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Las reglas de la no violencia
Por Eugenio Raúl Zaffaroni *

 La protesta contra la hegemonía expoliadora de la actual etapa de poder del planeta quiere asumir metodologías no violentas, pero cuando obtienen como respuesta la represión policial, la criminalización y la campaña difamatoria, algunos opinan que es imposible. Se equivocan: quienes así opinan son los más débiles. Ante todo, no violencia no significa no lucha, sino precisamente lucha no violenta. Y esa lucha tiene reglas inflexibles. Las más elementales son: a) no debe contaminarse la no violencia con la violencia, pues un solo acto violento la deslegitima; b) no garantiza que la respuesta sea no violenta, sino todo lo contrario, porque al poder arbitrario sólo sabe responder violentamente; c) la clave del éxito se halla en resistir y sufrir la violencia sin responder con actos violentos, porque la derrota es la respuesta violenta.
El potencial de la lucha no violenta es infinitamente superior al de la lucha violenta: bastaría con que todos nos quedásemos en nuestras casas para que en pocos días se derrumbe cualquier poder, o con que nadie acuda a una convocatoria bélica para que no hubiera guerra, o con que nadie pague más un impuesto para que el poder cruja. Claro: para esto se requiere un alto grado de organización, consenso, disciplina, paciencia y convicción en el método y en el triunfo final. Sin estas condiciones no es posible una lucha no violenta.
Para ello deben internalizarse pautas de pensamiento conforme a las reglas de la no violencia, lo que no es fácil, porque desde siempre se nos enseñó que no es lucha, que no es �viril�, que es de �maricones�, que �no es de hombres� regalarles flores a las mujeres de los banqueros, o pararse frente a las comisarías con carteles �no queremos robar, queremos trabajo� o hacer que los niños les escriban cartas a los hijos de los poderosos.
Desde la Primera Guerra Mundial se exasperó la idea de que lo �viril� por excelencia �y, según la lógica patriarcal, �bueno�� es la camaradería de la trinchera, entre colosos musculosos marmolizados en la estatuaria nazifascista o stalinista. Esto no es otra cosa que la traducción de la cosmovisión catastrofista spenceriana de lucha por la supervivencia de los mejor dotados que, por otra parte, es la culminación racista de una cultura de la rapiña y la expoliación que está en la base de la civilización industrial y que produce su saber, sus sujetos cognoscentes y sus jerarquizaciones humanas genocidas.
El poder violento nos ocultó siempre el potencial de la lucha no violenta; por eso ni siquiera se la menciona en la historia que glorifica sólo a guerreros y a políticos que decidieron guerras. La lucha no violenta tiene la ventaja de ser la única para la que el sistema de poder no tiene respuesta y por eso la oculta. Por ende, es la única practicable, pero tiene la desventaja de que no es sólo un método, como con frecuencia se cree, sino que es toda una cosmovisión diferente a la de nuestra civilización industrial.
Gandhi no formó un ejército de autómatas descerebrados que lo obedecían, sino que lideró un pueblo que compartía una cultura de lucha no violenta, que era el único método posible desde su cosmovisión, en que todas las vidas tienen un valor absoluto. El propio Gandhi provenía de la tradición jainista, contemporánea del budismo, cuyos iniciados ortodoxos no sólo eran vegetarianos sino que usaban tules sobre sus bocas para no matar involuntariamente a pequeños insectos. Es una imagen fácil de ridiculizar por los fascistocorruptos, que dentro de poco reirán con sus bocas cubiertas con máscaras que filtren la polución atmosférica.
En modo alguno es imposible la resistencia por medio de la lucha no violenta, pero a condición de salir de la cosmovisión catastrofista spenceriana, aunque para ello, claro está, no es necesario que todos nos convirtamos al jainismo. La cuestión no pasa por allí, sino por tomar conciencia de que el éxito en la lucha no violenta dependerá de que logre un cambio cultural y no del empleo de una simple táctica.
No es legítima defensa disparar a la cabeza contra quien pretende lanzarle un extinguidor, pero sería mucho más palmario el comportamientohomicida si la víctima estuviese con las manos vacías. Pero para eso es menester superar la cultura violenta del agresor con la cultura de la no violencia radical. No sólo es posible luchar con éxito contra la hegemonía expoliadora mundial mediante la no violencia, sino que es el único camino viable para ahorrar millones de muertos, pero a condición de radicalizar la no violencia, lo que presupone la incorporación cultural del pensamiento no violento y una seria autocrítica sobre la incorporación del pensamiento violento a nuestros equipos psicológicos.

* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología UBA. Vicepresidente de la Asociación Internacional de Derecho Penal. Titular del Inadi.



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