Por Martín
Pérez
Mitad vidente, mitad psicóloga.
Esa es la clase de ayuda que Anne les da a los clientes que se le acercan
para que vea su futuro en las cartas. Mitad don, mitad maldición.
Esas son las dos caras de la particular habilidad con la que la protagonista
de Premonición titulada originalmente The Gift, o sea El
don se gana la vida. Curtida pero frágil, sensible
pero decidida, generosa pero trágica, Anne debe criar a sus tres
hijos sólo con la ayuda de su extraño talento. Y la generosidad
de sus clientes, gente de bajos recursos, que busca en sus cartas algún
alivio para sus difíciles vidas.
Entre los clientes de Anne está Valerie (interpretada por Hillary
Swank), una joven que es brutalmente golpeada por su marido. Cuando Anne
le aconseja que lo deje de una vez, se asegura al instante un enemigo,
encarnado por un feroz y atemorizante Keanu Reeves barbado. Y es en la
brutal actuación de Keanu, pero principalmente en el sólido
eje brindado por la protagonista Cate Blanchett, que este thriller socio-sobrenatural
escrito por Billy Bob Thornton y rodado por Sam Raimi mantiene su equilibrio
narrativo y emocional, hasta su decepcionante desenlace. Pero, hasta entonces,
las pinceladas descriptivas de aliento costumbrista con las que Raimi
y Blanchett conducen sensible y sutilmente la trama, llevándola
gentilmente de un golpe de efecto a otro, no hacen más que hacerle
honor al retrato social que yace detrás del don que da nombre a
esta historia, al menos desde su título original.
Con un buen timming y la ayuda de la contundente presencia actoral de
Blanchett, Raimi ahorra cada uno de sus golpes mientras se dedica a darle
lugar a la pareja Reeves/Swank, y a la aparición de otra pareja,
la de un profesor sensible y su prometida ligera de cascos, encarnados
por Greg Kinnear y Katie Holmes, respectivamente. A ellos se le suma el
desequilibrado de todo film de Thornton interpretado por el habitual
tartamudeo de Giovanni Ribisi, que debería ya estar para otras
cosas y la intrincada trama de Premonición se irá
hilvanando con amenazas y premoniciones varias, un cadáver y hasta
un juicio con las pruebas bien a la vista.
Suerte de Sexto sentido, pero protagonizado por un personaje que bien
podría sentarse en el panel de Lía Salgado, semejante recorrido
es muy bien llevado por Raimi con algunos sustos muy bien repartidos
hasta el último de los giros de su trama. Allí el gótico
sureño rizará el rizo, y cuando uno de los protagonistas
se queje en voz alta porque la historia no ha terminado, tal vez en la
platea haya quienes hagan el mismo reproche. Pero a pesar de esa excesiva
cocción, que hace que la receta de sensibilidad sin lugar para
el cinismo de este Raimi tan social termine fuera de punto, Premonición
hace buen honor a su género, lleno de escalofríos, pero
a la vez sin escaparle al entorno social. Y a esa pizca de humanidad que
permite que a ese género no sólo lo disfruten los entendidos.
PUNTOS
BRILLO
DE LUNA, UNA ABSOLUTA RAREZA
El cine de Tadjikistán
Por Luciano Monteagudo
Actualmente un Estado independiente
del Asia central, Tadjikistán es una de la ex repúblicas
soviéticas, lindante con Afganistán, Uzbekistán,
Kirguistán y la República Popular China. De esa región
proviene el director Bakhtiyar Khudojnazarov, un graduado de la escuela
de cine de Moscú radicado en Europa occidental, que volvió
a su tierra para rodar Brillo de luna, su tercer largo. Si algo es evidente
desde el comienzo es la intención de Khudojnazarov de dotar a sus
imágenes de un exótico color local, de lo que se supone
un espectador ajeno espera encontrar en un film proveniente de una zona
remota y desconocida. Para facilitarse la tarea, lo primero que hace Brillo...
es acudir a la coartada de la fábula, donde todo es posible. Una
muchacha de 17 años, que ambiciona ser actriz y vive en una aldea
con su padre y su hermano, queda embarazada una noche, cuando vuelve de
una representación teatral. La seduce una voz, una sombra, unas
caricias que pueden ser las del viento, pero a partir de allí la
chica no dejará de buscar al padre de su hijo... que se toma la
molestia de narrar los acontecimientos desde el seno materno.
Si el director Aktán Abdykalykov, de Kirguistán, tenía
como modelo de El hijo adoptivo el rigor y el despojamiento del cine iraní,
en Brillo... el camino a seguir es el del realismo mágico balcánico
de Emir Kusturica, con sus excesos y desbordes. Da la impresión
de que todas las imágenes están compelidas a llamar la atención,
ya sea por la angulación de la cámara o simplemente por
el capricho de hacer atravesar regularmente la pantalla a un rumoroso
avión que sobrevuela toda la historia a baja altura. Los ocasionales
destellos de estas imágenes no ocultan la impostura del proyecto.
PUNTOS
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