La Cámara de Senadores
transformó anoche en ley la intangibilidad de los depósitos
bancarios, propuesta respaldada tanto por el oficialismo como por la oposición
y que procura enviar una señal tranquilizadora ante la fuga de
fondos del sistema. La flamante norma intenta convencer a los depositantes
de que ningún gobierno se apoderará de su dinero, ni siquiera
ante una situación crítica. Sin embargo, es obvio que si
se reanudase la corrida, amainada y hasta revertida en las últimas
jornadas, en algún momento debería decidir el Gobierno si
permite que los bancos vayan cayendo en la iliquidez y quebrando, o detiene
la sangría mediante algún arbitrio que impida el retiro
de más depósitos. En tal eventualidad, el BCRA podría
disponer un feriado bancario para ganar tiempo, y el Ejecutivo aprovecharía
ese espacio para obtener del Congreso la modificación de la norma
anoche sancionada. Es inimaginable que las autoridades opten por permitir
el colapso del sistema bancario sólo para respetar lo dispuesto
por esta curiosa ley.
La pretendida intangibilidad protege a todos los depósitos, sean
a la vista o a plazo, en pesos o moneda extranjera. Específicamente,
se le prohíbe al Estado nacional alterar las condiciones pactadas
entre los depositantes y la entidad financiera de que se trate. En concreto,
queda expresamente vedado canjear los depósitos por títulos
de la deuda pública nacional u otro activo estatal (obvia garantía
de que no se reeditará un Plan Bonex). Tampoco se podrá
prorrogar la devolución de un depósito ni alterar la tasa
pactada, y tampoco la moneda de origen (es decir, devolver pesos en lugar
de dólares, por ejemplo). No se admite tampoco reestructurar los
vencimientos, que es precisamente lo que la Argentina intenta conseguir
de sus acreedores.
Para darle más firmeza y contundencia a la norma, el artículo
tercero la define como de orden público, con lo cual
sus disposiciones tienen prioridad sobre cualquier norma en contrario
previamente sancionada. Los derechos de los depositantes serán
considerados como adquiridos. Pero por si subsistiera alguna
duda sobre la validez de esta ley frente a cualquier otra, el artículo
4º deroga expresamente todas las normas legales o reglamentarias
que se le opongan.
Sin embargo, se dejan en pie las disposiciones de la ley de Entidades
Financieras y de la Carta Orgánica del BCRA. Esta última,
reformada durante los calientes días del efecto tequila, faculta
al organismo a reacomodar activos y pasivos de los bancos que entran en
un proceso de liquidación. Por tanto, el Central puede traspasar
las carteras de créditos y de depósitos. Pero es evidente
que, mientras se sustancia una liquidación, los depósitos
permanecen congelados. En realidad, la nueva ley alude ante todo a crisis
generalizadas, como las que pueden inducir a las autoridades a congelar
depósitos, reprogramarlos o canjearlos por otros activos financieros,
y no a casos particulares.
Un ítem que queda resguardado de la intangibilidad consagrada por
la nueva ley es el de los requisitos mínimos de liquidez y los
efectivos mínimos, distintas modalidades de encaje bancario; es
decir, la porción de los depósitos que los bancos deben
conservar como respaldo para hacer frente a los retiros de fondos de su
clientela. Pero si un banco tuviera una deficiencia de encaje, el BCRA
siempre disfrutará de prioridad para inmovilizarle los fondos necesarios,
aun a costa de la capacidad de la entidad para devolver depósitos.
Según afirmó alguna vez, más en serio que en broma,
el economista Charles Calomiris, cuando se hunde un banco primero cobran
los abogados, después Impositiva, en tercer lugar el Banco Central
y, si todavía queda algo, los depositantes. Nadie va a pensar que
la ley anoche sancionada alterará esta regla. Por otro lado, aunque
se la haya concebido para hundimientos generalizados, siempre habrá
un banco que zozobre primero por no haber conseguido financiación
para su agujero. Por tanto, si el Gobierno no puede ayudarlo con una inhibición
general sobre los depósitos, deberá conformarse con verlo
quebrar. Al fallido le seguirá rápidamenteotro, y así
hasta arrastrar a varios, muchos o todos, de manera que una regular porción
de depositantes no pondrán reunirse con sus ahorros, que así
se volverán intangibles... para ellos.
Si los bancos, procurando sobrevivir ante la imposibilidad gubernamental
de arrojarles un salvavidas, reclamaran de sus deudores la inmediata devolución
de los créditos, la onda expansiva de la crisis financiera envolvería
velozmente a los sectores reales, cuya intangibilidad no está garantizada
por ley alguna.
El Fondo no se fuma
El proyecto de presupuesto que el Poder Ejecutivo se apresta a
enviar al Congreso dará lugar a fuertes discusiones, por
el ajuste que impone. Sin embargo, ya no será motivo de pelea
uno de los temas que siempre inquieta a los legisladores norteños.
Esto es porque el Senado convirtió ayer en ley una iniciativa
que excluye al Fondo Nacional del Tabaco del presupuesto nacional,
dando lugar a la intangibilidad del mismo. Los gobernadores de las
provincias tabacaleras se reunieron la semana pasada con Domingo
Cavallo para pedirle que el Poder Ejecutivo no vete la ley. La intención
de separar los recursos del Fondo del Tabaco del presupuesto es
para evitar que el Gobierno afecte su distribución a las
provincias beneficiarias. Los gobernadores sostienen que la Nación
suele pisar el dinero que les corresponde.
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Impuesto a las telefónicas
El Senado convirtió ayer en ley un proyecto que autoriza
a los municipios de todo el país a cobrar un impuesto a las
compañías telefónicas por el uso del espacio
aéreo y terrestre. Las tasas máximas permitidas son
del 2 por ciento en el primer caso, y del 1 por ciento en el segundo,
y se aplican sobre la facturación anual bruta de las compañías
entre los clientes de cada municipio. El proyecto fue votado por
unanimidad, lo mismo que antes en Diputados. Uno de los artículos
prohíbe a las telefónicas trasladar el costo del nuevo
impuesto a los usuarios. Los senadores recordaron que la utilización
gratuita de los espacios públicos, como ya se pronunció
la Justicia, se limitaba a las empresas del Estado. Se estima que
el gravamen permitirá a los municipios recaudar entre 80
y 100 millones de pesos anuales. Sin embargo, los secretarios de
Ingresos Públicos, José María Farré,
y de Comunicaciones, Henoch Aguiar, anticiparon su rechazo a la
iniciativa, por lo que podrían recomendar a Fernando de la
Rúa que la vete.
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