Por Julio Nudler
Gabriel Chula Clausi nació
en el barrio de Almagro, hace hoy 90 años, de padres calabreses,
que tuvieron once hijos, tres de ellos muertos en la infancia. Tres de
los hermanos Pascual, Luciano y Gabriel fueron bandoneonistas
y compositores de música popular argentina. Cercados por la miseria,
la alternativa a la música era la fábrica. Pascual, 18 años
mayor que Gabriel, fueyero y policía, compositor de Paja
brava (es evidente el doble sentido), La viuda misteriosa
(grabado por Tita Merello) y Echando mala (grabado por Carlos
Gardel), entre otros 400 temas, lo introdujo al mundo del tango y fue
orientador de su vida, ya que el padre murió cuando Gabriel tenía
6 años. Como éste nació muy piloso, le adosaron como
apodo el nombre de un monito común en Brasil, el chula.
En 1913 la familia se mudó a Mataderos, que era como irse al campo.
Así, de muy pequeño, Gabriel ya cabalgaba junto a su padre.
Fue uno de esos días cuando divisaron a Pascual cargando una caja
negra. Volvieron entonces a la casa y allí, bajo la llama azul
de una lámpara de carburo, vieron emerger del estuche un bandoneón.
Pascual lo apoyó sobre sus rodillas y empezó a tocar El
fulero, un tango de Ricardo Mochila González, y luego otro
y otro. Clausi asegura que se sintió atraído y atrapado
definitivamente por el sonido de aquel instrumento.
La coz de un caballo en los riñones, mientras lo herraba, le provocaría
al padre la muerte. Renuente a los médicos, intentó curarse
la herida con hierbas. Finalmente, murió a comienzos de 1918 en
el Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía). Para entonces la familia
se había vuelto a mudar dos veces, una de ellas a una vivienda
en Muñiz y Las Casas, junto al alambrado de la cancha de San Lorenzo.
Tras enviudar, la madre, Francisca, comenzó a trabajar en una fábrica
de bolsas, en La Rioja y Garay, además de coser pantalones en casa.
Toda la familia se hacinaba en una pieza. El dueño de la casa cerraba
la puerta de calle a las 19, de modo que quien regresara después
debía dormir en el umbral. Un mes en que no pudieron pagarle el
alquiler de 30 pesos, exigió la entrega del colchón de la
cama grande, el espejo del ropero y un reloj de pared.
El Chulita, a quien su madre solía llevar consigo para no dejarlo
solo, un día consiguió fósforos y prendió
fuego a unas cajas de cartón, provocando un incendio. Cosas
de pibe inocente, sonríe Clausi al recordar aquel precoz
atentado. También recuerda que cada mañana llegaba a la
cuadra el farolero, con una escalerita, una gran lata de kerosene, un
embudo y unas tijeras para cortar la mecha cuando estaba quemada, recargando
la cisterna de la lámpara. A las cinco volvía para encenderla.
Cuando se iba, Gabriel trepaba hasta el farol, lo apagaba y sacaba la
mitad del combustible para poder prender la lámpara de la pieza.
La vivienda contaba con un patiecito, donde en las tardes se reunían
músicos hoy olvidados, en general orejeros, como José Marmón,
Pepino, compositor de Uva fresca y otros tangos, entre ellos
Chula. Este, fascinado por la música, soportaba el
humo de aquellos toscos cigarrillos Excelsior, Brasil
o Reina Victoria, que eran los más bacanes y livianitos.
Pascual y los demás contaban historias como la de Angel Villoldo,
el autor de El choclo, que salía a vender sus obras
con su charrecito (sulky), colgando las partituras de un cordel y estacionándose
frente a las casas de la gente bien, donde las niñas aprendían
el piano.
Pascual empezó a enseñarle bandoneón a Gabriel con
el tango La racha, del gran Agustín Bardi. Cuando lo
hubo aprendido, el Chula compuso un tango propio sobre los mismos acordes.
¡Su repertorio ya constaba así de dos obras! De modo que
hacia 1919, antes de cumplir los ocho, comenzó a tocar en algunos
bailes de patio, con Marmón en fueye y el tío Miguel en
guitarra. A esos bailongos los llamaban formativos, porque
para entrar había que formarse, a razón de 1 peso los varones.
Las mujeres, gratis. Seorganizaban en alguna casa grande del barrio, desechando
los conventillos, porque en éstos los patios estaban ocupados por
los piletones y los baños.
Gabriel debió emplearse en la carnicería de un tal Pepino,
en Salas y Asamblea, ganando 10 pesos al mes, para indemnizar a José
Pino Palmieri, que le había prestado un bandoneón para que
pudiera tocar en un casorio. Al regresar de madrugada, tras descender
del tranvía 26 una patota le robó al Chula el instrumento.
¡Yo sí que lo pagué con sangre!, evoca.
Pero llegó el día en que tuvo bandoneón propio, comprado
en la Antigua Casa Núñez con los 160 pesos que ahorró
la madre a ese fin.
Resuelto a mejorar su formación, Clausi estudió música
con Nicolás Blois y Gaetano Grossi. Entretanto, debutaba en 1923
con el cuarteto del admirable José Martínez en el café
La Fratinola, de Patricios y Martín García. Luego pasaron
a El Estribo, en Entre Ríos e Independencia. En 1925 integró
una orquesta de señoritas, y en octubre de 1926 ingresó,
con sus 15 años y sus pantalones cortos, al conjunto de Francisco
Pracánico, con quien empezó a grabar para el sello Electra.
Luego se entreveraron en su camino Anselmo Aieta, Azucena Maizani, Juan
Maglio Pacho, el propio Gardel, entre otras glorias. Hasta que en 1929
ingresó con su idolatrado Pedro Maffia, aun ganando mucho menos.
Tras cinco años plenos y azarosos, en mayo de 1934 comenzó
con Julio De Caro, quien llegó a tener cuatro orquestas al mismo
tiempo. Clausi siguió así construyendo una de las biografías
más impresionantes del tango, iniciada el 30 de agosto de 1911.
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