| Por Pedro Lipcovich   Se busca a 66 argentinos para 
        salvarlos de una grave enfermedad que padecen sin saberlo. Se ignoran 
        sus nombres pero se conoce su origen: todos son de familias judías 
        procedentes de Europa oriental, y la mayoría de ellos son niños, 
        ya que, sin tratamiento, no suelen llegar a adultos. El raro mal que padecen 
        se llama disautonomía familiar y se trasmite por herencia; uno 
        de cada 30 personas de ese origen porta el gen que lo causa y que, desde 
        hace unos meses, puede detectarse por un análisis específico. 
        Provoca síntomas tan dispares como vómitos a repetición, 
        neumonías y el hecho de llorar sin lágrimas. Muy subdiagnosticada 
        en la Argentina, sólo hay tres casos detectados: la historia conmovedora 
        de la mujer que descubrió que el primero de esos casos era su propio 
        hijo, muestra una vez más cómo la conducción última 
        de cada tratamiento médico corresponde al paciente o, si se trata 
        de un niño, a sus padres. El primer hijo varón de Teresa Rozenbaum murió a los cinco 
        años, de una enfermedad que nadie había podido diagnosticar. 
        Ella y su marido tenían ya dos hijas, sanas, y decidieron intentar 
        otro embarazo. Pero en cuanto nació el chiquito, en 1982, me 
        di cuenta de que tenía los mismos síntomas que su hermano, 
        cuenta Teresa. Entonces, enseguida, empecé a recorrer los 
        mismos caminos que había recorrido con el otro chico: los pediatras 
        más prestigiosos, los mejores neurólogos. En vano. 
        El pediatra más prestigioso de ese momento me decía 
        que mi hijo no tenía nada, que yo le estaba trasmitiendo mi angustia 
        por lo que ya había vivido con el otro chiquito.
 Teresa no sólo era madre sino, también, médica. Finalmente 
        consulté a un neurólogo que se llamaba Benito Yelín 
        (fallecido en 1998). El pidió estudios, todo daba normal pero yo 
        seguía insistiendo, le describía los síntomas. Un 
        día fui a su consultorio y le dije: No me voy de aquí 
        hasta que no tenga un diagnóstico presuntivo de mi hijo. 
        Entonces, humildemente, el doctor Yelín contestó: Señora, 
        busquemos juntos en los libros a partir de los síntomas que usted 
        me dijo.
 En un libro, encontraron la enfermedad de Riley-Day, conocida como disautonomía 
        familiar. Es de esas que están en letra chiquita, en cuatro 
        renglones que uno nunca lee. Corría diciembre de 1983; el 
        chiquito tenía 13 meses.
 Sin embargo, uno de cada 30 adultos de la población en riesgo tiene 
        el gen de la enfermedad. La población en riesgo es la de los judíos 
        ashkenazim, cuyas familias proceden de Europa oriental. Uno de cada 3600 
        personas de ese origen nace con la enfermedad; es requisito que ambos 
        padres sean portadores.
 Disautonomía, tratándose de esta enfermedad, 
        se refiere a que funciona mal el llamado sistema nervioso autónomo, 
        que controla diversas funciones involuntarias. Por eso los síntomas 
        son muy variados (y no siempre los mismos). Uno muy impresionante es el 
        llorar sin lágrimas, que se traduce en lesiones oculares. Además, 
        desde bebés suelen tener bajo peso, porque tienen dificultades 
        para succionar y alimentarse. Suelen padecer neumonías. No perciben 
        bien el calor y el frío ni regulan bien la presión sanguínea, 
        que así oscila desde la híper a la hipotensión. Cuatro 
        de cada diez tienen ataques de vómitos a repetición. También 
        impresiona el hecho de que algunos no pueden sentir el dolor, aun el de 
        las fracturas, lo cual los expone a accidentes. Su inteligencia, en cambio, 
        no resulta afectada.
 Mi hijo no tenía todos esos síntomas, pero todos los 
        síntomas que tenía estaban en la lista, recuerda Teresa 
        Rozenbaum. En cuanto supo el nombre de la enfermedad, ella misma buscó 
        en bibliotecas médicas (todavía no había Internet) 
        el artículo de la revista científica donde se la describía: 
        supo que quien la había descubierto en 1949 se llamaba 
        Conrad Riley, lo localizó en Estados Unidos y, con su hijito, voló 
        a ese país, para hacerlo atender en Dysautonomia Foundation (www.familialdysautonomia.org). 
        Según datos de la Fundación Nacional para las Enfermedades 
        Genéticas Judías, de Estados Unidos, los tratamientos actuales 
        han tenido un impacto dramático para mejorar el pronóstico 
        en esta enfermedad. Antes de 1960, el 50 por ciento de los pacientes morían 
        antes de los cinco años de edad. Actualmente, por lo menos el 50 
        por ciento llegan a los 30 años de edad, y la proporción 
        es mucho mayor si se considera sólo a quienes reciben el tratamiento 
        correspondiente.
 No existe hasta ahora una cura para la enfermedad, pero sí una 
        forma de manejar sus síntomas. Y, en enero de este año, 
        se identificó con precisión el gen que la provoca: Esto 
        hace posible brindar el test del portador y diagnóstico 
        prenatal no sólo a las familias con historia previa de esta enfermedad, 
        sino a todas las parejas de judíos de origen ashkenazi. El test 
        del portador para esta enfermedad puede convertirse pronto en parte habitual 
        de los programas de relevamiento de poblaciones (screening), según 
        la NFJGD.
 En la Argentina sobre la base de su población judía 
        y según las estimaciones de Dysautonomia Foundation debiera 
        haber alrededor de 69 personas con disautonomía familiar. Sin embargo, 
        sólo hay detectados dos, además del hijo de Teresa: son 
        un hombre de 42 años y un niño de 2, que fue diagnosticado 
        hace pocos meses. Actualmente el hijo de Teresa Rozenbaum estudia 
        y sigue una vida normal, aunque no puede hacer deportes cuenta su 
        madre. Tiene 18 años; ya es un hombre.
   
        
          | Otros males específicos  Hay por lo menos nueve enfermedades genéticas específicas 
              de la población judía, según la Fundación 
              Nacional para las Enfermedades Genéticas Judías de 
              Estados Unidos (www.nfjgd). De éstas, la enfermedad de Gaucher 
              tipo 1 es la más frecuente. Afecta a células del hígado, 
              el bazo y la médula ósea, y se registra efectivamente 
              en uno de cada mil judíos ashkenazim. Uno de cada 12 es portador 
              del gen que la provoca. La enfermedad de Tay-Sachs afecta a uno de cada 2500 recién 
              nacidos del mismo origen. Causa problemas metabólicos por 
              falta de una enzima. El gen del síndrome de Bloom es portado 
              por uno de cada 110 judíos ashkenazim: los recién 
              nacidos con esta enfermedad son más chicos que lo normal 
              y tienen la cara colorada.
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