Por Julián
Gorodischer
El repertorio de sus frases
es limitado, pero la ha posicionado como una nueva obsesión televisiva,
de ésas que se replican en todos los programas de la tarde, o de
las que llegan a las tapas de revista de farándula poco después
de haber aparecido por primera vez. En una de esas portadas, Julieta Prandi
dirá, como buena estratega: Soy una fruta prohibida,
mientras se desliza un trencito de juguete por el brazo. En otra, confesará,
a desgano, como si dijera únicamente lo que otros esperan que ella
diga: Conmigo, los hombres se vuelven locos. En una tercera,
la apuesta parece definitiva: Francella me enseñó
todo lo que sé. Si se trata de conceder una nueva tapa a
otro semanario, podrá desmentir su supuesto romance con Francella,
como si la vida y la pantalla se fundieran en un campo común de
deseos y traiciones, como si también por fuera de Poné
a Francella (por Telefé, los miércoles a las 21) ella
siguiera siendo la niña fatal que se mete en la cama de un padre
de familia.
¿Estará haciendo nonito ya? No, Arturo, no entres
a la pieza... (Don Arturo apoya la cabeza en la puerta de la niña).
La seducción adolescente que inaugura Prandi, en el sketch que
le toca, poco tiene que ver con la que ejercieron sus precursoras, una
troupe de modelos encabezadas por Nicole Neumann. Juli (como se la nombra
en el programa) pertenece al mundo de los niños. En la ficción,
no se conforma con la contigüidad con un cierto aire de infancia,
el suficiente como para despertar fantasías en Don Arturo, sino
que se incluye por completo en el conjunto infantil. Todavía duerme
con muñecos de peluche, es bochada con un uno en el colegio, es
llorona y caprichosa. Su edad nunca se enuncia, pero no debería
superar los 13 años. Frecuenta la matiné de los boliches,
es afecta a las flores y las estrellitas, y se divierte jugando con otras
nenas. Una de ellas es Laura, la hija de Don Arturo.
La tournée histérica entre el dueño de casa y la
rubia mortal amiguita de su hija tiene ligeras reminiscencias a Belleza
americana. Pero la lolita, aquí, es menos sutil: ingresa al cuarto
del matrimonio, se muestra a Don Arturo en bombachita y dice cosas como:
Don Arturo, usted es mi papito. La brevedad del segmento le
exige un concentrado de acciones a tal fin, y la candidez
deja paso al levante directo. Si otras lolitas quedaban restringidas al
plano de la mirada, al territorio de la fantasía meramente voyeurista
(no más que esa posibilidad), la nueva corporiza un extraño
fenómeno: a las 21, en una pantalla familiar, siempre está
al borde de la concreción sexual con el veterano.
Laurita, ¿por qué no vino Juli? (Don Arturo
se inquieta por la ausencia de la amiga de su hija).
No es éste un juego de insinuación vaga, sino la postergación
de un encuentro íntimo posible. Ellos dos, papito y la nena, están
siempre al pie de la cama, con poca ropa, muy cerca un cuerpo del otro.
Frente a los embates de Juli, Francella opone una mirada pícara
hacia abajo, una marcación genital que, a veces, se vuelve explícita.
Como cuando dice: ¡Mi Dios, cómo la tengo!
En el extraño sketch de Poné a Francella, Don
Arturo se presenta absolutamente entregado a su pasión por la nena,
sin cuestionamientos morales. El padre no duda de la legitimidad de su
deseo, sino que agencia sus posibilidades de realización. Provocador
y políticamente incorrecto, Don Arturo se dedica al engaño
constante. Finge interés por su hija cuando hace sentir bien a
sus amigos, y dedicación paternal ante su esposa (Mariana Briski).
La niña no le genera una conflictividad personal, un cierto avance
y retroceso frente a lo que no se debe sino apenas andanzas de vivillo
que podrían resumirse en el dilema: cómo dar el batacazo
de una vez sin que nadie lo objete. A lo sumo, enuncia cada tanto: ¡Qué
locura!, pero sonriente y mirando a cámara, en la más clara
tradición de Alberto Olmedo, como si el guiño fuera más
un testimonio cómplice del tipo ¿Vos no lo harías?
que una forma del arrepentimiento.
