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ESTRENOS DE LA SEMANA
“LADRONES DE MEDIO PELO”, OPUS 29 DE WOODY ALLEN
Los otros desconocidos de siempre

Mientras en Buenos Aires hoy se
estrena �Ladrones de medio pelo�, una comedia menor en la cosmogonía Allen, en Venecia se presenta �Curse of the Jade Scorpion�, que fue castigada por la crítica estadounidense. Eso no es todo: en Nueva York Woody vuelve a trajinar los estrados judiciales, por un litigio contra su productora Jean Doumanian.

Por Luciano Monteagudo

“Tengo una idea para hacer plata”, le dice muy serio Ray Winkler a su mujer, Frenchy. “¿Como qué, robar un banco?”, le responde ella con sorna. “¿Cómo supiste?”, le pregunta él con preocupación.
Y sí, a Ray (Woody Allen) se le ocurrió robar un banco. Por algo es un ex convicto. En la cárcel le decían “Brain” (Cerebro) y él se lo tomó en serio y se puso a pensar un plan. Claro que todos sabían que era una broma. Todos menos Ray. Hasta Frenchy, que lo quiere, sabe que Ray no está para pensar nada, pero finalmente suelta sus pocos ahorros para el proyecto, que involucra a tres amigos de Ray, tanto o más incapaces que él. La idea es alquilar un local vecino a un banco y, desde allí, como en los viejos tiempos, cavar un túnel. Pero hace falta una fachada y la ponen a Frenchy (Tracey Ullman) al frente del negocio, para que venda galletitas, que ella misma, sin ayuda de nadie, las hace muy bien. A Ladrones de medio pelo –la película número 29 en la filmografía de Allen- no le lleva mucho tiempo descubrir que lo que no consiguen sacar del banco lo ganan con las galletitas. Con un fracaso, millonarios.
Toda la primera media hora de Ladrones de medio pelo funciona a partir de un modelo evidente, Los desconocidos de siempre (1958), la clásica comedia italiana de Mario Monicelli que se burlaba de esos atracos perfectos a la manera de Rififí (1955), donde las estrellas eran los boqueteros. Lo que consiguen Ray y sus amigos con un pico y una pala, casi no hace falta decirlo, es poco más que escombros, pero la buena de Frenchy descubre de pronto las ventajas comerciales del típico snobismo neoyorquino. Cuando un negocio se pone de moda, la gente está dispuesta a todo con tal de no quedarse afuera. Y hasta los medios se ocupan de “la noticia del día” y dan cuenta del fenómeno.
Una vez que esa veta de la película se agota –y se agota pronto– Allen encuentra para Ladrones de medio pelo un segundo modelo a seguir, que ya no proviene de su amada Europa, sino de la comedia lunática hollywoodense. La inspiración parece proceder entonces de Nacida ayer, la pieza de Garson Kanin filmada por George Cukor, en la que Judy Holliday interpretaba a la amante de un gángster empujada a tomar clases de sofisticación y cultura, a cargo de William Holden, de quien se enamoraba. Aquí es la propia Frenchy quien decide que con todo ese dinero del que ahora dispone debe convertirse en una persona más cultivada, capaz de invitar a cenar a su casa a la crema de Nueva York y poder hablar de pintura. Para eso contrata a un bon vivant (a cargo del inglés Hugh Grant), que con la excusa del arte la arrastra hasta Venecia, mientras el pobre Ray piensa que su vida era más feliz cuando no tenía plata y podía disfrutar de una simple velada frente a la TV, junto a un plato de fideos con albóndigas.
A diferencia de Dulce y melancólico (1999), su film inmediatamente anterior, que se advertía era una película en la que Woody (aunque apenas aparecía en cámara) había puesto un interés y una dedicación muy especiales, en Ladrones de medio pelo por el contrario parecería que Allen se dejó estar. Hay algo perezoso en la manera en que estructuró lapelícula, como si no se hubiera tomado el trabajo de equilibrar las dos partes en que se divide el film o en darles una mayor carnadura a los personajes, más allá de lo que cada actor pudiera aportar al estereotipo que le tocó en suerte. Están los chistes –los famosos one liners– y los hay buenos y de los otros. El film en sí es ligero, distendido, un tanto despectivo para con sus personajes y –en relación con Todos dicen te quiero (1996) o Los secretos de Harry (1997)– no deja de ser un Allen simpático, pero pequeño, pequeño.

PUNTOS

 


 

“CONTRALUZ”, UN REGRESO FALLIDO DE BEBE KAMIN A LA DIRECCION
Ese viejo cóctel de jóvenes y drogas

