Por Luciano Monteagudo
Tengo una idea para hacer
plata, le dice muy serio Ray Winkler a su mujer, Frenchy. ¿Como
qué, robar un banco?, le responde ella con sorna. ¿Cómo
supiste?, le pregunta él con preocupación.
Y sí, a Ray (Woody Allen) se le ocurrió robar un banco.
Por algo es un ex convicto. En la cárcel le decían Brain
(Cerebro) y él se lo tomó en serio y se puso a pensar un
plan. Claro que todos sabían que era una broma. Todos menos Ray.
Hasta Frenchy, que lo quiere, sabe que Ray no está para pensar
nada, pero finalmente suelta sus pocos ahorros para el proyecto, que involucra
a tres amigos de Ray, tanto o más incapaces que él. La idea
es alquilar un local vecino a un banco y, desde allí, como en los
viejos tiempos, cavar un túnel. Pero hace falta una fachada y la
ponen a Frenchy (Tracey Ullman) al frente del negocio, para que venda
galletitas, que ella misma, sin ayuda de nadie, las hace muy bien. A Ladrones
de medio pelo la película número 29 en la filmografía
de Allen- no le lleva mucho tiempo descubrir que lo que no consiguen sacar
del banco lo ganan con las galletitas. Con un fracaso, millonarios.
Toda la primera media hora de Ladrones de medio pelo funciona a partir
de un modelo evidente, Los desconocidos de siempre (1958), la clásica
comedia italiana de Mario Monicelli que se burlaba de esos atracos perfectos
a la manera de Rififí (1955), donde las estrellas eran los boqueteros.
Lo que consiguen Ray y sus amigos con un pico y una pala, casi no hace
falta decirlo, es poco más que escombros, pero la buena de Frenchy
descubre de pronto las ventajas comerciales del típico snobismo
neoyorquino. Cuando un negocio se pone de moda, la gente está dispuesta
a todo con tal de no quedarse afuera. Y hasta los medios se ocupan de
la noticia del día y dan cuenta del fenómeno.
Una vez que esa veta de la película se agota y se agota pronto
Allen encuentra para Ladrones de medio pelo un segundo modelo a seguir,
que ya no proviene de su amada Europa, sino de la comedia lunática
hollywoodense. La inspiración parece proceder entonces de Nacida
ayer, la pieza de Garson Kanin filmada por George Cukor, en la que Judy
Holliday interpretaba a la amante de un gángster empujada a tomar
clases de sofisticación y cultura, a cargo de William Holden, de
quien se enamoraba. Aquí es la propia Frenchy quien decide que
con todo ese dinero del que ahora dispone debe convertirse en una persona
más cultivada, capaz de invitar a cenar a su casa a la crema de
Nueva York y poder hablar de pintura. Para eso contrata a un bon vivant
(a cargo del inglés Hugh Grant), que con la excusa del arte la
arrastra hasta Venecia, mientras el pobre Ray piensa que su vida era más
feliz cuando no tenía plata y podía disfrutar de una simple
velada frente a la TV, junto a un plato de fideos con albóndigas.
A diferencia de Dulce y melancólico (1999), su film inmediatamente
anterior, que se advertía era una película en la que Woody
(aunque apenas aparecía en cámara) había puesto un
interés y una dedicación muy especiales, en Ladrones de
medio pelo por el contrario parecería que Allen se dejó
estar. Hay algo perezoso en la manera en que estructuró lapelícula,
como si no se hubiera tomado el trabajo de equilibrar las dos partes en
que se divide el film o en darles una mayor carnadura a los personajes,
más allá de lo que cada actor pudiera aportar al estereotipo
que le tocó en suerte. Están los chistes los famosos
one liners y los hay buenos y de los otros. El film en sí
es ligero, distendido, un tanto despectivo para con sus personajes y en
relación con Todos dicen te quiero (1996) o Los secretos de Harry
(1997) no deja de ser un Allen simpático, pero pequeño,
pequeño.
PUNTOS
CONTRALUZ,
UN REGRESO FALLIDO DE BEBE KAMIN A LA DIRECCION
Ese viejo cóctel de jóvenes y drogas
Por
Horacio Bernades
En momentos en
que el cine argentino se debate entre la renovación, con películas
como La ciénaga y La libertad al frente, y el tradicionalismo que
films como La fuga y El hijo de la novia vienen a reimplantar, Contraluz
parece, más bien, una regresión a los tiempos de la hibridez
y la desorientación, tanto en términos estéticos
como ideológicos. El nuevo film de Bebe Kamin intenta asomarse
al mundo de la marginalidad juvenil de clase media baja, con sus connotaciones
de desocupación, falta de oportunidades y refugio en paraísos
artificiales. A la larga, daría la impresión que lo único
que consigue es renovar, en el espectador de clase media, la certeza de
que esa juventud está perdida, entre drogas duras y autodestrucción.
Con lo cual, las buenas intenciones terminan dejando la peor resaca.
Kamin se había mostrado interesado en el mundo de los jóvenes,
con suerte diversa, en Los chicos de la guerra (1984) y Vivir mata (1991).
Esta última, un despropósito tal que lo mantuvo alejado
de los sets durante una década. Ahora, vuelve al barrio que ya
había recorrido en el que posiblemente sea su film más logrado,
Chechechela (1988), para confrontar dos realidades que son como un microcosmos
de la sociedad argentina en su conjunto. Dos realidades representadas
por dos viviendas que, aunque estén una al lado de la otra, son
como dos planetas cuyas órbitas no se rozan. En una de ellas, la
típica casa chorizo de principios de siglo pasado, viven Francisca,
que se pasa la película cocinando empanadas (Leonor Manso) y su
hijo Vito (el debutante Mariano Torre).
