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HABLA VLADIMIR KRIUCHKOV, EX JEFE DE
LA KGB Y ARTIFICE DEL GOLPE CONTRA GORBACHOV
“Paramos la ofensiva para evitar la sangre”

El domingo último se cumplieron 10 años del fallido intento de golpe de Estado
contra Mijail Gorbachov en la ex URSS. La KGB, el ministerio de Defensa y el ala dura del Partido Comunista fueron sus impulsores. Aquí, Vladimir Kriuchkov, ex jefe de la primera, cuenta la interna de la operación.

Por Pilar Bonet
Desde Moscú

El ex presidente del Comité de Seguridad del Estado de la desaparecida Unión Soviética (KGB), Vladimir Kriuchkov, que fue la figura clave en el intento de golpe de Estado del 19 de agosto de 1991, cree que el principal error de los miembros del GKCHP fue no pedir apoyo a sus conciudadanos. Kriuchkov, de 77 años, es asesor de Sistema, una empresa gestora de activos bursátiles.
Kriuchkov lleva una camisa de franela y unas medias de lana peludas. El día es húmedo, y el ex presidente del KGB de 1988 a 1991 está hundido en una butaca, entre una aparatosa vitrina y un par de paisajes alpinos. En su casa, en el barrio moscovita del Arbat, se recupera de la operación de un disco de la columna vertebral. El hombre que fue la mano derecha de Yuri Andropov, el que puso “orden” en Hungría en 1956 y el que organizó el desplazamiento de tropas a Afganistán en 1979, se agita de vez en cuando sacudido por el dolor y parece un abuelo frágil. Esta entrevista es continuación del diálogo que mantuvimos después de que publicara sus memorias, Lichnoe delo (Asunto privado), donde hace una colorida descripción de la estancia de 17 meses en la cárcel que siguió a la conspiración de agosto. El ex jefe del KGB sigue militando en el comunismo, pero no es ningún dogmático. Defiende la propiedad privada y la libertad empresarial, y si le dan a elegir entre el socialismo y la Unión (la URSS), prefiere lo segundo: “Que haya capitalismo, pero que haya la Unión. Eso es lo más importante. Yo apoyaré a cualquier no comunista, aunque esté a favor del capitalismo, que apoye la Unión”. Gorbachov, según él, fue un “miope” por no comprender que los dirigentes rusos necesitaban un motivo para acabar con la URSS y tomar el poder.
–¿Han ido las cosas tan mal para su país como usted se imaginaba en agosto de 1991?
–Mis camaradas y yo creíamos que la situación iba a empeorar, pero nunca imaginamos que llegaría a ir tan mal. Al comenzar nuestra operación en agosto de 1991, queríamos evitar una gran desgracia, aunque no pensábamos que fuera a ser tan grande. Ahora, 10 años después, las desgracias que nos han sucedido hacen que los rusos valoren los sucesos de agosto de 1991 de otro modo y muchos nos reprochan que hayamos permitido la situación actual. Nosotros temíamos que la URSS se desintegrara, pero pensábamos que iba a quedar algo; temíamos que habría una recesión industrial, pero no hasta tal punto. A principios del ‘92, Yegor Gaidar anunció que los precios aumentarían tres o cuatro veces, pero lo hicieron mil veces. En agosto de 1991 teníamos que actuar. Si hubiéramos callado, la historia nos hubiera juzgado más tarde.
–¿Por qué no siguieron adelante?
–Lo teníamos todo preparado, pero el 19, 20 y 21 de agosto no había condiciones para proseguir y nos vimos en un callejón sin salida. Podíamos haber continuado, pararlo todo, arrestar a decenas de personas, poner orden, y todos hubieran pensado que los gekachepistas los habían privado de la libertad y del futuro brillante. Lo que nosotros queríamos era frenar la desintegración de la URSS y construir un nuevo poder sin derramar sangre. Queríamos corregir los errores de Gorbachov y los anteriores a él. Decidimos que, si había peligro de que hubiera víctimas o sangre, interrumpiríamos la ofensiva cualquiera que fuera la fase en la que se encontrara. La muerte de tres jóvenes bebidos –uno de ellos drogado– en Moscú fue una señal muy seria, porque vimos que los demócratas habían decidido verter sangre. Junto a la Casa Blanca se habían reunido entre 30.000 y 35.000 personas, de las cuales entre 5000 y 8000 eran partidarias activas de Yeltsin, y cuando comenzaron a repartir vodka, barras y armas entre ellas, decidimos pararnos y acudir a Gorbachov para valorar con él conjuntamente la situación, pero no lo conseguimos. Segúnnuestras estimaciones, los mitines que organizaron los demócratas en todo el país reunieron a cerca de 160.000 personas. No todos eran partidarios de Yeltsin y no todos comprendían lo que pasaba. Mucha gente tenía fe y la ilusión de que los demócratas traerían la libertad y la felicidad. Si en aquellas circunstancias hubiéramos actuado de forma más decidida, las protestas contra nosotros se hubieran extendido y hasta ahora estaríamos justificándonos. Creo que actuamos correctamente tanto al comenzar como al pararnos, porque había que demostrar que en el país había una fuerza capaz de oponerse a la desintegración. En esos días hicimos una cosa muy útil. La URSS tendría que haberse desintegrado el 20 de agosto, tras la firma del Tratado de la Unión, pero nosotros prolongamos la vida de la URSS hasta diciembre. Gorbachov tiene una enorme culpa por lo que sucedió después de agosto. Podría haber utilizado el poder que todavía tenía, pero, en cambio, firmó todos los documentos para disolver la Unión.
