Por P. L.
El coeficiente intelectual de
los chicos pobres es un 20 por ciento inferior al de los de clase media
para arriba y la pertenencia a hogares pobres se asocia con una
deficiencia en los mecanismos cognitivos, según un estudio
que se dio a conocer ayer: se efectuó, en Buenos Aires y conurbano,
sobre 650 niños menores de cinco años, la mitad de los cuales
integraban hogares con necesidades básicas insatisfechas. Aparecieron
diferencias significativas en la capacidad de aprender y solucionar problemas,
en la memoria visual, la planificación, el coeficiente intelectual
y la obediencia a reglas sociales. La investigación se vincula
con el creciente interés por los efectos de la estimulación
temprana de las capacidades de los chiquitos, a su vez en íntima
relación con las condiciones sociales y familiares. En la misma
reunión se dio a conocer un trabajo que, por primera vez en el
país, en la localidad de Lobería y durante tres años,
incluyó a todas las familias con chicos menores de tres años,
a fin de aumentar el interés de sus padres en la estimulación
de sus hijos.
La investigación sobre capacidades cognitivas fue efectuada por
la Unidad de Neurobiología Aplicada del Cemic-Conicet, y presentada
ayer en la Jornada sobre Pobreza y Desarrollo Mental Infantil que organizaron
el Instituto Universitario Cemic y la Fundación Conectar. Incluyó
300 niños de 6 a 14 meses de edad y 200 de tres, cuatro y cinco
años, en Ciudad de Buenos Aires y Conurbano.
La mitad de los chicos pertenecían a hogares con necesidades básicas
insatisfechas (NBI); el resto venía de familias NBS. Nos
propusimos evaluar la pertenencia a hogares pobres en comportamientos
donde participan las funciones ejecutivas: éstas se
asocian con la región prefrontal de la corteza cerebral y se vinculan
con la capacidad de resolución de problemas, de ejecutar tareas
simultáneamente, de planificar y, también, con la obediencia
a reglas sociales, el control de las inhibiciones y la interpretación
de estímulos en términos de castigo o recompensa,
explicó Sebastián Lipina, de la Unidad de Neurobiología
Aplicada del Cemic.
Se aplicaron tests psicométricos, entre ellos el de Wechsler (de
inteligencia), y otros como la torre de Londres, que pone
a prueba la capacidad de prever y planificar. Mientras el coeficiente
intelectual medio de los chicos pobres era de 92, el de los no pobres
era de 110; el 40 por ciento de los pobres no llegaba a 80; los restantes
datos no se expresan en números simples pero sí muestran
que la pertenencia a hogares pobres se asocia con la deficiencia en los
mecanismos cognitivos que dependen de la región frontal del cerebro,
precisó Lipina.
También en la reunión de ayer se presentó la experiencia
que, en la localidad bonaerense de Lobería y a lo largo de tres
años, involucró a todas las familias con chicos de 0 a 3
años: mil familias, sobre 17.000 habitantes. Nos propusimos
promover un mejor vínculo con los hijos -comentó a este
diario María Rosa Hohl, del Centro de Estimulación de Aprendizaje
Temprano del Hospital de Lobería: muchos padres ignoran u
olvidan muchas pequeñas cosas de la vida cotidiana importantes
para el desarrollo de los hijos, y se preocupan más por su alimentación
que por mirarlo, cantarle, sonreírle, comprar juguetes adecuados
a su edad.
Esto vale para todos los sectores sociales: En las clases media
y alta, muchos buscan los juguetes más sofisticados, el control
remoto, pero el chico necesita armar con sus manos una torre, y que se
caiga, y volver a armarla, comentó Hohl, y señaló
que la mejor disposición para cambiar sus actitudes la encontramos
en los sectores más humildes.
La consulta más frecuente formulada por los padres se resume así:
No sé cómo ponerle límites a mi hijo; tiene
dos años y me domina. La respuesta la da un bebé,
en uno de los carteles callejeros que diseñó el Centro de
Aprendizaje Temprano: Con un no a tiempo también
me muestran su amor. Para visitar en sus casas a esas mil familias,
el Centro contrató a 65 mujeres, que recibían sueldos por
el Plan Trabajar. Cada una recibió capacitación: Empezaron
buscando una salida laboral y terminaron muy comprometidas personalmente.
