Por Roque Casciero
Los numerosos acercamientos
que el cine tuvo hacia el rock no siempre ofrecieron buenos resultados.
En realidad, resulta más fácil marcar cuáles fueron
las contadas excepciones a la norma de películas anodinas que no
llegan a capturar la esencia del artista o su performance. Y entre ese
grupo de rarezas, ciertamente no se encuentra Ziggy Stardust, el film
que D.A. Pennebaker realizó en 1973 durante un concierto de David
Bowie. El director, que a esa altura era un viejo conocido para los rockeros
porque había realizado Monterrey Pop y Dont Look Back (Bob
Dylan), no estuvo a la altura de las circunstancias para documentar un
show histórico: la mayor parte de la película carece de
la iluminación adecuada o se pierde en devaneos de las cámaras.
Ni siquiera ofrece momentos reveladores cuando se mete en el backstage.
Sin embargo, Ziggy Stardust es un documental musical que cualquiera que
tenga un mínimo interés en el rock no debe pasar por alto.
Por ese motivo, es una buena noticia que Films & Arts lo haya programado
para hoy a las 22: aun con las contras enunciadas, la película
muestra al mejor David Bowie, el que se convirtió en influencia
clave para varias generaciones. Ziggy, su criatura espacial andrógina
basada levemente en Iggy Pop, Jimi Hendrix y Gene Vincent, fue el modelo
que tomó la juventud de entonces para cubrirse de maquillaje y
lentejuelas, y abrirse a una sexualidad que no quería reconocer
barreras. La era del glam rock la que no hace tanto mostró
la película Velvet Goldmine, de Todd Haynes estaba en su
apogeo.
Sin embargo, hasta 1972 el camino no le había resultado fácil
a Bowie, quien estaba lejos de ser la estrella que soñaba. Pronto
cambiaría su suerte, porque estaba cocinando un álbum fundamental
para la historia del rock: The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the
Spiders from Mars. Como si no fuera suficiente el impacto que este verdadero
clásico el punto más alto del glam rock tenía
por sus propios méritos artísticos, en una entrevista previa
a la salida del disco el cantante reconoció su bisexualidad. No
hizo falta más para encender la mecha: la gira subsiguiente fue
un éxito absoluto. Y Bowie tuvo tiempo para grabar otros álbumes
impactantes, Hunky Dory y Aladdin Sane, con los Spiders from Mars (Las
Arañas de Marte). O sea, con el bajista Trevor Bolder, el baterista
Mick Woodmansy y el guitarrista Mick Ronson.
Ronson fue, quizás, el mejor complemento musical que tuvo el cantante
en toda su carrera. No sólo tocaba su instrumento con una originalidad
y un vuelo notables sino que además tenía dominio de la
escena y hasta hacía buenos coros. Pennebaker lo reconoció
en su film: cuando la cámara no le apunta al extraterrestre con
el pelo color zanahoria en que se había convertido Bowie, seguro
está siguiendo los movimientos de uno de los más grandes
guitarristas de la historia. Ronson falleció, víctima de
un cáncer de hígado, el 30 de abril de 1993, poco después
de haber vuelto a trabajar junto a su viejo compañero en el disco
Black Tie, White Noise.
El show que documenta Ziggy Stardust tuvo lugar el 3 de julio de 1973,
en el Hammersmith Odeon Theatre de Londres. Y fue el último de
los Spiders from Mars. Cuenta la leyenda que los músicos no sabían
que Bowie había decidido cambiar el rumbo de su carrera. Por eso,
ellos se sorprendieron tanto como el público cuando, después
de una versión de White Light, White Heat (de los Velvet
Underground), el cantante dijo: No sólo es el último
show de la gira sino que es nuestro último show para siempre.
El final, con Rocknroll Suicide, no pudo ser más
emotivo: Bowie despidió a su más famoso personaje diciéndole
a sus seguidores y a todos los freaks del mundo que no estaban solos,
que él quería darles la mano porque eran maravillosos. Luego,
puede suponerse, se subió a un plato volador y regresó a
Marte, seguro de que su misión en la Tierra estaba completa.
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