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EL PRINCIPE HEREDERO SE CASA CON UNA MADRE SOLTERA
Una princesa que fue antes la reina de la noche noruega

El próximo sábado el príncipe heredero Haakon Magnus se casa con MetteMarit Tjessem Höiby, madre soltera de un chico de 5 años, que estuvo vinculada al mundo de las drogas y la noche. La sociedad noruega aprueba a la pareja.

La boda entre el príncipe y Mette-Marit tiene un amplio consenso, pero lo que está en cuestión es la monarquía como institución.

Por J.M. Martí Font *

Si Haakon Magnus, el príncipe heredero de Noruega, llega al trono, será un rey posmoderno, pero hay indicios para sospechar que entre las prioridades de este joven de 28 años, educado en una escuela pública de Oslo y en la emblemática Universidad de Berkeley, en California, no figura en primer lugar la de ceñirse la corona que ahora ostenta su padre, Harald. El próximo sábado, el príncipe se casará en la catedral de Oslo con Mette-Marit Tjessem Höiby, de 27 años, natural de Kristiansand, en el sur del país, madre soltera cuyo hijo de cinco años, Marius, es fruto de una relación con un personaje algo turbio, condenado por posesión de drogas y otros delitos menores. Posmoderno es un término que utilizan muchos ciudadanos de este país escandinavo de cuatro millones y medio de habitantes para explicar las contradicciones que les provoca la boda real que, en muchos aspectos, refleja nítidamente la textura de la actual sociedad noruega.
Hay quienes piensan que Haakon y Mette-Marit nunca llegarán a ocupar el trono. Otros están convencidos de que la monarquía es algo consustancial con Noruega. Lo que no se puede negar es que para un monárquico tradicional esta boda es lo más parecido a una pesadilla. Pero los noruegos ya saben cuán persistentes pueden ser sus monarcas cuando se enamoran. El actual rey Harald cortejó a la que finalmente sería la reina Sonia durante casi diez años. Su padre, el rey Olav, fue quien más se opuso a que rompiera la tradición casándose con una plebeya. Pero Harald nunca se dio por vencido. Tal vez por eso, pasada la primera impresión, cuando la casa real noruega anunció oficialmente el compromiso entre Haakon y Mette-Marit, el hecho en sí pasó rápidamente a la categoría de lo inevitable. Sobre la mesa, sin embargo, quedó abierto el debate sobre la propia institución monárquica, cuya valoración ha salido dañada, según detectan las encuestas.
Más allá de Noruega, entre las casas reales europeas, el caso de Haakon y Mette-Marit se ha convertido en el gran experimento sobre el futuro de esta forma de Estado en el siglo XXI. Las sociedades de las democracias occidentales coronadas se enfrentan a una paradoja: han aprobado y animado los intentos de sus casas reales de adoptar modelos de vida parecidos a los de la gente común, pero cuando sus miembros se han convertido en ciudadanos normales, la pregunta que se han hecho es: ¿para qué queremos entonces la monarquía? Y el propio Haakon ha abierto de par en par las puertas para que le den una respuesta. “No creo que pueda decir si soy o no monárquico, porque yo lo veo desde el otro lado”, explicaba recientemente a un periodista de The New York Times. “Realmente no tengo que discutir ni a favor ni en contra; eso es algo que concierne a los noruegos”, añadía.
De llegar a rey, Haakon sería tan sólo el cuarto monarca de la actual familia real noruega, instaurada en 1905 tras la disolución de la unión con Suecia. En un siglo y tres reyes, Noruega ha sufrido una transformación radical, desde el puritanismo luterano hasta la tolerancia y la secularización. Ahora son Haakon y su novia, la madre soltera MetteMarit, de familia de clase media baja de Kristiansand. Detrás viene la princesa Märtha Louise, dos años mayor que su hermano, que mantiene un romance con el escritor Ari Bhen, cuya vida privada ha sido descrita por una revista noruega como “mucho más heterodoxa y potencialmente más peligrosa para la imagen pública de la monarquía que lo que nunca fue la de Mette-Marit, incluso en sus años de reina de la noche”.

