Por William Breider
Se suponía que Paul
ONeill iba a ser el adulto del gabinete de Bush, el
hombre con los sólidos conocimientos del gobierno por sus largos
años en Washington y la industrial de un exitoso CEO. En cambio,
suena más al Tío Plimplín, moviendo las encías
para hacer extraños diagnósticos sobre cómo debería
funcionar el mundo. Algunos (incluyendo muchos reporteros y editores)
hacen como que no escuchan sus delirios. Sólo que, Dios nos proteja,
el hombre es secretario del Tesoro. Las excursiones verbales de ONeill
recuerdan a un ex presidente conocido como Gipper, cuyas legendarias observaciones
(los árboles son los mayores contaminantes) parecían
graciosamente despistadas, hasta que quedó en claro que Ronald
Reagan era peligrosamente sincero.
¿Hay que reformar la Seguridad Social y el seguro médico?
ONeill se pregunta en voz alta si realmente hacen falta. Hay
un concepto que me resulta muy atractivo, declaró. Los
adultos sanos deberían ahorrar lo suficiente todos los meses para
poder proveer para su propio retiro y para el caso, para su salud y sus
necesidades médicas. Si no, explicó al Financial Times,
la gente mayor simplemente le transfiere sus problemas al resto de la
sociedad. El 18 de junio, el secretario fue a Wall Street a conseguir
el apoyo de los financistas para su cruzada. Las empresas de brokers y
los bancos reunirán 20 millones de dólares para avisos de
televisión que vendan la privatización de la Seguridad Social.
Al paquete se lo llama reforma, pero las ideas de ONeill
indican que el objetivo final es la destrucción.
¿Los riesgos del poderío nuclear? Si dejamos de lado
Three Mile Island y Chernobyl, el historial de seguridad de la energía
nuclear es realmente muy bueno, explicó. ¿Salvo eso,
señora de Lincoln, disfrutó de la obra de teatro?
¿Impuestos a las grandes empresas? Una trampa ridícula,
se queja ONeill. No reduzcan los impuestos a las ganancias de las
empresas, ¡anúlenlos! ¿Cómo? ¿Abolir
el impuesto a las ganancias de las grandes empresas? Por supuesto.
En la lógica económica, no hay motivo de tener un proceso
falso como si de alguna manera un individuo humano no pagara los impuestos
que están incluidos en el precio de los bienes y servicios.
¿Qué hay de los impuestos a las ganancias de capital de
las empresas? Si trabajaran en la forma teórica más
satisfactoria, si no hubiera ningún impuesto a las empresas y las
corporaciones, con seguridad las empresas y corporaciones no pagarían
impuestos a las ganancias al capital. Por lo tanto no habría ninguna
necesidad de bajar las tasas porque no habría tasas para nada.
¿Drogas para el tratamiento del sida en Africa? Una perdida de
dinero, le sugirió al New York Times un anónimo alto funcionario
de la Tesorería, porque los africanos no tienen el concepto
del tiempo que se necesita para tomar las píldoras en los
intervalos de tiempo recetados. Ampliamente se aceptaba que ONeill
era la fuente anónima. Se salvó sólo porque otro
funcionario de Bush, el nuevo administrador de la Agencia Internacional
de Desarrollo dijo lo mismo con nombre y apellido. Muchos africanos, le
explicó Andrew Natsios al Boston Globe, no pueden decir la hora
porque solo conocen la mañana, la tarde y la noche (además,
no tienen reloj). Así que ¿como podrían tomar los
remedios en hora? La Red de Acción Religiosa, Acción Africana
y la Coalición GAP de Salud mandaron airadas protestas al secretario
de Estado Colin Powell y también al secretario del Tesoro. La respuesta
evasiva de ONeill los enojó aún más.
Estos y otros destellos del pensamiento de ONeill revelan la mente
de un republicano de la edad de piedra, a pesar de sus progresistas declaraciones
sobre seguridad laboral y el recalentamiento mundial. Como los desvaríos
de Reagan, la virtuosa seguridad de ONeill provoca hilaridad y alarma.
