Por Jorge Colombo
y Sebastián Lipina*
Las condiciones perjudiciales
a las que son sometidos muchos chicos de hogares con pobreza crónica
obligada tienden a producir un desarrollo del cerebro y del comportamiento
distinto al de las clases económicamente más favorecidas.
Aquí podrían plantearse varias preguntas, como ser si unos
y otros tienen que ver con la sociedad que deseamos. Y ésa no es
una pregunta vana. Posiblemente ambas poblaciones incorporen efectos y
pautas, distintos en cada una de ellas, de una sociedad no solidaria y
no distributiva. Pero cualquiera sean las respuestas, dudo que no nos
pongamos de acuerdo en que esa sociedad hipotética debería
proveer de condiciones óptimas para el desarrollo cerebral y mental
infantil. Para ello, entre otros objetivos, es necesario primero un diagnóstico
de los factores de riesgo y sus consecuencias. De eso trata nuestro informe
a la reciente Jornada sobre Pobreza y Desarrollo Mental Infantil. A título
de aclarar y reafirmar lo dicho entonces, valgan los comentarios previos
y los subsiguientes.
Dato 1. En condiciones experimentales la carencia de nutrientes, el aislamiento
social, el estrés, la intoxicación con metales pesados o
la exposición durante el embarazo a drogas legales (alcohol, tabaco)
o no y la separación de sus madres, todo ello durante períodos
tempranos del desarrollo individual, pueden generar alteraciones cerebrales
estructurales, de comportamiento y de aprendizaje. Y, como población,
los chicos NBI (con Necesidades Básicas Insatisfechas) suelen estar
más expuestos que los NBS (con Necesidades Básicas Satisfechas)
a la mayoría de esos factores.
Dato 2. En condiciones experimentales, así como en humanos sometidos
al análisis de imágenes cerebrales por Resonancia Magnética,
ha sido posible detectar la participación sistemática de
zonas de la corteza prefrontal en procesos vinculados con el comportamiento
ejecutivo (atención, memoria de trabajo, planificación,
inhibición de respuestas alternativas), asociado a otras regiones
según haya sido la prueba a que fue sometido el paciente. Ello
no implica un concepto localizacionista de las operaciones mentales, como
nos endilga gratuitamente el Sr. Pedro Lipcovich en una nota de
Opinión publicada en Página/12 el 24 de agosto, sino
lo opuesto distribuido pero con una región nodal: la
corteza prefrontal. Las pruebas aplicadas en nuestras investigaciones
son reconocidas por su dependencia de tales procesos básicos mencionados
y por lo tanto también de circuitos de la corteza prefrontal.
Dato 3. Los datos obtenidos definen el perfil de la distribución
de una población (sea NBI o NBS) y no necesariamente marcan
a todos los individuos que la constituyen.
Dato 4. El estudio comparativo no se basó exclusivamente en la
prueba de inteligencia general (de Weschler) de la que sólo
se aplicó la subescala ejecutiva para reducir potenciales sesgos
socioculturales sino también en otros cuatro paradigmas ampliamente
validados. Respecto de la hipótesis esbozada por el Sr. Lipcovich
acerca de las supuestas superiores aptitudes de los chicos NBI, comparadas
con las de los NBS, para la situación de supervivencia en
medios urbanos hostiles, la gratuidad del planteo no permite mucha
dialéctica. Vale la pena recalcar que el informe versa sobre procesos
básicos, necesarios al desarrollo de cualquier estrategia de comportamiento.
Aquí en Buenos Aires, en La Quiaca o Tierra del Fuego, en la calle
o en los montes. Y ellos son los que están afectados en las poblaciones
estudiadas. Y ese es parte del handicap en un porcentaje importante de
la población NBI. Optimizar la atención, la memoria breve
(de trabajo), la planificación, la inhibición de alternativas
y potenciar los fundamentos del comportamiento ejecutivo debieran ser
objetivos comunes en todos los hogares y escuelas. Ello será de
utilidad crítica en cualquier instancia.
Dato 5. Es sabido que todo sistema social genera sus propias patologías
sociales, individuales y colectivas, sin distinción de clases.
Que estas patologías se transformen en proyectos políticos
o no dependerá en parte del consenso y la capacidad crítica
de la población y de su comportamiento reflexivo aún en
presencia de fuertes presiones subjetivas, así como de su noción
de necesidad de algún orden social.
Dato 6. Por último, las pruebas utilizadas son de alto peso específico
de acuerdo a la bibliografía y la experiencia mundial. De todos
modos el conocimiento científico no es de certidumbre, sino de
naturaleza probabilística. Dentro de este contexto, las decisiones
públicas se basan o debieran hacerlo sobre las consecuencias
más probables. Y a ello apunta nuestro informe y el sentido de
los proyectos en marcha.
Al menos que se reconozca que varios factores ambientales muchos
de ellos ligados a la pobreza crónica conspiran contra el
desarrollo cerebral infantil, no se tomarán medidas adecuadas en
tiempo y forma para evitar o revertir el impacto de tales condiciones.
Y con ello se producirán dos efectos indeseables. Uno a nivel individual.
Otro a nivel comunitario, por el continuo incremento de poblaciones que
entran a la adultez desde condiciones de desarrollo inadecuadas.
La pobreza crónica impuesta no es una opción. En el fondo,
la necesidad de corregir lo socialmente perjudicial es un problema ético.
Como lo son también la solidaridad y la justicia. Cuando se afirma
que los pobres son capaces (ver Opinión), cabría
agregar que muchos más podrían serlo si se modificaran racionalmente
las condiciones de crianza. No reconocerlo es actuar contra ellos, no
a favor.
* Colombo es director de la Unidad de Neurobiología Aplicada,
Presidente de Fundación Conectar e Investigador Principal del Conicet.
Sebastián Lipina es investigador asociado de la Unidad de Neurobiología
Aplicada.
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