El confesor

El obispo de Oslo, Gunnar Stalsett, considera que no hay que preocuparse por el debate que ha abierto la boda real en la sociedad noruega. “La mentalidad posmoderna”, explica, “lo somete todo a crítica y exige que todas las instituciones prueben su utilidad social. La monarquía no es una excepción, como tampoco lo es la Iglesia”. Stalsett, que será quien case ala pareja, es una de las figuras de referencia del país y representa a la Iglesia luterana noruega, la religión oficial del país, a la que pertenece el 88 por ciento de la población, aunque sólo un 3 por ciento atienda los servicios dominicales. El obispo también es el confesor del príncipe. Sobre su talante, baste decir que apoyó a la única mujer obispo de la Iglesia noruega, la cual nombró cura de una parroquia a una mujer lesbiana que vivía con su amante. Para sorpresa de todos, la asistencia a los servicios religiosos de esta lesbiana subió considerablemente, comparada con la de su predecesor en el puesto.
La futura princesa Mette-Marit, explica a Stalsett, no sólo es una plebeya como la actual monarca, sino que también representa la juventud de la sociedad noruega actual. “El 50 por ciento de los niños nacen ahora fuera del matrimonio y se crían en modelos familiares no tradicionales”, argumenta el obispo. “Esto es algo que ya está institucionalizado, y Mette-Marit, en cierto sentido, ayuda a mostrarnos dónde nos encontramos en este momento. La situación de la familia real es representativa de lo que es actualmente Noruega. Para quienes ven a la familia real como algo separado de la sociedad, evidentemente la boda supone una crisis; pero para quienes tienen una visión igualitaria, la boda no supone ninguna crisis, sino la constatación de un hecho natural en la sociedad”.
El obispo también ha pensado “cuidadosamente” sobre los problemas religiosos que plantea la boda y las consecuencias morales derivadas del hecho de que la pareja convive actualmente sin haber pasado por el altar. “Yo soy el que oficiará la boda, y mi consejo a estos jóvenes ha sido que se casen pronto, ya que se quieren. Desde el punto de vista de la Iglesia, el matrimonio es una declaración pública ante la sociedad de que dos personas que se quieren deciden formar una familia. Desde la Iglesia seguimos creyendo que el matrimonio es la mejor manera de crear una familia, ya que ofrece una mayor estabilidad. Sin embargo, dado el alto grado de divorcios (el 50 por ciento), no podemos hablar románticamente. La Iglesia debe pensar que tiene muchos fieles que viven en pareja sin estar casados y que, sin embargo, acuden a los templos. Nos debe hacer reflexionar y debemos evitar cualquier discriminación”.