La casa de al lado es el no menos típico chalecito de clase media
venida a más, aunque el film se olvida de detallar cómo
fue que Alejandro (Mario Pasik) hizo su dinero. En verdad, lo único
que se sabrá de él a lo largo de la película es que
engaña a su mujer, una estudiante crónica de derecho llamada
Celina (Silvina Segundo). El puente entre estos dos mundos lejanísimos
es Vito, que quiso ser futbolista, destino del que su adicción
lo está alejando inexorablemente. Con sus ilusiones igualmente
quebradas, Celina descubrirá que ella y su vecino tal vez no sean
tan distintos. Se integrará, no sin resistencias, al grupo de amigos
de Vito, que combaten la falta de futuro con porros, cocaína y
adrenalina. Pero finalmente se echará atrás, dejándolos
abandonados a su suerte. Lo mismo parece ocurrir con el film todo.
No sólo se percibe desinformación en cuestiones básicas,
como el hecho de que la cocaína no produce sangrados por vía
oral, sino también impostura en el retrato de unos jóvenes
que hablan un poco como Paolo, aquella caricatura televisiva del hippie,
y otro poco como Minguito Tinguitella. Sólo el protagonista, Mariano
Torre, y quien será su compañera, Jimena Anganuzzi, parecen
sinceramente comprometidos con sus papeles, salvando sus partes con dignidad.
Frente a ellos, Silvina Segundo parece, en su permanente estado de estupor,
el emblema perfecto del film todo, que los observa sin entender y no intenta
siquiera bucear en sucondición, contentándose apenas con
los datos más exteriores. Así lo demuestra el par de temas
rockeros compuestos por Alejandro Lerner, que recuerdan la
banda de sonido de Tango feroz.
Tal vez con una película como De prisa, de prisa como modelo a
seguir, el guión coescrito por Kamin y Adriana Man opta por una
estructura de escenas-viñeta. Pero además de no encontrar
la necesaria ilación, las libra a la sobreactuación y los
énfasis dramáticos, con abundancia de gesticulaciones, ingesta
de pastillas, gritos destemplados y accidentes fatales. El resultado es
una película que tal vez quiera ser una nueva Pizza, birra, faso
pero termina pareciéndose a Sobredosis, aquel film de Fernando
Ayala en el que la drogadicción se observaba con el espíritu
de un titular tamaño escándalo.
PUNTOS
De
la sala de edición a los estrados judiciales
Por
Martín Pérez
Más allá
de haber sido la película más taquillera en los Estados
Unidos de las siete que realizó con producción de Jean Doumanian,
Ladrones de medio pelo el film de Woody Allen que se estrena hoy
en la cartelera porteña significó también el
final de su relación profesional con esa amiga de siempre. Y, aparentemente,
también el final de su amistad, ya que la gran noticia vinculada
a Allen que llega desde los Estados Unidos -además de las malas
críticas de Curse of the Jade Scorpion, el primer film de su flamante
contrato con DreamWorks, la compañía presidida por Steven
Spielberg es la demanda que el director neoyorquino más famoso
le ha entablado a su amiga de más de treinta años, acusándola
de haberle liquidado mal las ganancias de sus últimos films. Una
demanda por una cifra cercana a los 15 millones de dólares que
fue respondida por una furiosa contrademanda y que amenaza con convertirse
en otro escándalo que llevará a Woody a los tribunales para
exponer nuevamente sus trapitos personales al sol.
Mme. Doumanian apareció a mediados de los noventa como la gran
solución a los problemas de financiación para las películas
de Woody. Por entonces, justo cuando Allen enfrentaba un creciente desprestigio
ante la opinión pública por su escandalosa separación
con Mia Farrow, el fallecimiento de Arthur Krim significó el final
de su tranquilo arreglo con Orion Pictures, para quienes rodaba sus películas
sin presiones de ningún tipo, lo que le reportaba un millón
de dólares al año.
La solución para poder seguir filmando justo cuando el establishment
cinematográfico no se desvivía precisamente por aparecer
junto a él en la misma foto llegó de la mano de Doumanian.
El arreglo, a través de su productora Sweetland, que también
produjo films de David Mamet, entre otros, fue por tres films: Disparos
sobre Broadway (1994), Poderosa Afrodita (1995) y la maravillosa Todos
dicen te quiero (1996), que fue un fracaso de taquilla en los Estados
Unidos. Los términos del contrato señalaban que Allen cobraba
un millón y medio por film y que productor y director se repartían
las ganancias recién después de los tres films.
Dicho arreglo se renovó de palabra para los tres films siguientes
.-Los secretos de Harry (1997), Celebrity (1998) y Dulce y melancólico
(1999), que pese a las nominaciones al Oscar fue un gran fracaso de taquilla
mientras que Ladrones de medio pelo (2000) ya fue distribuida por DreamWorks,
que actualmente le paga a Allen dos millones y medio por film. El centro
de la demanda de Allen es que sus abogados sostienen que la renovación
por los segundos tres films no mantuvo los términos del contrato
original, y que sus ganancias por cada film le debieron haber sido liquidadas
por separado, como suele ser lo más común en Hollywood.
Ahí está el centro de la disputa por 15 millones de dólares,
una cifra millonaria teniendo en cuenta que la recaudación en los
Estados Unidos de todos los films de Allen producidos por Doumanian apenas
si alcanzan a los 45 millones.
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