REFORMA POLÍTICA O
COSMÉTICA
Resulta que en Estados Unidos no hay trabajo, los jóvenes
se emplean por dos pesos en condiciones de explotación infrahumana
y coimean a policías corruptos para poder alojarse en edificios
abandonados. Hay rebeliones desesperadas de desocupados en barriadas
con fábricas cerradas, barricadas humeantes y calles repletas
de basura. La eElite del poder es una especie de clase empresaria
mafiosa que controla absolutamente todo, inclusive a los políticos.
Esto sucede en una serie de televisión clase B, que se llama
Dark Angel, donde es evidente que los productores quisieron
representar lo que para ellos sería el peor de los infiernos:
Norteamérica deja de ser potencia y se convierte en otro
mercado emergente. Resulta así que la ciencia
ficción norteamericana tiende a reproducir lo que sucede
en la realidad de los países de su órbita de influencia,
incluyendo a la Argentina. Más que un alarde de ficción,
parece sociología de café, pero da una idea de lo
que significa el Infierno para el Norte y su idea del Paraíso.
Y lo más simpático de todo es que para que exista
ese Paraíso tiene que haber este Infierno.
Los expertos de los organismos financieros internacionales reconocen
ahora que el peso de la deuda externa en las condiciones soportadas
por la Argentina es insostenible. Es obvio que los mismos que estimularon
esas condiciones y prestaron los capitales puedan ver esta situación
mejor que los funcionarios argentinos que las aceptaron. Como dijo
el secretario del Tesoro norteamericano, Paul ONeill, nadie
obligó a los argentinos a vivir como viven. Desde su
visión, estos funcionarios argentinos son más responsables
que los organismos financieros que inventaron las condiciones. Nadie
les puso un revólver en la cabeza para que las aceptaran.
Eligieron el Infierno para la Argentina.
En su columna Qué lindo es dar buenas noticias,
el presidente Fernando de la Rúa anunció esta semana
a toda la Nación el nuevo acuerdo con el FMI. Si bien se
lo veía distendido, no fue triunfalista y advirtió
que el futuro dependía del Déficit Cero. Y aprovechó
para incluir en su mensaje la realización de un plebiscito
para reducir el costo de la política.
The New York Times informó ese día en su primera plana
sobre el acuerdo del Gobierno con el Fondo y dio por sentado que
se había logrado sobre la base del compromiso argentino para
reestructurar su deuda externa. En el comunicado oficial se menciona
a los esfuerzos argentinos para dar un perfil de sostenibilidad
a las obligaciones financieras. En su discurso por televisión,
De la Rúa mencionó el monto del nuevo préstamo,
el déficit cero y la reforma política con plebiscito,
pero no habló de reestructurar la deuda.
La conversación telefónica de George Bush (Jr) con
De la Rúa, el jueves, fue funcional a ese discurso. El presidente
norteamericano felicitó al argentino, le recordó la
necesidad del déficit cero y le agradeció los esfuerzos
para la reunión Cuatro más Uno, entre los países
del Mercosur y Estados Unidos.
La introducción de la reforma política en el discurso,
como si se tratara de uno de los nudos de la crisis, tuvo el efecto
de distraer la atención de los nudos verdaderos y al otro
día los políticos se abocaron con entusiasmo a discutir
el tema. Aparecieron numerosas propuestas, desde la del intendente
de Escobar, Luis Patti, que planteó el sistema unicameral
para la provincia de Buenos Aires y la Nación, hasta voceros
del PJ que se inclinaron por incluir la figura del primer ministro.
O sea que la reducción del costo político implicaría
el gasto de más o menos 30 millones de pesos que costaría
el plebiscito, más otro esfuerzo que podría requerir
una reforma constitucional. Para bajar los costos habría
que gastar más.
Enganchar una cosa con la otra es confundir la crisis del modelo
económico social con el malhumor de la gente hacia la clase
política. O usar una cosa para tapar a la otra. En realidad
es más fácil dejar que la gente crea eso porque es
más difícil proponer una alternativa democrática
a una sociedad de exclusión y desigualdad. El malhumor de
la gente con los políticos es porque siente que los políticos
cada vez están más lejos de la gente y no hacen nada
por ella. Ni un primer ministro ni un sistema unicameral gasolero
por sí solos serán garantía de que habrá
políticos más respetados por la gente.
En este contexto, la Reforma Política podría seguir
el mismo camino que la Reforma del Estado con el menemismo. En ese
momento se generó en la opinión pública la
sensación de que todo lo estatal era ineficiente y corrupto
por el solo hecho de ser estatal. Y sobre ese discurso, ciertamente
interesado y demagógico, se realizaron reformas que convirtieron
al Estado en rehén de los grandes grupos económicos.
Lo hicieron más funcional a este modelo y a la corrupción
en gran escala. Y ahora que se necesitaría el poder activo
del Estado para equilibrar la economía y establecer reglas
de juego, tiene muy pocas herramientas para hacerlo.
Los sectores que se han favorecido con esta situación han
recibido las ideas de reforma política con el mismo beneplácito
con que antes lo hicieron con la Reforma del Estado. Y tienen razón,
porque si las reformas se hacen en este contexto se corre el riesgo
de que lo único que se consiga sea que el sistema político
funcione lejos de la gente, como hasta ahora, pero para siempre.
Es probable que sea más barato, pero se habrá institucionalizado
su incapacidad de ponerse al servicio de la gente.
Un político tendría que ganar lo mismo que un
maestro, decía el miércoles un señor
que miraba pasar las columnas de docentes hacia Plaza de Mayo. Nadie
elige ser maestro para enriquecerse. Son miles de personas que toman
ese oficio, pese a las bajas remuneraciones, porque tienen vocación
comunitaria, solidaria y de servicio. Y, más que nadie, el
político tendría que serlo por las mismas razones.
La Reforma Política no resuelve la crisis económica
y menos si lo que está en discusión son aspectos formales.
Al mismo tiempo, la única forma de resolver este embrollo
es a través de la política, aunque los políticos
hayan demostrado hasta ahora su incapacidad para hacerlo. Los maestros,
los empleados públicos, los trabajadores en general, los
desocupados y hasta los empresarios preocupados por la producción
quieren un tipo de cambios políticos. Pero quienes se favorecieron
con el modelo quieren otros cambios en sentido opuesto y se montan
sobre el descrédito general de la política como antes
lo hicieron sobre el descrédito del Estado.
El plebiscito y la consulta popular son herramientas de participación
incorporadas en la última reforma constitucional y se requiere
su utilización por primera vez para esta reforma política.
Desde hace casi un año, los desocupados, los maestros, la
CTA, la Federación Agraria y APYME agrupados en el Frente
Nacional Contra la Pobreza proponen sin mucho eco en el esquema
político una consulta popular para votar un seguro
para desocupados de 380 pesos, más 60 pesos por cada hijo
menor de 18 años.
La misma herramienta está planteada para dos objetivos distintos.
En el primer caso cuenta con el beneplácito del sistema político
al que se critica y se quiere modificar. En el segundo caso, ese
sistema político demuestra su incapacidad de encontrar soluciones
al darle la espalda. Si se cruzan ambas situaciones, la conclusión
es que el sistema político tiende a aceptar aquello que no
modifique sus reglas de juego y es poco receptivo a las iniciativas
que plantean una alternativa. Por lo cual, en estas condiciones,
la reforma que podría salir sería puramente cosmética
por más grandilocuente que sea.
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