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La apertura comercial de EE.UU., un gesto más político que económico

Aunque el gobierno de Estados Unidos se proponga ayudar a la Argentina a través del comercio, las barreras de ingreso a su mercado transforman esa posibilidad en una ilusión.

Por Cledis Candelaresi

La supuesta bonanza que animará a la economía argentina en un futuro próximo, a través de la multiplicación de sus exportaciones a los Estados Unidos, parece más un espejismo que una realidad palpable. Util para frenar el veloz derrape de los bonos y acciones argentinos, pero ficticia como meta para la economía real. Entre otras dificultades para conquistar ese apetecible mercado, la propia Cancillería local admite una: hasta que George Bush no consiga arrancarle a su Congreso el fast track –permiso para negociar acuerdos de libre comercio sin que el Legislativo los modifique–, es utópico pensar, siquiera, la que Argentina conseguirá cerrar la brecha comercial con ese país, que hoy supera los 1500 millones anuales.
Junto al anuncio del auxilio financiero del Fondo Monetario Internacional, la administración estadounidense dio a conocer su presunta voluntad de avanzar en negociaciones con el Mercosur para concretar un acuerdo de libre comercio, algo que los presidentes del bloque sureño le habían propuesto pocas semanas atrás. El Gobierno argentino presentó esa aceptación como un logro, que abre las puertas a una inminente prosperidad fundada en mayores ventas a los Estados Unidos.
Pero la historia reciente de la relación bilateral demuestra que no hay muchos motivos para hacerse ilusiones. La Argentina no sólo tiene un comercio bilateral desfavorable (le compra más de lo que le vende) sino que hasta compite en el mercado internacional con la producción agrícola norteamericana, amén de que hasta ahora no ha conseguido derrumbar las múltiples barreras con las que los estadounidenses protegen a su producción. Un ejemplo es la reciente imposición de derechos compensatorios del 41,46 por ciento sobre el valor de la chapa laminada en caliente que le vende Techint, recurso del que echó mano Estados Unidos para amparar a su industria siderúrgica.
Aun en el caso de que Washington decidiera políticamente diluir sus múltiples y sólidas barreras comerciales para hacer lugar a los bienes argentinos, subsistiría una dificultad adicional. Las empresas y productores norteamericanos tienen una probada capacidad de lobby sobre el Parlamento, tanta como los sindicatos y los grupos ambientalistas, que presionan para que no se permita el ingreso de productos fabricados en países que no respetan normas ecológicas o que dan a sus empleados menores prerrogativas que las que gozan los estadounidenses. Esto transforma al fast track en una herramienta imprescindible para garantizar que si el Poder Ejecutivo negocia con otro país un acuerdo comercial, éste no sea enmendado por legisladores.
Sin embargo, desde que el senador Jim Jeffords se pasó a las filas demócratas, haciendo perder a los republicanos la mayoría en el Congreso, Bush quedó más lejos de conseguir esa autorización para la “vía rápida”, ya que la oposición es bastante renuente a delegar en él una facultad que le negó al ex presidente de su partido, Bill Clinton.
“Hay que ver en qué medida Estados Unidos está dispuesto a aceptar los productos argentinos”, admitió una fuente del Palacio San Martín, donde nadie niega que el libre comercio con aquel país puede aplastar definitivamente a muchos sectores económicos argentinos. Son muy pocos los productos que tienen precio y calidad suficientes como para seducir al mercado norteamericano y muchos los que podrían claudicar frente a esta competencia.
Todo depende de una negociación que ni siquiera tiene agenda organizada. Adalberto Rodríguez Giavarini, canciller argentino, piensa que en el encuentro previsto para septiembre en Punta del Este con Robert Zoellick, representante comercial de los Estados Unidos, podría comenzar a definirse el temario. Según aspira el canciller, debería incluir sí o sí los subsidios a la producción agrícola y las barreras paraarancelarias,desvelos locales que difícilmente la Administración Bush acepte poner sobre la mesa.
Las perspectivas de exportar más a Estados Unidos en el marco de un acuerdo con el Mercosur, conocido como “4 más 1”, se diluyen todavía más si se presta atención a las resistencias de Brasil a avanzar en estas negociaciones. Todas las declaraciones de Fernando Henrique Cardoso o de su canciller, Celso Lafer, relativizan esta posibilidad, dejando en claro que no será fácil sellar un pacto con el bloque sureño.
Aceptar la propuesta de negociar la integración del ALCA desde el Mercosur y no con acuerdos bilaterales es apenas un gesto norteamericano para mejorar las expectativas hacia la Argentina. Forma parte de la estrategia estadounidense para evitar que nuestro país arrastre en su crisis a otros países de la región, bien por una cesación de pagos, bien por un estallido social incontrolable. Pero difícilmente esto se traduzca en la posibilidad de exportar más y tener una industria más próspera.


ECONOMIA PREPARA EL “ROAD SHOW”
El plan sale de gira

Mientras el Palacio de Hacienda se prepara para mostrar en los centros financieros internacionales su programa de Déficit Cero y los resultados de su reciente acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, en el frente interno hay prenuncios de fuertes disputas tanto al interior del Gobierno como ante las administraciones provinciales. El ajuste en las cuentas públicas tendrá como capítulos destacados de la semana la discusión en torno a las pautas para el Presupuesto 2002 –que afectará el funcionamiento de áreas como Educación y Salud– y la pulseada con las provincias en relación con el reparto de la recaudación (ver aparte).
Según anunció ayer el viceministro, Daniel Marx, el equipo económico presentará en los próximos días la Carta de Intención que elevará a las autoridades del FMI, que incluye las condicionalidades del acuerdo, para posteriormente realizar la presentación oficial a los inversores internacionales. Aunque el Gobierno no tiene en sus planes requerir nuevos créditos en la plaza internacional, la intención es bajar el “riesgo soberano” (la sobretasa que paga el país por desconfianza de los inversores), que podría recalentarse cuando se conozcan los resultados de la recaudación tributaria de agosto. Por otra parte, buscará bajar el costo del crédito para cuando deba plantear el canje de títulos de deuda con vistas a la reprogramación de vencimientos, casi un requisito planteado por el gobierno de Estados Unidos como condición para apoyar el acuerdo con el FMI.
En una entrevista por Radio América, Marx aseguró que el convenio con el organismo internacional “está siendo redactado”, pero aseguró que no habrá sorpresas. Una vez cerrada esta etapa, vendrá el “road show” por las principales capitales financieras del mundo: Nueva York, Londres y Frankfurt, principalmente.
Las declaraciones de Marx no terminan de despejar las dudas en relación con el contenido del acuerdo. El recorte de los fondos que se coparticipan con las provincias, y un avance del sector privado sobre áreas de salud, previsional, aduanas, recaudación impositiva y hasta sobre la banca pública, son algunos de los aspectos mencionados en los comentarios circulantes acerca de lo negociado en Washington.
Marx encabezó la misión que por dos semanas negoció en la capital estadounidense el acuerdo que, finalmente, se plasmó en un nuevo préstamo condicionado de 5 mil millones de dólares para fortalecer las reservas internacionales del país y otros 3 mil millones adicionales que serían aplicados como garantía para iniciar una reprogramación de los vencimientos de deuda más próximos.

 

 

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