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Por
M. A. Bastenier *
--¿Hay vida para la izquierda tras la desaparición del comunismo soviético?
--La izquierda no nació con el comunismo; nació con la Ilustración
y fue en francés donde se emplearon por primera vez los términos derecha
e izquierda. Los que se definían como de izquierdas eran los
que se sentaban a la izquierda del hemiciclo, con lo que querían mostrar
que estaban en contra del regreso del rey. Era 1790. Esa izquierda, a la
que se calificó algo apresuradamente de burguesa, era en realidad la que
encarnaba el ideal de la ciudadanía y de ella nacerá la corriente democrática
socialista a mediados del siglo XIX. Es la represión del movimiento
obrero durante el XX lo que contribuirá a su radicalización y al
nacimiento del socialismo. La desviación bolchevique, que tomará el
poder en Rusia al término de la Gran Guerra, llevará a la izquierda
mundial a una especie de deriva, que hace que el criterio de fidelidad a
la URSS como patria del socialismo provoque el distanciamiento entre la
izquierda comunista y la socialdemocracia, que se negará a alinearse con
las posiciones soviéticas, a la vez que no escapaba a un cierto
compromiso con el orden capitalista existente. --Bien. Entonces, a la
izquierda la inventó Francia. Pero seguimos sin saber por dónde anda
ahora.
--El comunismo lo que ha hecho es ocultar lo que yo llamo el
paradigma republicano, que es una filosofía de la sociedad basada en el
ciudadano, en el espíritu crítico, en el espíritu de la Ilustración,
que abarca todo lo que los ciudadanos pueden hacer colectivamente. Todo
eso fue ocultado por el comunismo durante casi un siglo, de 1917 a 1991, y
hoy nos corresponde devolver al paradigma republicano toda su fuerza, sin
olvidar lo que había de justo en la crítica marxista, porque en muchos
aspectos la deriva bolchevique no resiste una crítica marxista en serio.
Lo que hay que hacer es remontarnos en el tiempo y enlazar con la gran
idea republicana.
--¿Y qué es la república? ¿Los monárquicos también tienen
derecho a una?
--La república es una gran pedagogía colectiva; la democracia se
desarrolla a la luz de la razón, pero siempre a través de un trabajo
pedagógico intenso que no se limita a lo político, sino que implica a
toda la sociedad y empieza por la escuela. En nuestro sistema republicano
la escuela es fundamental, en cuanto que forma a los ciudadanos, y cabe
decir otro tanto de los medios de comunicación, porque está claro que,
si no se introduce un elemento de espíritu crítico en los medios de
comunicación, audiovisuales e Internet, nos convertiremos en sus esclavos
y no iremos a la república, sino a la Edad Media. Pero otros pueblos,
constituidos en naciones, han evolucionado también hacia una forma de
gobierno que podemos llamar ciudadana, pero que es republicana. No ignoro
que España es una monarquía y no quiero insultar a un país que admiro y
que ha aportado tanto al mundo. España es una nación original, una nación
de ciudadanos.
--¿Para qué sirve hoy una nación, sin que acabemos en los
Balcanes?
--La nación es una forma de organización eminentemente política
y, si Europa quiere permanecer fiel al ideal de las luces, al ideal
republicano, no debemos echar a las ortigas --es una expresión
francesa--, no debemos echar por tierra, la nación, sino que debemos
construir Europa sobre la base de sus naciones, y no permita que complete
a sus naciones, que les permita hacer unidas lo que no pueden hacer por
separado, y no una falsa Nación-europea que vacíe a las naciones de la
sustancia, porque carecería de toda fuerza política. Hay que mirar a
EE.UU. como una gran nación. Nadie puede poner en duda que es la más
grande, pero tiene aversión a la forma republicana de gobierno cuando la
practican los demás. Su pretensión de presidir un imperio universal
equivale a negar a los otros esa forma republicana que, en cambio, acepta
para sí misma. Y si queremos resistir a ese imperio americano, no debemos
convertirnos en una especie de no man's land, en un suburbio de ese
imperio, que es lo que pasaría si, en vez de construir Europa en base a
la nación, adoptáramos el esquema federal. --¿Qué tiene de malo el
federalismo?
--La fórmula federal es inapropiada porque no hay en Europa una
comunidad de signos e intereses políticos lo bastante poderosa como para
que la minoría pueda aceptar fácilmente la ley de la mayoría. Lo que
hoy se acepta en el interior de cada nación es el hecho mayoritario; el
verdadero milagro de la democracia es que la minoría acepte las
decisiones de la mayoría, esperando poder vencer en las elecciones
siguientes. Y esto es lo que no se puede transferir al ámbito europeo,
porque Europa no es un solo pueblo, sino 30. Hay que encontrar una
organización para Europa basada en proyectos comunes; en la aeronáutica,
con el Airbus; en el espacio, con el Ariane; en los transportes, con el
TGV, y en lo científico, para luchar, por ejemplo, contra la extensión
del sida en Africa.