También se creó una bebeteca, una biblioteca circulante
para bebés, de donde papá y mamá pueden retirar,
gratis, libritos, y reflotar el antiquísimo arte del cuento, que
se había perdido tras la televisión, explicó
Hohl.
En busca de una evaluación de la experiencia, que acaba de finalizar,
fue requerido el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil
(CESNI). Esteban Carmuega e Isabel Cugnasco, de esa entidad, señalaron
que constatamos un mayor compromiso y conocimiento de parte de las
madres. En cuanto a los cambios en los chicos, recién se
empiezan a procesar los datos, y los padres de Lobería serán
los primeros en conocerlos.
Colgado de una antorcha
Terry Devaux tuvo sus cinco minutos de fama, y de derrota. Después
de recorrer dos kilómetros con un parapente a motor, terminó
atrapado y enredado por la antorcha de la Estatua de la Libertad,
frente al puerto de Nueva York. El piloto quedó colgado del
elástico durante cuarenta y cinco minutos. Intentó
de todos los modos posibles escalar desde ahí el cordón
para treparse a la base de la antorcha. Pero demoró, al menos
lo suficiente como para provocar un revuelo de proporciones en los
alrededores del templo americano. Mientras corrían los minutos
de mayor tensión, el intrépido acróbata francés,
famoso por sus saltos extremos, fue confundido con un terrorista:
la policía de Manhattan llegó a esa conclusión
por su remera, con una inscripción contra la colocación
de minas terrestres. Por temor a un atentado, se ordenó la
evacuación de Liberty Island y todos los turistas fueron
enviados de vuelta a Manhattan. Si la sucesión de tropiezos
no hubiese existido, Terry debería haber sobrevolado la estatua
y aterrizado en Manhattan. Pero, evidentemente, no pudo hacerlo,
tal como el año pasado cuando probaba por primera vez batir
a la estatua.
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OPINION
Por Pedro Lipcovich
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Los pobres son capaces
La investigación sobre efectos de la pobreza en el desarrollo
mental de los chicos, de la que se informa en esta misma página,
merece ser seguida con el mayor interés, a la vez que con
la mayor cautela. Se han formulado reparos al propósito de
reducir la inteligencia o el rendimiento cognitivo a valores unívocos
y cuantificables. La noción de inteligencias múltiples,
por ejemplo, cuestiona la posibilidad de que una pequeña
batería de tests baste para una evaluación global.
También se requiere mucha cautela antes de asignar localizaciones
cerebrales específicas a funciones tan complejas como las
cognitivas. Y la evaluación de la obediencia a reglas
sociales debería implicar un cuestionamiento de las
reglas y la sociedad cuya obediencia está en juego.
Vale además preguntarse en qué medida cada instrumento
de medición privilegia la experiencia del sector cultural
o social al que el evaluador pertenece. Esto ha sido discutido para
el test de Wechsler. Y es posible que chicos de clase media, habituados
a diversos juegos de mesa, corran con ventaja en pruebas como la
torre de Londres, que es accesible en cualquier juguetería...
para los chicos que tienen acceso a jugueterías.
Imaginemos, en cambio, un test que se llamara: Capacidad de
encontrar recursos creativos para sobrevivir en un espacio urbano
hostil. Seguramente los chicos marginados obtendrían
mejor puntaje que los de clase media y alta.
Sin embargo, hay que insistir en el interés de esta investigación.
Por un lado, y sin perjuicio de la cautela que requiere, focaliza
la atención en una problemática vital: por ejemplo,
la anemia o el déficit de oligoelementos por mala nutrición,
afectan el desarrollo cognitivo, y no hay por qué negar que
la investigación refleja hechos como éste.
Pero además la investigación, en los mismos reparos
que pueda suscitar, expresa una realidad: los criterios con los
que estos chicos son evaluados serán los mismos que aplicará
el evaluador de la empresa donde un día intentarán
conseguir empleo. En cualquier caso, la situación de los
chicos pobres es desdichada: sea porque efectivamente padecen deficiencias,
sea porque los valores prevalentes en la sociedad no reconocen sus
capacidades específicas.
En el fondo, sin duda, la cuestión es política. Es
preferible suponer, es preferible desear, no que los pobres un día
recibirán ayuda para aproximarse al nivel de los NBS, sino
que un día y cuanto antes, mejor harán
valer sus capacidades y su fuerza para mostrarnos el camino.
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