La protesta de los colectiveros
no parecía ser diferente a las que ya forman parte del paisaje
cotidiano de la Plaza de Mayo. Sin embargo, una violenta represión
policial se desató contra los manifestantes: balas de goma, gases
lacrimógenos y camiones hidrantes provocaron 25 heridos hasta
dos legisladores porteños recibieron golpes y 4 personas
fueron detenidas. La consecuencia fue un paro de transportes repentino
que dejó de a pie a una enorme cantidad de gente que intentaba
volver a sus casas después de la jornada laboral: la mayoría
de los colectivos y las cinco líneas de subtes dejaron de circular
en forma casi simultánea. La sorpresiva medida de fuerza dispuesta
ayer por la Unión Tranviarios Automotor (UTA) fue anunciada poco
después de las 16 por el titular del gremio, Juan Manuel Palacios,
quien la fundamentó en la salvaje represión instrumentada
por la policía, cuando trabajadores realizaban pacíficamente
una manifestación en contra de los micros truchos. Ayer por
la noche, representantes de las dos CGT se reunieron en estado de
alerta y sesión permanente y no desestimaron la posibilidad
de convocar a un paro general por los incidentes ocurridos.
Antes de las 15 de ayer nada hacía presagiar que la manifestación
realizada por un grupo de colectiveros desembocaría en lo que finalmente
sucedió. Los trabajadores pretendían acercarse hasta la
Secretaría de Transporte, que funciona dentro del Ministerio de
Economía de la Nación, sobre la calle Hipólito Yrigoyen,
para presentar un petitorio y dialogar con el secretario del área,
en reclamo por la falta de control de los colectivos truchos. Así,
alrededor de 60 colectivos, haciendo sonar sirenas y bocinas, llegaron
hasta la Plaza de Mayo, donde se detuvieron.
Los manifestantes comenzaron a caminar hacia la Secretaría, pero
un vallado metálico y un grupo de policías les impidió
el paso. El clima comenzó a caldearse entre las protestas de los
trabajadores, que no podían cumplir su objetivo de entregar el
petitorio, y los uniformados, que no se movían de su lugar, con
la presencia intimidante de camiones hidrantes. Y de pronto, ante la sorpresa
de muchos, se desencadenó una batalla campal. Las vallas cedieron
y, entonces, el personal de infantería comenzó la represión:
gases lacrimógenos, balas de goma y chorros de agua que manaban
de los camiones hidrantes hicieron retroceder a los manifestantes, que
respondían con piedras y bombas de estruendo. Varios reporteros
gráficos recibieron palos y gases, entre ellos tres de este diario:
Pablo Piovano, Gustavo Mujica y Gonzalo Martínez.
Las causas del inicio del conflicto no parecen estar claras. El secretario
de prensa de la UTA, Mario Calegari, que encabezó la protesta,
aseguró a Página/12 que la responsabilidad fue de la policía:
Vinimos pacíficamente para exigir un mayor control sobre
los colectivos ilegales, porque a diario estamos perdiendo fuentes de
trabajo, y hubo un descontrol total de la policía. Por su
parte, el titular del gremio, Juan Manuel Palacios, calificó como
una arbitrariedad el accionar policial contra los colectiveros
y deslizó: Es evidente que alguien los envía a reprimir,
a golpear para que nosotros aparezcamos como los malos.
Fuentes policiales, en tanto, manifestaron que todo se inició cuando
los muchachos exaltados arrojaron piedras y una bomba de estruendo
que impactaron sobre los agentes. En ese marco, efectivos de la Guardia
de Infantería respondieron con rigor. El saldo del enfrentamiento
arrojó veinte manifestantes heridos y cuatro detenidos, que tuvieron
que ser literalmente arrastrados hasta los camiones celulares. Entre los
policías también hubo varios que sufrieron las consecuencias.
El comisario de la seccional segunda, René Derecho, detalló
a este diario que por lo menos cinco policías recibieron
heridas de distinta consideración, entre ellos el subcomisario
de esa dependencia, Francisco Mignino, quien fue trasladado al hospital
Churruca con una fractura en la órbita de su ojo derecho.
Los ecos de la batalla trascendieron la plaza y llegaron hasta la Legislatura
porteña. Los diputados Vilma Ripoll y Abel Latendorf decidieron
acercarse al lugar de los hechos y también fueron víctimas
del accionar policial. La diputada Ripoll relató a Página/12:
La policía parecía sacada de sus cabales y la infantería
no dejaba de pegar una y otra vez. Yo intenté meterme en el medio
y también recibí un culatazo en la cadera. La legisladora
aseguró que en las inmediaciones de la plaza encontró un
cartucho de gas lacrimógeno llamado CS, similar al utilizado en
General Mosconi, que es altamente tóxico. El diputado
Latendorf fue herido en su mano, intentando interceder entre la policía
y los colectiveros.
