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JEAN PIERRE CHEVENEMENT, ex ministro y politico frances
�Vivimos la era del capital mundializado�

Socialista, lleno de principios, varias veces ministro y otras tantas renunciado, es el líder del Movimiento de Ciudadanos y ya se habla de su candidatura a presidente de Francia. En su visión, Estados Unidos es una potencia con la que hay que tener cuidado; el socialismo es una escuela republicana y la globalización �o mundialización, como insisten en decir los franceses�, una amenaza.

 

Por M. A. Bastenier *

  --¿Hay vida para la izquierda tras la desaparición del comunismo soviético?

  --La izquierda no nació con el comunismo; nació con la Ilustración y fue en francés donde se emplearon por primera vez los términos derecha e izquierda. Los que se definían como de izquierdas eran los que se sentaban a la izquierda del hemiciclo, con lo que querían mostrar que estaban en contra del regreso del rey. Era 1790. Esa izquierda, a la que se calificó algo apresuradamente de burguesa, era en realidad la que encarnaba el ideal de la ciudadanía y de ella nacerá la corriente democrática socialista a mediados del siglo XIX. Es la represión del movimiento obrero durante el XX lo que contribuirá a su radicalización y al nacimiento del socialismo. La desviación bolchevique, que tomará el poder en Rusia al término de la Gran Guerra, llevará a la izquierda mundial a una especie de deriva, que hace que el criterio de fidelidad a la URSS como patria del socialismo provoque el distanciamiento entre la izquierda comunista y la socialdemocracia, que se negará a alinearse con las posiciones soviéticas, a la vez que no escapaba a un cierto compromiso con el orden capitalista existente.

  --Bien. Entonces, a la izquierda la inventó Francia. Pero seguimos sin saber por dónde anda ahora.

  --El comunismo lo que ha hecho es ocultar lo que yo llamo el paradigma republicano, que es una filosofía de la sociedad basada en el ciudadano, en el espíritu crítico, en el espíritu de la Ilustración, que abarca todo lo que los ciudadanos pueden hacer colectivamente. Todo eso fue ocultado por el comunismo durante casi un siglo, de 1917 a 1991, y hoy nos corresponde devolver al paradigma republicano toda su fuerza, sin olvidar lo que había de justo en la crítica marxista, porque en muchos aspectos la deriva bolchevique no resiste una crítica marxista en serio. Lo que hay que hacer es remontarnos en el tiempo y enlazar con la gran idea republicana.

  --¿Y qué es la república? ¿Los monárquicos también tienen derecho a una?

  --La república es una gran pedagogía colectiva; la democracia se desarrolla a la luz de la razón, pero siempre a través de un trabajo pedagógico intenso que no se limita a lo político, sino que implica a toda la sociedad y empieza por la escuela. En nuestro sistema republicano la escuela es fundamental, en cuanto que forma a los ciudadanos, y cabe decir otro tanto de los medios de comunicación, porque está claro que, si no se introduce un elemento de espíritu crítico en los medios de comunicación, audiovisuales e Internet, nos convertiremos en sus esclavos y no iremos a la república, sino a la Edad Media. Pero otros pueblos, constituidos en naciones, han evolucionado también hacia una forma de gobierno que podemos llamar ciudadana, pero que es republicana. No ignoro que España es una monarquía y no quiero insultar a un país que admiro y que ha aportado tanto al mundo. España es una nación original, una nación de ciudadanos.

  --¿Para qué sirve hoy una nación, sin que acabemos en los Balcanes?

  --La nación es una forma de organización eminentemente política y, si Europa quiere permanecer fiel al ideal de las luces, al ideal republicano, no debemos echar a las ortigas --es una expresión francesa--, no debemos echar por tierra, la nación, sino que debemos construir Europa sobre la base de sus naciones, y no permita que complete a sus naciones, que les permita hacer unidas lo que no pueden hacer por separado, y no una falsa Nación-europea que vacíe a las naciones de la sustancia, porque carecería de toda fuerza política. Hay que mirar a EE.UU. como una gran nación. Nadie puede poner en duda que es la más grande, pero tiene aversión a la forma republicana de gobierno cuando la practican los demás. Su pretensión de presidir un imperio universal equivale a negar a los otros esa forma republicana que, en cambio, acepta para sí misma. Y si queremos resistir a ese imperio americano, no debemos convertirnos en una especie de no man's land, en un suburbio de ese imperio, que es lo que pasaría si, en vez de construir Europa en base a la nación, adoptáramos el esquema federal.

