Por Diego Fischerman
El escritor Raymond Carver
decía que todo buen cuento debe tener algo de inquietante. La frase
podría hacerse extensiva a toda obra de arte. Y la voz de Elis
Regina es inquietante. Su timbre (su transparencia, el color casi aniñado)
es el de una soprano. La tesitura es la de una contralto. Elis Regina
tenía una voz gravísima que, sin embargo, parecía
aguda. Y además, claro, cantó las mejores canciones que
se compusieron en Brasil en una época en la que allí se
componían muchas de las mejores canciones del mundo. Es más:
esas canciones se componían para ella. Todas mis canciones
las escribí imaginando a Elis cantándolas, aseguraba
Milton Nascimento. Y remataba: Muchos artistas me emocionan, pero
sólo ha habido para mí dos mitos, Miles Davis y Elis Regina.
El medio siglo de su nacimiento fue hace seis años y los veinte
de su muerte se cumplirán el próximo 19 de enero. No hay
ningún aniversario redondo para conmemorar. Apenas una serie de
discos extraordinarios de una de las mejores cantantes de todos los tiempos.
El sello Philips de Brasil (una división de la multinacional Universal)
está reeditando, de manera ordenada y con presentación cuidadosa
(que incluye libritos con las letras de las canciones) la serie de álbumes
que Elis grabó en los 60 y 70. Entre ellos (y esto
alimenta más de una confusión) hay varios llamados de la
misma manera: Elis. El primer Elis era de 1966, la acompañaba,
el quinteto de Luiz Loy, el Bossa Jazz Trio, el Regional de Caculinha
y Paulo Nogueira e incluía canciones como Lunik 9 de
Gilberto Gil, Boa Palavra y Samba em Paz de Caetano
Veloso, Estatuinha y Veleiro de Edú Lobo,
Tem Mais Samba de Chico Buarque y Cançâo
do Sal de Milton Nascimento, cuando, de más está decirlo,
todos ellos eran promisorios compositores que recién comenzaban
sus carreras. El segundo Elis, producido por el guitarrista Roberto Menescal,
es de 1970. Las canciones: Irene, Minha y Aquele
Abraço entre otras. Otro Elis es de 1972 y es, sin duda,
uno de sus mejores trabajos. Allí aparece por primera vez el pianista
y arreglador Cesar Mariano y el repertorio incluía varias joyas:
20 Anos Blue de Sueli Costa y Vitor Martins, Nada será
como antes y Cais, de Milton, Mucuripe de
Fagner, Aguas de março de Jobim, Casa no campo,
de Zé Rodix y Tavito. El año siguiente llegó otro
Elis más, con varias canciones memorables del dúo Joâo
Bosco y Aldir Blanc (O Caçador de esmeraldas, Cabaré
un homenaje a Piazzolla que incluía un bandoneón y
claras citas musicales al estilo del marplatense, Agnus Sei)
y una de las obras maestras de Gilberto Gil, Oriente. Y entre
todos ellos, otro disco con nombre similar, esta vez Ela (1971), donde
se daba el lujo de cantar a los Beatles (Golden Slumbers)
y donde cantó algunas de las piezas clave de su repertorio (Madalena,
Os argonautas).
En Trem Azul, uno de sus espectáculos, recitaba un texto virtualmente
premonitorio: Ahora retiran de mí el velo de carne, escurren
toda la sangre, afinan los huesos en haces luminosos y ahí estoy,
en el salón, las casas, las ciudades, parecida a mí. Un
esbozo. Una forma nebulosa, hecha de luz y de sombra. Como una estrella.
Ahora soy una estrella. Cuando murió a los 36 años,
después de una mezcla de cocaína y alcohol, empezó
a aparecer, en Río, San Pablo y Porto Alegre (donde había
nacido) una pintada: Agora ela é uma estrela. Había
empezado cantando, a los cuatro años, Adiós Pampa
mía. Medía 1,55 m, era estrábica y la llamaban
eliscoptero por la manera en que movía sus brazos al cantar (o
pimientinha debido a su carácter). Fue la musa inspiradora de varias
generaciones de autores. Descubrió a Caetano, a Milton, a Gilberto,
a Chico Buarque, a Edú Lobo, a Joâo Bosco, a Ivan Lins, a
Renato Texeira (Romaria) y a Belchior (Como nossos pais).
Fue la cresta de una ola de modernidad que revolucionó la canción
de tradición popular y que integró como pocas las herencias
folklóricas del Brasil con el rock que llegaba de Estados Unidos
e Inglaterra. El 19 de enero de 1982, a las 11.45, murió en San
Pablo. Miles de personas la velaron en el Teatro Bandeirantes y acompañaron
el ataúd hasta el Cementerio de Morumbí. Ahora era una estrella.
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