Los manifestantes se desconcentraron cuando un grupo de delegados de la
UTA finalmente le entregó al subsecretario de Transportes, José
Carvallo, el petitorio con los reclamos del sector, en el que se que acusa
al Gobierno de no cumplir con sus obligaciones de regular y fiscalizar
la actividad, permitiendo la propagación de servicios informales
del transporte.
Sin embargo, con los ánimos todavía caldeados y con la bronca
en la voz, Palacios, ni lerdo ni perezoso, anunció un paro general
inmediato de los servicios de autotransporte de pasajeros, que empezó
a cumplirse poco después de las 16, en repudio a la salvaje
represión ejercida por la policía y a la pasividad de los
funcionarios de la Secretaría de Transportes. Al ritmo de
la tarde que caía, también caía la cantidad de colectivos
que se veían en las calles, mientras la gente se arremolinaba en
las esquinas a la espera de algún transporte salvador. En tanto,
las cinco líneas de subte dejaron de funcionar y Metrovías
intentaba instrumentar sin éxito algún servicio de emergencia.
Producción: Hernán Fluk.
LA
DESESPERADA BUSQUEDA DE UN MEDIO DE TRANSPORTE EN EL CENTRO
Justo a la hora en que la city estalla
Gente preguntando en los puestos
de diarios qué tomar en reemplazo de aquel subte que nunca llegará.
Adolescentes reunidos en la puerta de un kiosco, parados junto al teléfono
semipúblico, diseñando un plan que permita cargar ocho corpulentos
púberes en el Fiat Duna del papá que los vendrá a
buscar. Señores trajeados y mujeres de taco alto que desgranan
un rosario de quejas y palabrotas mientras se cuelgan del estribo del
colectivo, tal vez el último que puedan abordar. Estas imágenes
se repitieron hasta el cansancio ayer, poco después de las 17,
cuando cientos de porteños se merendaron con la noticia de un paro
sorpresivo de subtes y colectivos, justo a la hora en que la city estalla.
¿Me podrías venir a buscar? fue, sin duda, la
frase más repetida de la tarde. María Claudia acaba de pronunciarla
y, al otro lado del celular, su hermano le ha contestado que demorará
un buen rato. Vivo en San Martín. Habitualmente hago combinación
de subtes y ahí me tomo algún colectivo o me van a buscar
a la parada, pero hoy (por ayer) no me queda más remedio que esperar,
resopla. Las ventanas de su oficina dan a la Plaza de Mayo, y con el tiempo
se acostumbró al barullo de las manifestaciones. Pero lo
de esta tarde fue distinto; se notaba que algo andaba mal, recuerda.
Y justifica el paro diciendo: Es una barbaridad que ni siquiera
se pueda protestar. Luchás por algo y te lo niegan a los palos.
La cuadra de Avenida de Mayo entre Chacabuco y Perú es un hormiguero.
La gente se amontona en la parada de los pocos colectivos que todavía
salen, la mayoría rumbo a provincia, o a las estaciones de Once
y Chacarita. Cada micro se llena de pasajeros hasta que por sus ventanas
no se ve más que un montón de cabezas amontonadas y brazos
colgando de los pasamanos. Mientras esperan, los infortunados oficinistas
intentan deducir los motivos del súbito paro: la mayoría
acaba de salir de su trabajo después de ocho horas, y no sabe lo
que ha sucedido en Plaza de Mayo. Uno, evidentemente despistado, arriesga:
No, es que parece que renunció De la Rúa....
Hola, ¿Ismael? Ah, qué hacés, querido... No,
mirá, te llamo para avisarte que no llego a la reuni... ah, no,
macanudo, si vos tampoco llegás arreglamos para otro día.
El hombre corta el celular al pie de las escaleras, y recién ahí
cae en la cuenta de que una reja le cierra el paso. Para que la gente
no espere en vano el subte en los andenes, los empleados de boletería
han cerrado el acceso de las bocas. Adentro, en la estación desierta,
los parlantes siguen anunciando que las líneas A, B, C, D,
E y el Premetro están suspendidas hasta nuevo aviso.
Mientras cae la tarde, los últimos colectivos llegan al microcentro
desde Retiro y Correo Central. Cuando lleguen a sus destinos (la mayoría,
en el Gran Buenos Aires) no volverán a salir. Algunos trotan para
no perder el micro, otros se sientan resignados en la escalera de la Catedral,
a esperar. Una chica agradece al cielo haber ido a trabajar con el auto,
y promete que nunca más se quejará del costo del estacionamiento,
mientras ofrece llevar a sus amigas de la oficina. Dos inspectores de
la empresa D.O.T.A. calculan que a las 20 pasará el último
de sus coches. Por favor, ayúdennos para que no habiliten
los micros truchos, pide uno, mientras la gente a su alrededor sigue
corriendo.
Producción: Silvina Seijas.
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