Pero sería un error descartarla como inofensivas reflexiones de
Plimplín. ONeill refleja la perversa sensibilidad de algunos
de los principales industriales, gente que no es sólo de derecha
sino que maneja cosas. En su perspectiva peculiar sobre la sociedad, las
peores injusticias son impuestas sobre los ricos y poderosos, y deberían
erradicarse. Mientras las perspectivas de lograr esto no son prometedoras,
los sermoncitos de ONeill sobre el sistema tributario y otros abominaciones
probablemente sean de ayuda a la agenda política de la Casa Blanca,
haciéndole mimos a los intereses corporativos que quedaron afuera
del primer recorte de impuestos y a los derechistas rabiosos. ONeill
dijo en confidencia que el presidente está intrigado
por sus sorpresivos pensamientos. ¿Abolir la Seguridad Social?
¿Rechazar el impuesto a las grandes empresas? No puede ser en serio.
Es lo que decían del Gipper.
Al principio, se pudo pensar que su facilidad de palabra era atribuible
al inflamado sentido de privilegio de un empresario, un hombre acostumbrado
a decir exactamente lo que piensa y a esperar que todos se inclinen ante
su sabiduría superior. El presidente introdujo a ONeill como
una voz firme que calmaría los nervios del pueblo y
de los mercados, pero lo primero que hizo ONeill fue hacer girar
a los mercados financieros (en la dirección equivocada) cuando
dijo: No buscamos, como se dice a menudo, una política de
un dólar fuerte. En mi opinión, un dólar fuerte es
el resultado de una economía fuerte. Los especuladores saltaron,
el dólar tambaleó, el euro remontó. El secretario
del Tesoro tuvo que tragarse sus declaraciones y asegurar a los mercados
que la se continuaba la política de dólar fuerte de la administración
Clinton. Después comunicó sus fuertes objeciones a los rescates
financieros del FMI, pero se vio obligado a retractarse nuevamente y a
apoyar los vastos nuevos rescates que el FMI le dió a Turquía
y Argentina.
Las críticas le dolieron al secretario. Cometí el
error de presumir que se podía hablar del tejido intelectual del
tema (la cotización de la moneda), rezongó. Es
evidente que no se puede, por lo que no voy a tratar de nuevo. Pero
por el contrario, ONeill continuó con sus esfuerzos por educarnos
en temas complejos y claramente disfruta de su rol de provocador intelectual.
Después de emitir una sarta de proposiciones inusitadas, le preguntó
a su entrevistador: ¿Fui lo suficientemente revolucionario?.
En rigor, sus ideas no son tanto revolucionarias como retrógradas,
parecidas a las del vicepresidente Dick Cheney sobre energía y
medio ambiente. ONeill está rescatando viejos conceptos de
la edad de oro de la ideología republicana.
Su disquisición sobre los impuestos a las grandes empresas, por
ejemplo, revive la proposición mítica las empresas
no pagan impuestos, los pagan los consumidores que era muy popular
entre los empresarios conservadores hace más de una generación
(se originó a principios del siglo veinte, cuando se introdujo
el impuesto a las ganancias). De tanto en tanto, algún economista
conservador que ve la realidad desde su torre de marfil revive la teoría
y deja revoloteando a los corazones corporativos, hasta que sus contadores
les explican los hechos. Aparte de modestos dividendos, las grandes empresas
no distribuyen sus ganancias entre los accionistas sino que se guardan
el dinero para financiar nuevas inversiones (mejor que pedir préstamos
a bancos o a los mercados financieros). Por lo tanto, si las ganancias
corporativas no fueron tributadas en su fuente, se acumularían
cada año como ingresos libres de impuestos (quizás es lo
que tiene en mente ONeill).