  --¿Qué tiene de malo el federalismo?

  --La fórmula federal es inapropiada porque no hay en Europa una comunidad de signos e intereses políticos lo bastante poderosa como para que la minoría pueda aceptar fácilmente la ley de la mayoría. Lo que hoy se acepta en el interior de cada nación es el hecho mayoritario; el verdadero milagro de la democracia es que la minoría acepte las decisiones de la mayoría, esperando poder vencer en las elecciones siguientes. Y esto es lo que no se puede transferir al ámbito europeo, porque Europa no es un solo pueblo, sino 30. Hay que encontrar una organización para Europa basada en proyectos comunes; en la aeronáutica, con el Airbus; en el espacio, con el Ariane; en los transportes, con el TGV, y en lo científico, para luchar, por ejemplo, contra la extensión del sida en Africa.

  --Pero, federal o no, lo esencial es, quizá, el tipo de sociedad.

  --Vivimos la era del capital mundializado, que se ejerce a través de los mercados financieros, de los grandes gestores de fondos, sobre todo fondos de pensión para los que se exigen índices de rentabilidad de dos guarismos, con empresas que detentan poder de vida y de muerte sobre las monedas, sobre las obligaciones de los Estados. Y todo ello proviene de la revolución conservadora, liberal norteamericana. Hay una jubilación del poder público ante las gigantescas fusiones de empresas, que se producen no sólo a escala europea, sino también mundial; veamos los casos de Benz-Chrysler o Renault-Nissan, donde los poderes públicos han estado ausentes, mientras la Comisión Europea se limita a comprobar que no haya obstáculos a la competencia; ya no se protege el empleo, ni la ordenación del territorio; hay despidos a millares y otras tantas vidas hundidas en la miseria. Este capitalismo financiero ignora al ciudadano, sólo le interesa el accionista; vamos a la dictadura del accionariado. El ser humano es un kleenex de usar y tirar, y el ciudadano, que vive en el territorio, que habla su idioma, que saca adelante a su familia, el ciudadano, en cuanto tiene otras aspiraciones que las del homo economicus, es totalmente ignorado. Pensar que la historia concluye con la dictadura del mercado financiero es un error. Aunque lo diga Fukuyama con su fin de la historia.

  --Esa Europa tan nacional, sin embargo, podría verse dominada por alguna nación en particular. Hablemos de Alemania.

  --Es obvio que la ampliación de la Unión Europea al Este desplaza el centro de gravedad del continente hacia Alemania. Me pregunta si yo albergo algún temor sobre Alemania. No temo a Alemania. Europa no puede ser hegemonizada por ninguna de las naciones que la componen. En el pasado, diversas potencias lo intentaron: España, en el siglo XVI, luego, Francia, Gran Bretaña, la propia Alemania, y ése fue el origen de la Primera Guerra, un conflicto de hegemonía entre Alemania, que quería dominar la tierra, dejando a Gran Bretaña el mar, y esta última; y otro tanto ocurrió en la Segunda Guerra. Hay que comprender esa historia para darse cuenta de que desde 1945 ningún país, excepto quizá Rusia, ha aspirado a esa hegemonía. Y, tras el fin de la Guerra Fría, ni Rusia está en condiciones de ello. Y yo creo que a Alemania no le interesa pensar en nuevos hegemonismos porque suscitaría una coalición general contra ella, y debe ser lo suficientemente inteligente como para no pensar sólo en el Este, sino en el Sur. Hemos de implicar a Alemania también en el desarrollo del Sur. Me pregunta por el eje franco-alemán. Y yo le digo que es necesario. Es necesario porque, aunque se diga que franceses y alemanes procedemos del mismo tronco [carolingio], en realidad, somos muy distintos; unos somos latinos, yo mismo tengo antecedentes españoles, soy de una marca francesa, el Franco-Condado, soy alcalde de Belfort, que ha formado parte del Sacro Imperio Romano-Germánico, aunque desde hace tres siglos es tierra francesa que, además, ha servido de cerrojo para defender el acceso a Francia en tres guerras: 1870, 1914 y 1940; y estamos todos marcados por un pasado que hay que superar. Pero alcanzar una verdadera intimidad con Alemania es difícil, porque cada día hay menos franceses que estudien alemán [y más que estudian español] y menos alemanes que estudien francés [que sólo estudian inglés]. En cierto modo, cabe decir que estamos más fascinados por los alemanes de ayer que por los de hoy, e igual pasa a los alemanes, que aprecian más a los franceses de antaño que a aquellos con los que se codean en las cumbres franco-alemanas.

