrollar el mercado de capitales. Siete años después se sabe que nunca hubo un fracaso tan caro.


 

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