Por
S.F.
Sesenta y cuatro años de trayectoria teatral y unos ojos que miran
con la curiosidad de una niña se conjugan en Lydia Lamaison para
entregarse con la misma pasión de siempre al vértigo del
juego escénico. Nací actriz y estar en actividad es
un placer porque hago lo que más me gusta. Lo tomo como un entrenamiento
para no perder la práctica, dice la señora, que acaba
de cumplir 87 y no para de trabajar. Lamaison volvió a subirse
al escenario para hacer Comer entre comidas (Collected stories), primera
pieza del dramaturgo norteamericano Donald Margulies que se presenta en
el país, dirigida por Hugo Urquijo, en Andamio 90 (Paraná
660), los viernes y sábados a las 22).
La actriz interpreta a Ruth Steiner, una escritora judía, especialista
en cuentos cortos, que en el ocaso de su vida adopta como discípula
a Lisa Morrison, una ambiciosa estudiante de letras (a cargo de Adriana
Salonia), ansiosa por lograr sus objetivos en el mundo editorial, que
comete la osadía de superar las enseñanzas de su maestra.
Como si bosquejase una excusa ante tanta vitalidad confiesa, en la entrevista
con Página/12, que el secreto de su juventud consiste en estar
activa mental y físicamente, levantarse a las 6 de la mañana
y acostarse temprano, cuando puede.
A veces es preferible dedicarse exclusivamente a la televisión
o al teatro, pero me siento naturalmente cómoda en los dos ámbitos,
aclara la mujer que encarnó a las malas más célebres
de la televisión argentina y que integra el elenco de la novela
Provócame, junto a Araceli González y Chayanne.
Trato de buscar al personaje de una manera obsesiva hasta descubrir
todos sus matices, las reacciones y los conflictos que debe enfrentar.
Es muy complejo el lazo que une a la escritora con la joven. En un momento
le confiesa a su discípula que ha tenido una sucesión de
hijas elegidas, pero a ninguna amó tanto como a ella. Me sorprendió
la personalidad de Ruth porque atraviesa por múltiples estados
emocionales. El final es sorpresivo y patético, cuenta Lamaison.
Con un cúmulo de anécdotas para desempolvar después
de una prolífica carrera teatral, cinematográfica y televisiva
(la dirigió nada menos que Pedro López Lagar en Los físicos,
de Friedrich Durrenmatt, y compartió cartel con actrices del calibre
de Blanca Podestá, Luisa Vehil o Paulina Singerman), Lamaison no
recuerda con exactitud en cuántas puestas trabajó, pero
estima que fueron cerca de 300 (Ricardo III y Perdidos en Yonkers, entre
las más recientes). Hace tres años se puso en la piel de
una anciana nonagenaria afectada por una enfermedad terminal, que esperaba
la inminente llegada de la muerte, en Gracia y Gloria. El teatro
tiene otra proyección porque los actores estamos frente a un público
vivo, que se emociona, que te aprueba con el aplauso y eso genera una
responsabilidad enorme explica la actriz. A pesar de la crisis
económica se están realizando obras muy interesantes. El
teatro se ha expandido del centro hacia los barrios, mucho más
allá de la calle Corrientes. En cualquier rincón de la ciudad
se puede hacer teatro.
Urquijo destaca la rigurosa conducta de Lamaison, su disponibilidad para
ensayar sin quejas después de largas jornadas de grabación.
Tiene a flor de piel la inquietud y curiosidad de una niña
y una capacidad de trabajo contagiosa. El modo en que ella leyó
la obra en veinticuatro horas no lo hacen las actrices jóvenes,
señala el director y psicoanalista. Urquijo seleccionó Comer...
después de ver la puesta en Nueva York, interpretada por Uta Hagen,
una leyenda del teatro norteamericano, maestra de actores, que tiene 81
años, una especie de Lamaison del país del norte. La
influencia es sólo una transferencia de personalidad. Todo discípulo
se lleva con él algo de su maestro, escribió Oscar
Wilde en El retrato deDorian Gray. El conflicto entre las escritoras
explora el controvertido terreno de las influencias, desde quien la ejerce
y quien la recibe, con toda la ambivalencia que esto implica, precisa
el director de Oleanna y De repente el último verano, entre otros
montajes. La obra entra en un campo muy polémico vinculado
con la exitosa novela publicada por la discípula, que genera un
fuerte enfrentamiento moral, ético e ideológico. La joven
se inspiró en un episodio real de la vida de su tutora, comentando
en un momento de confidencia. Para la escritora mayor es un plagio, una
aberración. Pero la joven siente que hace ficción, que no
está hurgando en la vida de la otra. Las posturas respecto de la
literatura, la realización personal y los alcances de la creatividad
son irreconciliables, por eso la obra no tiene un happy end, reflexiona
el director, que tuvo como primera docente teatral a Alejandra Boero.
Urquijo no puede eludir al psicoanalista que lleva adentro cuando esboza
los aspectos más interesantes de la pieza de Margulies. Freud
tiene un estudio revelador sobre los que no pueden tolerar el éxito
porque están imaginariamente pasando por encima de un personaje
importante. En la trama de Comer... se percibe justamente lo contrario:
la discípula siente que supera a su maestra sin culpas.
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