A cambio de rechazar la tasa corporativa, el gobierno podría en
principio obligar a las empresas a distribuir sus ganancias entre sus
accionistas, algo que nadie quiere en el mundo de los negocios. Alternativamente,
en teoría, con propósitos tributarios las ganancias podrían
atribuirse a los accionistas individuales, para que cada uno pague sus
impuestos a las ganancias. Pero eso sería una pesadilla contable
tanto para los contribuyentes como para el gobierno, ya que la agitación
diaria de la bolsa de valores cambia continuamente la propiedad de las
acciones y esto reduciría cualquier obligación tributaria
a fracciones pequeñas en movimiento. Pero la falacia más
fundamental en el razonamiento de ONeill es que el grueso de las
acciones de grandes empresas en manos privadas ya están exentas
de impuestos, porque están en algún tipo de refugio tax
free: fondos de pensión, fundaciones, fondos mutuos. Los propietarios
no pagan ganancias por sus tenencias. De hecho, el impuesto corporativo
es la única astilla que le cae al gobierno de las ganancias corporativas,
y ya está debilitado.
Los lobbies corporativos luchan con tanta fuerza por bajar la tasa de
sus impuestos y destrozar el código llenándolo de agujeros
por una razón muy simple: saben que es su dinero, no el de los
consumidores. Quieren guardarse todo el que sea posible, y hasta ahora
han tenido bastante éxito. En la década del 60, los impuestos
a las grandes empresas rindieron el 35 por ciento del total del impuesto
a las ganancias, pero esa proporción mermó a medida que
se promulgaban más y mas respiros impositivos. Los extravagantes
recortes de impuestos de Reagan en 1981 logró el nadir: los impuestos
corporativos cayeron al 10 por ciento del total. Algunas de esas pérdidas
fueron recuperadas por la reforma tributaria legislativa de 1986, que
cerró muchas oportunidades de evasión, y los aportes de
las grandes empresas aumentaron aún más cuando las ganancias
subieron a comienzos de la década de 1990, hasta el 21 por ciento
en 1995. Desde entonces, las corporaciones encontraron cómo ganar
por dos vías: aumentando las ganancias y bajando las obligaciones
tributarias. La participación de las grandes empresas en el total
de la recaudación bajó en términos reales durante
el reciente boom económico, al 17 por ciento en 2000.
Como CEO de la empresa de aluminios Alcoa, ONeill no fue el peor
de saqueadores, pero le fue mejor que a la mayoría en eso de burlar
al recaudador. En 1996, Alcoa tuvo ganancias por 399 millones de dólares
y no pagó nada. De hecho, cobró un reembolso por 17,6 millones
de dólares del gobierno federal, una tasa impositiva del -4,4 por
ciento, derivada de trucos contables no disponibles para el común
de los mortales. En los tres años entre 1996 y 1998, Alcoa pagó
una tasa de impuestos efectiva de sólo 15,9 por ciento sobre 1,700
millones de ganancias, menos de la mitad de la tasa establecida por ley
del 35 por ciento e igual a lo que paga el trabajador común sobre
sus ganancias. El hombre mismo, mientras tanto, ganó 59 millones
en su último año en Alcoa, disfrutando de fabulosas opciones
de acciones, uno de los ardides que Alcoa utiliza para reducir sus impuestos.
¿Así que por qué todo el gimoteo? No es por el dinero,
en una cosa intelectual.
Burlar el código impositivo es un deporte que resurge nuevamente
entre las grandes empresas de Estados Unidos, como fue documentado por
Robert McIntyre, de Ciudadanos por la Igualdad Impositiva, en un alarmante
estudio hecho público en octubre pasado (mayormente olvidado en
medio del tumulto preelectoral). Entre las 250 mayores empresas, McIntyre
encontró 41 que, como Alcoa, habían evadido totalmente sus
impuestos durante uno o más años entre 1996 y 1998. Habían
pagado menos de cero sobre ganancias de más de 25.800 millones
de dólares y recibieron 3200 millones de dólares en reembolsos.
En 1998, la lista incluía a Pepsi Co., Pfizer, J.P.Morgan, Enron,
Weyerhaeuser, General Motors, MCI Worldcom y CSX. ONeill tiene razón
al decir que el código impositivo es una abominación
que necesita reformarse. Sólo que está equivocado en la
dirección.
Más allá de las grandes empresas, el secretario parlanchín
parece referirse a algo mayor: a que la acumulación de riqueza
no debería tributarse de ninguna manera. Es difícil decirlo
con certeza, porque sus observaciones a menudo son elípticas hasta
la incoherencia. Pero el nuevojefe del Tesoro vetó a su propio
equipo y se retiró de una investigación hecha por la OECD
sobre en paraísos fiscales offshore que permiten que los ricos
escondan sus inversiones y evadan impuestos en su país. ONeill
repitió como un loro la línea derechista de que esta modesta
reforma desalentaría las bajas tasas de interés en las islas
del Caribe donde se guarda el dinero.
