Por Esteban Pintos
La evolución misma de
las presentaciones de este espectáculo titulado Miedo loco miedo
responderá finalmente al interrogante que puede hacerse hoy sobre
Los Fabulosos Cadillacs. ¿Hacia dónde van? El saldo de la
primera de nueve funciones (ver recuadro), ocurrida en húmedo viernes,
deja claros y oscuros. Primer claro: tratándose de una banda que
dispone la suficiente batería de hits como para provocar adhesión
espontánea y una existencia plácida tocando aquí
y allá, concebir un show como éste tanto como había
sucedido con Calavera Experimental Concerto supone una sana intención
de abandonar la sensación de piloto automático que suele
aquejar, justamente, a las bandas con batería de hits y todo lo
demás. Los Cadillacs han atravesado, en más de quince años
de carrera, varias recaídas por el estilo. Sin embargo, algunas
veces más torpemente que otras, se han levantado, girado en dirección
correcta y finalmente, enderezado el rumbo. Esta parece ser uno de esos
momentos, problemas internos que tiene que ver con la condición
humana al margen. Con dos nuevos integrantes (Pablo Puntoriero en saxo
y flauta, Gustavo Liamgot en teclados y demás), que se agregan
a otros dos que hace un tiempo también participan José Bale
(percusión) y Juan Pablo Quiroga (coros, también es asistente
de escenario), y la noticia del alejamiento de dos miembros originales
(Mario Siperman y Daniel Lozano), esta es la versión 2001 de Los
Fabulosos Cadillacs con la que se registrará un nuevo disco, el
primero luego de roto el vínculo contractual con la multinacional
BMG. En este ciclo, además, participa una orquesta de cuerdas.
Así las cosas, queda en claro que hay una búsqueda sonora
propia del interés musical de Fernández Capello y
Cianciarullo todavía en desarrollo y de la que tal vez se
tengan noticias recién el año que viene.
El gusto por la renovación y el cambio se traduce en adornadas
nuevas versiones de las habituales Gallo rojo, Vos sabés,
Roble, Saxo azul, un puente directo entre CJ
y Vasos vacíos y otras, la elección de un variopinto
grupo de compositores de música popular para interpretar (Sucio
y desprolijo de Pappo, El cantante de Rubén Blades,
Grito santiagueño de Raúl Carnota y Sus
ojos se cerraron de Carlos Gardel, todas tocadas y cantadas con
evidente esmero, y buenos resultado) y los textos recitados por el cantante
Gabriel Fernández Capello a manera de pequeños segmentos
literarios sobre las canciones mismas. Flavio Cianciarullo, por su parte,
presentó sobre el final un tema folklórico propio titulado
Zambita de los buenos sueños, entusiasta, pero fallido
intento de acercarse a la verdadera zamba. Ni su letra ni la interpretación
vocal resultaron agraciadas. En este punto, vale la pena detenerse: no
siempre estas aperturas funcionan. También sucede con
algún exceso propio del intento por refinar una canción
como Roble, bella de por sí.
El exceso en sí mismo es el riesgo de un espectáculo como
éste. Hay canciones y arreglos que siempre sonarán mejor
como fueron concebidos o como fueron tomando forma con el correr del tiempo,
pero no resultan mejores porque una orquesta de cuerdas acompañe
y ponga un color distintoal sonido. Con aquellos superclásicos
Cadillac ya mencionados, casi que no hace falta nada para mejorarlas.
Son buenas canciones y con eso basta. Sucede sí y funciona magníficamente,
en cambio, cuando la banda se zambulle enérgicamente en Sucio
y desprolijo, por ejemplo: hay algo del sonido clásico que
combina y aporta cierto dramatismo al desarrollo de una canción
así. Históricamente el gusto de los músicos de rock
por la presencia de acompañamientos de este tipo ha traído
resultados dispares. Por momentos parece, se ve y suena genial. En otros,
patentiza repentinos y profundos ataques de ego de los artistas. Otras
veces, simplemente pasa desapercibido y nadie le presta atención
a no ser por la imponencia visual que de por sí presupone una formación
clásica, tocando casi siempre en un nivel superior de escenario,
por encima de la banda de rock en cuestión. Es el mismo efecto
que causa la aparición de los músicos en escena. casi en
penumbras y de riguroso smoking negro (el cantante y sus lentes punk también
impactan).
El viernes, la gran ovación que siempre despiertan los Cadillacs
en su público fiel de primera función, fue acallándose
con el desarrollo instrumental mismo de la canción-relato que dio
título a este show. Un monólogo disperso y una contracturada
base musical, combinación difícil de sintonizar con fervor
tribunero-rockero alguno, lograron silenciar a los chicos que aullaban
ahí abajo. Más tarde, ya sobre el final, Fernández
Capello en broma pero no tanto ordenó ¡callénse!.
Sobre estos dos momentos puede pensarse la respuesta al interrogante inicial.
Los Fabulosos Cadillacs, como banda con trabajo en proceso (este Miedo
loco miedo parece serlo también), pidiendo a sus miles, tal vez
millones de escuchas, un poco de silencio después de tanto ruido
durante una década y media. Parece la hora de sentarse y escuchar.
Primera noche
Sucedió sobre
el final. Primero partió de las primeras filas de la platea,
y luego un rato después, al final de otra canción
desde el medio del mismo sector. El canto Mario no se va,
y Mario no se va, en alusión al alejamiento del tecladista
Mario Siperman, se dejó escuchar y no provocó comentarios
de parte de los músicos en escena.
A las anunciadas seis
funciones anunciadas (este fin de semana y el próximo), se
agregaron otras tres para el viernes 31 de setiembre, sábado
1 y domingo 2 de setiembre. Si se completa la capacidad del teatro
durante los próximos shows, serán unas 10.000 personas
en total las que hayan presenciado este espectáculo.
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