  --Sabemos que se ha declarado siempre especialmente vinculado al mundo árabe-islámico.

  --¿Por qué no permitir que los países del Magreb entren en el círculo de la familia europea. Vamos a acoger a Turquía, con quien en Francia no tenemos lazos tan estrechos como con Argelia o Marruecos. Marruecos y España tienen lazos inmemoriales y la propia identidad argelina, ¿por qué se busca a sí misma con tanta violencia?; porque no es sólo una identidad árabe-musulmana, sino también bereber y occidental; sí, occidental, desde Roma, y más aún desde que en 1830 Francia puso pie en Argelia.

  --¿Y el islamismo?

  --Si no tomamos la decisión de relanzar el proceso de Barcelona, el diálogo euro-árabe, hoy atascado; si no superamos la corta visión del libre cambio, si no somos capaces de enganchar a nuestro desarrollo a los países del Magreb, de invertir en ellos, de abrirles nuestros mercados, sobre todo en la agricultura, que es donde son más competitivos, y aunque tengamos que pagar algún precio, como Francia cuando España presentaba su candidatura a la Comunidad; si no obramos así, nuestros vecinos serán un problema cada vez mayor; si queremos desactivar esa mina, esa bomba de tiempo, si no los ayudamos a concebir su futuro con nosotros, se producirá una regresión funesta. La experiencia de Irán, de Argelia, el conflicto israelo-palestino, todo ello hace temer un repliegue sobre la unidad islámica, en cuanto que el Islam ha mantenido una visión globalizadora de la sociedad; el Islam no ha conocido Reforma ni Siglo de las Luces y por ello tiene una visión potencialmente totalitaria de la política. Pero junto a eso hay millones y millones de árabes que quieren vivir de forma moderna, desarrollarse en plena libertad sin dejar de ser musulmanes y, si esto no es posible, seremos invadidos por una masa de norteamericanos, a los que tendremos que acoger, a los que no podremos decir que no.

  --Tiene nombre de patera.

  --Como ministro del Interior, evalué en 50 millones el número de personas que deberemos acoger en el próximo medio siglo y para cuya integración hemos de pensar en una política de familia, porque si las familias europeas tuvieran más hijos, todo sería más fácil; ¡necesitamos más niños! [Dicho todo ello, sin embargo, con la máxima circunspección]. Tendremos que acoger a esos inmigrantes, del Sur y del Este, aunque siempre en el marco del respeto a nuestras leyes y nuestros valores, con lo que dentro de medio siglo el Viejo Continente se parecerá más al Brasil actual que a la Europa del siglo XIX.

  --Entonces, ¿Europa podría dejar de ser mayoritariamente blanca y cristiana?

  --No. No. Europa seguirá siendo blanca y cristiana. Ya lo vemos hoy, cuando ya hay 20 millones de inmigrantes, sin contar a todos los que han adquirido la nacionalidad del país y, en especial, en Francia, donde para 60 millones de habitantes, además de unos 4 millones de extranjeros, hay cerca de 10 millones de franceses cuyos padres o abuelos son de procedencia extranjera, mayormente italianos, españoles y polacos, lo que ayuda a una licuefacción nacional, cultural y racial en el crisol francés.

