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NICOLAS GALLO Y ANTONIO DE LA RUA DEFINEN LAS PREGUNTAS
El plebiscito también es un riesgo

En el Gobierno avanza la convocatoria a la consulta popular para reducir el costo de la política. Dudas sobre quién se beneficiará.

El secretario general de la Presidencia, Nicolás Gallo,
es uno de los ideólogos de
la consulta.

Por Raúl Kollmann

La consulta popular sobre los costos de la política tendría varias preguntas –por ejemplo, si los concejales deben cobrar, si se debe reemplazar el sistema de las listas sábana, cómo tiene que ser el financiamiento de los partidos– y aunque públicamente se dice que se haría después de las elecciones del 14 de octubre, en el Gobierno esperan una especie de “clamor” para que se haga el mismo día de los comicios, con lo que se amortiguaría un poco –según los estrategas de la Casa Rosada– la derrota en la elección de legisladores. De todas maneras, aun si la consulta se hiciera después, el Gobierno espera que le sirva para el mismo objetivo: alivianar la derrota y devolverle gobernabilidad. Sin embargo, como dicen los politólogos, “a los plebiscitos los carga el diablo”, o sea que aunque las preguntas sean obvias, si hay mucha bronca, el oficialismo podría hasta perder –por el peso de la gente que no va a votar o el voto en blanco– una consulta que se cree que tiene en el bolsillo.
La realidad es que gran parte de los ciudadanos está a favor de que debe hacerse una reforma política y que se deben bajar los gastos. El Senado, por ejemplo, hace siete semanas que no le da sanción a una norma que reduce el tiempo de las campañas electorales, reglamenta muy débilmente la recaudación de fondos de las fuerzas políticas y obliga a realizar internas abiertas en todos los partidos. Se trata de un recorte más que modesto y sin embargo no se aprueba. Al mismo tiempo, la gente está de acuerdo en suprimir los senados provinciales, reducir los presupuestos del Congreso y las legislaturas y, en general, bajar los 1200 millones de pesos anuales que cuestan los poderes legislativos. De todas maneras, también el ciudadano común adivina en el plebiscito una especie de maniobra para reducir la envergadura de la derrota que –según la mayor parte de las encuestas– se le viene encima a la Alianza.
Más allá de estos datos, el primer problema del plebiscito es la fecha. Por de pronto no se puede hacer una semana después de las elecciones, como sugirió el Presidente, sino al menos tres semanas más tarde: o bien el 4 de noviembre o el 11. Esto es así por dos razones:
u Los jueces electorales ya le hicieron saber al Gobierno que antes de dedicarse a la consulta tienen que terminar el escrutinio definitivo de la elección de diputados y senadores del 14 de octubre. Esto les lleva, al menos unos diez días.
u La ley electoral dice que los comicios deben ser convocados con 60 días de anticipación y lo cierto es que para el 14 de octubre, sólo faltan 50 días y para el 21, la fecha que sugirió Fernando de la Rúa, faltan 57.
La verdadera pretensión de los dos hombres que impulsan la consulta, Nicolás Gallo y Antonito De la Rúa, es que se haga el mismo día de las elecciones, algo que iría en contra de la ley de reglamentación de los plebiscitos –prohíbe que una consulta se haga al mismo tiempo que las elecciones nacionales– y además no se cumpliría con los 60 días como plazo previo de convocatoria. Igual le están buscando la vuelta y la jugada es el operativo “clamor”: hacerlo el 14 para ahorrar gastos. Ayer mismo, el titular del partido de Domingo Cavallo, Armando Caro Figueroa, que por otra parte integra el Gobierno, presentó un proyecto en Diputados para que se vote allí la convocatoria el mismo día de las elecciones.
Más curiosa es la polémica que se viene sobre las preguntas. Desde el punto de vista legal, la reglamentación de la consulta indica que debe contestarse sólo que sí o que no a un determinado proyecto. Esto significa que si hay temas distintos, o bien se le da la opción al ciudadano de votar todo en bloque, a favor o en contra, o tiene que haber una boleta con un sí y un no por cada pregunta. También en este terreno, los ideólogos de la consulta buscarán alguna fórmula para resolver el obstáculo legal. Hasta el momento, las preguntas se mantienen en el más absoluto secreto y el Gobierno seguramente mandará a hacer encuestas –ya lo viene haciendo– para tener en claro qué es lo popular y lo impopular. En principio se mencionan temas como el sueldo de los concejales, la anulación de los senados provinciales, la reducción de legisladores, las listas sábanas y otras por el estilo. Es curioso, porque teóricamente una consulta debería resolver temas polémicos y no los que tienen unanimidad: la pena de muerte, el aborto, los acuerdos con Chile, la deuda externa. Todo indica que más que consultar, se busca el respaldo político.
Pese a todos los recaudos, las consultas populares suelen ser peligrosas para los que las convocan. José Manuel de la Sota ganó la que acaba de hacer, pero su imagen es muy aprobada en Córdoba. Antonio Cafiero y Leopoldo Moreau, o sea el PJ y la UCR, perdieron estrepitosamente la que se hizo en la provincia de Buenos Aires a principios de los 90 y lo mismo puede ocurrir esta vez: la gente, sólo por bronca, puede votar masivamente en contra o boicotear la elección no yendo a votar, lo que derivaría en una derrota política.

 


 

POLEMICA ENTRE POLITICOS POR EL COSTO DE LA POLITICA
Las aguas bajan muy turbias

La iniciativa oficial de convocar a un plebiscito para concretar la reforma política generó una ola de repercusiones, que abarcaron desde el apoyo más explícito hasta duras críticas. Curiosamente, en el sector que defiende la propuesta quedaron juntos el vicejefe de Gabinete y presidente de Acción por la República (AR) Armando Caro Figueroa, con el ministro de Desarrollo Social, Juan Pablo Cafiero, y el presidente del bloque aliancista de Diputados, Darío Alessandro, y en la vereda crítica terminaron el senador radical Leopoldo Moreau y un grupo de diputados frepasistas que calificó como “absurda” la idea.
“Hay intereses de algún sector de la corporación política, que bloquea la posibilidad de la reforma”, disparó Caro Figueroa, y agregó que “romper ese bloqueo es convocar a los ciudadanos para que se pronuncien”. El jefe cavallista tuvo otro aliado en el Gabinete en su apoyo a la idea del plebiscito. “La gente tiene una decisión tomada, que es achicar el gasto de la política”, dijo Cafiero, y agregó que con la consulta se podrían “borrar los obstáculos” para la reforma. A su turno, Alessandro señaló que el plebiscito “puede servir como elemento de presión para que hagamos lo que la gente está diciendo”.
Pero también la intención del presidente Fernando de la Rúa encontró resistencias. “En lo que se gasta mucho es en la corrupción, en el sobreprecio en las licitaciones, en las negociaciones con los amigos banqueros y en los negocios con los amigos contratistas”, afirmó la diputada de Alternativa por una República de Iguales (ARI) Elisa Carrió. En tanto, Moreau le advirtió al Poder Ejecutivo que “no debe levantar cortinas de humo con esta hipocresía del plebiscito”.
Por su parte, varios diputados del Frepaso difundieron un comunicado en donde calificaron de “absurda y superflua” a la idea delarruista, dejando “off side” a Alessandro, que por la mañana había defendido la iniciativa. Quienes firmaron el comunicado fueron los diputados Irma Parentella, Carlos Raimundi, Alejandro Peyrou, Fernando Melillo, Isabel Foco, Bárbara Espínola, y el senador Pedro Del Piero.

 

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