Por Julián
Gorodischer
Si sentís que
te engaña tu marido, contale a Moria..., propone el locutor,
y la diva sonríe. Gracias por elegirme, dice después,
siempre fiel a la primera persona. El yo repetido muchas veces es
una de sus marcas perdurables, un recurso de estilo que cultiva hace décadas.
Otro de sus clásicos es hundir el dedo en la privacidad ajena,
acaso porque la suya casi no existe. Moria Casán asume en Moria
y vos (por América, de lunes a viernes a las 16, 6.9 puntos
de rating en la emisión del lunes) una posición que ya le
dio buenos resultados, y ahora serviría para ahuyentar los ecos
de Moria, un fracaso reciente. Cambió modelo de conducción
(Susana Giménez por Lía Salgado), y ahora espía,
acota, ordena y reta en formato de talk show, casi una réplica
de Hablemos con Lía, un sobreviviente un poco añejado
del género vespertino.
Mi amor, ella está diciendo que engañás a tu
marido. ¿Vos qué respondés?, provoca Moria.
Discípula de Salgado, una pionera en montar la escena dramática
en vivo y no sólo en asistir a su relato, la conductora va en busca
de la confrontación crispada. Cuando interviene (Te está
diciendo que sos una mujerzuela, avisa a la esposa infiel), intenta
provocar el llanto, el movimiento físico imprevisto, la amenaza
entre dos partes en conflicto. El artificio es menos notorio que en su
clon de Azul Televisión y, por momentos, brota una lágrima
sincera. Moria, compasiva, acerca a la víctima un pañuelito.
Le pone la cabeza en su pecho, entre consoladora y revisteril, y aporta
su justificación para el show de la pelea; que no todo quede en
el ruido de las acusaciones cruzadas. Si querés llorar dice
como en Amor y Moria, pero con una ligera variación
pronominal, llorame. Al componente emotivo, entonces, agrega
el aporte mediador, esa forma moderna y prejudicial de dirimir conflictos.
Moria te ayuda, exagera, todopoderosa.
Fui abusada a los ocho años, confiesa Moria en la tapa
de una revista de farándula. Su reaparición implica la recreación
de un universo temático. Toda ella, supone, debería ser
coherente con la nueva tónica intimista. Entonces saca de la galera
su anécdota de infancia. Unos meses atrás acompañó
el concurso telefónico con una pelea conyugal del género
Su vs. Roviralta. Sí: aunque parezca increíble,
Moria fue al programa de Susana a ventilar la peor de sus intimidades,
la de sus enfrentamientos con su último marido, Luis Vadalá.
Es que Moria, sin duda, es cultora de las vidas fieles a los cambios televisivos.
Una Madonna degradada y a la criolla, que vira de la loca
a la confidente en el corto plazo sólo para justificar que debajo
del strass hay una oreja que te escucha.
Lo que no cambia, esa pasión que recorre cada tramo de su itinerario,
es su vocación exhibicionista. Sólo en los últimos
años se declaró mujer golpeada, juntó en cámara
a sus dos maridos, lloró luego por la muerte de uno de ellos, denunció
una infidelidad del otro, se separó y salió con un amigo
del último, entre otros, posó desnuda con su hija y la retó
con vehemencia en cámaras por sus andanzas adolescentes. Ahora
vuelve al tono sufrido, pero que nunca reprime el chiste de tema fijo,
una obsesión que vuelve y podría figurar en los tópicos
más visitados de la TV argentina de las últimas tres décadas:
Apoyate que es mullidito, mi amor, dice a la víctima,
sin nombrar explícitamente su abundante anatomía. Se afloja
la tensión, y la llorona ríe.
Tu marido está en el estudio, escuchando que le metiste los
cuernos, provoca Moria. Hay una oscilación que le produce
placer. Primero, pincha a las partes cuando pide que le cuenten en detalle
el momento en que una infidelidad fue descubierta. Escucha y aguijonea:
¿Los escuchabas cuando hacían el amor?. Quiere
que el relato sexual se diga, bien explícito, como garantía
de interés. La premisa que la guía, y ya fue exacerbada
en La noche de Moria, es: el impacto llega con relatos subidos.
Los personajes raros y el racconto sexual lideran la escala de sus parámetrosde
popularidad. Entonces reprime a la tribuna cuando se pone muy teórica,
muy vueltera. A ella le gustan los detalles, las palabras que nombran
perversiones. Pero, inmediatamente después, vira a la mujer comprensiva
que no quiere data sino sosiego. Mi amor, ¡te emocionaste!,
se da cuenta, y pide un primer plano para la lágrima que cae por
la mejilla, un plano que satisface su objetivo: la emoción es verdad.
El llanto ajeno la relaja. Es una prueba superada que ahuyenta dos fantasmas
en forma simultánea: no está todo arreglado
ni Moria es inhumana. Por lo contrario, sus invitados sufren y ella los
consuela. La estrella es una amiga, y el mito de la famosa sensible se
hace carne. Ya puede recuperar el vedettismo; da la espalda a la escena
del padecimiento, y dice, mirando fijo a cámara: Gracias
por elegirme. No se vayan que ya vuelvo.
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