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O’NEILL Y EL FONDO
SABEN QUE ASI EL PAIS NO SALE
No es ojeriza sino realismo


Al capital financiero global hoy le interesan muy poco los mercados emergentes, y la Argentina nada. En estas condiciones, no habrá fondos privados entrando al país tras el nuevo rescate del FMI y el G-7, y la crisis volvería a dispararse. Salvo que haya un drástico cambio de estrategia.

        

   Daniel Marx, secretario de Finanzas    argentino, y viceministro de Economía.    Conduce una extenuante negociación
   en la que no ha conseguido convencer    de que esta vez la Argentina volvería a    crecer tras un nuevo paquete de ayuda.    Todos temen otro papelón.

      

Horst Köhler, director ejecutivo del
Fondo Monetario. Después de años y años imponiendo y avalando programas fracasados, pretende eludir un nuevo traspié, aunque no puede desentenderse de la crisis argentina y vuelve a exigir un conjunto de medidas draconianas.

       

Paul O�Neill, secretario del Tesoro norteamericano. Acido y despectivo,
tiene sin embargo el suficiente criterio para intuir que la ayuda a un país del Sur atrapado en las fauces de los acreedores financieros y sin capacidad exportadora
es plata tirada. Nadie puede rebatirlo.

Por Julio Nudler

Aunque pueda resultar más cómodo atribuir a la animadversión del secretario del Tesoro estadounidense, Paul O’Neill, la exasperante tardanza del Fondo Monetario en aprobar un nuevo rescate, la verdad no es exactamente esa. Más razonable puede ser buscarla en la creciente convicción de que la Argentina no puede ser salvada de la quiebra, a menos que encare cambios radicales en su política económica. Está cada vez más difundida, al menos en el exterior, la idea de que al país no le bastará con eliminar el déficit fiscal, o incluso que en estas condiciones no lo va a conseguir, y de que debe adoptar tres decisiones complementarias: restructurar su deuda (con un nuevo cronograma, un período de gracia en los servicios y una quita de capital), abandonar la convertibilidad y dejar fluctuar el peso. No es que repentinamente haya consenso en perjudicar a los acreedores del país: la alternativa de una bancarrota caótica es mucho más dañina para los intereses de éstos. En todo caso, el FMI, y por supuesto la administración Bush, no puede arriesgarse a tirarle un cable a la Argentina, y que poco tiempo después el país igualmente se despeñe. Pero lo que todo el mundo sabe es que, como están las cosas, eso es lo que probablemente suceda. No se trata solamente de las difíciles condiciones económicas, sociales y políticas en que se encuentra el país, sino del contexto internacional. Hoy los mercados emergentes interesan poco y nada a los capitales, y el argentino menos que menos. Por tanto, lo que saben en Washington –y en Europa también– es que detrás de la plata que pongan eventualmente los organismos multilaterales y el G-7, no habrá una corriente de fondos privados entrando a la economía. En consecuencia, el motor volvería a apagarse, el Déficit Cero resultaría socialmente inalcanzable y la cesación de pagos se tornaría ineludible.
Aunque el Fondo anuncie esta semana, o cuando le venga en gana, un programa de auxilio paulatino, con desembolsos graduales, supeditados al cumplimiento del Déficit Cero y otras condiciones draconianas, esta precaución sólo le serviría para moderar los reproches por una nueva dilapidación de recursos. Es probable que la Argentina se caiga del bote en medio del río el mismo día en que Domingo Cavallo deba volver a aparecer por televisión para anunciar un corte de 25 o 30 por ciento en sueldos públicos y jubilaciones. La verdadera alternativa, según los economistas de visión crítica, reside en un paquete de fondos que reponga las reservas perdidas por la fuga, y que abra paso, casi de inmediato, a un replanteo de la deuda y de la política cambiaria. En este sentido, la inyección de recursos atendería, aunque sea en parte, al problema de liquidez (corrida de depósitos, evaporación de reservas, altísimas tasas de interés, corte en la cadena de pagos, hundimiento de la recaudación impositiva), mientras que con las medidas complementarias (reprogramación de la deuda y flotación del peso) se buscaría recuperar la solvencia.
Los siguientes datos son apenas algunos de los que pintan una situación internacional muy diferente de la que parece llevar a Cavallo a insistir tozudamente en sostener las reglas básicas del programa que introdujo en 1991:
* En lo que va de este año huyeron 1300 millones de dólares (6,6 por ciento del total) de los fondos de inversión dedicados a los mercados emergentes. El año pasado los abandonaron 1900 millones, pero el éxodo ya viene de 1999.
* La cotización de acciones correspondientes a empresas de países emergentes (los que en otras épocas recibían nombres diferentes, como periféricos, subdesarrollados o tercermundistas) perdieron en promedio un 29 por ciento de su valor el año pasado.