Aunque el secretario filosofa sobre temas de riqueza e impuestos, su conducta
personal podría confundirse con la de un codicioso común
y corriente. Cuando entró en funciones, ONeill ignoró
las reglas de conflicto de interés y decidió que no vendería
sus acciones en Alcoa, el grueso de sus 62 millones de bienes. Cedió
sólo ante el escándalo, pero el secretario vendió
sus acciones muuuuuuuuy lentamente, mientras los papeles de Alcoa subían
un 30 por ciento. Al contrario que la mayoría de nosotros, el hombre
ahorró para su jubilación. Además ya percibe una
pensión anual de 926.000 dólares de su antiguo empleador.
La abolición del impuesto a la herencia le ahorrará a sus
herederos de 30 a 75 millones de dólares, según estima McIntyre.
Así que ¿quién necesita la Seguridad Social de todas
maneras? ONeill imagina en vez, un relativamente pequeño
programa de bienestar, limitado a los verdaderamente minusválidos
y punto.
Cuando habla de teoría impositiva, ONeill usa un tono de
indignación moral. Hemos llegado al tema de pensar los impuestas
a los ingresos y a la riqueza como si fueran dos cosas separadas,
dijo. Yo creo que las personas deben pagar por períodos de
ingresos, lo que significa sobre la cifra entre en un período particular
del calendario. Esto suena como que él piensa que la acumulación
pasiva de riqueza a lo largo de muchos años de apreciar acciones
y otros bienes no debería ser tributada, una linda forma de decir:
Rechacemos los impuestos a las ganancias de capital en los individuos
también, junto con el impuesto a la herencia. Otros interpretan
estas observaciones como favoreciendo oblicuamente que un impuesto nacional
a las ventas reemplace lo que pagan las grandes empresas, poniendo el
total de la carga sobre los consumidores, que es donde él cree
que debería estar.
La visión de ONeill muestra cuánto ha caído
el centro moral en la era conservadora. Hace una generación, se
presumía que la renta ganada con el trabajo humano era moralmente
más digna que la renta acumulada pasivamente por riqueza invertida.
La renta no ganada, como se la llamaba entonces, pagaba más
impuestos que la renta de salarios y jornales. La preferencia por el trabajo
humano fue abolida en el recorte impositivo de Reagan y ahora ONeill
piensa en el próximo paso: privilegiar la riqueza con la total
ausencia de impuestos.
¿Debe preocuparnos su cháchara? No mucho, piensa Bob McIntyre,
un guardián crítico del código impositivo durante
dos décadas. Hacer estas cosas que él quiere costaría
muchísimo dinero y ya quebraron al banco con el recorte de impuestos,
dice McIntyre. Y con los demócratas en mayoría en el Senado,
los obstáculos políticos son ahora más formidables.
Sin embargo, el movimiento conservador-corporativo prospera siguiendo
la visión de largo plazo de la política, hablando sobre
las más improbables proposiciones año tras año, creando
un marco de debate público donde el saqueo del Tesoro suena como
una cruzada moral. Esta parece ser también la noble misión
de ONeill: batir el parche por la reforma impositiva
falsificando groseramente la información. Las chances van en contra
de una acción inmediata, por supuesto, pero su cháchara
virtuosa marca el debate y debe ser refutada vigorosamente, ahora mismo,
antes que envenene el clima de la comprensión pública. Hace
diez años, mientras los demócratas se reían, los
republicanos empezaron a hablar del impuesto a la muerte como
algo para indignarse. Encontraron a campesinos y pequeños empresarios
que tomaran el tema, aunque era obvio que sólo los muy ricos se
beneficiarían. Este año, la larga agitación le dió
frutos a George Bush,cuando se abolió el impuesto a la herencia,
a pesar de su gran injusticia. Un montón de demócratas también
lo votaron.
Traducción: C. D.
|