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ONCE AÑOS DESPUES DE SU DERROTA, ORTEGA LIDERA LAS ENCUESTAS
Nacen los nuevos sandinistas

La derrota electoral del sandinismo en las elecciones nicaragüenses de febrero de 1990 pareció marcar el fin del ciclo revolucionario en América latina, y hoy su resurgimiento con vistas a los comicios de noviembre coincide con una crisis regional. Aquí, los hechos.

Daniel Ortega no es
el mismo que en 1990.
Moderó su discurso, y
prometió eludir viejos errores.

Por Verónica Gago

El lema es “Nicaragua unida: la tierra prometida”. Con esa fuerte carga mítica se largó ayer la campaña electoral del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) para las elecciones presidenciales del 4 de noviembre próximo, que ya perfilan al histórico comandante Daniel Ortega como el candidato favorito. Después de las sucesivas derrotas electorales que comenzaron con la debacle del FSLN hace 10 años –a manos de la coalición derechista UNO que llevó al poder a Violeta Chamorro– hoy el sandinismo vuelve a convertirse en una opción de poder. Entretanto, Estados Unidos ensaya cómo enfrentar la avanzada izquierdista y ya desempolvó a los funcionarios que –en los ‘80– supieron operar a los “contras”; la Iglesia nicaragüense se sumó a la ofensiva y llamó a votar contra Ortega. A pesar de haber dejado de ser noticia en el mundo, el FSLN nunca desapareció del mapa político: su electorado promedio no dejó de ser del 38 por ciento y durante estos diez años funcionó como la segunda fuerza política del país. La pregunta es, entonces, qué cambió del escenario político nacional para que el sandinismo vuelva a ser la alternativa partidaria con más chances para gobernar Nicaragua.
La crisis social y económica sin precedentes que arroja a casi la mitad del país –un 48 por ciento– en la extrema pobreza y a más del 60 por ciento por debajo de la línea de pobreza es una de las primeras causas que hoy explican que Daniel Ortega aventaje en tres puntos a su principal contrincante, el candidato del gobernante Partido Liberal Constitucionalista (PLC), Enrique Bolaños, empresario de 73 años, poco carismático, y al que popularmente lo llaman “Bola de años”. Sin embargo, no se trata sólo de la vieja tesis de que cuanto peor, mejor. La década que pasó desde la derrota electoral sandinista de 1990 hasta hoy parece haber disipado el fantasma de la guerra que impulsó, en gran medida, aquel revés en las urnas y que fue –posiblemente– la clave de todo el proceso. Así lo explica a Página/12 Ricardo Zúñiga, analista político y miembro de las Comunidades Cristianas de Base: “En 1990 era objetivamente fácil para las otras fuerzas políticas endosar el costo de la guerra –con todo su dolor y su muerte– al FSLN. Hoy en día hay una memoria diferente en las personas que van a votar por primera o segunda vez: la guerra es un referente que no vivieron”. “El conflicto con Estados Unidos desgastó la base social sandinista, dividió al país y generó la convicción que si el FS ganaba las elecciones, continuaba la guerra y la crisis”, amplía Carlos Fernando Chamorro, hijo de la ex presidente y durante muchos años director del diario sandinista Barricada. Sin embargo, la memoria histórica de quienes sí vivieron la revolución sandinista es, también, un elemento central. “La condición de pobreza ha traído a la memoria popular lo que fueron los logros sociales de la revolución sandinista y parte de la gente tiende a creer que un gobierno sandinista tendría una mayor sensibilidad con los pobres que un gobierno liberal; eso está pesando mucho en la toma de decisiones” subraya la comandante Dora María Tellez, actual presidenta del Movimiento Renovador Sandinista (MRS), escisión del sandinismo histórico encabezada por el antiguo vicepresidente del gobierno de Ortega, Sergio Ramírez, y que está –en estos días– en plenas negociaciones para integrarse al Frente.