Duerme con ositos de peluche; ¡no ven que es una nena! (Don
Arturo permanece junto a la cama de Juli).
Juli es tímida y nunca habla demasiado. Su seducción se
sostiene en la direccionalidad de su mirada: fija pero levemente extraviada,
como si le faltaran varias horas de sueño. La contradicción
entre el aire desvelado y su aspecto saludable habilita un enigma: ¿por
qué no la dañan los efectos del insomnio? Si no duerme (eso
dice) es por la pasión por Don Arturo, un personaje que la inquieta.
Cuando enuncia el problema, introduce la variable menos frecuentada de
la seducción adolescente: Don Arturo, usted es mi papito,
dice, y alterna las figuras del maestro, el consejero y el hermano mayor.
El parentesco sanguíneo o la relación pedagógica
son insinuadas sin extrañamiento.
Lo cierto es que todos los espacios de Poné a Francella
se apoyan en una transgresión de orden moral: un masajista abusa
sexualmente de su paciente; una ejecutiva somete a humillaciones a su
empleado bajo amenaza de despido; un cliente favorece al vendedor siempre
y cuando responda a sus coqueteos; un padre de familia seduce a la amiga
de su hija... En este caso ofrece contención o un saber (apoyo
escolar, halagos, nunca dinero) a cambio de la puerta abierta para una
pasión. A punto de ser descubierto, cuando Don Ernesto el
autoritario padre de Juli sospecha e interroga, Don Arturo desata
la carcajada haciendo totalmente explícita la motivación
de su deseo, como si fuera necesario subrayar que esta relación
no es buena. Don Ernesto dice, nosotros
a Juli la queremos como a una hija.
El papel no se enoja escriba lo que escriba en él; no se
va a ningún lado (fragmento de un poema de Julieta Prandi).
La niña exhibe desprejuiciadamente su ingenuidad. Puede escribir
unas líneas infantiles y atribuírselas a su vocación
por la poesía. Puede, también, declarar que es fanática
de Marcelo Corazza (el ganador del Gran Hermano 1) porque el grandulón
es el ídolo de los chicos. Pese a sus 20 años cronológicos,
sabe que lo que reditúa es su aire de infancia, mezcla de aletargamiento
y mudez, una semisonrisa de boca cerrada, y declaraciones risibles.
El resultado: su expansión inmediata y acelerada, como una moda
que excede a la lolita y la consagra en un terreno más controvertido:
el de la relación llevada a cabo con la hija, la nena, la colegiala.
Juli encarna a todas y, como correlato, recibe la palmada en la cola de
Francella, el guiño a cámara, el comentario semi-soez. Las
medias palabras y los silencios no participan de Poné a Francella,
y Prandi, involuntariamente, se vuelve una pionera. Ella es cada vez más
infantil; él, más explícito en su acoso. Perdido
en medio de la euforia, las bailarinas y el sesgo picaresco, el programa
se propone como un espacio familiero. El sketch quiebra el tono. Esta
nena me va a matar dice Francella divertido, como si la broma no
tocara el tabú, ¡qué locura!
La nena levanta las
cifras
Si bien no llega a ganar su franja, Poné a Francella
consigue un ajustado segundo lugar en el rating: la emisión
de este miércoles promedió 19 puntos (con un pico
de 21.3 y 37% de share), contra los 19.9 de El sodero de mi
vida (Canal 13). Pero las cifras de Francella tienen sus particularidades:
en los primeros quince minutos, que se consumen entre el número
de music hall de apertura y el monólogo del cómico,
el programa obtuvo 17 puntos. Avanzando el programa, y durante la
emisión del sketch junto a Prandi, las cifras treparon a
20.6 y 21.3. Esa escalada no perjudicó a la tira con Dady
Brieva, que mantuvo sus cifras, sino a Azul: Memoria
terminó con 9.6 puntos, pero PH apenas llegó
a 5.3.
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