--Pero, federal o no, lo esencial es, quizá, el tipo de
sociedad.
--Vivimos la era del capital mundializado, que se ejerce a través
de los mercados financieros, de los grandes gestores de fondos, sobre todo
fondos de pensión para los que se exigen índices de rentabilidad de dos
guarismos, con empresas que detentan poder de vida y de muerte sobre las
monedas, sobre las obligaciones de los Estados. Y todo ello proviene de la
revolución conservadora, liberal norteamericana. Hay una jubilación del
poder público ante las gigantescas fusiones de empresas, que se producen
no sólo a escala europea, sino también mundial; veamos los casos de
Benz-Chrysler o Renault-Nissan, donde los poderes públicos han estado
ausentes, mientras la Comisión Europea se limita a comprobar que no haya
obstáculos a la competencia; ya no se protege el empleo, ni la ordenación
del territorio; hay despidos a millares y otras tantas vidas hundidas en
la miseria. Este capitalismo financiero ignora al ciudadano, sólo le
interesa el accionista; vamos a la dictadura del accionariado. El ser
humano es un kleenex de usar y tirar, y el ciudadano, que vive en
el territorio, que habla su idioma, que saca adelante a su familia, el
ciudadano, en cuanto tiene otras aspiraciones que las del homo
economicus, es totalmente ignorado. Pensar que la historia concluye
con la dictadura del mercado financiero es un error. Aunque lo diga
Fukuyama con su fin de la historia.
--Esa Europa tan nacional, sin embargo, podría verse dominada
por alguna nación en particular. Hablemos de Alemania.
--Es obvio que la ampliación de la Unión Europea al Este desplaza
el centro de gravedad del continente hacia Alemania. Me pregunta si yo
albergo algún temor sobre Alemania. No temo a Alemania. Europa no puede
ser hegemonizada por ninguna de las naciones que la componen. En el
pasado, diversas potencias lo intentaron: España, en el siglo XVI, luego,
Francia, Gran Bretaña, la propia Alemania, y ése fue el origen de la
Primera Guerra, un conflicto de hegemonía entre Alemania, que quería
dominar la tierra, dejando a Gran Bretaña el mar, y esta última; y otro
tanto ocurrió en la Segunda Guerra. Hay que comprender esa historia para
darse cuenta de que desde 1945 ningún país, excepto quizá Rusia, ha
aspirado a esa hegemonía. Y, tras el fin de la Guerra Fría, ni Rusia está
en condiciones de ello. Y yo creo que a Alemania no le interesa pensar en
nuevos hegemonismos porque suscitaría una coalición general contra ella,
y debe ser lo suficientemente inteligente como para no pensar sólo en el
Este, sino en el Sur. Hemos de implicar a Alemania también en el
desarrollo del Sur. Me pregunta por el eje franco-alemán. Y yo le digo
que es necesario. Es necesario porque, aunque se diga que franceses y
alemanes procedemos del mismo tronco [carolingio], en realidad, somos muy
distintos; unos somos latinos, yo mismo tengo antecedentes españoles, soy
de una marca francesa, el Franco-Condado, soy alcalde de Belfort, que ha
formado parte del Sacro Imperio Romano-Germánico, aunque desde hace tres
siglos es tierra francesa que, además, ha servido de cerrojo para
defender el acceso a Francia en tres guerras: 1870, 1914 y 1940; y estamos
todos marcados por un pasado que hay que superar. Pero alcanzar una
verdadera intimidad con Alemania es difícil, porque cada día hay menos
franceses que estudien alemán [y más que estudian español] y menos
alemanes que estudien francés [que sólo estudian inglés]. En cierto
modo, cabe decir que estamos más fascinados por los alemanes de ayer que
por los de hoy, e igual pasa a los alemanes, que aprecian más a los
franceses de antaño que a aquellos con los que se codean en las cumbres
franco-alemanas.
--Sabemos que se ha declarado siempre especialmente vinculado al
mundo árabe-islámico.
--¿Por qué no permitir que los países del Magreb entren en el círculo
de la familia europea. Vamos a acoger a Turquía, con quien en Francia no
tenemos lazos tan estrechos como con Argelia o Marruecos. Marruecos y España
tienen lazos inmemoriales y la propia identidad argelina, ¿por qué se
busca a sí misma con tanta violencia?; porque no es sólo una identidad
árabe-musulmana, sino también bereber y occidental; sí, occidental,
desde Roma, y más aún desde que en 1830 Francia puso pie en Argelia. --¿Y el islamismo?
