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PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein

REFORMA POLÍTICA O COSMÉTICA

Resulta que en Estados Unidos no hay trabajo, los jóvenes se emplean por dos pesos en condiciones de explotación infrahumana y coimean a policías corruptos para poder alojarse en edificios abandonados. Hay rebeliones desesperadas de desocupados en barriadas con fábricas cerradas, barricadas humeantes y calles repletas de basura. La eElite del poder es una especie de clase empresaria mafiosa que controla absolutamente todo, inclusive a los políticos. Esto sucede en una serie de televisión clase B, que se llama “Dark Angel”, donde es evidente que los productores quisieron representar lo que para ellos sería el peor de los infiernos: Norteamérica deja de ser potencia y se convierte en otro “mercado emergente”. Resulta así que la ciencia ficción norteamericana tiende a reproducir lo que sucede en la realidad de los países de su órbita de influencia, incluyendo a la Argentina. Más que un alarde de ficción, parece sociología de café, pero da una idea de lo que significa el Infierno para el Norte y su idea del Paraíso. Y lo más simpático de todo es que para que exista ese Paraíso tiene que haber este Infierno.
Los expertos de los organismos financieros internacionales reconocen ahora que el peso de la deuda externa en las condiciones soportadas por la Argentina es insostenible. Es obvio que los mismos que estimularon esas condiciones y prestaron los capitales puedan ver esta situación mejor que los funcionarios argentinos que las aceptaron. Como dijo el secretario del Tesoro norteamericano, Paul O’Neill, “nadie obligó a los argentinos a vivir como viven”. Desde su visión, estos funcionarios argentinos son más responsables que los organismos financieros que inventaron las condiciones. Nadie les puso un revólver en la cabeza para que las aceptaran. Eligieron el Infierno para la Argentina.
En su columna “Qué lindo es dar buenas noticias”, el presidente Fernando de la Rúa anunció esta semana a toda la Nación el nuevo acuerdo con el FMI. Si bien se lo veía distendido, no fue triunfalista y advirtió que el futuro dependía del Déficit Cero. Y aprovechó para incluir en su mensaje la realización de un plebiscito para reducir el costo de la política.
The New York Times informó ese día en su primera plana sobre el acuerdo del Gobierno con el Fondo y dio por sentado que se había logrado sobre la base del compromiso argentino para reestructurar su deuda externa. En el comunicado oficial se menciona a los esfuerzos argentinos para dar un perfil “de sostenibilidad” a las obligaciones financieras. En su discurso por televisión, De la Rúa mencionó el monto del nuevo préstamo, el déficit cero y la reforma política con plebiscito, pero no habló de reestructurar la deuda.
La conversación telefónica de George Bush (Jr) con De la Rúa, el jueves, fue funcional a ese discurso. El presidente norteamericano felicitó al argentino, le recordó la necesidad del déficit cero y le agradeció los esfuerzos para la reunión Cuatro más Uno, entre los países del Mercosur y Estados Unidos.
La introducción de la reforma política en el discurso, como si se tratara de uno de los nudos de la crisis, tuvo el efecto de distraer la atención de los nudos verdaderos y al otro día los políticos se abocaron con entusiasmo a discutir el tema. Aparecieron numerosas propuestas, desde la del intendente de Escobar, Luis Patti, que planteó el sistema unicameral para la provincia de Buenos Aires y la Nación, hasta voceros del PJ que se inclinaron por incluir la figura del primer ministro.
O sea que la reducción del costo político implicaría el gasto de más o menos 30 millones de pesos que costaría el plebiscito, más otro esfuerzo que podría requerir una reforma constitucional. Para bajar los costos habría que gastar más.
Enganchar una cosa con la otra es confundir la crisis del modelo económico social con el malhumor de la gente hacia la clase política. O usar una cosa para tapar a la otra. En realidad es más fácil dejar que la gente crea eso porque es más difícil proponer una alternativa democrática a una sociedad de exclusión y desigualdad. El malhumor de la gente con los políticos es porque siente que los políticos cada vez están más lejos de la gente y no hacen nada por ella. Ni un primer ministro ni un sistema unicameral gasolero por sí solos serán garantía de que habrá políticos más respetados por la gente.
En este contexto, la Reforma Política podría seguir el mismo camino que la Reforma del Estado con el menemismo. En ese momento se generó en la opinión pública la sensación de que todo lo estatal era ineficiente y corrupto por el solo hecho de ser estatal. Y sobre ese discurso, ciertamente interesado y demagógico, se realizaron reformas que convirtieron al Estado en rehén de los grandes grupos económicos. Lo hicieron más funcional a este modelo y a la corrupción en gran escala. Y ahora que se necesitaría el poder activo del Estado para equilibrar la economía y establecer reglas de juego, tiene muy pocas herramientas para hacerlo.
Los sectores que se han favorecido con esta situación han recibido las ideas de reforma política con el mismo beneplácito con que antes lo hicieron con la Reforma del Estado. Y tienen razón, porque si las reformas se hacen en este contexto se corre el riesgo de que lo único que se consiga sea que el sistema político funcione lejos de la gente, como hasta ahora, pero para siempre. Es probable que sea más barato, pero se habrá institucionalizado su incapacidad de ponerse al servicio de la gente.
“Un político tendría que ganar lo mismo que un maestro”, decía el miércoles un señor que miraba pasar las columnas de docentes hacia Plaza de Mayo. Nadie elige ser maestro para enriquecerse. Son miles de personas que toman ese oficio, pese a las bajas remuneraciones, porque tienen vocación comunitaria, solidaria y de servicio. Y, más que nadie, el político tendría que serlo por las mismas razones.
La Reforma Política no resuelve la crisis económica y menos si lo que está en discusión son aspectos formales. Al mismo tiempo, la única forma de resolver este embrollo es a través de la política, aunque los políticos hayan demostrado hasta ahora su incapacidad para hacerlo. Los maestros, los empleados públicos, los trabajadores en general, los desocupados y hasta los empresarios preocupados por la producción quieren un tipo de cambios políticos. Pero quienes se favorecieron con el modelo quieren otros cambios en sentido opuesto y se montan sobre el descrédito general de la política como antes lo hicieron sobre el descrédito del Estado.
El plebiscito y la consulta popular son herramientas de participación incorporadas en la última reforma constitucional y se requiere su utilización por primera vez para esta reforma política. Desde hace casi un año, los desocupados, los maestros, la CTA, la Federación Agraria y APYME agrupados en el Frente Nacional Contra la Pobreza proponen –sin mucho eco en el esquema político– una consulta popular para votar un seguro para desocupados de 380 pesos, más 60 pesos por cada hijo menor de 18 años.
La misma herramienta está planteada para dos objetivos distintos. En el primer caso cuenta con el beneplácito del sistema político al que se critica y se quiere modificar. En el segundo caso, ese sistema político demuestra su incapacidad de encontrar soluciones al darle la espalda. Si se cruzan ambas situaciones, la conclusión es que el sistema político tiende a aceptar aquello que no modifique sus reglas de juego y es poco receptivo a las iniciativas que plantean una alternativa. Por lo cual, en estas condiciones, la reforma que podría salir sería puramente cosmética por más grandilocuente que sea.


 

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