Por Horacio Bernades

En momentos en que el cine argentino se debate entre la renovación, con películas como La ciénaga y La libertad al frente, y el tradicionalismo que films como La fuga y El hijo de la novia vienen a reimplantar, Contraluz parece, más bien, una regresión a los tiempos de la hibridez y la desorientación, tanto en términos estéticos como ideológicos. El nuevo film de Bebe Kamin intenta asomarse al mundo de la marginalidad juvenil de clase media baja, con sus connotaciones de desocupación, falta de oportunidades y refugio en paraísos artificiales. A la larga, daría la impresión que lo único que consigue es renovar, en el espectador de clase media, la certeza de que esa juventud está perdida, entre drogas duras y autodestrucción. Con lo cual, las buenas intenciones terminan dejando la peor resaca.
Kamin se había mostrado interesado en el mundo de los jóvenes, con suerte diversa, en Los chicos de la guerra (1984) y Vivir mata (1991). Esta última, un despropósito tal que lo mantuvo alejado de los sets durante una década. Ahora, vuelve al barrio que ya había recorrido en el que posiblemente sea su film más logrado, Chechechela (1988), para confrontar dos realidades que son como un microcosmos de la sociedad argentina en su conjunto. Dos realidades representadas por dos viviendas que, aunque estén una al lado de la otra, son como dos planetas cuyas órbitas no se rozan. En una de ellas, la típica casa chorizo de principios de siglo pasado, viven Francisca, que se pasa la película cocinando empanadas (Leonor Manso) y su hijo Vito (el debutante Mariano Torre).
La casa de al lado es el no menos típico chalecito de clase media venida a más, aunque el film se olvida de detallar cómo fue que Alejandro (Mario Pasik) hizo su dinero. En verdad, lo único que se sabrá de él a lo largo de la película es que engaña a su mujer, una estudiante crónica de derecho llamada Celina (Silvina Segundo). El puente entre estos dos mundos lejanísimos es Vito, que quiso ser futbolista, destino del que su adicción lo está alejando inexorablemente. Con sus ilusiones igualmente quebradas, Celina descubrirá que ella y su vecino tal vez no sean tan distintos. Se integrará, no sin resistencias, al grupo de amigos de Vito, que combaten la falta de futuro con porros, cocaína y adrenalina. Pero finalmente se echará atrás, dejándolos abandonados a su suerte. Lo mismo parece ocurrir con el film todo.
No sólo se percibe desinformación en cuestiones básicas, como el hecho de que la cocaína no produce sangrados por vía oral, sino también impostura en el retrato de unos jóvenes que hablan un poco como Paolo, aquella caricatura televisiva del hippie, y otro poco como Minguito Tinguitella. Sólo el protagonista, Mariano Torre, y quien será su compañera, Jimena Anganuzzi, parecen sinceramente comprometidos con sus papeles, salvando sus partes con dignidad. Frente a ellos, Silvina Segundo parece, en su permanente estado de estupor, el emblema perfecto del film todo, que los observa sin entender y no intenta siquiera bucear en sucondición, contentándose apenas con los datos más exteriores. Así lo demuestra el par de temas “rockeros” compuestos por Alejandro Lerner, que recuerdan la banda de sonido de Tango feroz.
Tal vez con una película como De prisa, de prisa como modelo a seguir, el guión coescrito por Kamin y Adriana Man opta por una estructura de escenas-viñeta. Pero además de no encontrar la necesaria ilación, las libra a la sobreactuación y los énfasis dramáticos, con abundancia de gesticulaciones, ingesta de pastillas, gritos destemplados y accidentes fatales. El resultado es una película que tal vez quiera ser una nueva Pizza, birra, faso pero termina pareciéndose a Sobredosis, aquel film de Fernando Ayala en el que la drogadicción se observaba con el espíritu de un titular tamaño escándalo.

PUNTOS

 


 

De la sala de edición a los estrados judiciales

Por Martín Pérez

Más allá de haber sido la película más taquillera en los Estados Unidos de las siete que realizó con producción de Jean Doumanian, Ladrones de medio pelo –el film de Woody Allen que se estrena hoy en la cartelera porteña– significó también el final de su relación profesional con esa amiga de siempre. Y, aparentemente, también el final de su amistad, ya que la gran noticia vinculada a Allen que llega desde los Estados Unidos -además de las malas críticas de Curse of the Jade Scorpion, el primer film de su flamante contrato con DreamWorks, la compañía presidida por Steven Spielberg– es la demanda que el director neoyorquino más famoso le ha entablado a su amiga de más de treinta años, acusándola de haberle liquidado mal las ganancias de sus últimos films. Una demanda por una cifra cercana a los 15 millones de dólares que fue respondida por una furiosa contrademanda y que amenaza con convertirse en otro escándalo que llevará a Woody a los tribunales para exponer nuevamente sus trapitos personales al sol.
Mme. Doumanian apareció a mediados de los noventa como la gran solución a los problemas de financiación para las películas de Woody. Por entonces, justo cuando Allen enfrentaba un creciente desprestigio ante la opinión pública por su escandalosa separación con Mia Farrow, el fallecimiento de Arthur Krim significó el final de su tranquilo arreglo con Orion Pictures, para quienes rodaba sus películas sin presiones de ningún tipo, lo que le reportaba un millón de dólares al año.
La solución para poder seguir filmando –justo cuando el establishment cinematográfico no se desvivía precisamente por aparecer junto a él en la misma foto– llegó de la mano de Doumanian. El arreglo, a través de su productora Sweetland, que también produjo films de David Mamet, entre otros, fue por tres films: Disparos sobre Broadway (1994), Poderosa Afrodita (1995) y la maravillosa Todos dicen te quiero (1996), que fue un fracaso de taquilla en los Estados Unidos. Los términos del contrato señalaban que Allen cobraba un millón y medio por film y que productor y director se repartían las ganancias recién después de los tres films.
Dicho arreglo se renovó de palabra para los tres films siguientes .-Los secretos de Harry (1997), Celebrity (1998) y Dulce y melancólico (1999), que pese a las nominaciones al Oscar fue un gran fracaso de taquilla– mientras que Ladrones de medio pelo (2000) ya fue distribuida por DreamWorks, que actualmente le paga a Allen dos millones y medio por film. El centro de la demanda de Allen es que sus abogados sostienen que la renovación por los segundos tres films no mantuvo los términos del contrato original, y que sus ganancias por cada film le debieron haber sido liquidadas por separado, como suele ser lo más común en Hollywood. Ahí está el centro de la disputa por 15 millones de dólares, una cifra millonaria teniendo en cuenta que la recaudación en los Estados Unidos de todos los films de Allen producidos por Doumanian apenas si alcanzan a los 45 millones.

 

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