Por Silvina Friera
En la mirada del chileno Raúl
Zurita quedan, todavía, algunas esquirlas del dolor que padeció
durante la dictadura pinochetista. Su paso cansino y su manera mesurada
de hablar contrasta con ese joven que al borde del abismo
se encerró en un baño para quemarse la cara con un fierro
o el hombre que se masturbó públicamente ante una pintura
de Juan Dávila. No quedan signos evidentes del poeta maldito que
canalizaba su desesperada rebeldía en atrevidas acciones con el
colectivo de arte CADA, junto a Diamela Eltit, Lotty Rosenfeld y Juan
Castillo. De aquellos años, sólo conserva una tenue marca
en el pómulo izquierdo de su cara y un libro catártico,
La vida nueva, publicado en 1995, un texto transgresor de más de
500 páginas. En el primer verso dice: Muero feliz porque
muero en la belleza, concepción que se inscribe en el lenguaje
de desgarrado grito interior que caracteriza la obra de Zurita. El
oficio del poeta implica el máximo riesgo porque el autor no es
dueño del poema. La poesía habla a través de quien
quiere y cuando ella quiere y la experiencia de su abandono puede ser
muy terrible, confiesa Zurita en una entrevista con Página/12.
Invitado al Festival Internacional de Poesía, que finaliza hoy,
Zurita, último Premio nacional de literatura chilena, cuenta que
podría haber desaparecido o haberse vuelto definitivamente loco,
pero sobrevivió gracias a la poesía. Sumergido en la escritura
de un nuevo libro, Mi patria, el poeta se inspiró, una vez más,
en el sangriento pasado chileno: la gente que arrojaron a los lagos, ríos,
mares y volcanes. No conocí personalmente a ninguno de ellos,
pero después de esa tragedia siento que forman, inevitablemente,
parte de mi vida, aclara el autor de Purgatorio (1979), Anteparaíso
(1982), Canto a su amor desaparecido (1986), entre otros poemarios. Jorge
Luis Borges afirmaba que no sabía si se escribían novelas
en el infierno, pero de lo que estaba seguro era de que no se creaban
en el paraíso. Esta ambigüedad atraviesa el itinerario personal
y creativo del poeta chileno, que fue traducido a más de 10 idiomas.
Quizás el interés por su obra resida en su definición
de la poesía como lenguaje en estado salvaje y en esa
oscura singularidad poética que asume con los jirones de su historia
y la geografía de su país. El que sufre está
expulsado del mundo, está solo, subraya Zurita, que fue agregado
cultural en Italia durante la Concertación y militante activo en
la campaña de Ricardo Lagos, adhesión que culminó
con un libro: Los poemas militantes (2000).
¿Por qué la poesía es considerada un arte menor?
No es apta para el marketing. Sin embargo, creo que es el género
mayor de la literatura porque las grandes obras maestras son subsidiarias
del poema. La poesía es un símbolo de resistencia al tipo
de sociedad tan vaciada de contenidos que estamos construyendo, por eso
no es un producto de consumo. En cierto modo, desde Homero hasta la actualidad,
las poesía han creado el mundo. Mientras haya un hombre
desdichado en la tierra, la poesía seguirá siendo el arte
del futuro.
¿Cómo es su relación con ese arte?
Muy ambigua. La defino con una frase de la poeta Clarice Lispector:
La misma mano que te ahoga es la misma que te salva. No obstante
todo el desamparo, la soledad y la pobreza más absoluta que padecí
en los primeros años de Pinochet, siempre pensé que la poesía
debía ser extremadamente fuerte. Aunque no la escuchara nadie tenía
que responder con más fuerza al dolor que nos estaban infligiendo.
¿Qué significó para usted una obra como La
vida nueva?
Quedar en paz con mi juventud. Es la gestación de mi vida
y mi obra. Fue un gran esfuerzo, un trabajo tan titánico que me
llevó 20 años concebirlo y más de 10 escribirlo.
Las imágenes sucesivas de felicidad posible son carcomidas por
el dolor.
¿El dolor siempre fue el principal insumo de sus poemas?
Sí. Me tocó vivir experiencias terminales: el golpe,
las separaciones y la cárcel durante la dictadura. Mi obra tiene
que ver con el sufrimiento, con una especie de desesperada esperanza que
me sigue persiguiendo. Todos los libros que se han escrito desde el comienzo
del mundo, todas las sinfonías y las obras de arte, fueron realizadas
porque no hemos sido felices. Si hubiésemos alcanzado la felicidad,
cada instante de la vida misma habría sido la más grande
de la sinfonía, de los poemas. Todo el arte es el espacio que media
entre nuestra infelicidad real y el vislumbre del paraíso. Ojalá
que algún día los poemas dejen de ser necesarios porque
entonces los seres humanos habrán alcanzado su armonía y
su ensayo de dicha.
El premio nacional que recibió generó mucha polémica
en torno de su vinculación con el gobierno de Lagos y el rol del
artista frente al poder...
Después del horror de los 17 años de Pinochet, la
sola opción de que ganara uno de sus más fieles colaboradores
me hizo meterme de lleno en la campaña, con vehemencia y vocación.
Esa es toda mi relación con el poder. En Latinoamérica en
general, se trata muy mal a los escritores, pasan muchas necesidades y
llegan a la vejez en condiciones deplorables. Entiendo que en países
que estimulan tan poco a sus creadores, haya causado cierto revuelo el
hecho de que le hayan dado un premio a un tipo de 50 años. Pero
tuvo un costado divertido: a la venerable edad de 50 volví a sentir
que era demasiado joven.
¿Qué piensa del papel de Lagos respecto del juzgamiento
de Pinochet?
Se lo debería haber juzgado y encarcelado hace mucho tiempo.
Hay un dicho en Chile que dice que pasó la vieja. Fue
algo burlesco y sangriento. No estoy muy orgulloso del rol de la clase
política chilena respecto de su dictadura. Pinochet fue uno de
los criminales más abominables de la historia. Siento vergüenza
por lo que pasó y por lo que sigue pasando.
Lecturas
En el café teatro Torcuato Tasso (Defensa 1575) concluye
hoy el Festival Internacional de Poesía, organizado por la
Casa Nacional de Poesía, dependiente de la Secretaría
de Cultura y Medios de Comunicación de la Nación.
A partir de las 19 leerán poemas Olvido García Valdés
(España), Elkin Restrepo (Colombia), Verónica Zondek
(Chile), Patricia Suárez (Rosario), Graciela Cros (Río
Negro), Claude Beausoleil (Canadá), Gerhard Falkner (Alemania),
Ernesto Aguirre (Jujuy), Jorge Aulicino (Buenos Aires) y Angela
Jerez (Neuquén).
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