–Gorbachov tenía poco peso político a su vuelta de Forós.
–Gorbachov podía haber hecho muchas cosas, pero eso hubiera supuesto un riesgo para su vida particular, y a él no le gustaba el riesgo. A Gorbachov le gusta gozar de la vida. Entregó el poder no para salvar a la gente, sino para salvarse él. Sea por lo que fuere, no era capaz de una acción decidida. Envió a la cárcel a quien podía apoyarlo y no tenía intención de promover el socialismo ni el poder soviético.
–¿Estuvo Gorbachov realmente incomunicado en la dacha de Foros mientras ustedes actuaban en Moscú?
–Sobre esto hay muchos mitos. Es verdad que di la orden de cortarle las comunicaciones, me refiero a aquellas con las que hubiera podido tomar medidas especiales, pero si hubiera querido comunicarse con alguien, lo hubiera hecho. En el patio tenía un coche, y a las cinco de la tarde, cuando mis colegas se marcharon de Foros, mandó que llamaran a Moscú desde ahí. Los nuestros habían tratado de convencerle de que se pusiera al frente del movimiento, pero él se lo pensó y dijo que se encontraba mal, que tenía lumbago y que se quedaba, y, al darles la mano a los visitantes para despedirse, les dijo: “Que los lleve el demonio, háganlo”, lo que les sorprendió mucho. Si hubieran ganado los gekachepistas, Gorbachov hubiera estado con ellos. Si perdían, en contra suya. El 18 de agosto, cuando le dijeron a Gorbachov que iban a salvar el país, él preguntó qué iba a pasar con Yeltsin. Le dijeron que Yeltsin volvía aquella noche de Kazajstan. Yeltsin, de hecho, estaba borracho y volaba en un avión militar hacia Moscú, y después de aterrizar, se fue a su dacha en Arjanguelskoe. Gorbachov dijo que si Yeltsin estaba en libertad, no haríamos nada. No puedo decir que exigiera el arresto de Yeltsin, pero se puede interpretar así. Gorbachov se interesó por Yeltsin y, cuando comprendió que no teníamos ningún plan represivo respecto a él, mis colegas observaron incluso cierto desencanto en su rostro. No teníamos intención de arrestar a Yeltsin. Nos pusimos en contacto con su escolta por la noche y la reforzamos. Gorbachov entendía que Yeltsin sería la figura central de la que dependía el éxito. Luego, cuando los nuestros se fueron de Forós, pidió la cena, un buen vino tinto y se puso a mirar una comedia televisiva.
–¿Adónde fueron sus colegas al volver de Foros el 18 por la noche?
–Al Kremlin. Eran las diez de la noche y los estábamos esperando allí. A las cuatro o las cinco de la madrugada, fui a casa, dormí una hora y media, y a las siete estaba ya en pie. Seis estados iban a firmar el Tratado de la Unión el 20 de agosto, y si no evitábamos aquella firma, la URSS iba a dejar de existir de forma aparentemente legal. Yeltsin se lo había advertido ya a Gorbachov. Los miembros del GKCHP no actuamos de forma óptima. Cometimos errores tácticos y también estratégicos, pero la situación era tan complicada que no era posible evitarlos. Nuestro gran error fue no habernos dirigido al pueblo. Si nos hubiéramos dirigido alpueblo, si hubiéramos recibido apoyo y las calles se hubieran llenado de gente... Pero no fuimos a pedirle a la gente que saliera a la calle, y ese fue nuestro principal error. El anhelo de no derramar sangre, de no alterar la normalidad, hizo que no nos dirigiéramos a la gente.
–Tal vez porque sabían que la gente saldría a la calle a defender a Yeltsin...
–¡Oh, no! En aquella época, Yeltsin ya había comenzado a perder autoridad. Temíamos enfrentamientos. Los demócratas en aquella época ya se ponían en evidencia y comenzaban a enriquecerse. Habían destruido muchas cosas. La gente notaba las deficiencias y se podría haber producido un ajuste de cuentas. Tuvimos muy poco tiempo para prepararnos. Prácticamente lo hicimos en muy pocos días. El nuevo proyecto de Tratado de la Unión se mantenía en secreto.
–¿Milita en algún partido?
–Sigo siendo miembro del Partido Comunista de la Federación Rusa, pero las protestas fuertes sólo son posibles cuando hay una organización y un líder. El Partido Comunista, con medio millón de militantes, es una organización importante, y Guennadi Ziuganov habla bien, pero un líder no sólo debe ser un hombre de palabra, sino también de acción. Creo que se debe mostrar una actitud más matizada ante Putin y no oponerse a todo lo que hace. Putin hace muchas cosas interesantes y se ha mostrado como un patriota. Está reforzando la integridad de Rusia, y eso es algo que debemos apoyar con todas nuestras fuerzas.