* El poco dinero que va al mundo emergente se concentra en unos pocos países (hasta hace poco estaba Brasil entre ellos), desdeñando totalmente al resto, entre ellos la Argentina.* La tendencia se profundizó de tal modo que el lanzamiento de nuevas acciones de sociedades privadas en los países en desarrollo disminuyó este año un 70 por ciento respecto del anterior.
Según explicaba estos días el analista Jonathan Fürbringer en el New York Times, ya no se considera esencial, entre los inversores, tener al menos cierta exposición a los mercados emergentes, como forma de conseguir una rentabilidad media más alta sin elevar excesivamente el riesgo. “Algunos países desaparecieron directamente de los radares de los inversores de fondos”, dice Fürbringer, y puede deducirse con facilidad que la Argentina es uno de ellos. En concreto, si la diversificación de la cartera era un criterio indiscutido hasta hace pocos años, y por diversificar se entendía incluir apuestas en la periferia del globo, ahora ya nadie cree en ello. Lo que entre otras cosas ocurrió es que ni siquiera sirve para sacarle más jugo al capital porque los mercados emergentes tienden a bailar al compás de Wall Street, sobre todo cuando ésta baja. A esto se llama, finalmente, globalización.
Hay por de pronto dos conclusiones a extraer. Una es que la Argentina no tiene mucho para ganar con el ascenso de algún peldaño en la escalera de los emergentes. Aunque deje de ser un mercado maldito, dentro de los subdesarrollados, no atraerá muchos capitales mientras la tónica del mundo sea la actual. La segunda inferencia es que si el efecto dominó de un impago de la deuda argentina resulta débil, la razón de esta debilidad es simple: el poco movimiento que hay en las bolsas del Sur. Lo del contagio financiero se parece a la aftosa: cuantas menos vacas se muevan, menor la propagación de la enfermedad. Sin embargo, siempre viajan algunas, y la epizootia está afectando a toda la región, aunque la crisis argentina dista de ser la única razón. En el caso de Brasil, hoy presenta la peor combinación imaginable para la Argentina: una economía bordeando la recesión, y un real fuertemente subvaluado. Este es un factor decisivo para el pesimismo que predomina en torno de la prometida reactivación.
Mientras la tecnocracia del Fondo Monetario da forma a un paquete de asistencia estrictamente condicionado y de entregas escalonadas, la decisión política del rumbo a seguir se complica por la alta proporción de deuda pública que está en manos de tenedores argentinos, o de entidades financieras que operan en el país. Algunos cálculos hacen llegar esa proporción al 70 por ciento. Hasta el momento, el Gobierno de la Alianza, incluso con el agregado del cavallismo, aplicó una estrategia de doble faz. Por un lado, cuidó los intereses de los acreedores, por inclinación natural o en defensa propia, y, por el otro, condujo a una creciente tenencia de la deuda por parte de los inversores institucionales locales, intentando incluso enganchar al pequeño ahorrista. Esto instala dentro del escenario político interno la pugna de intereses que arrecia frente al ineludible estallido de la crisis.
Una de las pocas consultoras que asume abiertamente la inutilidad de una solución limitada al Déficit Cero y el salvataje financiero es Ecolatina, a punto tal que se ocupó en asegurar públicamente la desvinculación de Roberto Lavagna, actual representante argentino ante la Unión Europea y la OMC, supuestamente para ahorrarle recriminaciones de Cavallo. En su último informe, Ecolatina alude a la renuencia del Gobierno a acometer cambios drásticos de política, confiando en que “sólo se deberían obtener los fondos necesarios para cerrar las necesidades de financiamiento hasta fin de año y cubrir la salida de reservas, dado que ineludiblemente el crecimiento económico futuro será suficiente para hacer frente a todas las obligaciones públicas y privadas, pasadas y futuras”.
Frente a esta postura, la consultora admite que el alivio financiero temporario que se lograría vía FMI y otras fuentes podrá evitar la cesación de pagos en lo que resta del año, pero también cree que “el carácter altamente contractivo de la nueva política fiscal impedirá una recuperación de la economía en los próximos meses”. Su presagio es que “en el 2002 se hará evidente la imposibilidad de afrontar la pesada carga devencimientos e intereses durante el período 2002-2005”, con amortizaciones por U$S 59 mil millones, ante lo cual “irremediablemente se caerá en default”. Por ende, “se puede esperar una pronunciada caída del Producto el próximo año, aunque cuantificar su magnitud será pura conjetura”.
Otros escenarios incluyen variantes drásticas respecto de las cuestiones que sólo el Gobierno sigue considerando tabú: la deuda y el tipo de cambio, y también respecto de la dolarización. En todo caso, los ecolatinistas concluyen que sin restructuración de la deuda (con quita en el capital), la carga de intereses y amortizaciones, en un contexto mundial de menor liquidez disponible para las economías emergentes, acentuará el riesgo de default y de devaluación, todo lo cual volverá nuevamente prohibitivo el costo del financiamiento de las empresas. La encrucijada se rearmará sola.

