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“VILLA VILLA CON TODO”, EL REGRESO DE DE LA GUARDA
Una tribu está de fiesta

La versión 2001 presenta leves diferencias con la original, pero una misma lógica: meter al público en una experiencia física.

DLG reconoce desde el vamos
que no usa “un lenguaje intelectual”.
El espectáculo juega con códigos
lumínicos y sonoros de la rave.

Por Cecilia Hopkins

Seis años después, en el Centro Cultural Recoleta que había albergado sus primeros grandes pasos, el grupo De la Guarda acaba de comenzar una nueva temporada con el espectáculo Villa Villa, que ahora tiene el subtítulo de “Con todo”. Este es el montaje que posicionó al grupo argentino en la escena internacional, el que los llevó a ocupar las tapas de las revistas especializadas en espectáculos y divertimentos de Nueva York y posteriormente les habilitó otras plazas, como Las Vegas y Londres. El elenco original se ha ampliado de nueve integrantes a catorce, seleccionados en un multitudinario casting efectuado en un galpón del barrio de Floresta. Si bien esta versión trae nuevas escenas y contempla otro tiempos, lo que más se nota es la complejización de los recursos técnicos empleados respecto del espectáculo original, llamado Período Villa Villa.
No obstante la experiencia que el grupo ha sabido capitalizar (ya realizaron unas 2 mil funciones), el espíritu del espectáculo es el mismo. De La Guarda sigue dirigiendo todos sus esfuerzos a desplegar un acto batallador y festivo, un divertimento entusiasta que resulta muy afín al público joven –que, por otra parte, es el que mayoritariamente puebla la sala– consustanciado con el lenguaje propio de la disco o la rave. Así se da una obra signada por el protagonismo de la música y las luces estroboscópicas como la fricción que se produce entre los asistentes. Los participantes en la experiencia se convierten así en receptores en constantes de los estímulos que el grupo lanza en toda dirección. Acaso esta característica de la obra fue lo que cautivó al público y la crítica de plazas casi inaccesibles para los artistas argentinos, como Nueva York o Londres.
“Directo al cuerpo, a los sentidos, al alma”, garantizan los directores Pichón Baldinu y Diqui James ya desde el programa de mano. Allí agregan, además, una declaración de principios: “Queremos que la acción vaya a la velocidad del pensamiento, queremos que el pensamiento pueda aquietarse como la atmósfera, que deje de tener tanta importancia, o que estalle. Así nosotros tomamos el poder”. No se trata aquí del poder que generan las ideas sino el que detentan las imágenes que provocan los actores colgados de sus arneses o el que convoca el sonido primitivo de la banda sonora diseñada por Gaby Kerpel. Un poder hipnótico liberado de la voluntad de producir sentidos. “No relatamos ninguna historia, el lenguaje no es intelectual”, advierten los creadores. Aun así, los primeros tramos del espectáculo –ya incluidos en Dulce compañía, estrenado ocho años atrás– podrían interpretarse como parte de un relato que, sin temor a una ilustración metafórica de corte ingenuo (y tal vez de allí provenga su encanto), alude a la génesis del universo, para perderse después hacia otros rumbos, menos simbólicos y, sin dudas, más fiesteros.
Este preámbulo se desarrolla a varios metros sobre el público, por encima de un cielorraso de papel que deja traslucir una densa y coloridahumareda, que acompaña el juego de sombras producido por personajes que cruzan el espacio colgados de sus aparejos. Un cielo tachonado de estrellas fosforescentes aparece como imagen previa a la irrupción final de estos seres que, al rasgar el débil paño que los separa de los espectadores, dan por iniciada una sesión de coreografías aéreas, al tiempo que liberan sobre sus cabezas una multitud de pequeños objetos de cotillón. Al reventarse como una enorme piñata, el papel deja paso a una fina llovizna que acompañan las luces y la música en un remedo de tormenta. A partir de allí, los actores se balancean en parejas o en grupos variando los niveles respecto del público, o bien usan las paredes para perseguirse entre sí o rebotar sobre la lona que las recubre.
Entre cuadro y cuadro, algunos de los personajes deambulan entre el público, regalando o pidiendo besos furtivos o raptando espectadores desprevenidos hacia las alturas. Esto fue lo que le ocurrió en el estreno a Soledad Silveyra, que sin ofrecer demasiada resistencia levantó vuelo con uno de los actores, en medio de la festiva confusión general. El resto del espectáculo sigue alternando los vuelos colectivos con algunas secuencias de canto y percusión que atizan el pogo frenético del público, tal vez a la espera de que se cumpla otra de las promesas del grupo: “Queremos despeinarte el bulbo raquídio (sic), que te comas toda la cosecha de manzanas del Edén, que te encuentres y no te reconozcas, que te hartes de vos mismo”.

 

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