Por Cecilia Hopkins
Seis años después,
en el Centro Cultural Recoleta que había albergado sus primeros
grandes pasos, el grupo De la Guarda acaba de comenzar una nueva temporada
con el espectáculo Villa Villa, que ahora tiene el subtítulo
de Con todo. Este es el montaje que posicionó al grupo
argentino en la escena internacional, el que los llevó a ocupar
las tapas de las revistas especializadas en espectáculos y divertimentos
de Nueva York y posteriormente les habilitó otras plazas, como
Las Vegas y Londres. El elenco original se ha ampliado de nueve integrantes
a catorce, seleccionados en un multitudinario casting efectuado en un
galpón del barrio de Floresta. Si bien esta versión trae
nuevas escenas y contempla otro tiempos, lo que más se nota es
la complejización de los recursos técnicos empleados respecto
del espectáculo original, llamado Período Villa Villa.
No obstante la experiencia que el grupo ha sabido capitalizar (ya realizaron
unas 2 mil funciones), el espíritu del espectáculo es el
mismo. De La Guarda sigue dirigiendo todos sus esfuerzos a desplegar un
acto batallador y festivo, un divertimento entusiasta que resulta muy
afín al público joven que, por otra parte, es el que
mayoritariamente puebla la sala consustanciado con el lenguaje propio
de la disco o la rave. Así se da una obra signada por el protagonismo
de la música y las luces estroboscópicas como la fricción
que se produce entre los asistentes. Los participantes en la experiencia
se convierten así en receptores en constantes de los estímulos
que el grupo lanza en toda dirección. Acaso esta característica
de la obra fue lo que cautivó al público y la crítica
de plazas casi inaccesibles para los artistas argentinos, como Nueva York
o Londres.
Directo al cuerpo, a los sentidos, al alma, garantizan los
directores Pichón Baldinu y Diqui James ya desde el programa de
mano. Allí agregan, además, una declaración de principios:
Queremos que la acción vaya a la velocidad del pensamiento,
queremos que el pensamiento pueda aquietarse como la atmósfera,
que deje de tener tanta importancia, o que estalle. Así nosotros
tomamos el poder. No se trata aquí del poder que generan
las ideas sino el que detentan las imágenes que provocan los actores
colgados de sus arneses o el que convoca el sonido primitivo de la banda
sonora diseñada por Gaby Kerpel. Un poder hipnótico liberado
de la voluntad de producir sentidos. No relatamos ninguna historia,
el lenguaje no es intelectual, advierten los creadores. Aun así,
los primeros tramos del espectáculo ya incluidos en Dulce
compañía, estrenado ocho años atrás
podrían interpretarse como parte de un relato que, sin temor a
una ilustración metafórica de corte ingenuo (y tal vez de
allí provenga su encanto), alude a la génesis del universo,
para perderse después hacia otros rumbos, menos simbólicos
y, sin dudas, más fiesteros.
Este preámbulo se desarrolla a varios metros sobre el público,
por encima de un cielorraso de papel que deja traslucir una densa y coloridahumareda,
que acompaña el juego de sombras producido por personajes que cruzan
el espacio colgados de sus aparejos. Un cielo tachonado de estrellas fosforescentes
aparece como imagen previa a la irrupción final de estos seres
que, al rasgar el débil paño que los separa de los espectadores,
dan por iniciada una sesión de coreografías aéreas,
al tiempo que liberan sobre sus cabezas una multitud de pequeños
objetos de cotillón. Al reventarse como una enorme piñata,
el papel deja paso a una fina llovizna que acompañan las luces
y la música en un remedo de tormenta. A partir de allí,
los actores se balancean en parejas o en grupos variando los niveles respecto
del público, o bien usan las paredes para perseguirse entre sí
o rebotar sobre la lona que las recubre.
Entre cuadro y cuadro, algunos de los personajes deambulan entre el público,
regalando o pidiendo besos furtivos o raptando espectadores desprevenidos
hacia las alturas. Esto fue lo que le ocurrió en el estreno a Soledad
Silveyra, que sin ofrecer demasiada resistencia levantó vuelo con
uno de los actores, en medio de la festiva confusión general. El
resto del espectáculo sigue alternando los vuelos colectivos con
algunas secuencias de canto y percusión que atizan el pogo frenético
del público, tal vez a la espera de que se cumpla otra de las promesas
del grupo: Queremos despeinarte el bulbo raquídio (sic),
que te comas toda la cosecha de manzanas del Edén, que te encuentres
y no te reconozcas, que te hartes de vos mismo.
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