A los 75 años, Francisco
Rabal se mostraba lleno de proyectos, y no parecía dispuesto a
resignar su fama de bon vivant. Vivía la vida a su modo, pero proyectaba
en ella la misma intensidad que iluminó su inabarcable trayectoria
artística. Al actor fetiche de Luis Buñuel, emblema de una
generación de artistas españoles y, en definitiva, símbolo
de la España misma, la muerte, subida a un enfisema pulmonar, lo
sorprendió ayer en plena actividad. Regresaba del festival de Montreal
y se preparaba para rodar una nueva película en México y
luego otra en España, a las órdenes de su hijo Benito. Murió
durante el viaje en avión rumbo a su país, donde estaba
a punto de recibir un reconocimiento especial en el próximo Festival
de San Sebastián. Una insuficiencia respiratoria, debida a la bronquitis
crónica que sufría, impidió que la vorágine
continuara.
Se lo recordará por varias razones, aunque las más visibles
sean también las más palpables en el pasado cercano: la
distinción de su pelo cano, una cara especial, marcada por la nariz
partida y una cicatriz en el pómulo izquierdo, y un carácter
fuerte, inmune al paso del tiempo. Otras razones son más impermeables
a los avatares del tiempo. Una filmografía que incluye más
de 150 títulos, desde que comenzó en los años 40
como figurante. Su origen humilde (hijo de un minero, había nacido
en la localidad de Aguilas, Murcia, en 1926), su pasado como obrero en
una fábrica, sus estudios nocturnos, se encargaron de modelar un
perfil de hombre inquieto y rebelde. Durante la Guerra Civil toda la familia
salió a trabajar, y en 1936, ya en Madrid, consiguió un
empleo como electricista en los estudios Chamartín, donde poco
después comenzó a animar pequeños papeles, hasta
que en 1946 tuvo su primer protagónico en La pródiga, de
Rafael Gil.
Los años de censura y miedo lo precipitaron a una adhesión
intuitiva al comunismo español. Afinidades ideológicas y
un inconformismo innato cimentaron su profunda amistad con Buñuel,
que, por otra parte, contribuyó a la construcción de un
momento decisivo de su carrera. Con él filmaría nada menos
que Nazarín (1958), Viridiana (1961) y Belle de Jour (1966). Fue
una época oscura para España, pero luminosa para un actor
que supo abrir caminos en el campo internacional sin perder una pizca
de su esencia interpretativa. Requirieron de su talento Michelangelo Antonioni
(El eclipse, 1961), Jacques Rivette (La religiosa, 1966) o Luchino Visconti
(Las brujas, 1967).
Dentro de su imponente capacidad de trabajo, Rabal se relacionó
naturalmente con el entonces prolífico cine argentino, tomando
parte en media docena de largometrajes, entre ellos Hijo de hombre (1961,
Lucas Demare), La mano en la trampa (1961, Leopoldo Torre Nilsson), 70
veces siete (1962, Torre Nilsson), Intimidad de los parques, (1964,
Manuel Antín), El muerto (1975, Héctor Olivera) y Pequeños
milagros (1997, Eliseo Subiela). Aunque la generación de cineastas
españoles que empezó a filmar en los 70 (Carlos Saura,
Mario Camus, entre otros) lo adoptó como un referente ineludible,
esos no fueron años de brillo para Rabal, que se sintió
poco menos que desplazado por otros actores más jóvenes.
Sus protagónicos en La colmena (1982) y Los santos inocentes (1984),
ambas de Camus, le devolvieron el esplendor que merecía. Por esta
última película, inclusive, obtuvo el premio a la mejor
interpretación masculina en el Festival de Cannes.
En las últimas temporadas su ritmo era imparable. Pedro Almodóvar
lo llamó para ¡Atame!, Arturo Ripstein hizo lo propio para
El evangelio de las maravillas y Saura lo convocó para Goya en
Burdeos (1999), papel que le valió el Premio Goya a la mejor interpretación
masculina. Su impresionante afición al trabajo queda demostrada
por el hecho de que aún no se hayan estrenado en España
sus tres últimas participaciones en cine: Dagon, la película
de Stuart Gordon que rodó en Galicia; El sueño del Caimán,
del realizador mexicano Beto Gómez y Alla Rivoluzione sulla DueCavalli,
la sátira del italiano Maurizio Sciarra ganadora del Leopardo de
Oro en el Festival de Locarno.
La última vez que se subió a un escenario fue el pasado
sábado 25, en Montreal, para recibir el homenaje del Festival de
Cine del Mundo de esa ciudad. Emocionado, con la voz más rota de
lo habitual y con la sonrisa en su rostro, Rabal recibió el Gran
Premio Especial de las Américas, en frente de un nutrido grupo
de público, periodistas y de su esposa Asunción Balaguer.
El país ha cambiado, pero todavía huele a Franco,
declaró en una entrevista reciente al diario El País, mientras
continuaba fumando a pesar de su bronquitis y de las recomendaciones médicas
y familiares. Más allá de cambios políticos y sociales,
Rabal prefirió ser siempre fiel a sí mismo, inclusive en
su tozudez fumadora.
Una pesadilla en el
avión
Asunción Balaguer, la esposa de Rabal, relató, conmocionada,
cómo fueron los últimos momentos del actor: Veníamos
en un vuelo que iba de Londres a Madrid procedentes de Montreal,
donde recibió un premio a su trayectoria. De pronto empezó
a toser y a ponerse muy mal, y tuvimos que ponerle oxígeno.
Balaguer, también artista, agregó que Rabal rechazó
el oxígeno, comenzó a ponerse muy blanco y tuvimos
que aterrizar en Burdeos. Cuando fue atendido por los médicos,
ya estaba muerto. La esposa de Paco todavía no se explica
qué pasó. Estos días estaba muy bien
de salud. Lo único malo es que fumaba mucho, concluyó
Balaguer, que estaba en pareja con Rabal desde 1951.
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