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A LOS 75 AÑOS, MURIO AYER EL GRAN PACO RABAL
Recuerdos de un bon vivant

Falleció en un avión, víctima
de un enfisema pulmonar.
Actor fetiche de Luis Buñuel,
su carrera fílmica incluye más de 150 films.

Amigo: Los años de censura
lo precipitaron a adherirse al comunismo. Afinidades ideológicas y un inconformismo innato cimentaron su amistad con Buñuel.

Rabal tuvo un ritmo de trabajo feroz: dejó tres films inéditos.

A los 75 años, Francisco Rabal se mostraba lleno de proyectos, y no parecía dispuesto a resignar su fama de bon vivant. Vivía la vida a su modo, pero proyectaba en ella la misma intensidad que iluminó su inabarcable trayectoria artística. Al actor fetiche de Luis Buñuel, emblema de una generación de artistas españoles y, en definitiva, símbolo de la España misma, la muerte, subida a un enfisema pulmonar, lo sorprendió ayer en plena actividad. Regresaba del festival de Montreal y se preparaba para rodar una nueva película en México y luego otra en España, a las órdenes de su hijo Benito. Murió durante el viaje en avión rumbo a su país, donde estaba a punto de recibir un reconocimiento especial en el próximo Festival de San Sebastián. Una insuficiencia respiratoria, debida a la bronquitis crónica que sufría, impidió que la vorágine continuara.
Se lo recordará por varias razones, aunque las más visibles sean también las más palpables en el pasado cercano: la distinción de su pelo cano, una cara especial, marcada por la nariz partida y una cicatriz en el pómulo izquierdo, y un carácter fuerte, inmune al paso del tiempo. Otras razones son más impermeables a los avatares del tiempo. Una filmografía que incluye más de 150 títulos, desde que comenzó en los años 40 como figurante. Su origen humilde (hijo de un minero, había nacido en la localidad de Aguilas, Murcia, en 1926), su pasado como obrero en una fábrica, sus estudios nocturnos, se encargaron de modelar un perfil de hombre inquieto y rebelde. Durante la Guerra Civil toda la familia salió a trabajar, y en 1936, ya en Madrid, consiguió un empleo como electricista en los estudios Chamartín, donde poco después comenzó a animar pequeños papeles, hasta que en 1946 tuvo su primer protagónico en La pródiga, de Rafael Gil.
Los años de censura y miedo lo precipitaron a una adhesión intuitiva al comunismo español. Afinidades ideológicas y un inconformismo innato cimentaron su profunda amistad con Buñuel, que, por otra parte, contribuyó a la construcción de un momento decisivo de su carrera. Con él filmaría nada menos que Nazarín (1958), Viridiana (1961) y Belle de Jour (1966). Fue una época oscura para España, pero luminosa para un actor que supo abrir caminos en el campo internacional sin perder una pizca de su esencia interpretativa. Requirieron de su talento Michelangelo Antonioni (El eclipse, 1961), Jacques Rivette (La religiosa, 1966) o Luchino Visconti (Las brujas, 1967).
Dentro de su imponente capacidad de trabajo, Rabal se relacionó naturalmente con el entonces prolífico cine argentino, tomando parte en media docena de largometrajes, entre ellos Hijo de hombre (1961, Lucas Demare), La mano en la trampa (1961, Leopoldo Torre Nilsson), 70 veces siete (1962, Torre Nilsson), Intimidad de los parques”, (1964, Manuel Antín), El muerto (1975, Héctor Olivera) y Pequeños milagros (1997, Eliseo Subiela). Aunque la generación de cineastas españoles que empezó a filmar en los ‘70 (Carlos Saura, Mario Camus, entre otros) lo adoptó como un referente ineludible, esos no fueron años de brillo para Rabal, que se sintió poco menos que desplazado por otros actores más jóvenes. Sus protagónicos en La colmena (1982) y Los santos inocentes (1984), ambas de Camus, le devolvieron el esplendor que merecía. Por esta última película, inclusive, obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes.
En las últimas temporadas su ritmo era imparable. Pedro Almodóvar lo llamó para ¡Atame!, Arturo Ripstein hizo lo propio para El evangelio de las maravillas y Saura lo convocó para Goya en Burdeos (1999), papel que le valió el Premio Goya a la mejor interpretación masculina. Su impresionante afición al trabajo queda demostrada por el hecho de que aún no se hayan estrenado en España sus tres últimas participaciones en cine: Dagon, la película de Stuart Gordon que rodó en Galicia; El sueño del Caimán, del realizador mexicano Beto Gómez y Alla Rivoluzione sulla DueCavalli, la sátira del italiano Maurizio Sciarra ganadora del Leopardo de Oro en el Festival de Locarno.
La última vez que se subió a un escenario fue el pasado sábado 25, en Montreal, para recibir el homenaje del Festival de Cine del Mundo de esa ciudad. Emocionado, con la voz más rota de lo habitual y con la sonrisa en su rostro, Rabal recibió el Gran Premio Especial de las Américas, en frente de un nutrido grupo de público, periodistas y de su esposa Asunción Balaguer. “El país ha cambiado, pero todavía huele a Franco”, declaró en una entrevista reciente al diario El País, mientras continuaba fumando a pesar de su bronquitis y de las recomendaciones médicas y familiares. Más allá de cambios políticos y sociales, Rabal prefirió ser siempre fiel a sí mismo, inclusive en su tozudez fumadora.

 

Una pesadilla en el avión

Asunción Balaguer, la esposa de Rabal, relató, conmocionada, cómo fueron los últimos momentos del actor: “Veníamos en un vuelo que iba de Londres a Madrid procedentes de Montreal, donde recibió un premio a su trayectoria. De pronto empezó a toser y a ponerse muy mal, y tuvimos que ponerle oxígeno.” Balaguer, también artista, agregó que Rabal “rechazó el oxígeno, comenzó a ponerse muy blanco y tuvimos que aterrizar en Burdeos. Cuando fue atendido por los médicos, ya estaba muerto”. La esposa de Paco todavía no se explica qué pasó. “Estos días estaba muy bien de salud. Lo único malo es que fumaba mucho”, concluyó Balaguer, que estaba en pareja con Rabal desde 1951.

 

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