  --Bipolaridad, unipolaridad, Este-Oeste, Norte-Sur, riqueza-pobreza, choque de civilizaciones, Islam-cristiandad. ¿Hay un orden mundial o similar?

  --Estados Unidos continuará siendo la única superpotencia mundial probablemente durante una o dos décadas más, pero no por ello deja de verse claramente cómo emerge un mundo multipolar. Y ese mundo puede o no crearse a partir de una Europa que sea consciente de su especificidad, notablemente cultural, y de su vocación propia. Pero para ello no hay que crear una réplica de Estados Unidos, sino una especie de sociedad de naciones europeas, solidaria y capaz de compensar el unilateralismo norteamericano. Otras potencias aparecen, sin embargo, en el horizonte. China, cuyo crecimiento será capital en este siglo; Rusia, que se recuperará; la India que, pese a sus desigualdades sociales, posee un gran potencial; Japón, que no ha dicho la última palabra: la propia Corea, una vez reunificada, y en América latina, sin duda, Brasil y México, aunque este último se halle, desgraciadamente, tan cerca de Estados Unidos, pero que tiene una personalidad muy rica y, en fin, la modernización del mundo árabe. Todo eso le dice mucho a Europa, nuestra irradiación es mundial. España, en el continente sur y norteamericano; la francofonía que, con más de 100 millones de habitantes fuera de Francia, no es una bagatela. El mundo es diverso y debe seguir siéndolo y por ello hemos de luchar contra la uniformización tecno-mercantil a la que nos aboca el imperio americano. La encrucijada de ese diálogo futuro debería ser Europa, aunque no vuelva a ser el continente que ha dominado el mundo durante cinco siglos, sino un punto de encuentro, diálogo y crisol, pero todo ello sólo a condición de que salvaguardemos nuestras identidades con el respeto debido al tipo de organización política al que hemos llegado al cabo de los siglos. Acabemos para siempre con esta querella hegemónica europea, ya que la única que cuenta, la que nos amenaza, es la hegemonía norteamericana. Y yo cuando viajo a Gran Bretaña, Alemania, Italia, incluso a España, me pregunto si esa voluntad de oponerse a la hegemonía imperial existe; no en el pueblo, que sin duda allí, sí, sino entre las élites, porque cuando George W. Bush viene a Europa a proponer su estúpido escudo antimisiles, que va a costar cientos de miles de millones de dólares, para luchar contra unos Estados irresponsables que, sin duda, no existen, no veo que exista semejante voluntad de resistencia. Y sin ella Europa nunca pasará de ser un apéndice de Estados Unidos.

 * De El País.

¿POR QUE JEAN PIERRE CHEVENEMENT?

Por M. A. B.

Espléndidamente recalcitrante

  Ni siquiera en Francia es fácil encontrar a alguien que crea tanto en Francia como Jean Pierre Chévenement. Tres veces fue ministro, tres veces renunció. Todas las veces que renunció, fue hombre de principios. Todas las veces hombre de principios, que responde con tan envidiable conocimiento como certeza a un manojo de las grandes cuestiones de nuestro tiempo: dónde se halla y qué es la izquierda, en caso de que sea y se halle; qué es eso de la construcción de Europa; quién la amenaza, en este caso con profusa mención de hegemonismos, mundializaciones --en francés, comme il faut, no se dice globalización-- y anglosajonismos. No faltan tampoco gentiles y sinceras referencias a España, al sur de Europa, mucho Magreb y mundo árabe, y toda la Alemania que haya en botica. Hasta se atreve este gaullista espléndidamente recalcitrante, que ha creado un partido socialista como un específico de uso interno, a definir qué es una nación.
 
Es un diminuto despacho de partido y en un confortable saloncito de restaurante, Chévenement se muestra sosegadamente apasionado, con ese discurso que poseen tantos franceses, que casi se puede tomar al dictado y luego llamarse libro.

 

 

 

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