Qué cambió, qué sigue igual

Sin embargo, el sandinismo del 2001 tiene poco que ver con el que tomó el poder a fines del los ‘70 y gobernó durante los ‘80. Tellez responde que estas diferencias son obvias: “Un partido que estuviera presentando una propuesta que es la misma de hace veinte años es una cosa completamente caduca. Es como comprar un Ford del año ‘54: es muy bonito pero ya no camina –ilustra–; la propuesta del Frente tiene que ver con la realidad actual, con un gobierno que tiene un marco institucional dereferencia y reglas de juego definidas. Es decir: una revolución es una página en blanco pero un cambio de gobierno es sólo eso”.
Más allá de las reformulaciones de la época, la continuidad histórica del sandinismo en su convocatoria actual es la “opción por la justicia social”. Es decir, aún en términos más genéricos, el FSLN sigue expresando una alternativa política para una distribución de la riqueza más equitativa. “Creo que la gente está conciente que hoy no es posible pensar en un proyecto revolucionario por todo lo que significa la globalización en un mundo unipolar pero sí muchos tienen la expectativa de que un gobierno del FSLN puede representar mejor sus intereses y puede conseguir una mejor redistribución de la riqueza en medio de nuestra escasez”, apunta Zúñiga. De todos modos, varios análisis políticos se apuran en advertir que un triunfo de Ortega sería algo puramente simbólico porque los márgenes de maniobra política y económica son demasiado estrechos, especialmente si –como anuncia Ortega– ya no se trata de expropiar a nadie. Entre los diagnósticos más escépticos, Chamorro, actual director del semanario Confidencial, explica: “El discurso de Ortega hoy es de un populismo moderado, es repetir constantemente todo lo que no va a hacer, que son aquellas cosas que se le atribuyen como errores al sandinismo: las confiscaciones de propiedad, el servicio militar obligatorio, el enfrentamiento con Estados Unidos y la iglesia y la libertad de expresión”.
El Frente Sandinista está aliado con la Democracia Cristiana, con el Movimiento de Unidad Cristiana, con un sector de los antiguos contras y con los productores de café. Hoy Ortega sumará la alianza con el Movimiento Indígena que lidera el disidente liberal y diputado Steadman Fagot. Durante esta década, el mérito de Ortega fue lograr mantener su electorado unificado, mientras que el candidato de la derecha parece que no logra, esta vez, reunir a sus votantes tradicionales. A esto se agrega otro factor que posibilita que el FSLN llegue al poder: el acuerdo que Ortega hizo con el actual presidente, Arnoldo Alemán, por el que se excluyen otras fuerzas políticas menores. Así, sólo quedan en la palestra electoral el partido de gobierno (PLC) y el Frente Sandinista, ya que el Partido Conservador apenas alcanza un 5 por ciento. El escenario es de una elección fuertemente polarizada. Por esto mismo, muchos grupos disidentes del mismo sandinismo –que no están organizados partidariamente pero que sí tienen diversas expresiones políticas e intelectuales– posiblemente vuelquen su voto, a último momento, por Ortega. Como dato que auspicia estas próximas elecciones, los analistas toman como referencia los comicios municipales del 5 de noviembre del año pasado, donde los sandinistas obtuvieron una victoria cualitativa a pesar de la mínima diferencia porcentual: triunfaron en 11 de las 17 capitales de provincias, mientras que los liberales se impusieron en 5 y los conservadores sólo ganaron en 1.
Para comprender el arco actual de las alianzas del sandinismo hay que observar que Ortega, al sumar a un sector de “ex contras”, no está acordando con las tropas mercenarias al servicio de los EE.UU. que desestabilizaron su gobierno, sino con antiguos combatientes campesinos antisandinistas que luchan actualmente por tierras que nunca les fueron entregadas. Por otro lado, su alianza con el cristianismo responde a la particularidad ideológica del sandinismo que siempre estuvo compuesto por la corriente cristiana conocida como “teología de la liberación”; basta recordar dos figuras claves del gobierno revolucionario: Miguel D’Escoto y Ernesto Cardenal.