 

Mañana entregan los deberes en el Fondo

Ayer avanzó la redacción del informe que mañana presentará la Argentina en el Fondo Monetario, destinado a que el directorio del organismo apruebe un nuevo memorando de entendimiento que sustente la entrega de recursos para fortalecer las reservas. El texto que prepara Daniel Marx, secretario de Finanzas, junto con Federico Sturzenegger (Política Económica), Guillermo Mondino (Jefe de asesores) y Horacio Liendo (asesor externo), contiene una minuciosa lista de compromisos, sobre todo fiscales, comenzando por el Déficit Cero. Pero también involucra a las provincias, a las que se quiere privar del piso asegurado de coparticipación.
Mientras tanto, Domingo Cavallo inició ayer su jornada recibiendo a una comitiva de banqueros locales, encabezada por Eduardo Escasany, presidente de ABA. Los financistas se habrían mostrado muy inquietos ante el ministro de Economía por la insoportable tardanza del acuerdo con el FMI, ya que entretanto se les están escurriendo los depósitos y el valor de sus entidades desciende sin pausa. El anfitrión perdió por momentos el sosiego y estalló que sus enviados a Washington estaban haciendo todo lo posible.
Por la tarde, Cavallo mantuvo una extensa reunión de dos horas y media con Fernando de la Rúa, durante la cual –según se dejó trascender– lo puso al tanto de la marcha de las tratativas con el Tesoro estadounidense y con el Fondo. Cuando ya anochecía se inició un encuentro más amplio, con presencia de Chrystian Colombo (Jefe de Gabinete) y del canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, de nuevo con el tema excluyente del paquete salvador que se espera desde el Norte y el ajuste fiscal. Voceros voluntariosos sugirieron subrayar que se negocia, gobierno a gobierno, con el de Estados Unidos, dueño último de la llave.

 

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