--Si no tomamos la decisión de relanzar el proceso de Barcelona,
el diálogo euro-árabe, hoy atascado; si no superamos la corta visión
del libre cambio, si no somos capaces de enganchar a nuestro desarrollo a
los países del Magreb, de invertir en ellos, de abrirles nuestros
mercados, sobre todo en la agricultura, que es donde son más
competitivos, y aunque tengamos que pagar algún precio, como Francia
cuando España presentaba su candidatura a la Comunidad; si no obramos así,
nuestros vecinos serán un problema cada vez mayor; si queremos desactivar
esa mina, esa bomba de tiempo, si no los ayudamos a concebir su futuro con
nosotros, se producirá una regresión funesta. La experiencia de Irán,
de Argelia, el conflicto israelo-palestino, todo ello hace temer un
repliegue sobre la unidad islámica, en cuanto que el Islam ha mantenido
una visión globalizadora de la sociedad; el Islam no ha conocido Reforma
ni Siglo de las Luces y por ello tiene una visión potencialmente
totalitaria de la política. Pero junto a eso hay millones y millones de
árabes que quieren vivir de forma moderna, desarrollarse en plena
libertad sin dejar de ser musulmanes y, si esto no es posible, seremos
invadidos por una masa de norteamericanos, a los que tendremos que acoger,
a los que no podremos decir que no. --Tiene nombre de patera.
--Como ministro del Interior, evalué en 50 millones el número de
personas que deberemos acoger en el próximo medio siglo y para cuya
integración hemos de pensar en una política de familia, porque si las
familias europeas tuvieran más hijos, todo sería más fácil; ¡necesitamos
más niños! [Dicho todo ello, sin embargo, con la máxima circunspección].
Tendremos que acoger a esos inmigrantes, del Sur y del Este, aunque
siempre en el marco del respeto a nuestras leyes y nuestros valores, con
lo que dentro de medio siglo el Viejo Continente se parecerá más al
Brasil actual que a la Europa del siglo XIX.
--Entonces, ¿Europa podría dejar de ser mayoritariamente
blanca y cristiana?
--No. No. Europa seguirá siendo blanca y cristiana. Ya lo vemos
hoy, cuando ya hay 20 millones de inmigrantes, sin contar a todos los que
han adquirido la nacionalidad del país y, en especial, en Francia, donde
para 60 millones de habitantes, además de unos 4 millones de extranjeros,
hay cerca de 10 millones de franceses cuyos padres o abuelos son de
procedencia extranjera, mayormente italianos, españoles y polacos, lo que
ayuda a una licuefacción nacional, cultural y racial en el crisol francés. --Bipolaridad, unipolaridad, Este-Oeste, Norte-Sur,
riqueza-pobreza, choque de civilizaciones, Islam-cristiandad. ¿Hay un
orden mundial o similar?
--Estados Unidos continuará siendo la única superpotencia mundial
probablemente durante una o dos décadas más, pero no por ello deja de
verse claramente cómo emerge un mundo multipolar. Y ese mundo puede o no
crearse a partir de una Europa que sea consciente de su especificidad,
notablemente cultural, y de su vocación propia. Pero para ello no hay que
crear una réplica de Estados Unidos, sino una especie de sociedad de
naciones europeas, solidaria y capaz de compensar el unilateralismo
norteamericano. Otras potencias aparecen, sin embargo, en el horizonte.
China, cuyo crecimiento será capital en este siglo; Rusia, que se
recuperará; la India que, pese a sus desigualdades sociales, posee un
gran potencial; Japón, que no ha dicho la última palabra: la propia
Corea, una vez reunificada, y en América latina, sin duda, Brasil y México,
aunque este último se halle, desgraciadamente, tan cerca de Estados
Unidos, pero que tiene una personalidad muy rica y, en fin, la modernización
del mundo árabe. Todo eso le dice mucho a Europa, nuestra irradiación es
mundial. España, en el continente sur y norteamericano; la francofonía
que, con más de 100 millones de habitantes fuera de Francia, no es una
bagatela. El mundo es diverso y debe seguir siéndolo y por ello hemos de
luchar contra la uniformización tecno-mercantil a la que nos aboca el
imperio americano. La encrucijada de ese diálogo futuro debería ser
Europa, aunque no vuelva a ser el continente que ha dominado el mundo
durante cinco siglos, sino un punto de encuentro, diálogo y crisol, pero
todo ello sólo a condición de que salvaguardemos nuestras identidades
con el respeto debido al tipo de organización política al que hemos
llegado al cabo de los siglos. Acabemos para siempre con esta querella
hegemónica europea, ya que la única que cuenta, la que nos amenaza, es
la hegemonía norteamericana. Y yo cuando viajo a Gran Bretaña, Alemania,
Italia, incluso a España, me pregunto si esa voluntad de oponerse a la
hegemonía imperial existe; no en el pueblo, que sin duda allí, sí, sino
entre las élites, porque cuando George W. Bush viene a Europa a proponer
su estúpido escudo antimisiles, que va a costar cientos de miles de
millones de dólares, para luchar contra unos Estados irresponsables
que, sin duda, no existen, no veo que exista semejante voluntad de
resistencia. Y sin ella Europa nunca pasará de ser un apéndice de
Estados Unidos. * De El País.
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