–¿Conocía usted a Putin cuando éste trabajaba en la KGB?
–Sabía que trabajaba para nosotros, pero no me había encontrado con él antes. Ahora lo he visto en varias ocasiones y he hablado con él. Estuve en la ceremonia de su toma de posesión, en una recepción que organizó para los chequistas, y luego, en diciembre, en una fiesta con ocasión del día de los chequistas. La ventaja de Putin es que sustituyó a Yeltsin, y sólo con eso ya se distingue. Es un hombre con reacciones emotivas normales. Putin cree en Dios, no lo esconde, y creo que es sincero, aunque yo, como comunista relativamente ateo, nunca estaría ante el altar con la vela en la mano, y me cuesta comprender que los comunistas del pasado, como Yeltsin, puedan estarlo.
–¿Puede decirse que Putin sigue la tradición del ex presidente del KGB, Yuri Andropov?
–Andropov era un comunista ortodoxo y lo sería hoy en día. Putin está educado en otro ambiente, con otras ideas. Y eso está bien, porque no se puede vivir ya como vivíamos hace veinte años. Hemos traspasado determinados límites y estamos obligados a cambiar. Creo que Putin es un hombre que se preocupa sinceramente por lo que sucede, que trata de hacer las cosas lo mejor posible y que sabe lo que puede decir hoy y lo que sólo puede decir mañana.
–En Alemania se ha dicho que Putin, cuando estaba en la República Democrática Alemana, trabajaba en un grupo de oficiales preparando la perestroika en aquel país aliado de la URSS.
–No. Eso es un mito. Eso no era en absoluto nuestra tarea.
–¿Tiene Putin su propio proyecto o realiza el proyecto de quienes lo apoyaron, incluida la propia familia de Yeltsin?
–Creo que tiene su propio rostro. Putin es un político serio al que hay que tener en cuenta. No necesitamos para nada tipos como Yeltsin. De Putin no podemos decir lo mismo, porque es la persona alrededor de la cual puede haber un amplio consenso. Putin intenta unir a todos, y por eso no es sorprendente que sea tan precavido. Creo que la política que lleva a cabo Putin es correcta, y yo incluso la aceleraría.
–¿Cómo?
–Mire Bielorrusia, que está deseosa de una unión (con Rusia), o Moldavia, que está dispuesta a unirse mañana, o Armenia, que vive en elmiedo por su destino. Mire Tayikistan, donde sólo piensan en cómo permanecer junto a Rusia. Toda Asia Central está sola frente a los talibán y el mundo musulmán.
–¿Acaso necesita Rusia todos esos problemas?
–No conozco ningún país que renuncie voluntariamente a parte de sus territorios. En la URSS, todos los pueblos, todas las repúblicas se complementaban los unos a los otros. La desintegración de la URSS fue para mí una pesadilla que no me dejaba en paz ni un minuto. Ahora pienso más en cómo mejorar la situación.
–Los ex funcionarios del KGB están bien colocados en estructuras comerciales. ¿Cómo valora usted su contribución?
–Creo que han aportado valores positivos al mundo empresarial, entre ellos la lucha contra la corrupción, y no por casualidad están tan solicitados. Nuestra gente está en todas partes. La mayoría actúa de forma correcta, de acuerdo con las nuevas reglas del mercado, aunque algunos se han dedicado al fraude. La guerra de los materiales comprometedores no es un fenómeno vinculado con los ex funcionarios de los servicios secretos, sino que surge de la naturaleza de las relaciones de mercado. Es un modo de quitar de en medio a los competidores, reforzar posiciones y despejarse el camino.
–¿Sigue usted trabajando?
–Tras la operación, trabajo en casa en calidad de asesor de Sistema. No estoy sujeto a ninguna disciplina. Cuando tengo ideas que considero útiles para nuestra sociedad, trato de comunicarlas a quien las necesita. Tengo un fichero personal único, con información sobre política exterior acumulada durante 30 años. Tengo varias decenas de miles de fichas sobre diversos países y problemas.

(De El País de Madrid, especial para Página/12).

 

Claves

El 19 de agosto de 1991, un golpe de Estado dirigido por la KGB, el ministerio de    Defensa y el ala dura del PCUS intentó restaurar el viejo orden en la URSS.
La intentona duró tres días. Los tanques fueron sacados a las calles, pero los golpistas    decidieron no reprimir a las multitudes que se habían movilizado en defensa de las    reformas democráticas.
Según testimonios coincidentes de los golpistas, la actitud de Gorbachov, recluido en su    dacha de descanso en Foros, Crimea, habría sido ambigua.
El desmoronamiento del golpe abrió un proceso que terminó con la disolución de la URSS    el 31 de diciembre de ese mismo año.

 

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