La izquierda reverdece

A pesar de los años, la vuelta al poder del FSLN no puede subestimarse. Hace 10 días la revista norteamericana Newsweek le dedicó su tapa a Ortegay la tituló “El regreso del rebelde”. El análisis que allí se hace de la región latinoamericana parte de una evidencia: “el resurgimiento de la izquierda”. El mapa que se traza es el siguiente: Hugo Chávez cultiva en Venezuela denodados gestos de autonomía, Alan García estuvo a punto de ganar las últimas elecciones en Perú en lo que marca un inesperado resurgir del desprestigiadísismo APRA tras la dictadura fujimorista, Luis Inácio “Lula” Da Silva está primero en las encuestas en Brasil, a sabiendas de la explícita simpatía del PT con uno de los mayores movimientos sociales latinoamericanos: el MST. Según el análisis del semanario, también los ex guerrilleros de El Salvador podrían volver al poder; Argentina no queda afuera: Newsweek pronostica que la crisis social y económica del país podría “ver renacer la revolución”.
En esta perspectiva de análisis, Estados Unidos hizo volver al ruedo a funcionarios que parecían no ser más que piezas de museo. George W. Bush -al que en Nicaragua no dudan en cambiarle el apodo de Bush II por el de Reagan II, en alusión a su política derechista– resucitó a John Negroponte, Elliot Abrams y Otto Reich, tres personajes fuertemente cuestionados por organismos de derechos humanos e investigados por irregularidades durante sus gestiones. Los tres forman parte del funcionariado norteamericano que dirigió, en los ‘80, la “guerra sucia” en Centroamérica contra las fuerzas insurgentes de la región. Pero los conflictos con Estados Unidos no parecen ser sólo cosa del pasado. Hace quince días se oficializó que el subsecretario de Estado, Lino Gutiérrez, viajó a Nicaragua para, extraoficialmente, intimar a los partidos de la oposición a unirse en un frente común contra Ortega. Hace dos días llegó al país otro enviado especial: el congresista estadounidense Cass Ballenger fue recibido por quien le solicitara apoyo alimentario para el país, el candidato liberal Bolaños.
Esta semana, un conflicto diplomático entre Honduras, Nicaragua y El Salvador por la disputa de límites marítimos en el Caribe, que terminó con la expulsión de dos diplomáticos salvadoreños acusados de espionaje en Tegucigalpa, desató controvertidas acusaciones. Ortega declaró que un eventual conflicto bélico sería un “montaje creado por los gobiernos de Honduras y Nicaragua” con el fin de “suspender las elecciones en nuestro país”. Ayer, la Iglesia católica centroamericana dijo ver pretextos “artificiales” y “militaristas” en los conflictos bilaterales, mientras que Estados Unidos negó haber fomentado tensiones entre ambos países. Honduras, por su parte, rechazó tener “complicidad” con Nicaragua y rechazó las afirmaciones de Ortega. Aún quedan 75 días de campaña.

 

Claves

Con el comandante Daniel Ortega como favorito, comenzó la campaña para las elecciones presidenciales en Nicaragua, en noviembre próximo. Durante los últimos meses, Ortega ha liderado consistentemente las encuestas.
Un triunfo sandinista marcaría un hito más en lo que se advierte como un giro a la izquierda en América latina.
Estados Unidos, como en una vuelta completa al pasado, reincorporó a funcionarios involucrados en la “guerra sucia” de los ‘80 contra los movimientos insurgentes centroamericanos.
La Iglesia católica nicaragüense lanzó una pastoral en la que promueve no votar al FSLN debido al pasado de sus integrantes.
La elección está sumamente polarizada entre el sandinismo y el partido gobernante, que lleva como candidato al liberal Enrique Bolaños, el mimado de los norteamericanos.

 

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