Boda con amor

El académico Carl-Erik Grimstad, que fuera secretario de la reina Sonia, considera que el futuro de las monarquías pasa precisamente por aceptar situaciones como esta boda. Los reyes actuales se tienen que casar por amor, asegura, y así se evitarán situaciones tan embarazosas como las protagonizadas por el heredero de la corona británica. “Hoy en día es impensable un matrimonio que no sea por amor. Si no lo es, abre la puerta a aventuras extramatrimoniales que se conocerían inmediatamente por cierto tipo de prensa, y entonces sí que es cuando se producen los escándalos”. Más pronto o más tarde, piensa Grimstad, las monarquías europeas acabarán teniendo que aceptar, por ejemplo, a un rey homosexual.
En contraste con estas opiniones, el escritor Karsten Alnaes, que ha conseguido convertir en best seller la historia de Noruega, desde los vikingos hasta la actualidad, no presume de monárquico. Su teoría es que Noruega ha sido siempre republicana. “La monarquía noruega ha conseguido lo que parece imposible: el rey no es como los demás ciudadanos, pero tampoco es diferente ni está por encima de ellos. Se trata de una institución peculiar y muy joven”.
“Mette-Marit tiene un hijo ilegítimo”, puntualiza Alnaes, “y hace cuarenta años, una mujer así hubiera sido marginada completamente de la sociedad”. En la década de los cincuenta, e incluso en la de los sesenta, añade, “se hubiera marchado de su pueblo a tener el hijo a otra parte y lo hubiera dado a un orfanato. Había miles de casos así cada año y también 10.000 abortos ilegales. Hoy esto está completamente aceptado. En cuanto a la monarquía, sucede algo similar. Hace cuarenta años, en este país todavía había una mayoría de gente dispuesta a aceptar que unos pocosdispusieran de privilegios, como no pagar impuestos u otras cosas. Ahora nadie se lo plantea. La cuestión de la boda real ha abierto un debate sobre la monarquía, ha puesto sobre la mesa la pregunta: ¿necesitamos un rey? Y la respuesta, según se desprende de las encuestas, es que la mayoría de los noruegos cree que no, que no lo necesitan. Aprueban la boda de estos jóvenes, les caen bien, les desean toda clase de felicidad, pero ahora todo el mundo empieza a pensar en términos republicanos”.
Pero, en medio del fragor de la polémica, la única figura que no se discute, el único protagonista que aparece sin mácula, es el príncipe Haakon, impasible ante el vendaval que ha desatado una decisión sobre su vida privada. De las cuidadosas declaraciones que ha concedido a los medios de comunicación o de la biografía autorizada que de él ha escrito el periodista Fredrik Wandrup, se desprende con claridad la imagen de un hombre culto, inteligente, reflexivo, que ha examinado minuciosamente el papel que le toca asumir. De este modo se diría que ha decidido jugar con ventaja cuando parece poner sobre la mesa su renuncia a la corona a menos que se le permita introducir en el juego algunas reglas de su propia procedencia, dejando bien claro que acepta cualquier discusión sobre la forma de Estado de Noruega. Los monárquicos, quienes más se oponían a su boda, se han visto forzados a situarse junto al príncipe. A los republicanos les cae bien la pareja, aunque no ven la necesidad de mantener la monarquía. “Cambiar de sistema, sin embargo, es mucho más complicado que seguir con el que hay”, dice Ole, un joven que toma el sol, con el torso desnudo, frente al palacio real de Oslo.

* El País, especial para Página/12.

 

�Mi rebeldía de juventud fue fuerte�

En la conferencia de prensa que dio junto a su futuro esposo, el príncipe Haakon, y a tan sólo tres días de su casamiento, Mette-Marit Tjessem Hoeiby declaró públicamente estar arrepentida de su pasado. Antes de que los periodistas comenzaran con su batería de preguntas, la futura princesa, de 28 años, definió su vida anterior a conocer al príncipe como “una experiencia costosa” y aseguró que “por desgracia, no puedo recomenzar mi vida desde el principio. Viví experiencias que pagué muy caro”, contó la novia noruega más famosa, pero se ocupó en aclarar: “Para que no quede ninguna duda sobre mi posición actual, quiero aprovechar esta ocasión para condenar la droga”. Mette-Marit, que es madre soltera y fue una conocida figura de la escena tecno y rave de Oslo durante los años 90, hizo un diagnóstico de su pasado: “Creo que mi rebeldía de juventud fue bastante más fuerte que en muchos otros y para mí era importante en aquel tiempo vivir al contrario de lo que era aceptado”, dijo con el rostro abatido. Tras su breve recuento entre lágrimas, añadió: “Espero que ahora pueda evitar hablar más sobre mi pasado y que la prensa respete este deseo”. Después de su recorrido por sus días de juventud, la novia aseguró que ahora se siente “más segura y fuerte”, tras un largo proceso de adaptación a la nueva situación. Reiteró que se sentía muy feliz y reconoció que le gustaría tener “muchos niños en el futuro”, pese a que admitió que echará de menos dos cosas que perderá al convertirse en miembro de la familia real: su apellido de soltera y su derecho al voto. Mette-Marit, que tiene un hijo de cuatro años de una relación previa con un hombre que fue condenado por delitos relacionados con drogas, convive con su novio desde el pasado año. Las encuestas han demostrado que a la mayoría de los noruegos no les importa que Tjessem Hoiby sea madre soltera, pero muchos han expresado sus recelos respecto a su pasado y al hecho de que la pareja decidiera vivir junta en un departamento de Oslo antes de casarse. Cuando se convierta en rey, Haakon será el jefe del Estado de la Iglesia Luterana, iglesia que se opone a la convivencia fuera del matrimonio.

 

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