El
poder y la violencia
Por Osvaldo Bayer
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El filósofo
alemán Wolfgang Sofky, en su Tratado sobre la violencia,
nos presenta un personaje completo en su violencia, para entrar en el
estudio de ella. Se trata del caballero Gilles de Rais, de una de las
familias fundacionales de Francia. Fue general del ejército junto
a Juana de Arco. Condecorado por su valentía, guerrero y noble,
aristócrata, era admirado por su temeridad e inmensa riqueza. Cuando
terminó la guerra, se dedicó a demostrar su poder a través
del crimen, pero por otras vías. Asesinó por lo menos a
140 niños entre 8 y 15 años, todos de sexo masculino. A
las niñas no las tocó; las despreciaba. El caballero militar
se convirtió, en la paz, en un asesino masivo. Se hacía
traer niños y adolescentes, los mataba y luego cometía con
ellos sodomía. Derramaba su semen en el vientre de sus víctimas,
principalmente cuando estaban muertos, pero también en la agonía
de éstos. Les cortaba la cabeza con puñales chicos y grandes,
pero también con cuchillos, o los golpeaba ferozmente con palos
o garrotes, o los colgaba de una barra o de un gancho en su habitación
y los estrangulaba. Poder y violencia. A los niños que poseían
hermosas cabezas y hermosos miembros los ponía en exposición
mientras abría sus cuerpos, ya que le deleitaba ver sus órganos
internos y, cuando las víctimas agonizaban, se sentaba sobre sus
vientres y los miraba y se reía.
Es muy fácil decir que el caballero francés fue en realidad
un monstruo sadista, un aborto de Satanás como lo calificó
la Iglesia, después, pero el asesinato es obra humana, es
algo específicamente humano. Las bestias animales no cometen hechos
así. Sólo el hombre es capaz de llegar al peor refinamiento.
Le es siempre posible. A pesar de eso, la comprensión humana no
llega e interpretar estos hechos de tamaña crueldad. Los motivos
de los crímenes del caballero de Rais apenas si pueden llegar a
investigarse. Los estados de ánimo cierran la posterior introspección.
Para el noble caballero, violencia para mostrar su poder era su forma
de vida. En el juicio que se le hizo prometió peregrinar a Tierra
Santa para pedir perdón. El clásico método: se peca,
se hace penitencia, se pide perdón y se es perdonado. Punto Final.
En el juicio se recordó que el general depravado, cuando terminó
su campaña guerrera, dio fiestas lujosas donde todo se dilapidaba.
Mantenía un cuerpo de cincuenta personas de guardia (el poder),
entre ellos un coro religioso vestido con trajes de oro y seda; llevaba
siempre barriles de incienso y varios órganos, uno de los cuales
era transportado por seis hombres. Todo para ser protegido por la religión.
Para el noble guerrero, violencia era su forma de vida; mantener el poder.
Y la violencia le estaba permitida a él, el Grandseigneur.
Las circunstancias históricas, los hábitos y su biografía
son conocidos. ¿Pero permiten a través de ellos llegar a
los orígenes de la violencia?
Ni la crudeza de las costumbres de la época ni el temperamento
del asesino puede hacer comprender qué significado tiene en realidad
la bestialidad humana. ¿Qué dice, por ejemplo, el origen
social acerca del sentido de sus crímenes? Tan enigmática
es la bestial figura del caballero. No es la persona sino sus crímenes
el problema a resolver.
Es conocido que las atrocidades acercan a uno a la ilusión del
poder absoluto. El momento culminante de Hitler es cuando ve que la muerte
industrial marcha al minuto. Cuando miles de personas avanzan hacia las
cámaras para ser gaseadas. Ya todo salta las fronteras de la vida
diaria. Las leyes de la racionalidad son despojadas de los valores y los
fines. Es el placer de sentir ironía sobre el sufrimiento de sus
víctimas.
Pasemos a otro ejemplo, donde contra el poder de la violencia se ejerce
la violencia. El poeta austríaco Georg Trakl, en la Primera Guerra
Mundial, es enviado como soldado. Asiste a la batalla de Grodek, donde
todo es sangre, barro y mierda, con los jóvenes soldados con sus
barrigas abiertas y los intestinos colgando. Cuando termina la batalla,
Trakl escribe su última poesía, Grodek, donde
los versos ya huyen: y la nocheabraza a los soldados moribundos;
la queja salvaje de sus bocas despedazadas... todas las calles terminan
en negra podredumbre, y al final lanza una frase, la más
triste: Los nietos no nacidos.
El poeta se suicida después del último verso. Es su protesta
final contra el poder y la violencia. Los generales siguen haciendo planes
de la batalla. Al soldado Trakl lo enterraron sin misa. Desobediencia
debida. La protesta. El poeta amado. Limpio. Un dolor inmenso y las lágrimas.
Pero pronto estamos en la realidad. Un general está realizando
gestos en televisión. Es el teniente general Jorge Rafael Videla.
Y dice y lo repite: No están ni vivos ni muertos, están
desaparecidos. No están ni vivos ni muertos, están
desaparecidos. Pone un rostro interesado de obispo en exégesis.
Pareciera que el general les explicara a los periodistas que por fin se
ha llegado al castigo perfecto para el enemigo: su desaparición.
No puede desearse mayor escarmiento para quien conspiró contra
la manera de ser Occidental y Cristiana, la ley de Dios. Ni vivo ni muerto.
Desaparecido. En el limbo gris de la penumbra. Ni tumba, ni flores, ni
cruz: desaparecido. El castigo ya no es sólo para el reo sino para
sus padres, esposa, hermanos, hijos. Todos murmurarán con terror:
desaparecido. Por mandato de Dios. No tienen siquiera sombra en la sombra.
Si hay un castigo eterno es éste: desaparecer, que es ni siquiera
existir o no existir.
El general sabe muy bien que hay algo aún más terrible que
eso. El castigo que corroe el cerebro y las entrañas de los desaparecidos:
quitarles sus niños, sus hijos. Es superior a la cárcel
eterna en sótanos oscuros, que la pena de la hoguera, de la rueda
o del despellejamiento. No sólo quitarles los hijos sino educarlos
precisamente en las ideas contrarias a las de ellos. No, no se le puede
infligir derrota más grande, humillación más perfecta.
Eso a los padres; pero a las madres, sacárselos en el momento de
parir en el piso de alguna letrina del peor sucucho del general Camps
y del doctor Bergés. Sí, así, solteras embarazadas
cuando la mujer debe ser virgen como la Virgen María y la Virgen
Capitana del Ejército. Y salvar al hijo quitándoselo
sin mostrárselo. El mejor castigo. No inventado todavía
por la mente humana, pero sí por la mente argentina. El pobre caballero
Gilles de Rais quiso demostrar lo que es el poder. No; el poder es el
que demostraron los oficiales salidos del Colegio Militar de la Nación.
Desaparición y quita de hijos, y educación de éstos
en el buen camino.
La fórmula más cruel de represión en el mundo. La
mejor fórmula de demostrar poder. Hacer desaparecer, la fórmula
mágica.
Hoy, Videla sabe muy bien que nadie lo superará en métodos
represivos. Desde la celosía de su departamento mira agradecido
el edificio de la iglesia castrense. De pronto, una atmósfera gris
lo rodea. El, para dejar las cosas bien sentadas, dice en voz alta, como
si estuviera entre los periodistas, en aquel 1978: No están
ni vivos ni muertos, están desaparecidos.
REP
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