Por Horacio Cecchi
La Abuela y doña Herminia
García, ambas de 82 años, son dos caras de una misma moneda.
O de unas cuantas monedas. Con su lata de leche en polvo debidamente forrada
y con ranura de alcancía en su tapa, La Abuela recorre las calles
del macro y microcentro, estirando la mano, mangueando una monedita
para los abuelitos, durante cuatro o cinco horas diarias hasta juntar
unos cien pesos. Después, regresa a su hábitat ya no como
La Abuela sino como doña Herminia. Barrio: Belgrano, en la modernísima
zona de La Imprenta. Maure al 1600. Segundo piso, 8. El miércoles
pasado, al mediodía, un incidente callejero reveló las dos
caras de La Abuela, o de doña Herminia: en Cerrito y Santa Fe,
el Chileno, otro mendigo, intentó manotearle las monedas. La Abuela
sacó un revólver 32 largo de su cintura y le disparó
dos veces. Una se la dio en la pierna. La Abuela se esfumó. Al
día siguiente, reapareció como doña Herminia por
la comisaría 15.
Hay que hurgar mucho en la zona de La Imprenta para detectar a alguien
que responda a los rasgos de La Abuela, pero que sea conocida como Herminia
García por los vecinos. El dato era concreto: vive en Maure al
1600, entre Migueletes y Soldado de la Independencia. A cuadra y media
de Libertador y a dos de Luis María Campos.
¿Conoce a una mujer de unos 80 años, que sale a pedir
limosna, pero que vive en el segundo piso de este edificio?
La encargada de Maure 1628 dudó. Primero cerró la puerta,
como se estila ante un desconocido que pregunta por un propietario mendigo.
Después se animó:
Pregunte en el kiosco de la esquina.
Migueletes y Maure. Luján atiende el kiosco de diarios y obviamente
tiene noticias:
Es una bajita, que ayuda haciendo changuitas para ganarse unas monedas.
¿Se llama Herminia?
No sé cómo se llama. A nosotros nos compra cosas en
el supermercado, reparte volantes del negocio de empanadas de la vuelta,
se va ganando el peso de esa forma. Pero no tiene 80 años. Y tampoco
vive en Maure. Dicen que vive en Libertador.
Los mitos sobre la mendicidad en la zona de La Imprenta pueden alcanzar
niveles de realismo mágico, pero nadie conoce a La Abuela, ni a
doña Herminia. Tres puntos clave para la búsqueda de una
anciana resultaron frustrantes: la farmacia, el local de lotería
y quiniela, y la peluquería. Que yo sepa, acá nunca
vino nadie así, aseguró el farmacéutico. Nosotros
estamos hace tres meses, especuló el quinielero. La peluquería
asomaba como demasiado moderna y costosa para una jubilada.
Ni rastros de Herminia, hasta que las versiones y las casualidades fueron
desembocando en Juan, el encargado de un edificio sobre Maure al 1600.
Sí, la conozco. Vive acá soltó, displicente,
Juan apoyado contra el marco de la puerta de entrada. Pero no habla
con nadie. Yo lo único que sé de ella es el saludo: Buen
día, Juan, buenas tardes, Juan. A veces me dice que va a
pedir para los viejitos, pero no dice nada más. Alguna vez la vino
a visitar Norma Pla.
De todos modos, las paredes y un vecino de malhumor deslizaron que doña
Herminia García es una de las primeras habitantes del edificio,
de 33 años de antigüedad. Su departamento es un monoambiente,
pero está muy bien puesto, las paredes empapeladas, tiene
un centro musical, lavarropas y aspiradora, murmuró el vecino
en el pasillo. Según Juan, un hijo y una hija de Herminia viven
en Mar del Plata. Según el vecino, los hijos en realidad son sobrinos.
La esquina de Maure y Soldado de la Independencia fue más fructífera
en relatos: allí Gustavo tiene instalada su mesita donde despliega
cantidades de huevos frescos y frutillas. Provee a embajadas, vecinos
de la zona y enuna época, a la esposa de Escobar Gaviria. Provee
a todos, menos a doña Herminia. Aunque aseguró haberla visto.
Un día un cliente me dijo: ¿ves a esa señora?,
bueno, la vi pidiendo limosna en el centro. Yo no lo podía
creer.
En su rol de buena vecina, doña Herminia García pasa todas
las tardecitas, a paso lento, frente a la mesita de huevos y frutillas
de Gustavo. Nada que ver con una mendiga. Yo no lo podía
creer cuando me lo contaron. Tiene un gorrito de lana o de felpa. Pasa
por acá para ir de compras al supermercado. No habla con nadie.
Pregúntele a Leo. El debe conocerla. Leo es Leonardo, encargado
de otro edificio de Maure al 1600, puesto que ocupa desde hace 28 años.
Claro que la conozco. José, otro encargado que ya no está
más, y que tenía un taxi, la vio pidiendo monedas con su
latita en el centro. Es medio revirada. Se pelea con todos. A la mujer
de José no se por qué, pero la amenazó.
El miércoles pasado, después del mediodía, La Abuela
estaba instalada en la esquina de Santa Fe y Cerrito. Agitaba su lata
de leche en polvo haciendo tintinear sus monedas, implorando Una
ayuda para los viejitos. Hasta que llegó el Chileno y sus
historias de rivalidades bien confusas. Según la versión
oficial, el Chileno quiso manotear la lata o el territorio. La Abuela
sacó un revólver 38 largo debidamente registrado en el Renar
a nombre de doña Herminia y le disparó dos veces. Una bala
se perdió. La otra le dio en la pierna. El Chileno fue a parar
al hospital Ramos Mejía. La Abuela se esfumó. Regresó
a su hábitat y salió despavorida. Me voy a Mar del
Plata unos días, le dijo a Juan, y se instaló en un
hotel en Avellaneda. Al día siguiente, se entregó junto
con el arma en la comisaría 15, como doña Herminia García,
para enfrentar la carátula de intento de homicidio.
DOS
JOVENES FUERON SECUESTRADOS
Liberados tras el rescate
El acuerdo estaba cerrado. Después
de dos días de negociaciones, una familia porteña se reunió
con los secuestradores de dos de sus hijos. El encuentro fue ayer a la
tarde. Aunque no transcendieron sus nombres, el juez federal Jorge Urso,
a cargo de la investigación, aseguró que nada tenían
que ver con el empresario desaparecido.
Toda la etapa de negociación fue monitoreada sigilosamente por
Urso y la División Delitos Complejos de la Dirección de
Investigación Antiterrorista de la Policía Federal. Los
hombres pedían 300 mil dólares por el rescate. La familia
pidió un crédito y juntó dinero entre amigos y conocidos.
La cita con los extorsionadores se hizo en una de las bajadas de la Panamericana
sobre el ramal del Tigre. Entregaron el dinero pero no se llevaron a sus
hijos que todavía seguían encerrados en el Puerto del Tigre.
El dato se conoció más tarde. Los secuestradores fueron
perseguidos y atrapados por la policía. Ahí confesaron y
dieron la ubicación exacta de la playa de estacionamiento del Puerto
de Frutos de Tigre donde estaban encerrados los chicos.
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